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domingo, 18 de enero de 2015

Donde Están Los Maricones


- Follan, Patricia, follan.
Cuando se escribe, se puede ser elegante, pero siempre hay que buscar la precisión. Y la expresividad, por supuesto.
Rememoro hoy una clase de Guión, cuando una compañera, a quien llamaré Patricia, escribió la siguiente línea: "Los protagonistas se besan y dan rienda suelta a sus pasiones".
El profesor se burló del eufemismo y aseveró que eso de dar rienda suelta a las pasiones también podría significar que los protagonistas hacen caca.
- Follan, Patricia, follan - sentenció.


Sé que tengo cierta fama de señor glamouroso y nada chabacano en mis escritos, aunque nunca he huido de las palabras "follar" y "pollas" cuando estoy hablando de follar y pollas. Muchos considerarán esos términos como cosa muy ordinaria, pero cursilería es evitarlos. Hay que decir lo que se quiere decir. Y tanto "polla" como "follar" son dos palabras muy exuberantes, sexys y, de paso, me recuerdan lo que desearía estar haciendo en este momento.
Entonces, entienda usted el título del post, compréndalo.  Maricones, sí, maricones.
- ¿Dónde están los bares de maricones? - me pregunté el otro día. Todos cerrados y desaparecidos. Los bares, no los maricones.


Maricón. Qué palabra tan complicada. Es un insulto, es un grito de guerra, es una vulgaridad o incluso una muestra de cariño y jocosidad. La historia de nuestras vidas es la historia de darle la vuelta al término.
La palabra "maricón" está asociada, de manera general, a la opinión que se tiene reservada hacia los caballeros que nos vemos atraídos por otros caballeros. Considerada una cosa antimasculina e incluso depravada en otros tiempos y otras latitudes, referirse a un hombre de ese modo es la manera habitual de rebajarlo, caricaturizarlo, reírse de él y marginarlo.
Es un insulto de gran fuerza, porque acaba en una "o" de imponente acento y, cuando se usa, se grita como señal de alarma. Se detecta y, entonces: ¡MARICÓOOON!
Pero los que han sido llamados maricones no son sólo los homosexuales. Y de hecho, muchos homosexuales nunca han recibido ese insulto.
Porque maricón es la palabra para clamar, ante todo, por la más mínima muestra de ternura hacia otro hombre, por cualquier apropiación del género femenino y por la señal de la falta de ánimo o esfuerzo. Es el clamor ante lo que se considera debilidad. Es que un hombre se parezca a una mujer.
Oh, anomalía.


- ¿Ese monedero verde es tuyo, Josito?
- No, es de mi hermana.
- Ah, menos mal, es que eso ya era demasiado maricón.
La superación de esas situaciones viene a la aceptación de que sí, soy maricón, qué te pasa. Si estoy entre amigos, es probable que nos refiramos entre nosotros de ese modo y hay mujeres que lo usan como muletilla para acabar sus frases. Muy fuerte, maricón. ¡Pero, maricón! Qué tal estás, maricón. Como dice la RAE, ahora es ese insulto grosero, con su significado preciso o sin él.
Hay quien asegura que es una palabra más digna y menos gringa que la políticamente correcta "gay" que, digamos, representa la aceptación post-Stonewall, la progresiva asimilación de la homosexualidad en Occidente y quizá un regalo. Una palabra bonita - gay, alegre - para enmendar todas las horribles que la Historia nos ha dedicado.
En todo caso, la palabra maricón y todos los insultos dedicados a los homosexuales cuentan más nuestra universalidad que la profiláctica "gay". Es lo que superamos, es lo que reconvertimos de la tristeza al orgullo.
De algún modo, que uno se acepte como maricón es más importante que se declare gay. Hay una diferencia, sutil quizá, notoria también. Los caballeros homosexuales que me lean saben de lo que estoy hablando: pronunciarse gay asimila en sociedad, afirmarse maricón declara la guerra.
¿Es la palabra para definirnos? ¿Es la que debemos aceptar? En todo caso, maricón viene de María. Es decir, que la etimología misma encierra el significado despectivo: hay algo femenino en ser homosexual.
Incluso cuando los homosexuales nos referimos entre nosotros como maricones no sólo expresamos camaradería, sino también cierta soterrada tendencia a rebajarnos los humos mutuamente o a puntualizar que uno está haciendo o diciendo algo demasiado femenino.


De un modo elocuente, la alarma ante lo femenino está bastante arraigada en todas las psiques y, como he dicho muchas veces, es uno de los genuinos frutos del machismo.
Yo mismo tengo una relación complicada con la palabra, porque oída con un poco de volumen me hace temblar las patitas, del mismo modo que si me la susurra un hombre al oído con eróticas intenciones, me encanta. Hay veces que tiene gracia; otras, que ninguna.
Ha sido una mala semana para las maricones. O buena, según se mire. Todas las veces que nos tiran al barro, salimos con un garbo que ni Greta. Es la victoria diaria ante el absurdo ajeno. Es lo que decía ayer en el Facebook: somos encantadores, ¿por qué nos odian?
No todos somos encantadores, sí, pero, bueno, ya sabes de lo que hablo. 
En un programa televisivo de telerrealidad, dos señores cantantes de otrora aseguraban que preferían tener un hijo enfermo que maricón. Lo dijeron con las piernas cruzadas y poses y gestos que cualquier recio identificaría como mariconísimos, pero ellos sostuvieron la homofobia en directo y lo peor: lo justificaron tirando de etnia.
Los echaron del programa ante una audiencia que se pirra por estas cosas y la noticia ocupó también los periódicos más importantes, que decían que Los Chunguitos eran muy chungos. 
Para disculparse, dijeron que tenían muchos amigos gays, socorrida respuesta tras ofenderte. Me suena a "los frecuento turísticamente, pero de la puerta no me pasan". Además de homofobia, este mundo tiene un miedo ancestral al vacío, las medias tintas, lo inesperado. No molesta tanto la homosexualidad como la posibilidad de que se convierta en algo más allá de la etiqueta: molesta la homosexualización. Y sigue molestando la mariconez, claro.


Donde están los bares de maricones, pregunté yo, mientras veía las puertas cerradas.
Buscaba a los amigos gays de Los Chunguitos: esa masa uniforme de hombres afeminados, que bailan los éxitos de moda, van al gimnasio, miran altivamente y tienen un brillo romántico en los ojitos de sus delicadas caras. Y follan, Patricia, follan mucho.
¿Es posible contar algo que nos unifique? He ahí esa serie de la HBO llamada "Looking", esfuerzo de sinceridad bastante honroso, aunque no termina de gustar a todos los aludidos. 


A unos parece demasiado seria y, aunque visite los hipersexualizados escenarios del ambiente, es muy poco guarra. 
Cuando salieron las primeras imágenes de Jonathan Groff en leather, nadie podía imaginar que ese episodio fuera tan blanco, tan tímido, tan Jonathan Groff. 
Otros aseguran que es una serie que habla de los gays victoriosos, ricos y con posibilidades de expresarse y ligar un montón, todo eso que es más congruente en la las grandes ciudades.

Los gays de la barriada de abajo soñarán con esa vida, pero la encuentran poco. 
Escasas ficciones retratan a los gays que no follan nunca, que no tienen otros amigos gays, que no salen de fiesta, que nunca han tenido pareja a la que ser infiel repetidamente, que han experimentado poco, que tienen miedo del sexo - o ningún interés en él - o que buscan sin encontrar bares de maricones en sus pequeñas ciudades o pueblos. Sin hablar de los que no han salido del armario y de los que no pueden hacerlo.
Son los gays sin acción, que llevan vidas distintas a las que se nos atribuyen. A veces, por simple elección. Me pregunto si serán la silenciosa mayoría. 
Como vendrá usted sospechando, dar una imagen homogénea del asunto es hundirse en el error. Porque tiene que ver con la vida de las personas. Qué hacen en una etapa, qué dejan de hacer a la siguiente. Y, sobre todo, qué pueden hacer. 
Personalmente, cuando vivía en una gran ciudad, llevaba una vida más parecida a los chicos de "Looking": este me gusta, este no me llama, este me folla contra el árbol. 
Ahora, voy a la búsqueda de los bares de maricones. No soy yo, fue la vida, dijo el proverbio.


¿Dónde están? Sucumbidos ante las aplicaciones de ligue. Habrá que utilizarlas, pero no sé contestar a las preguntas "¿qué buscas?" o "activo o pasivo?". Podría responder "lo busco todo" y "depende de cómo tenga de dilatado del día", pero ya sería imponerse intelectualmente, cosa que hago con notoria frecuencia y fatal resultado.
Y no soy clásico sólo para el cine. Te veo, me ves, nos gustamos, otra copa, ¿no?, allá vamos. Sin tecnología de por medio. Es más fácil, es más divertido. Quizá me puede la timidez, la inseguridad, el orgullo, quién sabe. 
¿Dónde están los maricones? ¿Follarán, Patricia?
La masa uniforme. Dicen que no debieran haber bares de maricones, sino lugares mixtos e integrados. Lo dicen los heterosexuales, claro. Esos que viven y pululan con tranquilidad en un mundo de comportamiento completamente heteronormativo, donde el número de posibilidades de que un homosexual se manifieste con libertad se reduce de manera drástica.
Bien me gustaría no tener que salir de noche, ni gastar dinero, ni beber esos brebajes malvados, ni tener nunca más resaca, ni estar en lugares atestados con una música horrible y rodeado de tipos con los que comparto únicamente el motivo por el que estamos allí. Es divertido en muchas ocasiones, pero la obligación del paripé es lo que me ha matado toda la vida.
Sí, me gustaría encontrar el amor en una biblioteca, pero me puedo pudrir en el libro de tanto esperar.


Recuerdo a mi amiga y seguidora Paloma cuando me decía la verdad: cada vez nos cuesta más salir de marcha y, tengamos veinte años más encima, seguirá siendo la única oportunidad consistente de conocer a alguien, ya sea para una noche de compañía o para prados verdes. 
Si no hay bar de maricones, no se folla. No se hace nada.
- ¿Acaso no follaban, Patricia?
Paloma encontró el amor en mi Facebook, como bien conté hace un par de años, y se cumplió aquello de "sucede cuando menos te lo esperas". ¿Esperaré a que suceda? 
Me pregunto si hay que bailar en el entretanto o, simplemente, no hacer nada. Ni ser un gay estilo "Looking" me trajo lo que buscaba ni tampoco considero que quedarme en casa el sábado por la noche sea la alternativa. 
También podría abrir yo mismo un bar de maricones. No lo tienes, hazlo tú, qué cosa tan contemporánea. 
Suena a una gran idea, pero apártame de las grandes ideas durante un tiempo, por favor. 


Ay, pensaba que este iba a ser un gran post, pero he divagado más que un mono borracho. Será que no follo, Patricia, entiéndelo.
En fin, quería decir que la gente tiene miedo a que los maricones se acerquen y yo, paúperrimo de mí, tengo miedo a quedarme lejos de ellos.

lunes, 13 de octubre de 2014

Russell Tovey


Russell Tovey, el adorable actor british de las orejitas de soplillo, se precia en disfrutar el año más inquieto de su carrera. No es el primero, ni mucho menos, y si sigues las series de la Gran Bretaña, te habrás topado con esos pabellones auditivos en más de una ocasión.
Primer papel memorable fue cinematográfico para "The History Boys", pero Tovey se conjuga con Catodia y se le ha visto desde vestido de época para "Little Dorrit" hasta puntiagudizando las orejas para el sci-fi "Being Human".
Que Russell es lo más mono y boyfriendable en el mundo entero ya se sabía, aunque en la serie "Looking", más que novio ideal, prefirió ser fruta prohibida para Jonathan Groff. Ha sido su salto oficial a Norteamérica y capítulo decisivo para su culto. El momento del beso fue de agarrar las sales; en la season finale, casi exploto. Química como la de Jonathan y Russell, pocas. 
Abiertamente gay y perdidamente enamorado de su bulldog Rocky, confesaba esta semana que no quería mostrar su pene, porque teme que hagan tantas capturas y ruede tanto por Internet como sucedió con su trasero. Esperemos que las exigencias del guión lo hagan recapacitar. 
Por cierto, lo han promovido como fijo en el reparto de "Looking", qué menos.













lunes, 21 de julio de 2014

Jonathan Groff


El adorable caballerete de este lunes es un auténtico starlet
Es decir, la estrella en potencia, esa que tiene lo necesario: la frescura, los mil talentos, los papeles aplaudidos, el moderado nivel de fama y la sonrisa brillante y hollywoodiense requerida para la ecuación. 
Como la mayoría de los y las starlets, Jonathan puede que no lo consiga y no dure más que unos años, pese a tener todo a su favor, porque el mundo del espectáculo es así de devorador y sintetizador. 
Pero la gran diferencia con el resto de estrellas-to-be reside en el outing previo. 


A diferencia de otros actores homosexuales, Jonathan lo dijo antes, en primer lugar, sin problemas, sin necesidad de rectificación, sin miedo que valga. 
¿Los tiempos cambian? Al menos, en las portadas fastuosas del mundo del espectáculo, el ejemplo de Groff es un paso de gigante.


Este chico tan espabilado lleva en el negocio desde hace mucho tiempo, aunque la suerte fue decisiva cuando le llegó la llamada de Broadway y protagonizó "Spring Awakening", aclamado drama que lo unía por primera vez a Lea Michele, por entonces y hasta hoy, amiga del alma. 
Ambos llamaron poderosamente la atención de Ryan Murphy, el mismo que los llevara a la popularidad internacional.


Ver a Jonathan es echar tantísimo de menos aquellos primeros años de "Glee", donde fue Jesse St. James, el malvado rival de los chicos del McKinley, que aprovechaba para enamorar a Lea Michele y protagonizar unos imponentes números musicales. 
No fue el debut televisivo de Groff, pero sí su prueba de fuego y su mayoría de edad a ojos de todos.


Cuando la GLAAD ya lo firmaba entre sus estrellas favoritas, los reporteros preferían cazarlo junto a Zachary Quinto; según la rumorología, pareja durante un tiempo. 


Decía cierto malvado periodista que no se creía a Jonathan - y a otros actores - en roles heterosexuales, algo que pareció no creer la Disney, que lo llamó para darle voz al rústico Kristoff en el apotéosico éxito de "Frozen". 
Ahora que "Frozen" quiere trasladarse a Broadway, Jonathan aseguraba que no tenía físico para incorporar a Kristoff en el teatro. Que sí lo tienes, hombre, que sí.


Y, cuando ya lo echábamos de menos en televisión, anunciaba serie, con su cara bien protagonista, de nombre "Looking" para la HBO.
Del centenar de nominaciones a los Emmy que se ha llevado la HBO - la mayoría, inmerecidas -, ya podrían haberle hecho un hueco a "Looking", en general, y a Jonathan, en particular; de largo, lo más refinado y honesto que se ha visto en esa cadena en mucho tiempo.


Quizá no lo suficientemente divertida para devenirse en fenómeno, la pequeña gran "Looking" se las viste de corredora de fondo y, mientras espero una segunda temporada que ponga la directa con más episodios, soy incapaz de quitarme de la cabeza la interpretación de Jonathan Groff, tan tranquila y ricamente matizada, resumiendo toda la ternura y amargura de la serie.


Además del tour-de-force, Jonathan Groff también ha enseñado carne, protagonizado un par de escenas de cama memorables - ese rimming, señor mío, ese rimming  - y vestido un chaleco de cuero. Jamás he sido fan del leather, pero, con Jonathan, estoy por cambiar de idea. 
Será por el contraste del material con este chico bueno, saludable y juvenil. Será porque Jonathan lo mejora todo.


"Looking" es una realista mirada a la vivencia gay en las grandes ciudades, escrita y producida por gente sensible y sabida de lo que habla, pero también un buen festín para estos lunes. 
Además de lo mucho que adoramos a Jonathan, también ratificamos el encanto por Russell Tovey, otra monada boyfriendable de tomo y lomo, digno de próximo lunes maromial.


La increíble química entre Jonathan y Russell, protagonistas de unos besos explosivos, es flamante mecha del susodicho e imparable gay power que se adueña de portadas e imágenes internaúticas, con la ratificación de que ha llegado la largamente perseguida visibilidad. 
Progresamos adecuadamente. En estas latitudes privilegiadas, claro.


La última semana, Jonathan aseguró que se estaba poniendo en forma para las escenas subidas de tono que se verán en la segunda temporada de "Looking". 
Sospecho que este Groff es como yo: se descuida un poco y como una vaca. 


Aún así, la HBO lo recogía de muy buen ver en esa chirriante y sobrevalorada "The Normal Heart" - en cuestiones de sutileza, es el país opuesto a "Looking" -, donde Jonathan ha interpretado un papel muy secundario, pero decididamente shirtless, así que captura la atención sin problemas.


El tirón del delicioso Jonathan Groff nos cuenta que el boy-next-door ahora es gay y lo canta a los cuatro vientos.


Exijo esa sonrisa contagiosa, ese pelo y esos ojos azules a mi lado, al despertar cada mañana. ¿No? Vaya.
Ver ese talentazo en pantalla durante mucho tiempo será, sin duda, el más bello consuelo.