lunes, 29 de diciembre de 2014

Delitos y Faltas


Relatamos acerca de muchas películas de ficción, pero hoy empezaremos por una cinta de la realidad, una obra maestra del descubrimiento y el enigma.
Durante el fatídico día en el que Kennedy perdió la vida en Dallas, un aficionado grabó el terrible asesinato con su cámara. 
Se llamaba Abraham Zapruder y, cuando la grabación salió a la luz, la obsesión por el misterio del crimen del presidente se acrecentó.


La imagen, que parece una escena de acción a lo Hollywood, recoge el paso del coche, los brutales disparos que revientan la cabeza de John Fitzgerald y el intento de escapada de Jacqueline, disuadida por el guardaespaldas que la conmina a volver a su asiento y protegerse.
Los aficionados a la teoría de la conspiración, que vieron la muerte del poderoso como el asesinato sumarísimo por faltar a los planes de otros, más poderosos que él, estudiaron los ángulos imposibles en los que los disparos y las sombras se proyectaban. Había más de un tirador, concluyeron.
Pero los sociólogos y los sentimentales vivimos atentos a los grandes protagonistas de la cinta Zapruder: los espectadores, esos que miran el desfile, oyen los disparos, ven lo sucedido y se quedan congelados, incapaces de descifrar lo ocurrido. ¿Se ha acabado el desfile? ¿Continúa?, parecen preguntarse.
Es lo que diferencia esa obra de las películas convencionales. Aquí no hay reacción a lo sucedido, aquí John Fitzgerald no es el único muerto.


La muerte de Kennedy pertenece a esos archivos de incógnita que nos tiene reservada la realidad, esa que guardan celosamente las altas esferas.
Atravesamos una existencia donde la verdad se nos es negada repetidamente, también la justicia en muchas ocasiones, así mismo, la paz. Es esa condición de ruleta rusa, donde quizá mañana entren en tu casa y maten a tu perro, o te secuestren y acabes esclavizado sexualmente, o simplemente puedas seguir tu vida en tranquilidad y morir de viejo, de un plácido infarto mientras duermes.
El año que termina ha reservado un tremendo misterio para la posteridad y ya los conspiranoicos se dejan la imaginación en saber qué pasó con el avión de Malasyan Airlines, aquel que simplemente desapareció.
En el mundo globalizado e hipertecnólogico, todavía nos cuentan una historia de los tiempos de Amelia Earhart.
Las teorías pueden ser esotéricas o nombrar a esa isla perdida donde Estados Unidos tiene una reserva militar, adonde fueron a parar y morir los pasajeros a saber por qué motivos. Rellene usted.


Pero bien es cierto que 2014 ha sido un año de disclosures, es decir, de luz sobre muchos atropellos, abusos, delitos y faltas de los ricos y poderosos.
En España, se hizo costumbre desayunar con casos de corrupción y sinvergonzonería, donde cayeron cargos de la Administración pública y mandamases de los partidos en una limpieza general sin precedentes. Y, entre ellos, también han sucumbido dos famosas de revista: la sentida cantante y la cosmopolita princesa.
Ver caer a esos ladrones ha sido gratificante, aunque ha dibujado un panorama de la sociedad que ya me contaban algunas series de la HBO y yo me resistía a creer. No sólo es el volumen de delitos y crímenes, sino la connivencia de sus séquitos, la pasividad de algunos y la incapacidad de otros tantos. La corrupción se alía con la inacción y se convierte en tradición. Se acepta, porque se considera que nada se puede hacer. Congelados todos como en la cinta Zapruder.
Además de los delitos económicos, también hemos conocido otros más inexplicables, más vomitivos, más irreversibles: los casos de violación y abusos sexuales, más que nunca inflingidos por poderosos, famosos y gente que se dice intocable. 


Ha sido un mal año para esos intocables y hemos leído una retahíla de acusaciones de violación contra el comediante Bill Cosby, que, según se cuenta, lleva agrediendo mujeres durante décadas, y también las declaraciones de Stephen Collins, que confesó haber abusado sexualmente de una niña de trece años.
Dos padres televisivos tan queridos y entrañables, ventilados por la inmisericorde luz de la verdad.


También los noticiarios nos contaron de dos sectas religiosas desmanteladas en España; en una, sacerdotes abusaban con violencia de sus acólitos y, en otra, un orientador espiritual convencía a sus feligreses de que su semen contenía el fruto de la divinidad. 
La profunda repugnancia que ofrecen estos disclosures, especialmente cuando hay menores en juego, habla de la difícil relación que tenemos con la verdad. Como dije en cierta ocasión, nos pasamos la vida pidiéndola, pero, en realidad, no queremos saberla. Yo no quería enterarme de esto, me digo cuando leo noticias sobre pederastia, esas que, a veces, me quitan el sueño.
Lo que complica la situación no es el acto delictivo, sino su desconcertante perpetuación en el tiempo y la presencia de procuradores y silenciadores. Hay quien abastece a esos monstruos y sostiene la puerta mientras hacen de las suyas. Quizá también sostienen las cabezas. Y hay quien desoye a las víctimas. Una y otra vez. 
El abuso de menores no es cosa nueva, pero su estudio exhaustivo empezó el otro día, desde el momento en que dejó de ser buena idea que los niños jugaran en la calle.
Como todo lo malo, se extiende y se propaga con una facilidad alarmante. En ciertas áreas del mundo, se vive como una epidemia, porque quien fue abusado es probable que haga lo mismo cuando crezca. 


La destrucción que conlleva ser agredido sexualmente a edades tempranas es incalculable. Cuando se abusa de un niño, se declara una guerra contra la civilización, contra la humanidad. Porque se destrozan los principios básicos de la educación de una persona: la esperanza, la confianza, la persecución de la felicidad, la plena realización física y mental. Y la seguridad, especialmente cuando el pederasta asegura tener el poder de seguir destruyéndote si te atreves a desenmascararlo.
Leyendo sobre el lamentable asunto, descubrí algo interesante: la diferencia entre pedofilia y pederastia. La pedofilia es el deseo, que no siempre lleva a la realización, y la pederastia es el acto en sí, que no en todos los casos viene precedido de una fijación por los niños. No todos los pedófilos cruzan el límite, ni todos los abusadores de menores son exclusivamente pedófilos.
El desequilibrio mental y el sadismo psicópata son las respuestas clínicas a uno y otro caso, así como la frustración sexual y el fracaso social del agresor. 
Clamar abuso de menores pasó de ser una idea bastante peregrina a convertirse en la acusación por excelencia. Se destroza la reputación de una persona sólo con la insinuación; por eso, es tan complicado proceder en ocasiones.
Pero el caso de Jimmy Savile es alucinante. Querídisimo presentador de la televisión musical británica y amparado por la BBC hasta el día que se murió, todos sus honores - donde se incluía el título de Sir - fueron retirados cordialmente cuando se acumularon las evidencias de una historia de horror y abusos, extendida en la sociedad inglesa durante más de cincuenta años. 


Era el gobierno de un sádico, que abusaba de todo el mundo, de todas las edades, en todos los lugares. La BBC, los hospitales psiquiátricos y los centros de acogida eran los escenarios predilectos de sus brutales rampages, pero también podías encontrártelo en un hospital público, donde agredía sexualmente a la enfermera, a las visitas y hasta a un niño agonizante.
Encaramado tras ese victimismo de las figuras públicas en torno a su vulnerabilidad a la calumnia, murió sin ser siquiera señalado con fuerza por nadie, ni de la BBC ni desde esferas políticas, judiciales o policiales y, sólo muerto el perro, se desmantelaron los efectos de su rabia.
Ha sido provechoso, en todo caso, dentro del olor a podrido, porque Scotland Yard mantiene ahora una investigación rigurosa en torno a otros poderosos que llevan años cometiendo actos similares.
El otro día, recibieron y creyeron la confesión de una víctima, que aseguraba haber sido mártir infantil de ciertas "fiestas", llenas de violencia y escenarios de explotación, cuyos detalles me dejan sin fuerza, sin aliento, sin una puta mierda de esperanza en este universo.
Los débiles brutalizados, usados como ceniceros, los actores involuntarios de animales fantasías, si es que las palabras "animales" y "fantasías" se pueden utilizar para definir esos detritus, o la evidencia de que el nazismo no murió en 1945.
El sexo es una cosa complicada y hay impresentables que no se resisten a eso de erotizarse con lo que no se debe.
No se resisten a nuestra oscuridad, a que nos interese lo que debería repelernos, a nuestros impulsos irracionales; unidos a la represión y al desequilibrio mental, los llevan a cabo. Una y otra vez. Con escenificación. Con risas. 


He podido entender muchos crímenes, quizá pueda compadecer a muchos asesinos y ladrones, pero nunca, jamás comprenderé a los que violan, a los que torturan y a los que violan torturando. A los que se divierten con eso, se mondan de la risa cuando lo ven hacer a otros y a los que, en general, lo utilizan para su placer y orgasmo. 
Me cuenta el mundo que sucede. Y mucho. Niños en el Reino Unido, mujeres en Ciudad Juárez y tantos y tantos cuerpos en los más deprimentes reductos del Tercer Mundo.
- No entiendo cómo alguien puede anular de esa manera el sentido de la piedad. O cómo puede suprimir el simple miedo a que lo descubran. No entiendo cómo pueden. - dije, en una ocasión, tras leer tristes noticias al respecto.
- Porque pueden hacerlo. Porque se pueden salir con la suya y lo saben. Porque tienen el poder - me contestó una de mis amigas más sabias, aunque seguí sin comprenderlo.
Ya lo decía Woody Allen en "Delitos y Faltas": hay gente allá arriba que hace cualquier cosa imaginable y jamás será cuestionada por ello.
Yo me pregunto si la próxima revolución pasará por acabar con los inmunes, con los intocables, con los vitalicios, con esos que lo compran todo.


Cuando se leen casos como los de Bill Cosby o Jimmy Savile, se recuerda la necesidad de permanecer apartado en la medida de lo posible de la gente con mucho poder. Hay que alejarse de los poderosos y sus camerinos, pero también de la misma idea del poder.
Porque, ¿qué fue primero? ¿La corrupción o el poder? Por ejemplo, ¿se metieron a curas para que Dios acallara sus pedófilos deseos con el contrito gesto? ¿O vistieron sotana para violar niños con más facilidad? ¿O fue el celibato lo que llevó al desequilibrio? ¿O fue sólo la oportunidad de hacerlo?


En los pasajes que glosan la llegada al poder, se escribe acerca de un proceso de vampirización. Ahora lo tienes todo y has entrado en una nueva realidad donde cualquier cosa es posible para ti. Olvídate de la moral, de la religión, de la justicia. Lo único es el dinero y el placer. Éste, en todas las formas imaginables.
En la corrupción y su aceptación, ha de citarse la propia consecuencia de la sociedad competitiva y devoradora, donde unos se endeudan con otros, donde se sobornan y chantajean, donde debes participar de sus fiestas y sus prácticas para ascender, donde ser mejor que otros es ser el más malvado, el más fustigador, el peor. Con tanto estrés, tanto tirante y tanta dentellada, más locura, seguro desequilibrio mental.
Los desechos de las "fiestas" viven entre la parálisis que significa convertirse en una víctima y la inarticulación de respuestas. Las instituciones fracasan, las denuncias se retiran, los dolores se niegan. Y reina el miedo a represalias, a que se repita.
Pensaba yo que toda esa sarta de abusos sexuales acallados era cosa anglosajona. Ellos, con sus reglas de educación, con su frialdad, con su hipocresía y snobismo, no sabrían reaccionar de ningún modo a la revelación de que el cura, el querido presentador o el mismo progenitor se está beneficiando a la chavalada y que, además, tiene el silencio o hasta la complicidad de muchos para seguir haciéndolo.  
Pero no es verdad. No es cosa exclusiva. Está cerca de casa. Siempre lo estuvo. Recuerdo una niña de mi colegio que fue agarrada por un hombre con la promesa de caramelos. Por suerte caída del Cielo, su padre pasó por el lugar donde era arrastrada hacia el coche del cabrón y pudo rescatarla. Llegó a clase al día siguiente con las rodillas arañadas del asfalto. Se dice que nunca lo ha olvidado.
Hace unos años, encarcelaron a un maestro de kárate, que detentaba un chalé de Gran Canaria, donde montaba orgías con los chicos y chicas que entrenaba. Sucedió durante años de silencio y aceptación, manejados por un maestro de la convicción. Finalmente un joven lo denunció, acabó con él, puso en duda la infalibilidad de su maestría, sólo por el simple, sincero, tan milagroso temor de que a un hermano menor le tocara pasar por lo mismo. 
En el orfanato de Santa Cruz, se comentó hace poco que existieron abusos sexuales y alguien dijo forzosamente aquello de:
- Eso siempre se ha sabido.
Esa frase me da ganas de vomitar. ¿Por qué se ha sabido y no se ha hecho nada? 
Es el descreímiento. ¿Quién te lo iba a decir de Bill Cosby? Y sobre Woody Allen, no sabemos si no lo creemos porque no es creíble o porque no lo queremos creer.
También entra en juego algo parecido al síndrome Genovese, o la apatía urbana. Están violando a alguien, que otro llame a la policía. 


En cuanto a la connivencia y los procuradores, hablamos de esos súbditos de los poderosos que se los perdonan todo y que también son agredidos de las más variopintas formas. Los guardaespaldas, los subordinados, los chupatintas, las mascotas. Tontos del culo.
Es la victoria de la supervaloración del trabajo, la autoesclavización y el sacrificio. Déjate, no te quejes, aguanta.
Lo haces por el dinero, como le decía su propia familia a una chica antes de convertirla en prostituta de Berlusconi. Hoy sudas, hoy te dejas maltratar, mañana tendrás el yate. Y también tendrá la miseria, el dolor, la destrucción, el puro y simple cansancio, que no lleva a nada ni significa más que sí mismo.
Y, ah, del cinismo ante nuestra impotencia. Qué voy a hacer con ese tipo, tan lejos de mí. Qué suerte he tenido yo que nunca me ha tocado, que viví una infancia feliz, que jamás me han metido el dedo en el culo sin haberlo deseado. Oh, yo no pude hacer nada. Oh, yo no puedo hacer nada. Esas mentiras que nos contamos para pasar a la siguiente página del periódico.
Todos congelados como en la cinta Zapruder.
Aunque estoy en contra de la pena de muerte y los linchamientos, me sorprende la escasa reacción de la gente ante la revelación final de estos cabrones. Será que he visto demasiados episodios de "Caso Abierto", esos que te cuentan que un padre mató al violador de su hijo y, entre lágrimas, oyes la frase: "No me arrepiento de haberlo hecho, aunque no paró el dolor".
Aquí nadie hace nada, parece que ni lo intentan. De un universo ancestral de sangre caliente donde nadie llegaba vivo al juicio, hemos caído en un mundo apático, en el que los delincuentes se sumergen en las misteriosas cárceles y los casos no se vuelven a nombrar jamás. Quizá es mejor el olvido. Tal vez nada detiene el dolor y esa es la única certeza para las víctimas y sus familias.
O es como la cinta Zapruder: la vida no es una película convencional, no hay reacción y sí vacío.
Y la negación de la realidad. Yo confieso. No quiero saber los detalles. No me los cuentes. Vamos a ver una película de la Metro Goldwyn Mayer, Quiero ser feliz. ¿Puedo? ¿O soy el definitivo cómplice?


Difícil tesitura la mía, quizá también la tuya, Porque no hay que ponerse excesivamente severo con nuestras aspiraciones de un mundo Metro. Es normal, es humano, es casi una reacción instintiva la de abstraerse del horror. 
Y enterarse de lo que ha hecho el cabrón es su última victoria. Porque imprime en terceras personas la imagen de sus actos. Esa imagen que nos destruye de una manera sutil, que se queda grabada en nuestros cerebros y que nos cambia de por vida. Sabiendo lo que han hecho también somos sus víctimas. Aquí John Fitzgerald no es el único muerto.
Nada escapa a esas imágenes. Ya no nos podemos fiar de lo más puro, porque quizá no lo sea. Quizá esté pendiente de otro disclosure, pensamos.
Así se acaba la inocencia. El mundo sube su telón y aparece como ese lugar peligroso y desagradable, lleno de indiferencia y egoísmo, donde cae la fe en la misma pervivencia de la civilización, que fue más barbarie de lo que imaginábamos.
¿Cuál es el camino a recorrer entre estos harapos? Una buena mezcla entre decidida acción política y oídos atentos a toda víctima, donde quiera que esté.
Esos oídos atentos hacen maravillas. Las han hecho ya, las están haciendo. Dice la conclusión de "True Detective" que "la luz está ganando".
En toda destrucción, algo pervive. En toda perversa convicción, resta la opuesta sensación de que está mal. Alguien llamó porque no quería que le pasara lo mismo a su hermano. Bendito seas, porque no acabaron contigo. Ese día, perdieron los malos.


Conciliemos el sueño o no esta noche, es mejor que se sepa. Es bueno que la mierda haya flotado y se huela en toda su intensidad. Crea una conciencia, despierta una alarma. Hemos perdido la inocencia, pero tenemos la madurez y sabemos qué hay que extirpar: los tentáculos de lo intolerable.
No se puede borrar lo sucedido, ni siquiera enmendar. El daño está hecho, la Historia está escrita. Pero, eh, estamos vivos. Lo suficiente como para reescribir el futuro.


Lo suficiente como para proteger lo querido y luchar siempre, incansablemente, contra todo pronóstico, por ese final Metro Goldwyn Mayer que queremos para nosotros y para los demás.

2 comentarios:

  1. Joder, gracias por esta entrada.

    La luz está ganando, quiero creer... parecen eslóganes, pero también parecían ángeles los que después se descubrieron como más que demonios, como perversos conocedores de la maquinaria que permite aniquilar lo que tenemos de humanos.

    Esto es una buena forma de terminar el año, si señor, yo quiero el final Metro.

    Un saludo.

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  2. Muchas gracias a ti, Víctor, me alegro infinito de que sigas pasándote por aquí. Y todavía no termina el año en IAV, que mañana hay emocionante resumen del 2014!

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