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martes, 2 de septiembre de 2014

Un Día En La Violación


La última semana fui oportuno sin quererlo cuando vi "Impacto Súbito", la cuarta entrega de "Harry, el Sucio". En ella, una mujer se venga de un suceso del pasado, acontecido en una feria. El suceso y la palabra, eran, por supuesto, violación.
Como muchas películas de Hollywood, la violación era contada e ilustrada con un tono grotesco, alocado, donde las imágenes se disparan, una tras otra. 
Se supone que ese tipo de escenas nacen con la noble intención de enseñar al público que la violación es una cosa horrible y maléfica, ese atentado preclaro contra la civilización. 
Producen también otro efecto, el mismo que provoca cualquier escena de agresividad en el cine: el morbo. Y se quiere los detalles, incluso si lo visto revuelve el estómago. 


Este verano las noticias se han llenado de un suceso parecido a lo que cuenta "Impacto Súbito", acontecido también en una feria, donde una chica se acercó a la policía a primera hora de la madrugada, relatando que había sido violada por cinco elementos durante la noche. 
Cayó en contradicciones, las pruebas destruyeron su versión y los testigos aseguraron que hubo voluntad y consentimiento. La jueza archivó la denuncia; los acusados salieron libres. 
Grupos feministas arremetieron contra la decisión, mientras los rancios bastiones del machismo patrio encontraron un festín para decir aquello de que muchas violaciones son paranoias femeninas.
¿Qué es la violación? ¿Es eso que vemos en las películas? ¿Es Jodie Foster contra el pinball, dale que dale, y la cámara cenital mostrando su cara de pavor? ¿Es ancestral?
Como dijo ella cuando le dieron el Oscar: es muy cultural, pero no quiere decir que sea aceptable.


¿Dónde está la violación? 
Decía un artículo muy mal escrito que, si una mujer dice que ha sido violada es que ha sido violada. La intención era buena, el fraserío, imposible. Lo correcto sería decir que "si una mujer siente que ha sido violada es que ha sido violada". 
Pero, ¿dónde está la violación?, se pregunta el tonto.
La violación es un acontecimiento trágico para las civilizaciones y sólo llega la paz de verdad cuando terminan las violaciones en masa, arma de guerra donde las haya. 
Las violaciones destruyen a la violada y a su entorno, de manera irreversible. La violación no es una cuestión sexual. Es una muestra de ira y, de manera más significativa, un ejercicio de poder. El violador no sólo piensa que puede hacerlo, sino que puede salir impune. Por eso, muchos son incapaces de aceptar la culpa, dado que su discurrir obedece al más puro pensamiento criminal.
La violación se confunde con el sexo duro. Muchos dicen que mujeres heterosexuales y hombres homosexuales fantaseamos con la violación: un hombre te agarra por sorpresa y te folla bien fuerte. La cuestión es que eso es una fantasía. La escribimos nosotros, la dirigimos nosotros. 
La mente, como el cuerpo, es una cosa privada, donde el único consentimiento posible nace de nosotros mismos.


Lo que define la violación no es su escalada ni su dureza, sino la falta o anulación de ese consentimiento. Es decir, no, no y no. Te lo digo otra vez: no. Puedes decir que sí y cambiar de opinión. Puedes llevarte a cinco tíos a tu casa y cambiar de opinión. Puedes ser prostituta y decir que no. Si alguien rompe ese no, hete ahí la violación.
La violación no tiene porqué ser violenta ni espectacular ni estar condimentada con puñetazos ni siquiera destruir físicamente. La mayoría de las violaciones son silenciosas y, en ellas, vive la coerción y respira la resignación. "Si no te dejas, no te llevo a casa".
Para una persona cabal y educada, la violación es incomprensible. Porque si la otra persona no quiere, el disfrute sólo puede entenderse en un término tan egoísta que es un auténtico fracaso de la civilización. Y, si al violador no le importa ni para convertirla en un saco de boxeo y un receptáculo de semen, queda claro que alguien se perdió la clase de "Piedad y sus principios básicos". 
Las mujeres han sido violadas desde el principio de los tiempos y es ridículo el número de las que verdaderamente han sido escuchadas. La sociedad considera la violación tal problema que se apresura a disminuirlo. Qué vida llevaba esa mujer, será tonta, para qué se metió allí, por qué iba vestida así. 
Nadie quiere creer que sus hijos son violadores y restará drama, pero, si una de sus hijas es violada, clamará venganza y sumará tragedia. Así, los violadores han sido relativizados, mientras las violadas se sumían en la tristeza de la cortina echada.


Muchas violaciones no son denunciadas, porque la violada vive el proceso como una segunda violación, incluso si es creída.  Otras ni siquiera son percibidas o asimiladas como tales por la propia víctima.
El problema principal es la dificultad de probar una violación. Si ha nacido de un primer consentimiento, si no ha sido violenta, si el culpable es su marido, su novio, su prometido, hay mucho que perder. Y, al ojo del buen testigo, es el crimen que está más sujeto a la engañosa percepción. 
¿Se lo está pasando bien, está resignada o, desde que deje yo de mirar, va a empezar la violencia, la incomodidad, el "no me hagas eso"? 
Es lo que sufre de entrada la presunta violación de Málaga, que ha sido archivada en función de un vídeo y unos testigos. 
La versión de la presunta víctima no se sostiene. ¿Miente? ¿Dice la verdad?, se preguntaba el verano, mientras todos moríamos de morbo por ver el vídeo, grabado con un móvil por los chavalotes para ilustrar la proeza, qué menos.
Yo no he sabido qué creer y he vivido en la inevitable duda. Si una mujer se va con cinco chicos de extracción, digamos, desfavorecida en una feria, pasa con ellos toda la noche muy felizmente, permite que la graben y la fotografíen y, luego, amanece en plena mañana y denuncia a la policía que la han violado sólo hay una posible explicación: está completamente loca.
Esa posible explicación no me vale, aunque, a estas alturas, qué importa lo que yo crea o deje de creer. La respuesta es un triste "no lo sé".


Durante muchos años, se han enumerado recomendaciones a las mujeres sobre cómo evitar las violaciones. 
El otro día, leí un artículo que aseguraba que vivimos en una "cultura de la violación". Aunque no se produzca, se vive su tensión. Cuando camino detrás de una mujer, puedo sentir su incomodidad y siempre me apresuro a adelantarla, para que vea que no la persigo, que no la estoy mirando, que no deseo hacerle nada malo. 
Es el miedo a ser acosada de cualquier manera y basta con una mirada perversa, burlona, que busque reducirla. Es un toque de humillación. Para toque, bien que jode.
La prensa parece ignorar los distintos grados de intimidación a una mujer y su sexualidad y ahí ha hablado de la criminalísima filtración de imágenes robadas a Jennifer Lawrence y otras famosas, sin percatarse de que se ha producido una violación en toda regla. 
Les han robado fotos desnudas, las han ventilado, se han reído de ellas y el resto del mundo ha dicho: si eres famosa, mejor no te hagas fotos así.


Probablemente es lo que Jennifer deba hacer, porque vivimos en un mundo donde hay que protegerse y esa es la puta verdad. Aunque tengas ganas de hacerte una foto para enviársela a tu amado, un subnormal piensa que también tiene derecho a ese secreto.
Los machistas no van a cambiar mañana. Si enseñas las tetas en una fiesta beoda, te las van a tocar. Si te vas con un desconocido, si te vas con más de uno, si andas por el séquito de un famoso, si caes en el radar del hijo de un poderoso.
Deprímame esta jungla, enséñeme listeza.
A título personal, añadiré que lo más sorprendente de mis relaciones sexuales es que los ejercicios de machismo en la cama también se viven entre homosexuales. 
A más de uno le he dicho "eso no, tío" o "no te pases" y les da exactamente igual. No me considero que haya sido violado nunca, pero sí me he sentido muy incómodo en más de una ocasión y me ha entristecido descubrir a cuántos caballeretes les importan un pepino los sentimientos de los demás. La polla, señores, va primero en la jungla. 
Aprendí prudencia, sí, pero nunca he perdido lo esencial: no es culpa mía.


Bien sabe el feminismo que la solución no es la susodicha lista de recomendaciones para no ser violada. Y, como he dicho, no hace falta caminar por un callejón oscuro para ser víctima de una violación. 
Porque lo único infaltable para propiciar una violación es un hombre de educación dudosa tirando a inexistente.
Sentirán muchos que la violación es una cosa ancestral y animal y hasta puede que uno le encuentre el culto, por aquello de volver a ser cazador o alguna aberración sentimental del estilo, pero tal y como se producen las violaciones, éstan obedecen a la soberana represión sexual de muchos hombres, esos que se creen que la van a superar follándose a todo lo que se mueve, quiera o no quiera.
Es la represión sexual lo que circunda al caso de Málaga, el retrato grotesco de la violación en el cine y a nuestra reacción morbosa sobre los detalles gráficos de sucesos tales. Porque lo más deprimente, tanto si fue violación como si resultó folleteo consentido, es la pervivencia de la obsesión de todo el mundo por el mete-saca y sus más perversos derivados. 
Creía yo que la juventud miraba al sexo sin la morbosa obstrucción que proveían educaciones de corte victoriano y tiempos pre-porno en Internet. Y todavía se les va la cabeza a unos cuantos y a unas cuantas por el folleteo, ese que, en vez de disfrutar, atesorar y deleitar, prefieren condimentar con muestrarios de poder, escenarios de incomodidad, manifestaciones de nulísima autoestima y vídeos que cuenten a las generaciones venideras lo que hicimos con la guarra de la feria.
Asco me da. 


Repito: cuando es no, es no. Aunque empezara como un sí.
Di no, amiga mía, nunca dejes de decirlo. Dilo mil veces, aunque ya hayas perdido, no te quede escapatoria y no lo puedas demostrar después. Es tu derecho como ser humano. Decir que no, cambiar de opinión, exigir respeto.
Que se oiga, que lo sepas tú misma, que se enteren los dioses. Eso no, tío. NO.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Mujeres (De Verdad) En El Cine


Las mujeres son mágicas, decía François Truffaut, admirado por aquellas a la que amaba, por aquellas a las que su cámara retrataba.
El cine está lleno de mujeres, como las calles, las familias, las vidas. Se pueden encontrar toda clase de individuos de sexo femenino en las imágenes cinematográficas, mirados desde distintos ángulos, entendidos bajo diferentes perspectivas. 
Y, al final del día, resta la verdad de que, en toda mirada a la mujer en el cine, siempre ha habido un espejo empañado, un halo de condescendencia y, durante muchos años, una guadaña de moralidad sobre sus actos.
Como decíamos la semana pasada, el cine es machista como la sociedad que lo produce y, desde que se hizo rentable, la mujeres creadoras quedaron en segundo término para dar paso a las mujeres eróticas del primer plano.
La belleza femenina ha sido uno de los recursos de fascinación del séptimo arte, tanto porque instiga la represión de los espectadores como por el simple hecho de que la mayoría de películas están firmadas por hombres heterosexuales, que entienden a las mujeres como sus musas, sus objetos de deseo, sus figuras de desvelo.
El sexismo de las plateas se contagiaba a las imágenes, y podemos atender a esta foto promocional de "High Noon" para comprobarlo.

Gary Cooper y Grace Kelly en "High Noon"

Olvidemos la calidad de la película y centrémonos en la escenificación. 
Gary Cooper protege a Grace Kelly, que queda abrazada en su segundo término, casi desaparecida en los brazos del macho. Ese macho que porta la pistola, y con ella, defiende a la mujer, la pone detrás. La emplaza en casa, mientras él sale a pelear.
Él mentiría si dijera que sólo tiene cuarenta y cinco años. Grace tiene poco más de veinte. El hombre mayor, la florecilla indefensa. Él es duradero, ella, reemplazable. A Gary Cooper, como a todos los galanes de antaño, se le colocaban todas las starlets y la cosa no chirriaba.
En las fórmulas habituales de glamourización cinematográfica, ella es joven, voluptuosa, con un toque de virgen, con un ramalazo de puta. 
Así, el cine permitía conocer a mujeres de extraordinaria, sobrecogedora hermosura, cuya carrera quedó asegurada por el simple hecho de que estaban muy buenas. Eran las mujeres de bandera, que recibían silbidos de los espectadores en los pases de sus películas. Es el factor paja que tiene el cine.

Sophia Loren

Detrás de esa historia de erotismo femenino, resta la explotación.
La puerta de atrás del cine está recorrida por las verdades oscuras de la tortuosa llegada de muchas mujeres al panteón del estrellato, y también de la historia de sus caídas. Marilyn Monroe es sólo una de tantas, que sufrieron el machismo sobre sus imágenes serializadas, sus cuerpos, sus reputaciones, sus ingenuidades.
El machismo cinematográfico distinguía así mismo estas sex-symbols de los modelos ejemplares.
Mujeres-niñas como Judy Garland, vecinas de al lado como Donna Reed o señoras nobles como Greer Garson. Los modelos de mujeres impolutas, que no discuten ni hacen dramas. Sólo son frescas, inocentes y laboriosas en esa cocina a la que están atadas de por vida.
Si eras una mujer de verdad, podías desconsolarte por no ser tan hermosa como Sophia Loren, mientras entendías que habías de comportarte en tu casa como June Allyson. 
Es la opinión coercitiva del cine sobre el sexo femenino. La obligación de tener que ser algo concreto y ya te vale que sea bueno.

"The Best Of Everything"

¿Qué iguala a las sex-symbols y a las mujeres perfectas del cine? Que todas dan la imagen de disponibles. Para bajarse el sujetador, para reírte el chiste o para traerte un cafecito. Esa es la clave de la distorsión. La mujer como cosa conseguible, apresable.
La posibilidad de retratar a una mujer sin maniqueísmos se encontraría con este obstáculo normativo a lo largo de mil imágenes y argumentos. 
¿Hay mujeres de verdad en el cine? Es nuestra pregunta de hoy.
Siempre han existido notables esfuerzos de sinceridad al respecto, mujeres que han podido corresponderse a la realidad y algunas películas dirigidas por hombres que han dado en el clavo sobre los temas básicos de la mujer en el mundo.
Entre ellos, precisamente ser víctimas del machismo.

Anna Karina en "Vivir Su Vida"

¿Dónde encontramos películas de mujeres? 
Atención a esta, dirigida por George Cukor, llamada "Mujeres". 
El director preferido de las actrices del Hollywood clásico firmaba un festival de féminas de tal alcance que, de hecho, no aparece en escena ni un solo hombre.
"Hay un nombre para definiros, damas. Pero no se usa en la alta sociedad. Ni fuera de la perrera", dice Joan Crawford para asentar el tono de esta farsa.
Como farsa, funciona a las mil maravillas. Como retrato de mujeres, es una visión artificial, beneficiada de temas y ambientes femeninos, pero observados desde fuera. 
Se sabe que las mujeres actúan en sociedad y películas como esta se quedan con esa actuación.

Joan Crawford, Rosalind Russell, Norma Shearer y Joan Fontaine en "Mujeres"

Cukor, que era gay, observa a las mujeres como animales fabulosos, seres de mitología, que se visten, desvisten, se dan puñaladas, se roban los maridos y todo, todo, todo, al final es por amor o desamor.
La noble sufridora, la perra destrozahogares, la bruja cotilla, la fresca ingenua. Son las mujeres vistas por un admirador de lo femenino. Por eso, "Mujeres" debería titularse con más corrección "Mariquitas Asaltando el Armario de sus Mamás".
Entender a las mujeres con ese tono de fiesta, donde se les perdona ser bestias y sentimentales al mismo tiempo, suele ser bastante recurrente en muchos cineastas homosexuales que las abordan, desde Pedro Almodóvar hasta los televisivos Marc Cherry o Ryan Murphy.
Debemos seguir buscando mujeres de verdad en el cine. 
Aunque nunca fueron la mayor atracción, desde los primeros tiempos despuntaron los géneros femeninos, entendidos como las películas de llorar. 
El melodrama quedó asociado a la identidad de muchas actrices de raza, mujeres del calibre de Bette Davis o Barbara Stanwyck.
Esas llamadas "women's pictures" hablan de dolores propios del sexo femenino dentro de historias heredadas de la tradición decimonónica: el amor, la decepción, la maternidad, la renuncia, el sacrificio. 
Todas con una brújula de moralidad y conformismo, donde se señalan con el dedo los errores cometidos, donde se castiga la soberbia y donde se cuentan los sentimientos irracionales para luego contraponerlos a sus trágicas consecuencias.


Las "women's pictures" pueden ser femeninas, porque ilustraban muchos problemas de las mujeres de entonces y les daban voz por primera vez, pero eran bizarramente antifeministas. 
Parece que van a decir en todo momento: "perderás en la vida por tener ese útero tan veleidoso, criatura".
Siempre he creído que mujeres como la Davis y la Stanwyck eran muchísimo mejores que las películas que hacían. 
Y, pese a todo, desde sus inusuales físicos hasta su ejemplar - aunque caótica - supervivencia en el medio fueron un ejemplo de fuerza en una época escasa de ellos.
Porque si se quiere encontrar una estrella feminista en aquellos años, sólo hay una, verdadera y contundente. Es decir, Katharine Hepburn.
Es la mujer que viene en este momento y no tiene ninguna intención de despertar tu simpatía a base de escote, sólo trae la necesidad de formular una opinión propia. 
Katharine Hepburn seduce no por sus argucias de tocador, sino por su honestidad, su inteligencia, su valía. Ella se ponía pantalones, la llamaban antipática y no cambió nunca. Como un ser humano, se arrogó al derecho a no doblarse ante las exigencias de los demás.

Katharine Hepburn

Sus heroínas, todas inusuales, algunas excepcionales, se abren paso en el mundo desde que entran por la puerta. No pretenden nada, no son muñecas, no agachan la cabeza. Pueden llorar, pueden renunciar, pero, ante Katharine Hepburn, siempre resta la misma sensación: "Yo conozco a esta mujer".
Fue una mujer de verdad en un cine que las desoía.
¿Dónde encontramos más? ¿Todos los hombres directores ignoraban a las mujeres? No. 
Hay un genio que tiene una de las mejores películas sobre el dolor femenino, que significa una anti-women's picture en toda regla.
Hablo de "Persona", de Ingmar Bergman, que nos cuenta a una mujer desdoblada, traumada, violenta, iniciática, en unas imágenes imborrables. 
Un momento es esplendoroso por insólito: Bibi Andersson cuenta, con pelos y señales, un polvo que echó en la playa con dos desconocidos. 
Lo relata con risas, con culpa, con excitación, dando a entender que se lo pasó en grande, que no lo olvidará nunca, que eso es precisamente lo aterrador del asunto.
Las mujeres de Bergman, sexualizadas de una manera distinta a la habitual en las películas, aparecen de carne y hueso. Por ello, dan miedo, mucho miedo.

Bibi Andersson y Liv Ullmann en "Persona"

Si hablamos de mujeres en el cine, deberíamos hablar forzosamente de lo que vive detrás de las cámaras.
Es decir, las mujeres en la profesión. Al principio, guionistas y directoras se movían con relativa comodidad por los orígenes del invento, pero cuando este se hizo poderoso, las apartaron.
Eran mujeres que rubricaban casi todo, no sólo melodramas. Bien podías ver a la gran guionista Frances Marion acreditada en la historia pugilística "The Champ" o en el drama de ambiente carcelario "The Big House".
A continuación, se las apartó. De la dirección, para siempre. Del guión, quedaron derivadas a géneros entendidos como propios: musicales, comedias románticas, melodramas.
Una actriz, la gran Ida Lupino, fue una de las pocas en saltar a la dirección durante los años cincuenta, aunque su carrera transcurrió en márgenes modestos.
Tiene películas muy curiosas; una de ellas, "Outrage", aborda el drama de una joven víctima de una violación.

Ida Lupino

Club masculino también era la opinión cinematográfica. Las mujeres podían hablar de cine, siempre que se refirieran a cotilleos, vestimentas y bellezas de las estrellas. Firmar fuertes opiniones sobre películas, directores, corrientes, ¿de qué hablas, nena?
Contra viento y marea, apareció Pauline Kael, la primera mujer célebre dedicada a la crítica. Se da la realidad de que es el mejor individuo de cualquier sexo, edad o región que se ha dedicado a la opinión cinematográfica.
Kael, minuciosa, personalísima, nunca vendida a nada ni nadie, no era femenina en el sentido convencional. De hecho, repudiaba el amaneramiento y fue de las primeras voces en desmantelar el kitsch que Hollywood vendía por arte. 
Sí se topó con quienes la atacaban por ser mujer y tener una opinión. 

Pauline Kael

Como Katharine Hepburn, Pauline Kael es la clásica señora que no agrada a todos y, por ello, recibe el nombre de "perra" y otros coloridos aderezos como "tú lo que necesitas es un pollazo". Especialmente, cuando lleva la contraria.
Ella se mantuvo en sus trece, porque menuda era. La despidieron por meterse con "The Sound of Music" y perdió un novio cuando éste leyó lo que opinaba de "West Side Story".
Su maestría en la crítica pervive. 
Pauline Kael también coincidió con la explosión del feminismo en los años sesenta y setenta, que tuvo su correspondencia cinematográfica. 
Si hablamos de mujeres de verdad en aquellos años, podemos admirar las mejores interpretaciones de Jane Fonda, Vanessa Redgrave o esa actriz tan alérgica a etiquetas como Glenda Jackson.

Glenda Jackson

Británica de modestos orígenes, Glenda fue una de las más talentosas de su generación y llevaba esa distinción de no tener ningún interés en caerte bien. Lo conseguía, a pesar de todo, quizá por su dureza felina. 
Camaleónica, de una técnica diestra, Glenda Jackson odiaba tanto el glamour de la profesión, que acabó por abandonarla y dedicarse a la política.
En esa buena época, donde se habló del papel de la mujer más que nunca, donde el anticonceptivo la liberaba, donde se quemaban los sujetadores, donde los derechos y el trabajo estaban allí para obtenerlos, también irrumpieron sus sombras.
Aparecen en "Looking For Mr. Goodbar", donde una actriz feminista como Diane Keaton es el rostro de un relato sórdido sobre la doblez de la liberación sexual, cuando es entendida como ese martirio culposo de noches de desvelo y hombres desconocidos. 
Los cuerpos se habían liberado, las mentes, todavía no.

Diane Keaton en "Looking For Mr. Goodbar"

¿Quién entiende a las mujeres?, se preguntaban los ochenta, cuando se abrían los ascensores y allí aparecían para el mundo, hombreras, lacas y puestos de poder.
Grandes actrices dieron vida a mujeres de todo tipo, superación de clichés, a la busca del siempre esquivo papel que las desafíe. 
Lo tuvieron difícil, lo tienen todavía, pero no habría que menospreciar la luz que brindaron en ese sentido mujeres de verdad como Debra Winger, Susan Sarandon o la eterna Meryl Streep.
Barbra Streisand saltaba a la dirección con "Yentl", precisamente sobre una mujer que se hace pasar por un un hombre.
La llamaron egocéntrica y no la nominaron al Oscar. Parece que la Academia no tenía tantas reservas cuando el egocéntrico oscarizable se llamaba Kevin Costner, Warren Beatty o Mel Gibson.

Barbra Streisand

Para rupturas icónicas, ¡yo acuso! Sigourney Weaver. ¿Hay películas más feministas, casi sin pretenderlo, que la saga "Alien"?
En la primera entrega, quien grita, quien es violado por el monstruo, quien se queda preñado, ¡es un hombre!
Vemos a esa teniente Ripley que hace un trabajo generalmente masculino, sin querer convertirlo en femenino. Sólo es una mujer. Deseable porque está en bragas, no porque se las haya quitado en pleno strip-tease. Es la aparición de una mujer natural.
En la segunda parte, va más allá, porque el tema es la maternidad. Y Ripley demuestra lo madre que es con los medios a su alcance, destruyendo el universo si es preciso. Es una madre que se decodifica por sus actos, no por sus gestos. Tira de la niña hacia arriba con un alarido de fuerza, en lugar de quedarse en un rincón, agarrada al collar de perlas y la aflicción.
Cuando se rapó para la tercera de "Alien", Weaver era ya la Katharine de final de siglo, en cuestión de iconoclastia hollywoodiense. En vez de pantalones, fuera melena. 

Sigourney Weaver en "Alien"

De manera invariable, todas las conquistas del siglo se contrapusieron con retrocesos. El feminismo y el papel de las mujeres se topa con todas las contradicciones posibles, y nada en el cine de los noventa habla mejor de ese asunto que el éxito de "Pretty Woman".
Es un producto bien hecho, pero moralmente repugnante. Viene a vender que tu orgullo no te sacará de la prostitución; lo hará un cliente bienintencionado, lo hará el amor.
Vuelta atrás con todas las de la ley, bajo el sello de la comedia romántica, que auguraba el nacimiento de las chick flicks. Son las películas que instigan los sentimientos femeninos de pertenencia y quietud, y todas acaban en boda.
Pueden incorporar nuevas mujeres, pero, al final, se comportan como las antiguas. Aquellas que sólo se significan en la vida cuando están referidas a un macho. Las nupciales, las perfectas.
Supongo que tienen un lado de placer culpable, de pornografía para deseos internos que quedan saciados con finales felices y risas abiertas. 
En ese sentido, habría que colocarlo como entretenimiento y no darle importancia. Hasta que alguien se lo crea, claro.

Richard Gere y Julia Roberts en "Pretty Woman"

Con todo, los años noventa fueron una buena época para el feminismo y las mujeres de verdad en el cine. Películas de otros países nos hablaban de la mísera condición femenina que subsiste en muchos lugares del mundo, donde deben agacharse, ser mulas de carga, humillarse, venderse y no abrir el pico ni para decir "ay".

Gong Li en "La Linterna Roja"

Las Antípodas nos ofrecían dos deslumbrantes películas: "Criaturas Celestiales" y "El Piano".
"Criaturas Celestiales" sumergía en el privado mundo de dos adolescentes, cuya fuerte amistad las llevará a todo, incluso al crimen. 
La inmersión en un universo verdaderamente femenino, por privado, secreto e ilusorio, es tan pavorosa y fascinante como la vivida en "Persona". 
He aquí una gran película de mujeres dirigida por un inspiradísimo Peter Jackson.

Kate Winslet y Melanie Lynskey en "Criaturas Celestiales"

Jane Campion, interesante mujer directora, firmaba su película más popular: "El Piano", donde una mujer no es juzgada, sino celebrada en sus trangresiones. 
Es una obra muy refrescante, aunque, como pieza narrativa, está demasiado programada. Se ve la intención de contestar a las viejas "women's pictures" en cada momento; parece que cualquier decisión de la protagonista va acompañada de un forzoso aplauso.
Algo que se vivía, aún más puerilmente, en "Thelma & Louise".

Holly Hunter y Anna Paquin en "El Piano"

El indie y los márgenes posibles de la industria han sido irregulares en interés, pero es cierto que han dado espacio y voz a mujeres creadoras que han dado lo que se espera: una opinión particular, sin mordazas.
Y sin temas entendidos como propios. 
Ahí está ese huracán llamado Kathryn Bigelow, la primera mujer ganadora del Oscar a la mejor dirección, que, como las pioneras del cine, no elige los temas por su femeneidad. Los elige porque le interesan. 
Y va a donde nunca iban las mujeres: a la guerra, a las salas de tortura, a los centros de más alta decisión estratégica.
Dicen que no se nota que es una mujer cuando dirige. Bueno, lo es. La ruptura está en lo que hace, no cómo lo hace.

Kathryn Bigelow

¿Llegamos al final del camino? Como toda oscuridad, todavía hay muchas mujeres que deben salir de las sombras del machismo, del sexismo, de los complejos, de las trampas.
¿Qué quieren las mujeres?, se preguntará usted. No sé, ¡yo no soy una mujer! ¡Nadie es perfecto!
Pero tengo la sensación de que detrás de nuestros sexos, nuestras opciones de dormitorio, nuestros países, nuestras familias, nuestras historias de amor, se cuecen los seres humanos. 
Las mujeres también lo son, me consta. Y, como todo ser humano, prefiere no ser previsto, ni perdonado porque sí, ni castigado porque no, ni malentendido, ni condenado. 

Tilda Swinton en "Orlando"

Tengo la sensación de que las mujeres, en el cine y fuera de él, prefieren contarse - a ellas mismas, a los demás, a la vida y al mundo en el que viven - como les sale del mismísimo coño.

miércoles, 9 de octubre de 2013

El Hombre y El Cine


El mundo pertenece a los hombres. El cine, también.
Hoy buscamos a los machos y a los héroes, a los canallas y a los benditos, a los hombres en el cine y a los hombres a pesar del cine. 
La pregunta sería: ¿Ha sido capaz el séptimo arte de ilustrar todas las aristas del sexo masculino? Y la respuesta es un rotundo sí. 
Entre ideales y realidades, entre deseos y temores, el cine ha sido un generoso reflejo para nosotros, los nenes. 
Mientras las mujeres se han buscado muchas veces sin encontrarse en pantalla, los hombres lo han tenido más fácil a lo largo de la Historia del medio.
¿Por qué? No es ningún secreto que el cine está hecho por hombres y, por tanto, está dirigido a ellos, de una manera más o menos inconsciente.
Dice Mark Cousins que, cuando el invento se convirtió en un negocio internacional, las mujeres creadoras fueron cordialmente apartadas de las tareas de dirección, guión y producción. La creatividad del poderoso, fructífero cinematográfo se conjugó con polla y huevos y no hubo más que hablar. 
El machismo laboral hizo sus anchas y el cine, parafraseando a Godard, se convirtió en hombres mirando a mujeres.
Atentos a este cartel de "Desfile de Candilejas", musical con coreografías de Busby Berkeley.


Ellas son siluetas que simulan desnudez, marcando sus curvas, sus pechos, mientras ellos van vestidos. 
Es el reclamo de la sexualidad femenina, objetificada, vulnerable, frente a los hombres de éxito y smoking. Es el lado de strip-club que tiene el cine: piernas largas de mujer sobre hombres de dudoso atractivo. 
El machismo de las pantallas se ha notado en la menor exigencia sobre el físico de los actores masculinos. Señores poco agraciados como Edward G. Robinson, James Cagney o Humphrey Bogart no sólo fueron estrellas, sino que gozaron de una carrera larga, mientras la edad era barrera infranqueable para las mujeres del cine. Y lo sigue siendo.
No es cuestión exclusiva de Hollywood. 
También en los cines europeos se ha dado esa variante entre la tía buena y el hombre normal; muchas musas de grandes películas fueron elegidas por su belleza, al ritmo que ellos eran seleccionados en base a responder a un tipo de hombre a pie de calle.
Bien es cierto que, aunque menos exigente, el cine también ha promovido la belleza masculina como reclamo. 
Rudolph Valentino, Gary Cooper, Joel McCrea, Johnny Weismuller eran poderosos motivos para pagar una entrada de cine y ya producían desmayos en ellas - y en algunos de ellos, aunque a escondidas, claro - , así como aseguraban carreras y taquillazos.

Joel McCrea

Es curiosa la comparación entre los maromos de antes y los de ahora, de la manera en que el culturismo y el fitness han ido en total progresión en los ideales físicos de la pantalla. Antes los cuerpos eran más ligeros y existían de un modo más natural - los guapos de antes habían nacido así -, mientras ahora se construye a un maromo del cine con dietas y gimnasio.
El reclamo del físico masculino a lo largo de la Historia del Cine ha sido tan variable como los personajes atendidos, y la edad y la fealdad se han perdonado en función de eso llamado carisma.
Que un tío bueno - o varios - sea requisito indispensable para vender una película es cosa de ayer por la tarde, bien lo sabemos.
Como el cine es un medio masculino, su modo de producción también lo es. 
En su concepción del espectáculo, se imponen las formas rectangulares, musculosas, brutales, intermitentemente violentas, triunfalistas, con clímaxes que se conciben como eyaculaciones sobre la sensibilidad de las audiencias.

Stephen Boyd en "Ben-Hur"

Cuando la cosa es más grande, se cree que es mejor. 
Desde David O. Selznick hasta Michael Bay, las películas enormes podrían ser llamadas "cine pollón", esas demostraciones de poder que prometen potencia priápica. 
Pero bien sabemos que el tamaño no lo es todo, especialmente cuando no se sabe utilizar. Y mucho de ese cine pollón es sencillamente impotente.

Michael Bay

La moralidad y las moralinas han sido también favorables para los héroes de la pantalla. Como en la vida, se nos perdona con mayor facilidad. 
Por ejemplo, el personaje de Tab Hunter en "Battle Cry". Es un soldado que se acuesta con una mujer casada, comprende su error y vuelve a casa con su novia de toda la vida. 
La moralina de los años cincuenta está en el final, pero el perdón - nunca concebible si se tratara de una mujer - está en el medio de la ecuación. 
Ellos tienen su vida, un desliz y al redil. Ellas atesoran su decencia, un desliz y al convento.

Tab Hunter y Dorothy Malone en "Battle Cry"

El cine ha sido generoso para los héroes y cualquiera pudiera sentirse entre acomplejado y admirado por la manera en esos vaqueros resuelven los problemas. 
Los hombres nos encargamos, nos ocupamos del asunto, es nuestro deber. Eso recordaba John Wayne, que reivindicaba cierto sentido común ancestral, alérgico a mariconadas y gilipolleces, y aseguraba que, con esa receta, todo se consigue.

John Wayne en "Tres Padrinos"

La desconfianza ante estos padres bonachones fue en aumento, si bien los antihéroes y su desmedida violencia ya habían conquistado las pantallas desde el primer día.
Ahí está el gran James Cagney aplastando unas uvas contra su novia en "The Public Enemy" para que se callara y dejara de fastidiarlo.
Esa escena de violencia y desprecio fue la que lo convirtió en estrella. Si bien en años venideros los héroes se impusieron sobre los gángsters, éstos fueron el refugio donde los espectadores encontraron a los equivocados, a los charlatanes, a los ambiciosos, a los canallas. A aquellos que también se hallan en la vida, quizá con más facilidad que los John Waynes.

Mae Clarke y James Cagney en "The Public Enemy"

El noir terminó por consagrar el arquetipo del hombre urbano con pasado turbio y futuro fatal, que usa la violencia como resorte de su neurosis. Dana Andrews, Glenn Ford o Richard Widmark contaron esos perdedores de posguerra a través de esas amargas sombras de la noche, donde la vieja noción de masculinidad entraba en decidida crisis.
Ver pectorales en el cine e ir al gimnasio al día siguiente no fue habitual hasta los años ochenta, pero en todo momento, hubo un hombre al que admirar y por el que acomplejarse. 
Cary Grant, por supuesto.


Es un ideal imposible de caballero hipersofisticado que, aún así, se las arregló para dejar la impronta suficiente en los espectadores. Éstos aprendieron que, cuando salían con una mujer, debían vestirse bien, invitarla a cenar y comportarse.  Mejor no aplastar uvas en la cara como Cagney.
Tanta perfección y búsqueda de ideales encontraría una decidida respuesta en los chicos de los años cincuenta. 
Atentos a James Dean en "Al Este del Edén", donde, por fin, aparece el hombre joven, el niñato, el que todavía ni siquiera ha crecido.
No se le entiende al hablar, camina encorvado, es tímido, parece sobrar. La aparición de Dean dejó en shock a toda la generación de chicos de su edad que, por fin, veían a un ser imperfecto e incompleto como ellos.

James Dean en "Al Este del Edén"

El cine también se acercó a a los hombres que clamaban justicia, a los que escapaban de sus opresores, a los que fueron a la guerra, a los que volvieron y también a los que exigían que los llamasen Señor Tibbs. 
Sidney Poitier, la mirada en la que se proyectaban todos los hombres negros. El cine debía ser multirracial y tenía el macho ideal para ello.

Sidney Poitier y Tony Curtis en "The Defiant Ones"

Desde las películas, se recomendaba a los hombres que podían pecar una vez si, a continuación, abrazaban el amor, la monogamia y la paz. 
El cine decía que los canallas morían en el último rollo y que los justos terminaban con alguna chica buena y decente. 
Pero, ¿qué había más allá del The End? ¿Qué secretos se escondían en las mentes de los hombres de verdad?
Viajemos a Europa, a los años sesenta, para encontrarnos con Federico Fellini, que expresó en "Ocho y Medio" muchas cosas sobre sí mismo. 
Entre otras, que no podía parar de pensar en las mujeres. Que le gustaban todas, que no podía conformarse con una. El hombre mujeriego, sinvergüenza, quizá culposo, aparecía en ese Marcello Mastroianni, látigo en mano entre las mujeres de su vida. 
Pura sinceridad de macho italiano.

Marcello Mastroianni en "Ocho y Medio"

La victoria del hombre que se gana el pan honradamente era furor en el cine. ¿Acaso no había sitio para el que vive de los demás?
El chuloputas de "Accattone", la primera y gran película de Pier Paolo Pasolini, nos contó que los vividores tienen el mismo nivel de estrés que cualquier hijo de vecino. También quieren llegar a la noche con el estómago lleno y las cuentas cuadradas.
Los míseros, los sobrantes de la Tierra, los aprovechados, los desheredados pedían derecho a celuloide.

"Accattone"

El cine norteamericano tomó nota, especialmente porque ya nadie se creía a los viejos vaqueros. Las cosas no eran blancas o negras, nunca lo fueron, y distintas caras masculinas aparecieron.
Es curioso y esclarecedor cómo el público se sintió identificado con un personaje tan iconoclasta como el Al Pacino de "Tarde de Perros", el mismo que atraca un banco para costearle el cambio de sexo a su novio.
Al fin y al cabo, hacía lo mismo que John Wayne: ocuparse del asunto.

Al Pacino en "Tarde de Perros"

En "La Noche Se Mueve", Gene Hackman también se ocupa del asunto y es un hombre muy diferente a los vencedores del ayer: su mujer le pone los cuernos, está calvo y sí, resuelve el misterio, pero la caga de todas las maneras posibles.
La desazón era igual de varonil que el triunfo.

Gene Hackman y Susan Clark en "La Noche Se Mueve"

Otro gran personaje de los años setenta sería el Sylvester Stallone de "Rocky".
Desde un lado más optimista, nos presentó a un hombre bobo, que sólo vale para dar puñetazos y, aún así, es capaz de encontrar la felicidad, tanto en lo que hace como en lo que ama.
No hacía falta ser Cary Grant.

Sylvester Stallone en "Rocky"

Hombres, hombres, hombres. Todos contados desde sus aspiraciones imitadas, desde sus verdades íntimas.
Los años ochenta vivieron un retroceso en el nivel de varones que se veían en pantalla comercial.
Los musculosos del cine de acción servían de interlocutores a la reacción conservadora de Ronald Reagan - quien fue hombre de pantalla en los años cuarenta - y la violencia estetizada se vendía como la manera de solucionar problemas. 
La escena clave de estas películas sucedía cuando el cachas llega a un pueblo de catetos y se imponía coreografía de paliza, donde uno podía contra todos. 
La cosa - que tiene su lado cómico - triunfó, quizá porque reivindicaba el hombre más básico y neandertalensis, ese que estaba atemorizado frente al feminismo, los nuevos tiempos y su incierto papel en la sociedad.

Arnold Schwarzenegger en "The Last Action Hero"

El desfase entre varones modernos y Hollywood encontraba otro capítulo más con Leonardo DiCaprio en "Titanic", que devolvía una imagen antiquísima de caballero andante, cuyo rezado era "Las mujeres, primero, así que al agua, pato". 
Como todo lo antiquísimo en estos tiempos posmodernos, tal nene causó inusitado furor y los hombres entendieron que, además de ponerse finos de gimnasio como Van Damme, también debían besar en la mano a su sweetheart y decirle guapa de vez en cuando.

Leonardo DiCaprio en "Titanic"

A pesar de todo, los hallazgos de los personajes masculinos complejos no se perdieron en la basura y siempre ha habido desafíos al respecto, tanto para los actores como para los públicos aludidos.
Hemos conocido a muchos tipos de hombres en el cine y los hemos conocido gracias a él. E incluso llegó el día en que pudimos ver en pantalla a hombres que aman a otros hombres.

Matthew Goode y Colin Firth en "A Single Man"

¿Quedan hombres que el cine aún desconoce? Estoy convencido, aunque la lista de los conocidos es tan exuberante que cuesta creerlo. 
Una lista que vive llena de confesiones sinceras sobre los complejos, manías, miedos y ansias que tenemos los varones frente al mundo.
Desde los vaqueros que se alejan por la pradera hasta los taxi drivers que recorren las noches neoyorquinas, la tendencia a la soledad y la necesidad de conectar con los demás es ese enfrentamiento - a veces violento, otras con resultado feliz -, que las historias del cine han recogido a la perfección en muchas ocasiones.
¿Y ellas? ¿Dónde están las mujeres en este pueblo? La próxima semana vendrán todas.