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lunes, 14 de octubre de 2013

Paul Bettany


Los hacen rubios en latitudes norteñas, señor mío.
Por regla general, Paul Bettany aparece en una película y roba la escena. Y, forzosamente, yo me pregunto, boquiabierto y ojiplático:
- Sirk mío, ¿acaso puede existir un ser más rubio que este hombre?
Dudo que también haya actor más hipnotizante y arrollador, que sobresale desde filas secundarias como los mejores contemporáneos y mantiene esa eterna promesa en su mirada de que, también al modo de lo más selecto, está desaprovechado por la gran maquinaria.
Paul Bettany es un actor a la espera de papelón en un mundo raquítico de papelones.


Él asegura que no tiene ningún plan artístico. 
Como actor intuitivo, Bettany adora la improvisación, y además de sello de sus interpretaciones, también lo ha sido en sus rumbos artísticos. Le gusta la variedad y, echando un ojo a su currículum, se nota que le hace ascos a poco.


Paul Bettany es hijo de familia de teatro y él, como rebelde sin causa, se lanzó bien jovenzuelo a buscarse la vida, donde fue artista callejero hasta que pudo costearse estudios de dramaturgia.
Londres era ese lugar de nacimiento y conquista, y papeles elogiados dieron paso a mejores oportunidades y luces internacionales. 
Con el cambio de siglo, se le vería en producciones de postín y repercusión.


Su papel más aclamado hasta la fecha se encuentra en "Master And Commander", aunque sería otra película con Russell Crowe la que lo pondría en el mapa de ruta hollywoodiense y hasta le traería el amor de sus días.
En la blandengue "Una Mente Maravillosa", Bettany era exquisitez en plena planicie fílmica y, aunque no compartía ninguna escena con ella, no pudo menos que fijarse en la ya legendaria belleza de Jennifer Connelly.


Connelly, además de tan guapa, salió de esa película bien dorada: con un Oscar y casada con Bettany. Lo que yo llamaría una perra sarnosa, por pura envidia.
Paul Bettany y Jennifer Connelly es una pareja hermosa hasta decir basta, por como se compagina la rubiaciedad de Paul con la morenez de Jennifer. 
Llevan una década de matrimonio y tienen tres niños, pero yo deseo sinceramente que se encarguen de repoblar el planeta. 
Si mañana es día del Diluvio, hagan sitio en el Arca a Bettany y Connelly, por favor.


Con Ron Howard, Bettany también repetiría en otro pestiño celebrado. Y es que ningún otro actor podía ser el alocado monje albino de "El Código Da Vinci". 
Porque llamar a Paul Bettany significa marcar código rubio, con todas las ganas.


Y además de rubio o precisamente por lo rubio, Paul Bettany está muy bueno. 
De un modo avasallante, a veces. Es uno de esos hombres atractivos in crescendo, que atraen inmediata atención, mientras conquistan poco a poco y abarcan la pantalla con una personalidad entre finamente chulesca y distinguidamente personal, bajo la intensidad actoral que profesa.


A Paul se le ha podido entender de tenista amoroso para Kirsten Dunst o como la voz de Jarvis en la saga de "Iron Man", pero hay un momento Bettany tan infravalorado como la película que lo contiene. 
Me refiero a "Margin Call", helador drama sobre una debacle corporativa, con un reparto bastante ecléctico, donde Bettany, como es de costumbre, se los zampa a todos. 
Desde que lo vi en "Margin Call", me dije: "Es increíble el talento que tiene este hombre. Es increíble que no haya estado en "El Día del Maromo". Es increíble lo mucho que puedo odiar a Jennifer Connelly".
Todo muy increíble lo mío con Bettany.


Leía hace poco que Ridley Scott está en marcha con una secuela de "Blade Runner" y, aunque haya cero esperanzas de siquiera que roce una brizna de la brillantez original, por lo menos podría contar con Paul Bettany, que sería un pedazo de replicante de los que vosotros no creeríais.
Un nuevo Roy Batty, sí. Imagínate: un metro noventa y tres de titán en tu ventana, y no sabes si viene a matarte, a comerte o a informarte que ha dejado a Jennifer por ti.


Paul es de esos seres más altos que la vida y un tanto extraterrestres de aspecto que parecen no envejecer nunca. 
Tiene cuarenta y cinco años y cualquiera lo diría. Seguro que era igual a los dieciocho.


Como siempre digo a propósito de estos actores de culto - esos que a todo el mundo le gustan, menos a los productores de Hollywood -, sólo espero verlo más, mejor y muy noticiable en próximas aventuras cinematográficas.


Que te aproveche en el entretanto, Connelly.

viernes, 8 de febrero de 2013

"Érase Una Vez En América"


Canto del cisne del cineasta italiano Sergio Leone, "Érase Una Vez En América" proponía una saga gangsteril con la voluntad de ofrecer una obra definitiva.
El resultado de la operación fue una película enorme, sometida a diferentes montajes en sus distintos estrenos, algunos vividos como auténticas masacres del original, que la hicieron un título incomprendido y un tanto maldito. 
Los años y las exhaustivas recuperaciones de metraje han permitido el visionado en creciente amplitud de "Érase Una Vez En América", así como su calificación de obra maestra. 
Obra maestra o no, se trata de uno de los films más ambiciosos y cautivadores nunca perpetrados, sólo posible desde la mente apasionada y obsesiva de Sergio Leone.
A estas alturas, "Érase Una Vez En América" se reconoce como una experiencia cinematográfica de gran calado, a la que se ha de volver una y otra vez.


Basada lejanamente en una novela llamada "The Hoods", pero también con inspiración confesa de "El Gran Gatsby" y "Martin Eden", "Érase Una Vez En América" relata la historia de Noodles, un chico nacido, crecido y gangsterizado en el barrio judío de Nueva York.

Robert de Niro como Noodles

Desde un fumadero de opio, donde una lejana llamada telefónica interrumpe su paz, se cuentan, de manera desordenada, los años cruciales de su existencia, desde la creación de su camarilla de pequeños delincuentes hasta su esplendor como contrabandista de alcohol durante los años de la Prohibición.
La traición es la cuenta pendiente, pero también el amor, aparecido en la niña Deborah que baila en el almacén, convertida en la mujer indiferente que nunca lo corresponderá.


Al final, la traición está en el propio recuerdo, que se muestra brumoso e inasequible a la verdad, cual efecto del opiáceo humo. 
Como en "El Hombre Que Mató a Liberty Valance", la historia oficial de lo sucedido es aquello que nos contamos para dormir, reacios a saber y entender la verdad.


La temática profunda se desgrana desde la revelación fotográfica de la Historia de un país, vertebrado desde los harapos a la riqueza, contado desde la continuada deslealtad a sí mismo, donde los grandes hombres fueron pequeños rateros, esos que se cambiaron el nombre y vistieron de aristocracia.
El individualismo y la avaricia de los personajes se contraponen irónicamente a su férreo sentido de la amistad y la pertenencia racial. Entre uno y otro, se cuecen sus riquezas y sus arrepentimientos. Entre uno y otro, se cuentan sus vidas y sus recuerdos.

James Hayden, William Forsythe y James Woods

El final de "Érase Una Vez En América" es tan ambiguo como sus personajes, que pueden ser inmortales o simple basura para el camión.
También son ambiguos sus sentimientos, desconocidos desde su corrupción integral, resumidos en una sonrisa tonta en el fumadero.


Además de esta riqueza argumental y temática, es imposible sustraerse al poder audiovisual de "Érase Una Vez En América".
Evoca un pasado desgarrador y sangriento como una fascinante pesadilla, dentro de una textura visual pocas veces alcanzada, rematada por la maravillosa banda sonora de Ennio Morricone, que pone en guardia desde el primer momento.
La música destila a la perfección la película: entre lo poético y lo realista, entre lo artístico y lo hortera, entre lo cautivador y lo desazonador.

Danny Aiello

Sergio Leone, conocido por sus estilistas spaghetti-westerns, se acercaba en esta ocasión al genéro gangsteril para depurar la épica del género y extraer poesía de su kitsch.
Desde el inicio, la película es un homenaje al cine y a la cultura popular, donde cabe "Amapola", "Yesterday", Irving Berling y la tradición pictórica de los maestros norteamericanos. 
"Érase Una Vez En América" es una fulgorosa imitación de sensaciones audiovisuales y licencias artísticas, integradas en la característica puesta en escena de Sergio Leone: esos lacónicos planos que se interrumpen con súbitos estallidos de violencia. 
"Érase Una Vez En América" funciona como la depuración del estilo Leone, desde el mismo momento en que lo transporta al discurrir urbano de Nueva York.
Y, como toda la filmografía del director, es una mirada forastera a la Historia y la cultura norteamericanas. Forastera, pero irónicamente certera, como si la lejanía pudiese captar mejor los matices.


Las deudas inmediatas de esta obra están en el cine de la década previa y, obviamente, en "El Padrino".
Podría aventurarse que su estética y vibración nacen directamente de los flashbacks de "El Padrino II", protagonizada también por Robert de Niro.


Ahora la bebedora es fuente y se la entiende como título influyente.
"Érase Una Vez En América" supone una alargada sombra para muchos directores contemporáneos, por ese cóctel de forma y fondo, arte y pop, Historia y género. 

Brian Bloom como el joven Patsy

"Érase Una Vez En América" no es una película fácil. Es violenta, parsimoniosa y la identificación con sus complejos personajes se revela tortuosa en ocasiones. Título de tan múltiples lecturas requiere múltiples visiones.
Y no hay mayor ejemplo de la dificultad que servidor, quien gustaba de cuestionar esta película en sus más encendidos debates cinéfilos y calificarla de "mamotreto pretencioso y machista".

A la izqda., Tuesday Weld como Carol

La convicción tenía que llegar algún día y quizá también la capacidad de comprenderla y sentirla. 
Ahora puedo decir que "Érase Una Vez En América" es emocionante, dolorosa y bellísima de principio a fin.


"Érase Una Vez En América", estrenada en 1984, fue capítulo final de la carrera de Leone, pero también de la corriente revisionista del cine moderno que eclosionó durante los años setenta.
Sin duda, un canto de cisne para un añorado tipo de empresa cinematográfica por la que se apostaba todo y se vivía como una experiencia integradora y reveladora de verdades históricas, sociales y morales. 
Es esta una película larga y complicada, pero con muchísimo que decir y expresar. Ahora, desafortunadamente, las películas sólo son largas.