martes, 4 de diciembre de 2012

La Magnificencia de Barbara Stanwyck


En algún lugar del camino, desde Brooklyn hasta Hollywood, desde la pobre Ruby Stevens hasta la majestuosa Barbara Stanwyck, desde la mujer hasta la actriz, se aferraría a una autenticidad que ningún foco pudo anular.
En su rostro, en su mirada, en su personalidad, quedó impresa su propia historia de pobreza y riqueza, de determinación y éxito. 
Se convertiría en una de las actrices más queridas del cine norteamericano.
Una clásica entre clásicas, y a la vez, tan moderna, dinámica, intuitiva. Una intérprete adelantada a su tiempo, que prefería cruzar el escenario con decisión antes que quedarse llorando en una esquina. 
Barbara Stanwyck era mujer de acción.


Quizá la actriz más versátil de su generación, la Stanwyck se mostraba enigmática y descifrable, glamourosa y cercana, majestuosa y vulgar, simpática y distante.
Era capaz de convencer con heroínas, cómicas o villanas, poseída de ese don de las grandes de resultar siempre carismática. Hasta interpretando a la mayor zorra de todos los tiempos, el público no sólo la siguió queriendo, sino que decidió amarla más.
También como las grandes, la película podía ser una mierda, que ella se encargaba de que pagar la entrada del cine valiera la pena.

En "Las Furias"

En cierta ocasión, aseguró que el truco de una gran interpretación no estaba en pronunciar diálogos brillantes, sino en la mirada precisa.
Y la Stanwyck miraba como ninguna otra.
Todavía hoy es imposible no querer a Barbara. El destello sigue ahí, en todas sus interpretaciones.


En las calles de Brooklyn, cuando se llamaba Ruby Stevens, se contó la tragedia de su orfandad. 
Su madre murió atropellada por un conductor borracho, y su padre, destrozado por la pena, abandonó a los hijos y nunca regresó.
Ruby creció entre casas de acogida y fugas ocasionales, para hacerse mayor con lecciones de dureza y trabajos ocasionales.
Su ambición se miró en el espejo del espectáculo desde el principio y se la vería en vodeviles y antros de mala muerte, para ascender finalmente hasta el sueño de Broadway.
El primer éxito se llamó "Burlesque", donde coincidía con un actor de buena carrera llamado Frank Fay. Ambos se encontraron, no se entendieron en el primer instante y se enamoraron al siguiente.
Se casaron y, quizá motivada por su mala experiencia como niña sin padres, convencería a Frank para adoptar un niño, de nombre Dion.

Con Frank Fay

Los Fay hacían las maletas rumbo a Hollywood, sin saber que allí empezarían los problemas. 
Mientras Ruby se convertía en Barbara Stanwyck y era pronto demandada por el cine sonoro, Fay se topó con una sequía profesional que lo desesperó. Tan seco de éxito, bebió alcohol y desató el Infierno.
Malos tratos, peleas brutales y un lamentable episodio donde Frank acabó tirando al pequeño Dion a la piscina sentenciaron el matrimonio. 
Frank estaba acabado, Barbara lo tenía todo por delante.


El espectáculo debía continuar para Barbara Stanwyck, una criatura ideal para el cinematográfo que, lleno de sonidos, buscaba rostros distintos y voces peculiares. 
La Stanwyck tenía ambas cosas: era una chica dura de la ciudad y, a la vez, dotada de una rara sensibilidad. Era atractiva sin ser canónicamente bella, con una voz sexy por ronca, que la hizo inconfundible.


Ya era una cara conocida cuando se topó con Frank Capra, pero sería este director quien la consagrara como gran actriz, al señalara como predilecta y embarcarla en muchas de sus aventuras. 
Barbara protagonizó las películas más extrañas de Capra; entre ellas, joyas tan poco divulgadas como "La Mujer Milagro" o "La Amargura del General Yen".

Con Nils Asther en "La Amargura del General Yen"

Pero sería King Vidor quien le permitiera ofrecer su papel emblemático, el mismo que ella considerara su favorito. Se trataba de "Stella Dallas", melodramón de llorar y no parar.
En "Stella Dallas", la Stanwyck interpretaba a una mujer vulgar y estridente, cuya humanidad aparece cuando se sacrifica noblemente por su hija. 
Nadie como Barbara para esa secuencia final de "Stella Dallas", todavía hoy una lección de interpretación y aún el mejor motivo para acabar con cuatro cajas de pañuelos.

Vibrante "Stella Dallas"

Su popularidad y su talento la asentaron hacia finales de los años treinta como indispensable leading lady de Hollywood.
Iba al Oeste con "Unión Pacífico", hacía mover el esqueleto de Gary Cooper en "Bola de Fuego" o se enamoraba del Henry Fonda al que esperaba timar en "The Lady Eve". 
Comedias, westerns, melodramas, siempre la misma Barbara hipnótica, sin un gramo de cursilería, enérgica, emocionante.

Con Gary Cooper en "Bola de Fuego"

El noir no se le resistió. Diríase que estaba hecho para ella. 
Fue una mujer fatal de categoría para "El Extraño Amor de Martha Ivers" y, sobre todo, para "Double Indemnity", majestuoso rol de hipócrita criminal con pelucón rubio, gafas negras y pulsera en el tobillo. 

Con Fred McMurray en "Double Indemnity"

Con el tiempo, diría que compaginar carrera y vida fue dificíl para ella. 
En 1939, se había casado con Robert Taylor, furor de galán e igualmente estrella, pero sin la mitad del talento dramático de su esposa. 
Robert y Barbara formaron un matrimonio un tanto raro, que nació entre las suspicacias de ser un apaño publicitario de la Metro Goldwyn Mayer y terminó en 1952, tras las crecientes infidelidades de ambos a lo largo de los años.
A pesar de todo, Barbara siempre habló de Robert Taylor como el amor de su vida y, cuando se desataría un incendio en su casa de Beverly Hills allá por los años ochenta, lamentó haber perdido las románticas cartas que Robert le había enviado y ella atesoraba.

Con Robert Taylor

Humilde y trabajadora se la decía, llena de amigos y simpatías. 
El carácter paciente y asequible de Barbara la hizo querida por todos los profesionales con los que compartiera luces y rodajes.
Y, como buena representante de la vieja guardia hollywoodiense, la Stanwyck también fue una conservadora nata, promotora de los "ideales norteamericanos" y fiel votante republicana. Quizá, porque no se puede ser perfecta.

En "Sorry, Wrong Number"

En una ceremonia de los Oscars, ya en el crepúsculo de su carrera, acudió a presentar un premio de la mano de William Holden. 
Éste quiso saltarse el guión y habló de la Stanwyck como su mentora y su aliada, recordando cuando trabajaron juntos en "Golden Boy", la película que hizo estrella a Holden. 
No terminó de alabarla, cuando hizo la gran pregunta: "¿Cómo es posible que nunca hayas ganado un Oscar?". 
Ella lo abrazó, mientras el público prorrumpía en debida ovación.

Con William Holden en los Oscars de 1978

Porque no, nunca había ganado un Oscar.
Tras ostentar el dudoso honor de ser la mejor actriz que nunca consiguiera la estatuilla, la Academia decidió enmendar la plana en 1982, concediéndole un premio honorífico.
En su discurso de agradecimiento, Barbara recordó a William Holden, que había muerto el año anterior.
"Lo quería mucho y lo echo de menos. Siempre quiso que yo ganara un Oscar... Pues esta noche, mi chico dorado, tu sueño se ha cumplido", dijo con la voz rota de emoción.

Con William Holden en "Golden Boy"

Anunció muchas veces que no quería retirarse nunca, y la televisión la acogió con los brazos abiertos.
"The Big Valley", "El Pájaro Espino" y "Los Colby" la presentaron en la pequeña pantalla como una matriarca inasequible al desaliento y sin temor a lucir cascos canosos de cabello y sabiduría. 
Sin embargo, la experiencia de los nuevos tiempos se hacía difícil para una actriz de su talla y trastienda, y llegaría a criticar abiertamente lo que se producía en Hollywood.


Finalmente, dejaba paso a mediados de los ochenta, mientras su salud empeoraba. 
Un desmedido tabaquismo era la respuesta; Barbara había empezado a fumar a la tierna edad de nueve años y no paró hasta cuatro antes de su muerte, acaecida en 1990.
A los 82 años, de tanto vivir y triunfar, a la Stanwyck sólo le quedó morir.



Al final, quedaba la certeza: Barbara Stanwyck había sido sencillamente la mejor.

2 comentarios:

  1. Amo tus biografías, siempre están llenas de datos, curiosidades y ese estilo tan tuyo. Saludos.

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  2. Merecido homenaje a una de las grandes, sí señor. Enhorabuena por este fantástico post.

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