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miércoles, 11 de junio de 2014

Emociones del Melodrama


Para sus defensores, el melodrama es el género de las emociones. Para sus detractores, es el subgénero de ciertas emociones. 
¿Quién teme al melodrama?, diría la Historia del Cine, que lo conoce muy bien y, aunque lo haya evitado en muchas ocasiones, se deja seducir una y otra vez por sus resortes, por sus historias, por sus crescendos.
El melodrama no murió ayer ni nació en el siglo pasado. No es de la época de tu abuela, ni es coto del cine. No es sólo el florido dramón de tarde de domingo que hace llorar a tu madre - y a ti mismo si te descuidas -, y su misión no se limita a arrancar las lágrimas.


Si algo lo define, es la exageración, para propiciar emoción directa y natural en el público. 
Nació en el siglo XVIII en la escena teatral, y sus condimentos artificiales para levantar a la audiencia de sus asientos y poner la boca en O iban acompañados de una orquesta. De ahí lo de melodrama: drama con música.
Ese escenario de trampas, giros, ocurrencias y precipicios argumentales ha sido tomado con escasa seriedad desde el primer día y decir "melodrama" o "melodramático" se usa por muchos como un término peyorativo, aludiendo a la escasa sutileza del conjunto, a sus personajes estereotipados y a su sensacionalismo.
Aún así, el melodrama se las ha arreglado, no sólo para confirmarse como un género popular, mutable e imperecedero, sino también para colarse en la tinta de los grandes genios.

"Europa '51"

Muchos prohombres han escrito y dirigidos melodramas de gran calado, que hablan de la expresividad universal de los temas que suele versar y de cómo los aborda,
Parafraseando a Sidney Lumet, el drama a secas es la historia que emerge de sus personajes, mientras en el melodrama son los personajes quienes emergen de la historia.

"Antes De Que El Diablo Sepa Que Has Muerto"

Si nos ponemos generosos, podríamos decir que el melodrama está en gran número de pantallas. El cine norteamericano es melodramático de base, pero también buena parte del hispanoamericano, del italiano, del japonés y hasta del alemán gustan de las atmósferas hipercargadas, de las tragedias domésticas enfrentadas a sociedades opresivas y de las cuitas derivadas de la condición femenina.

"Que El Cielo La Juzgue"

El melodrama aparece sin anunciar. 
Si es cierto que hay algunos perfectamente identificables, muchos melodramas o películas melodramáticas se han colado en la retina del público, que no sabía que pagaba por ver un melodrama o que ignoraba que la película no le gustaba por ser precisamente melodramática. 
He ahí "Lo Que El Viento Se Llevó" o "Titanic", vendidas como "historias de amor y catástrofe" cuando su potencia está construida en función de esa acumulación de emociones propia del género.
Por tanto, la primera pregunta de hoy sería: ¿Qué es un melodrama y qué no lo es? 
Pongamos un ejemplo recurrente, aludiendo a dos películas estrenadas en el mismo año, que versan sobre un argumento similar, aunque no podrían ser radicalmente más diferentes: "Imitación A La Vida", de Douglas Sirk, y "Sombras", de John Cassavetes.
En ambas, hay una secuencia donde un chico se entera de que su novia es mulata. Se sienten engañados y ambos reaccionan violentamente.

"Shadows", el antimelodrama

En "Sombras", el tratamiento rehuye por completo el melodrama. Es una película realizada con pocos medios en Nueva York, por el actor John Cassavetes que se estrenaba en la dirección y abría el cine independiente norteamericano. 
La secuencia está tratada con intimismo, delicadeza y sinceridad, beneficiada de la improvisación, donde los gestos, las manos, los tiempos muertos provocan una sensación de dolorosa mediocridad. Vive a la busca de una emoción subterránea, que, para el gran público, resultará aburrida. En cualquier caso, y en 1959, era un soplo de aire fresco en un cine viciado por los estereotipos y la mecanización.
Al otro lado del Atlántico, irrumpía la misma secuencia en Hollywood, y de la mano del maestro del melodrama, Douglas Sirk. 
La secuencia en que Troy Donahue se entera de que Susan Kohner tiene una madre negra no puede ser más tremenda.
Empieza lenta, sibilina, donde él va suministrando la información poco a poco, canallamente, mientras el gesto de ella pasa de la sonrisa a la mueca, mientras la música - jazzística, alocada - empieza a subir poco a poco. La complicada escenografía sirkiana, el apabullante color amarillo del vestido, comienzan los gritos, los golpes, la sangre. La deja tirada en el fango, llorando y llena de mierda. 
Se insinúa que también la viola, pero es ahí donde Hollywood pone el freno bruscamente tras meter la directa.

Susan Kohner y Troy Donahue en "Imitación A La Vida"

Es la escenificación del dolor de una mujer presa de un sistema de valores, conseguido con la levadura de los aditivos cinematográficos, sublimada por un director profesionalísimo. 
"Imitación A La Vida" es de todo menos aburrida y fue un éxito comercial, pese a tratar con elementos dramáticos pasados de moda - era un remake de una película de los años treinta - y resultar altamente artificial.
En el momento en que los melodramas de Douglas Sirk eran vistos como el acabóse por gran parte de la crítica, habría que señalar que era un género dado de vuelta, pese a su paradójica vigencia y renovable atracción taquillera. 
Pero, ¿cuándo empezó el melodrama en el cine? ¿Cuándo terminó?


Si nos remontamos ahora al cine mudo, gran parte de las obras de ese período usan el melodrama como manera de atrapar. El género de la expresividad mayúscula era necesario en películas sin más sonido que la música que las acompañaba en los cines.
Es un placer encontrarse melodramas totales, previos a la censura. 
Ahí está Frank Borzage, que, desde "El Río" hasta "El Séptimo Cielo", relata cómo el amor es una conjunción innegable entre el cuerpo y el espíritu. 
Sus personajes se desean con mutua carnalidad y, al separarse, viven en el recuerdo del otro, unidos por la inquebrantable fe que otorgan los sentimientos.

Janet Gaynor y Charles Farrell en "El Séptimo Cielo"

"El Séptimo Cielo" es un melodrama ejemplar, que no sólo juega a las emociones, sino que transmite la sinceridad que hay detrás del director que las maneja. Tiene de todo: pobreza, amor, Dios, separación y guerra.
La guerra es importante en el melodrama, porque consigue un efecto propio del género: que sus protagonistas se separen, que el tiempo pase, que la vida cambie por completo y para siempre.

"El Séptimo Cielo"

Con la llegada del Código de Censura y la victoria del sexismo en el cine norteamericano, la cosa melodramática quedó derivada a las women's pictures, donde el género se reservó a las hembras y sus dolores, aunque no dentro de un tratamiento precisamente feminista. 
Las divas del cine encontraron sus mejores oportunidades de lucimiento interpretando a madres dolorosas, alcohólicas en redención o pecadoras arrepentidas, que iluminaron plateas y hacían llorar al más pintado.

Irene Dunne y Charles Boyer en "When Tomorrow Comes"

Por aquello de la escasa sutileza del melodrama, éste ha sido guante para actrices con un registro, digamos, limitado, que requieren de muecas, miradas tensas y ceños fruncidos, ante escandalosas revelaciones melodramáticas, desde que tu madre necesita un sanatorio mental hasta que tu hija está liada con tu flamante marido.
Hoy vemos esas películas desde una irresistible óptica kitsch, pero hay que entender que estaban hechas con serias intenciones y conmovían profundamente a las mujeres a las que estaban dedicadas, que se veían identificadas, que no liberadas, en esos retratos.

Joan Crawford y Ann Blyth en "Mildred Pierce"

El melodrama siguió adelante, contra viento y marea, y de algún modo, se convirtió en la manera de abordar muchos materiales. 
Es algo que Hollywood aún hace: el tratamiento melodramático de cualquier cosa. 
Por ejemplo, en los años cincuenta, se publicó una novela que destripaba los secretos de una localidad de Nueva Inglaterra, podrida por la envidia y la represión. Su título era "Peyton Place". 
¿Qué hizo el cine cuando quiso adaptar el bombón? Aligerar y melodramón de Lana Turner al canto.

Lana Turner y Lee Phillips en "Peyton Place"

Fue por entonces cuando el sexo volvía al melodrama y, pronto, se hizo el recurso primario con el que jugar. El morbo y las atmósferas morbosas han sido pradera natural del género, más aún desde aquellos años cincuenta. 
Habría que nombrar a Delmer Daves que, curtido en excelentes westerns, transitaba al melodrama tras su precisamente melodramático western "El Árbol del Ahorcado".

Connie Stevens y Troy Donahue en "Parrish"

Los melodramas de Daves palidecen en comparación con los de Douglas Sirk, pero son muy interesantes, más eróticos y algunos tan escandalosamente menospreciados como "Youngblood Hawke".

Suzanne Pleshette y James Franciscus en "Youngblood Hawke"

El taquillazo de "Peyton Place" pudo ser suficiente para el relanzamiento del melodrama, pero fueron las obras de Douglas Sirk al servicio de Ross Hunter las que hablaron de un giro manierista, que pasó desapercibido entonces.
"Obsesión", "Sólo el Cielo lo Sabe" o "Imitación a La Vida" resumen las hipercargadas licencias que se tomaría el melodrama, remozando viejas y muy moralistas historias, con nuevo frenesí neurótico-sexual. 
El tiempo las revisaría y se encontraría con un remarcable estilista detrás de la cámara, cuya compleja puesta en escena parecía insinuar y contar mucho más que el ultraemocionado, casi onírico relato de la superficie.

"Sólo El Cielo Lo Sabe"

Sirk abandonó Hollywood en 1959, aunque Ross Hunter seguiría produciendo obras similares durante los siguientes años, si bien en manos de directores menos distinguidos. 
Hacia 1966, su revisitación de "Madame X", o la historia de la homicida que se entera de que el abogado que la defiende es el hijo que abandonó tiempo atrás, fue última parada y evidencia de la inadecuación dentro de la inadecuación. 
¿Moría el melodrama?

Susan Hayward y John Gavin en "La Calle de Atrás"

La televisión sería el refugio y también el campo a sus anchas. 
El primero fue "Peyton Place", continuación de la película y el origen mitocondrial del serial de lujo de la televisión. 
Como venía interrumpida por publicidad de jabón para la lavadora, los críticos comenzaron a llamar a estas historias "soap operas" o "sudsers". Óperas del jabón o jabonosas, que aludían al público femenino-hogareño al que iban dirigidas y también a las ilusiones que propiciaban, digna de burbujas.

Ryan O'Neal y Barbara Parkins en "Peyton Place"

Soap operas, culebrones, telenovelas, más lujosas o más cochambrosas, han sido todas repudiadas por el ojo analítico, entendidas como la explotación de los sentimientos humanos, desde sus tristezas por sus amores imposibles hasta sus ganas de hacerse rico. 
Las victorias de estos dramas catódicos nacieron de sus astucias, y muchos de ellos han superado el snobismo de los otros y han hecho su trabajo: parar naciones enteras con la promesa de un siguiente capítulo, aún más emocionante.


Si corrieron nuevos vientos en Hollywood y las escenografías del melodrama clásico nunca han vuelto al cine comercial, el melodrama se desliza hábilmente en los grandes éxitos, incluso el día después de que pasara de moda. 
Cuatro años después de "Madame X", la película más taquillera era "Love Story", que, de nuevo, vendía el melodrama más cursi bajo la faz de una honesta historia de amor.
El posmodernismo adora el melodrama y muchos directores lo entienden como la manera más pura de entender el cine, ya hablemos de Pedro Almodóvar o de Todd Haynes, que se permitía un casi clínico homenaje a Douglas Sirk con "Lejos del Cielo".
Pero la obra que yo citaría de Haynes es su subterráneo cortometraje de debut: "Superstar: The Karen Carpenter Story". 
Una joya que se atreve a contar la historia de la cantante de los setenta con Barbies en lugar de actores.
"Superstar" habla de una trágica vida sucumbida a la anorexia, en función de los muñecos más falsos que existen y bajo las canciones imposiblemente idílicas de los Carpenters. 
Es un corto que expresa cómo entendemos la vida de los famosos: como un tristísimo, artificialísimo melodrama.

"Superstar: The Karen Carpenter Story"

Es curioso que cuanto más pesados sean los cortinajes que se imprima el cine sobre sí mismo, más se conmueve el personal. 
El melodrama es, por tanto, un género de las masas, cuyos seres se sienten más individualizados al ver y sentirlo. Al fin y al cabo, su argumento básico es el drama de un individuo oprimido y/o enfrentado al lugar donde vive.
Si entendemos la vida de los célebres de manera melodramática y nos emocionan las películas melodramáticas, ¿somos nosotros también melodramáticos? ¿Es contarnos a golpe de melodrama la manera de dar un sentido larger than life a nuestras existencias?

Juanita Moore y Susan Kohner en "Imitación A La Vida"

Y la última pregunta, ¿hicimos nosotros que el cine fuera melodramático? ¿O fue el cine quien nos hizo melodramáticos?
Hay que tensar mucho el labio, abrir bien los ojos y agarrarse el collar de perlas para contestar estas cuestiones.

martes, 11 de junio de 2013

Imitación A Lana

 

Aderezada mujer de lejanas películas, Lana Turner fue esencial brillo del Hollywood clásico, a razón de pelo oxigenado, pieles y melodrama.
Nunca se dijo la actriz más querida del público, porque tenía poco de entrañable. Pero siempre se consideró imposible apartar los ojos de Lana.
Más nena glamourosa que actriz a tomar en serio, grandes películas le permitirían intervenciones memorables y un merecido lugar en el firmamento filmico.
Frente a cualquier consideración, Lana Turner era un resumen de lo que Hollywood vende al mundo: el amor por la riqueza, la valoración del exceso, la sed de belleza y las ganas de sexo.


Lana Turner nació para la causa como un producto con sello de fábrica en la Metro Goldwyn Mayer. 
Allí la definieron como chica fatal y, en el proceso de reinvención, Lana demostraría la ambición que la había traído desde una pobreza de solemnidad a la ciudad de las promesas.


Su imagen pública y su vida privada vivieron en conflicto desde el principio, como yugo y contrapunto. Y, así, la chica del jersey daría paso a la diva del escándalo a los ojos de todos.
Perfecto emblema de su país, ella rentabilizó el camino. Imitadora a la vida por excelencia, le quedaron joyas, remordimientos y la sensación de haber perdido algo decisivo por el camino.


Ese camino comenzó en la rural Idaho, en una localidad minera donde trabajaba el padre de Julia Jean Turner. 
La exacta fecha de nacimiento de la niña quedó en las brumas de Idaho y también el suceso que la marcó de por vida.
El padre de Julia Jean había ganado a los dados y, cuando volvía a casa con el dinero, fue asesinado entre las sombras de la noche. Nunca se aclaró el suceso.
Julia Jean y su madre se mudaron a California, donde trabajarían duro en medio de terribles apuros económicos.


La divulgada leyenda cuenta que un cazatalentos descubrió a la "chica del jersey" en una heladería y se la presentó a Mervyn LeRoy.
Verdad o mentira, fue en plena década de los treinta cuando Julia Jean se convertía en Lana Turner y se terminaba la miseria.
Los agentes y los periodistas la llamaron "chica del jersey" cuando la vieron marcando tetas en su primera película, aventurando que el interés por Lana Turner era cosa de su atractivo físico.


Maquillada y arreglada a conciencia en la Metro Goldwyn Mayer, que la acogió en exclusiva, la carrera de Lana comenzaba adosada a la imagen de sirena rubia para la que estaba provista, en una especie de reemplazo de la fallecida Jean Harlow.

Con Robert Taylor en "Johnny Eager"

Su popularidad fue en aumento, a medida que sus fotos viajaban desde las revistas de cine hasta las tiendas de campaña de los soldados, que la consagraron como una de las más deseadas pin-ups durante la Segunda Guerra Mundial.
Lana se puso contestona con Louis B. Mayer y le dijo que quería más y mejor. Éste la mandó gritar en "Doctor Jekyll and Mr. Hyde" y la colocó al lado del astro Clark Gable en muchas ocasiones.

Con Clark Gable en "Honky Tonk"

Pero la leyenda comenzaría propiamente con su Cora de "El Cartero Siempre Llama Dos Veces".
Como sería costumbre en Lana, sus desafíos no contradecían su imagen, sólo la hacían más poderosa y subyugante. 
Ahí aparecía vestida de blanco, como contundente imagen de erotismo y rara vez donde la crítica quiso aplaudirla.

Con John Garfield en "El Cartero Siempre Llama Dos Veces"

Entre antipáticas y fascinantes, se construyeron las heroínas de Lana Turner, que también eran villanas, por mor de las sombras del noir, por aquello de la emoción en la última redención. 
Lana Turner era la hembra de trastienda, con mucho que esconder y ni una brizna de pelo fuera de sitio.

"La Calle del Delfín Verde"

Acusada de falsa y mala actriz a lo largo de toda su carrera, muchos directores aseguraron que había algo más grande en Lana. 
Hollywood nunca quiso desvelarlo y, por ello, las oportunidades de una Lana insólita, más allá del glamour, se perdieron.
Vincente Minnelli fue uno de los primeros devotos de Lana y hasta la deseó como su "Madame Bovary". No lo consiguió, pero, a cambio, la dirigió en uno de sus mejores papeles: la starlet alcohólica de "The Bad And The Beautiful".
Buenas, malas y regulares películas confirmarían a Lana Turner como señorita de caché durante dos décadas, mientras los mentideros hollywoodienses ya la habían señalado hacía tiempo como una de sus figuras predilectas.
Lana fue carne de revista del corazón antes de las revistas del corazón.

Milady de Winter en "Los Tres Mosqueteros"

Su agitada vida íntima se compuso de matrimonios desastrosos, novios confesos y amantes inconfesables.
"Mi deseo era tener un marido y siete hijos, pero fue al contrario", dijo, tras haberse casado en ocho ocasiones. 
Entre éstas, se cuenta su matrimonio sietemesino con Artie Shaw, sus turbulentos años con el Tarzán Lex Barker o aquel hipnotizador de nightclub al que firmó un cheque y jamás regresó.
De su segundo matrimonio, Stephen Crane, con quien maridó dos veces, nació su única hija: Cheryl.

Con su hija Cheryl

Sería precisamente Cheryl la pieza clave del magno fiasco en la vida de Lana Turner, devenido en uno de los más recordados escándalos de la década de los cincuenta.
En 1958, Lana triunfaba en pantalla con "Peyton Place", adaptación de un polémico best-seller y una de las primeras veces donde quiso interpretar a una madre. Eso sí, una madre guapa.
La película se vestía de taquillazo, pero Lana no era feliz. 
Quiso terminar su relación con Johnny Stompanato, al descubrir las relaciones de éste con la Mafia. El gángster no se lo puso tan sencillo y comenzaba una relación llena de violentas broncas y turbias reconciliaciones.

Con Johnny Stompanato

En aciaga noche, la policía se presentó en casa de Lana Turner para encontrar el cadáver de Stompanato, acuchillado en la cocina. 
Tras las preguntas, los agentes detenían a la hija, Cheryl, acusada del asesinato del novio de su madre.
Tantos años después del asesinato de su padre, otro hombre muerto aparecía en la vida de Lana.
La prensa no encontró mejor festín y el juicio estuvo a la altura de la sensación, con Lana Turner en el estrado y a lágrima viva.
Hollywood no se lo pensó y la nominó al Oscar ese año. Por "Peyton Place", porque no podían nominarla por su confesión en el estrado de la vida real.
Ha habido muchas versiones y leyendas sobre lo sucedido esa noche en casa de Lana, pero el veredicto rezó que Cheryl había apuñalado a Stompanato para proteger a su madre en plena refriega.


La sórdida historia bien pudo arruinar el factor Lana para siempre. Pero las duras llaman dos veces y la gloria está en el retorno.
Cristales caían como diamantes para "Imitación A La Vida", el mayor éxito comercial de su carrera, del cual se benefició como co-productora.
La película tenía todo lo que era Lana Turner: la historia de los harapos a la riqueza, las joyas, los vestuarios, el glamour, los peinados, los colores. Y todas las ironías. 
Lana interpretaba a Lora, la actriz de aplausos que debe enfrentarse a los reproches de su hija en el último momento. 
"Me lo has dado todo, menos a ti misma",

Con Sandra Dee en "Imitación A La Vida"

Maravillosa película, mejor espejo de lo que le había ocurrido a Lana Turner. Todo el mundo fue a ver "Imitación A La Vida".
Lana aprovechó el filón de melodramas calentitos y repitió con Ross Hunter, productor de semejantes empeños de escalera y bofetón, si bien los sesenta terminarían con el desgaste de la fórmula. 
La diva decrecía en calibre y, hacia 1969, anunciaba tocata y fuga. 


Admirada y envidiada por toda una generación de mujeres, Lana Turner se diría señora de cosméticas y del buen conservar, con edad inventada y antes muerta que despeinada. 
Las nuevas generaciones la miraban con clara desconfianza, al representar un prototipo de hembra en decadencia, pero el tiempo preevería que sus más restallantes películas se redimieran por camp, haciendo entrañable a la que nunca lo fue.
Su última reaparición de renombre se quiso en "Falcon Crest", donde se llevó a matar con Jane Wyman delante y detrás de las cámaras, aunque su publicitadísima presencia otorgaría inmejorables audiencias a la serie. 

Con Jane Wyman en el set de "Falcon Crest"

Con Cheryl, su hija atribulada, hubo tiempo para la reconciliación. Ésta le confesaría su homosexualidad y Lana, que tenía poco de lo que sorprenderse a esas alturas, lo aceptó y entendió.
Cheryl Crane se sacaría inevitable biografía de la manga tras la muerte de su madre. 
Afirmó que había apuñalado a Stompanato y también contó que Lex Barker, cuarto marido de Lana, había abusado de ella.
Tras confesárselo a su mamá querida, ésta sacó al Tarzán de su casa a punta de pistola.

Con Lex Barker

Antes de las confesiones de Cheryl, estuvieron las de la propia Lana. 
Como constante entre películas, regando sus relaciones con los hombres, sufría un alcoholismo devastador, condimento atroz de las desgracias de entre sus éxitos.
El Festival de San Sebastián la llamó para celebrar éstos últimos, y le daría uno de los pocos premios que recibiría tal emblema del sueño americano. 
Ella llegó, conquistó y pidió a todos que la llamaran Lanita.


Fue la última vez que el mundo la vio. Un cáncer de garganta se proclamaba enemigo y, de manera extraña en Lana Turner, perdía la batalla.
Era 1995 y tenía unos oficiales 74 años.


"El humor ha sido el bálsamo de mi vida, pero ha estado reservado para aquellos cercanos a mí. No es parte de la pública Lana".
Pública Lana y privada Lana residían en la misma excitante y contradictoria señorita, ese cristal que caía como un diamante, esa mujer famosa y misteriosa al mismo tiempo.


Yo la amo de toda la vida. Oh, mi Lana Turner, icono entre los iconos.