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martes, 2 de abril de 2013

El Rey Clark


Clark Gable se ganó la corona de rey de Hollywood entre el furor que despertó su imagen y la afortunada sucesión de un puñado de títulos que lo inmortalizaron en retinas y celuloides.
Como los grandes galanes, tenía el sello de la durabilidad escénica emplazado a la misma altura que su dureza personal. 
En su época de gloria, Clark fue el hombre deseado por ellos, que querían ser como él, y por ellas, que se derretían por su sonrisa.
Cuando intentaron etiquetarlo en los estudios, alguien dio con la clave: Clark Gable es como un leñador en traje de noche.


El bigote remarcó sus labios, matizó su sonrisa chulesca y favoreció su estatus de hombre macho. Era el más macho, decían públicos y expertos, cuando lo veían mangoneando a las actrices glamourosas. No había nada más sexy que Clark, más real, más cercano y, a la vez, más ideal. 
Fumaba, miraba de soslayo, era canalla, y de su ceño fruncido, volvía a surgir una sonrisa tierna. Era la calidez nacida de la masculinidad, era la bondad venida de la fuerza.
Clark Gable, el bello de las orejotas, suponía combinación explosiva y, por tanto, sólo pudo entenderse como el rey.
"No soy actor ni lo he sido nunca. Lo que ve la gente en la pantalla es a mí", diría, consciente de que lo suyo fue una cuestión de estrellato.


William Clark Gable nació en algún lugar de Ohio y su tozudo padre lo inculcaría pronto en trabajos y aficiones masculinas, mientras, inesperadamente, surgían inquietudes artísticas entre pozos de petróleo y partidas de caza.
Teatros, rutas itinerantes y clases de dicción se sucedieron para convertir al afónico Clark en el sensual Gable. 
Muchos años pasaron hasta que llegó a Hollywood, junto a su profesora, representante y primera mujer, Josephine Dillon.
Breves intervenciones en el cine mudo no hicieron cuajar las promesas puestas en Gable, que volvería al teatro, donde se ganaría cierta reputación y el indispensable apoyo de Lionel Barrymore.
El cine sonoro vino acompañado de la Depresión y la sequía laboral, aunque una fructífera prueba para la Metro Goldwyn-Mayer lo puso de nuevo en la mira de las cámaras hollywoodienses.


Darryl Zanuck diría que "sus orejas son enormes y parece un mono". 
Las orejotas preocuparon en principio, pero, como Dumbo, Clark terminó por sacarlas al aire, dejarlas libres y convertirlas en su sello de identidad.
Se puso frente a Norma Shearer y al público le entró el calor. Cuando hizo arder a Jean Harlow en "Red Dust", Hollywood se incendió.

Con Jean Harlow en "Red Dust"

El incendiario Gable disparaba líbidos y parecía conseguirlo sin proponérselo; el hombre había llegado para quedarse y la Metro ya no tuvo ninguna duda de quién iba a ser su galán de cabecera.
Los años treinta se dijeron espectaculares para Clark Gable, que se convertiría en uno de los emblemas de la época. 
No es posible contar la Depresión sin los héroes de Clark, sin su fleco despeinado, sin su mirada de desconcierto, sin sus inconfundibles mohínes, sin su imprescindible mostacho.

En "San Francisco"

Prestado a la Columbia, Gable aceptó a regañadientes el papel de Peter Warne, el periodista acabado que se topa con una heredera a la fuga y, por supuesto, se enamoran.
La película se llamaba "Sucedió Una Noche" y de proyecto modesto se convirtió en señor clásico. 
Gable se descamisaba en una recordada escena y la leyenda cuenta que todos los chicos norteamericanos no pararon de quitarse la camiseta en 1934.

Con Claudette Colbert en "Sucedió Una Noche"

Clark perdió la camiseta, pero ganó el Oscar, validación a una carrera que no había hecho más que empezar y ya se decía impecable. 


Conquistador nato, Joan Crawford, amante y amiga de por vida, lo recordaría como el mejor en todos los sentidos. 
Pero Gable siempre tuvo ojos para Carole Lombard.
Por entonces, ella también se decía fulgurante. Carole, la bella, la comedianta. Lucharon por estar juntos, y, al final, lo consiguieron en 1939.

 
Sería un año muy especial para Clark, porque se estrenaba la película definitiva. 
Desde que la novela de Margaret Mitchell se hiciese best-seller, los lectores tenían claro que sólo Clark Gable podía ser Rhett Butler en la inminente traslación cinematográfica de aquel "Lo Que El Viento Se Llevó".


David O. Selznick también lo sabía, aunque le costó convencer a la estrella.
Clark se mostraba reacio a participar en lo que consideraba "una película para mujeres". 
Finalmente, dijo que sí, con la promesa de que Selznick y Mayer hiciesen lo posible por agilizar el divorcio de su segunda esposa y así poder casarse con Carole Lombard.
Gable aterrizó como el intrépido, fresco, enternecedor canalla que da besos y lo que no son besos a Vivien Leigh. 
En el rodaje, dijo que no a George Cukor, demandó a Victor Fleming y, cuando le revelaron que tenía que llorar por Bonnie Blue, protestó un día para finalmente soltar las lágrimas que nunca había derramado ningún otro galán de su estatura.

Con Vivien Leigh en "Lo Que El Viento Se Llevó"

"Lo Que El Viento se Llevó" se vistió de anticipación, ganó todo lo que tenía que ganar y Gable se casó con Carole Lombard, con lo más parecido a la felicidad entre las manos. 
Las revistas retrataban su vida juntos. Ella había conseguido que él votase a Roosevelt, él le había enseñado a ella a pescar.
Irrumpía la Segunda Guerra Mundial y, cuando Estados Unidos intervino en el conflicto, Carole Lombard inició una gira por el país para vender bonos de guerra. 
Una aciaga jornada, de vuelta de uno de sus destinos, el avión en el que viajaba Carole estalló contra una montaña.
Era 1942. Clark fue a reconocer los restos de su esposa, organizó el funeral, volvió a casa. Condujo a toda velocidad por carreteras desiertas, buscando suicidarse.
Meses después, apareció en el rodaje de "Somewhere I'll Find You", para darle la réplica a Lana Turner. Estaba delgado y destrozado, pero quiso trabajar. 
Pasó el tiempo, pero todos en Hollywood lo sabían y lo dijeron siempre: tras la trágica muerte de Carole Lombard, Clark no volvió a ser el mismo.


Se alistó en la aviación, quizá para aplacar el inconsolable luto y llegó a formar parte de misiones ofensivas en Europa. Hitler lo adoraba y ofreció recompensa para quien se lo trajese vivo y bien atado.
Terminada la guerra y a su regreso a Hollywood, Clark se sintió insatisfecho con las películas que le ofrecía la Metro Goldwyn Mayer. Cuando acabó su contrato, no quiso renovarlo.
En su vida privada, volvió muchas veces a los brazos de Joan Crawford, llegó a casarse con la socialité Lady Ashley y tuvo rumoreados romances con muchas compañeras de reparto.
Entre ellas, Grace Kelly, de edad suficiente para ser su hija, mientras rodaban "Mogambo" en África, remake de "Red Dust". 
Clark, entendido como perenne, hizo el mismo papel, veinte años despues, con actrices mucho más jóvenes, recurrente fórmula de la época. 

Con Grace Kelly en "Mogambo"

Se hizo más esporádico y exquisito con el tiempo y hasta llegó a crear una productora propia, mientras, entre matrimonios, confesaba que quería ser padre.
"The Misfits", a las órdenes de John Huston, se reveló como una ordalía insuperable. El rodaje, eternizado por los caprichos y ausencias de Marilyn Monroe, fue un infierno desde el primer momento y, además, Clark se demandó unas exigencias físicas impropias para su edad y estado de salud.
Sufrió un infarto como colofón, pero sostuvo que "The Misfits" era la mejor película que había hecho y la única que le había dado la oportunidad de actuar de verdad.

Con Marilyn Monroe en "The Misfits"

La deteriorada salud, incrementada por el tabaquismo y una brutal dieta de adelgazamiento, le cobraron la factura y el corazón.
Era 1960, y Clark Gable moría a los 59 años. 
Su funeral fue silencioso, aunque abarrotado de todos los compañeros de profesión y firmamento, que lo atesoraron como la gran estrella que había sido.
Sus restos quedaron por siempre colocados al lado de ella: su nunca olvidada Carole Lombard.


Al poco tiempo de morir, nacía su hijo, John Gable. ¿Su único retoño biológico?
Allá por 1934, en su año de gloria, Clark Gable protagonizaba "Call Of The Wild", junto a Loretta Young.
Clark y Loretta mantuvieron una relación sentimental bastante ardiente durante el rodaje. 

Con Loretta Young en "Call Of The Wild"

Tras el final de la producción, Loretta huía del país en dirección a Europa, sin aparente motivo.
Regresó al año siguiente y traía consigo un bebé, de nombre Judy, de quien dijo haber adoptado durante su largo viaje.
Cuando le veían las orejas a Judy, los rumores empezaban en Hollywood y terminaban en el patio de la escuela; la niña creció entre la suspicacia y la negativa de Loretta Young a contarle nada.
Cinco años después de la muerte de Clark Gable, Judy se enfrentó a su madre y le exigió la verdad de una vez por todas. 
Entre sollozos, Loretta confesó: Judy era la hija biológica de Clark Gable y Loretta Young, cuyo nacimiento fue escondido en algún lugar de Europa.
Loretta también le recordó a su hija que se iría a la tumba sin confesar la verdad públicamente, porque aquello había sido un pecado mortal.
Judy recordaría entonces una tarde perdida cuando, siendo niña, recibió una visita. Era un hombre a quien sólo había visto en la pantalla de cine. 
Aquel hombre pasó el día con ella, le preguntó por su vida, se interesó por sus juegos y, antes de marcharse para no volver nunca, le dio un beso en la frente.


"Doy a cada papel todo lo que soy, todo lo que fui y todo lo que espero ser", dijo el señor Clark Gable, adorado y repetido.
Nunca hasta la saciedad, porque nunca hay suficiente si el caballero sonríe, si calienta el corazón, si hace mejores a todas las películas, si pone de moda el descamisamiento, si sigue brillando, robando la escena, volviendo la mirada, besando a la O'Hara, besándolas a todas, para besar así al público que quiso coronarlo tantas veces.


Le cantaba Judy Garland aquello de Mr. Gable, you've made me love you. 
Ante el amor, él, por supuesto, sonrió. Sonrió hasta el último momento.

viernes, 2 de noviembre de 2012

"Lo Que El Viento Se Llevó"


Hollywood en estado puro, "Lo Que El Viento Se Llevó" no fue la primera demostración de poder del cine norteamericano, pero sí la definitiva. 
En 1939, cuando el mundo volvía a estallar en conflicto armado, se presentaba la película que venía a resumir todas las películas, relatando la saga de Escarlata O'Hara, la niñata sureña que sobrevivió a la Guerra de Secesión con la simple determinación de no volver a pasar hambre.

Clark Gable y Vivien Leigh

"Lo Que El Viento Se Llevó" es folklore cinematográfico. 
Su nombre pone en guardia, suscita reacción, permite opinión, acelera el corazón de los cinéfilos. Diríase que es parte de la vida de todos los que aman el cine.
Y continúa ostentando el estatus de ser la película más vista de la Historia.

Atlanta en llamas

Hollywood la construyó con sus tradicionales cimientos: el idealismo, el sentimentalismo, el colorido formal y argumental, la manipulación de emociones y todas sus estrategias de imitador a la vida.
El éxito de la operación fue insuperable, pese a ser emulado en tantísimos intentos posteriores. El cine norteamericano se ha acercado en algunas ocasiones, pero nunca ha conseguido esa mezcla exacta entre acontecimiento fílmico, obra transgeneracional y taquillazo perenne.

Leslie Howard y Olivia de Havilland

"Lo Que El Viento Se Llevó" adaptaba la novela de Margaret Mitchell, que rebuscaba en el pasado de los Estados Unidos, utilizando a un personaje prototipo: la dama sureña.
La historia de Mitchell miraba al Viejo Sur esclavista como una genuina víctima de la industrialización, cuyo alto sentido del honor y la nobleza no le fue suficiente para sobrevivir. Un universo barrido por el viento, sepultado en la memoria.

Vivien Leigh y Hattie MacDaniel

"Lo Que El Viento Se Llevó" funciona como una métafora de lo perdido y ello fue precisamente la clave de la impresión que suscitó esta película en la época de su estreno
Si es cierto que retrata la Historia de manera aligerada y melodramática, su mirada a la experiencia del individuo común en un conflicto bélico fue tan astuta como inteligente. 
Se miraba así en el espejo de "El Nacimiento de Una Nación" para contar la Historia a través del retrato de los que miran y padecen la guerra a ras del suelo, entendidos como sus significativos y verdaderos protagonistas.


Otro giro más es el carácter profundamente egoísta de Escarlata O'Hara, una persona que, pese a resistirse, formará parte de los acontecimientos.
Hasta los que sólo pasaban por allí, son actores del pasado, de lo que sucedió, de lo que el viento se llevó. 
Escarlata busca a Ashley y el modo de volver a casa, pero su caminar la llevará por la escalofriante estación de Atlanta hasta sufrir en sus carnes el horror de la destrucción y la posguerra.


La entrada de Escarlata en las mansiones arruinadas - "todo se lo llevaron los yanquis" - es una de las grandes secuencias de la Historia del Cine, al unir el melodrama más aparatoso con la sencilla emoción que trae la imagen de la desgracia.
La tristeza ante la pérdida de todo se transforma en emoción cuando Escarlata decide levantarse y luchar, con su testarudez, con su enorme esperanza. 
Es una mujer que se queda sola en muchas ocasiones, pero siempre se tiene a sí misma.
Al final, Escarlata, el individuo que se decía reacio a participar en el acontecimiento, se convertirá en el símbolo de su época.

"A Dios pongo por testigo..."

Lo brillante de "Lo Que El Viento Se Llevó" reside en la elección de ese personaje central. 
En una historia convencional, la heroína hubiese sido la generosa, noble, cursilona Melania. En cambio, Melania se utiliza subtextualmente como la cándida conciencia de Escarlata, y, por ello, su inconveniente, su antítesis, lo que quiere derribar para conseguir sus propósitos.
Porque Escarlata es caprichosa, mentirosa, artera, aprovechada y, a veces, bastante idiota. E incluso comete un asesinato. ¿Qué otra película clásica tiene una protagonista así?


La O'Hara crea una poderosa sensación de ambigüedad en el espectador; por un lado, se la censura y, por otro, es completamente hipnótica. Una pragmática que hace trizas un camisón para enterrar a un soldado yanqui, que descuelga cortinas para confeccionar el adecuado traje para su prostitución y que hace tratos con los que la humillaron para volver a hacerse rica.
Escarlata es una mujer valerosa pese a su estupidez y, también, la protagonista de una historia de amor que ella creía de odio. Su heroicidad será percatarse de sus errores de cálculo, y sólo al final se dará cuenta de lo que estaba viviendo, del significado de todo que le ha ocurrido.
Escarlata O'Hara es un personaje inolvidable y apasionante precisamente por sus múltiples defectos.


"Lo Que El Viento Se Llevó", con su estructura episódica que la hace parecer más larga de lo que es y con sus excesos melodramáticos no aptos para todos los gustos, ha encontrado, no obstante, las mayores discusiones y polémicas a raíz de su conclusión.
Es quizá el final más extraño de una película norteamericana clásica, por abierto y emocionalmente sofisticado, sin beso ni muerte ni sensación de cerradura. 
¿Es "Lo Que El Viento Se Llevó" la única obra cinematográfica de su tiempo que termina como lo haría una historia de vida? 
Ese "Mañana será otro día" parece la frase que cualquiera diría para terminar su autobiografía. No importó lo que pasó, importa que lo superé, aprendí algo, seguí luchando, miré hacia adelante.


En las tres panorámicas de Tara, aderezadas con esa épica fotografía y la no menos épica banda sonora de Max Steiner, se suceden las tres posibles Escarlatas: la niña que aún no ha empezado a vivir, la víctima de los tiempos y la mujer esperanzada. 
Tres estados de ánimo, tres fases de nuestras vidas. 
"Lo Que El Viento Se Llevó" termina por contar la mayor verdad de la existencia humana: cuando todo se termina, lo mejor es volver a casa.


Historia que se contaba en 1939, cuando el productor David O. Selznick creó esta obra decisiva. 
Los directores, que pasaron en procesión por el rodaje hasta que Selznick decidió quedarse con Victor Fleming y acreditarlo como responsable, jamás importaron un comino, porque "Lo Que El Viento Se Llevó" es una película de productor y, por tanto, cebada de pretensiones, momentos cumbre y opulencia.
Es una película de enormidades, dígase príapica, y, como tal, una empresa cien por cien norteamericana. 
David O. Selznick la confeccionó como lo hubiese hecho la propia Escarlata: inasequible al desaliento.


En todo caso, gran parte de la belleza formal de "Lo Que El Viento Se Llevó" fue culpa de William Cameron Menzies, acreditado como diseñador de la producción. 
Cameron Menzies imaginó la plástica y desarrolló la potencia visual y escénica de la película; ese color brillante, esa rotunda elegancia. 
El look, tan minucioso y visionario, resulta aún impactante y, salvo algunos trucos propios del cine viejo, la factura de la película resiste el paso del tiempo de una manera inaudita. 
Cuesta creer la edad que tiene "Lo Que El Viento Se Llevó", atendiendo a la proeza absoluta que conllevaba armar una producción de semejante calibre, desde la escritura del guión hasta esa imagen impecable en un año donde la fotografía en color todavía era una novedad.


Si hemos hablado del personaje de Escarlata O'Hara como la llave emocional, la cerrajera es, por supuesto, Vivien Leigh, la actriz británica que dio vida al papel más americano que existe. 
El mundo conocía a una mujer terriblemente hermosa, especial, quizá por lo poco que se prodigaría, atribuida de la personalidad necesaria para llevar todo el peso del drama e incrementar su intensidad.


Si Vivien Leigh está suprema, no habría que menoscabar a Clark Gable, nacido para ser Rhett Butler, personaje de tantas aristas como Escarlata.
Butler es ese encantador canalla, oportunista hoy, heroico mañana, que encuentra en Escarlata la horma de su zapato, el amor de su vida y la trágica oscuridad de sus días; otro superviviente al que, perdido todo, le resta seguir adelante.
Gable lo borda y, para ello, sólo le hizo falta despeinarse el fleco.


Si "Lo Que El Viento Se Llevó" es un relato sobre el pasado perdido, verla hoy es presenciar otro ayer añorado: aquel donde el cine producía obras con la ambición de la eternidad.
Se hacían apostando a lo más alto, sin atender a fórmulas, sólo a la necesidad de encontrar lo único y ofrecer lo excepcional.
¿La respuesta a tamaña empresa? Ahí está, en el público de 1939, en las generaciones que la recuperaron, en los que se obsesionaron con sus imágenes, en los que soñaron con sus grandes momentos, en los que repitieron sus más encendidos diálogos, en los que seguimos regresando a ella de vez en cuando.
Y en todos los que creemos que "Lo Que El Viento Se Llevó" fue, es y será cine en mayúsculas.

"Bésame, Escarlata... bésame una vez".