martes, 3 de diciembre de 2013

Garra y Talento Según James Cagney


Evocar su nombre significa cantar puro estrellato del Hollywood clásico y, a la vez, rememorar una de sus benditas excepciones: ni era canónicamente bello ni sus mejores personajes fueron modelos a seguir.
"¡Tú, sucia rata!", decían sus imitadores, citando la frase que nunca dijo. 
Aunque su carrera es un ramillete de personajes, James Cagney fue, sobre todo, el gángster de las películas. Y también la primera vez que se intuía algo más detrás del galvanizante villano de las calles.


El cine sería menos sin James Cagney, que no quepa duda.
Su sonrisa sádica en sus más recordadas apariciones define la contradictoria experiencia que buscamos en las pantallas: la excitación ante la presencia de la maldad.
Y los finales estaban siempre a la altura de los personajes. Nadie se ha muerto de maneras tan variopintas, graciosas e inolvidables como los gángsters interpretados por James Cagney.
No sólo de malvados de ametralladora vivió el hombre, que también podía bailar, cantar y emocionar en seres bondadosos, especialmente necesarios en tiempos difíciles.


Pequeño, cabezón, de mentón pronunciado, más bien feo y, aún así, raramente atractivo, dotado del empuje del carisma, electrizado de su avasalladora energía, esa que se contagiaba desde pasos de claqué hasta la actitud urbana de su lugar de procedencia.
Considerado uno de los actores más finos, multitalentosos y comprometidos de su tiempo - "el mejor actor de cine", en palabras de Orson Welles -, James Cagney fue una victoria más de la personalidad masculina en el celuloide norteamericano; un joven espabilado y protestón con sed de buenas películas que devino en hombre tranquilo y venerable testimonio de pretéritos escenarios.

"Desfile de Candilejas"

El escenario original de James Cagney es como la primera secuencia de cualquiera de sus películas.
El Lower East Side de Manhattan fue el lugar de nacimiento, dentro de una familia devastada por la extrema pobreza. Varios de los hermanos de James Francis Cagney, Jr., habían muerto en la cuna y la madre temía lo mismo del recién nacido.
Afortunadamente para el mundo, el pequeño Jimmy sobrevivió.
Su padre, alcohólico, irlandés, camarero, boxeador, pereció a la gripe española. James ya fundía las calles de Manhattan con su tap cuando comenzó a trabajar en prácticamente todos los oficios disponibles para su extracción.
Un día, se asomó por la verja de los Vitagraph Studios y anheló participar en las películas.
Consiguió pequeños trabajos de extra y, en cuestión de años, se subía por primera vez a un escenario teatral. Lo hizo vestido de mujer en el coro. Para ello, se libró de su timidez y salió a bailar en faldas.
En aquellas representaciones de vodevil, perfeccionó su claqué, mientras conocía a Frances, apodada "Billie". 
Con ella, se casó en 1922 y con ella, permaneció hasta el último día de su vida.
El teatro fue donde nació y creció James Cagney como artista y su primera película en Hollywood fue una adaptación de una exitosa obra en la que participó. 
Sucedía en 1930, se llamaba "Sinner's Holiday" y el personaje de James era iniciático: un chico tan duro como miserable, entregado fatalmente al crimen.
Casi sin pretenderlo, James Cagney, con su insolente actitud neoyorquina y su dicción que parecía masticar los diálogos y arrojarlos con rapidez, se hizo primerísima generación de actores del cine sonoro.


El gran momento llegaba cuando, ya fichado por la Warner, protagonizaba el drama gangsteril definitivo: "El Enemigo Público". La película, de una violencia inusual, se hizo un éxito de la noche a la mañana y el público se volvió majareta por Cagney.
Interpretaba a Tom Powers, contrabandista de licor y demonio callejero, que le estampaba un racimo de uvas a Mae Clarke por pasarse de lista.
Esa escena de misoginia es emblema del cine clásico donde los haya, y también adelantada a su tiempo, avanzadilla de la visceralidad buscada por cines más realistas.

Con Mae Clarke y las uvas en "El Enemigo Público"

Desde entonces, en todo restaurante que pisó Cagney se le ofrecieron uvas a cuenta de la casa. 
Él no estaba precisamente satisfecho con la violencia de "El Enemigo Público", película que, en cualquier caso, contaba más de su sensacionalista apariencia. 
Hablaba del origen pobre y desfavorecido de los grandes gángsters, esa verdad incómoda de las sagas rags-to-riches de la vida real.


En "Ángeles Con Caras Sucias", daba mejores matices a otro criminal de infinito sadismo y, aún así, aclamado como un héroe por los chicos del barrio. 
De nuevo, de presencia imponente, puro nervio, encontrando una conclusión tan imborrable como su personaje.

"Ángeles Con Caras Sucias"

La Warner no sólo quería encasillarlo, sino también aventurarlo en productos indignos, estrategia de estudio que acarrearía no pocos problemas. 
Junto a Bette Davis y Olivia de Havilland, James Cagney fue uno de los grandes respondones de la Warner y llegó a ganar un litigio por incumplimientos contractuales. 
Siempre que se enfadaba, se marchaba al campo y no volvía hasta que se lo rogaban.


No era lo único que contestaba y Jack Warner lo renombró "El Beligerante Profesional". 
Cagney estaba en contra del boato hollywoodiense, de sus demandas, de las estrecheces del estudio, de trabajar más de la cuenta y de todo lo que olía a capitalismo salvaje. Por entonces, se le acusaba de izquierdista radical y se le veía envuelto en partidos y grupos de movimiento social.
Se calmó cuando regresaron tiempos de guerra y el esfuerzo patriótico requería sentimentalismo.
Se cuenta que "Yankee Doodle Dandy" fue un proyecto por el que apostó uno de sus hermanos, convencido de que así desterraría la sombra del comunismo de la imagen de Cagney.


Rodada en los momentos del ataque a Pearl Harbor, "Yankee Doodle Dandy" era una biografía azucarada hasta el punto de la hagiografía sobre la vida y milagros de George M. Cohan, aclamado entertainer de Broadway y compositor de himnos patrióticos.
Cagney se entregó de tal manera que llegó a superar al biografiado y la película debe mucho a su presencia. 

"Yankee Doodle Dandy"

Interpretación tan completa, donde hacía llorar y reír, mientras bailaba y cantaba de una manera prodigiosa, entusiasmó a la audiencia y también a la Academia. En un año tan flameado de bandera como 1942, Cagney se alzaba con el Oscar.
En "Yankee Doodle Dandy", mostró su habilidad para el musical, tristemente poco explotada en el cine. 
En "Desfile de Candilejas", stravaganza de Busby Berkeley, ya había tenido oportunidad de subir la pierna y dar esos pasos impresionantes, heredados del vaudeville, que encontrarían aún mayor espacio en la película que le dio el Oscar.


En los años cuarenta, se fue de gira con las canciones de "Yankee Doodle Dandy" para animar a las tropas, mientras preveía montar productora propia. 
Las películas no fueron bien y quedó asimilada a la Warner. A ella volvía, y de qué manera. 
Tras veinte años sin incorporar a un gángster, encontraba uno aún más malvado, más loco y sin redención posible. 
La cosa se llamó "White Heat", señor clásico del género criminal, vestido de tragedia freudiana. Cagney era un canalla avejentado en "White Heat", pero todavía con la pegada de antaño.
Y el actor explosivo por excelencia estallaba por los aires en la secuencia final, de nuevo derecha a los anales de la Historia del Cine.

"White Heat"

El interés por James Cagney se mantuvo saneado durante los años siguientes. 
Entre sus más aclamadas interpretaciones, se alinearon "Ámame o Déjame", tenso melodrama musical sobre la terrorífica relación entre un gángster cojo y una prometedora cantante, y "El Hombre de las Mil Caras", para la que incorporó al mismísimo Lon Chaney.

Maquillado para "El Hombre de las Mil Caras"

A lo largo de su trayectoria, James Cagney fue un actor querido por los críticos y el público, entendido pronto como respetable y aceptado también en filas secundarias, donde daba el mismo calor que cuando se encamaraba encima del título.
Llegaron los sesenta y se las veía formidable a las órdenes de Billy Wilder como el alocado ejecutivo de Coca-Cola en el Berlín de "Uno, Dos, Tres". 
Fue broche de excepción en el crepúsculo de sus años en Hollywood y buena prueba de su ductilidad, en esta ocasión, para la comedia.

"Uno, Dos, Tres"

Pero Cagney recordaría el rodaje como una mala experiencia y señaló a Horst Buchholz como el responsable de gran parte del fastidio. 
Cundía el desánimo y, para James, su carrera sólo podía conjugarse con entusiasmo, así que anunció retiro. Durante aquellos años, se movía entre Nueva York y sus retiros campestres con su habitual frecuencia, mientras la diabetes era el diagnóstico que empeoraba su salud en instantes de vejez.
Aún del brazo de su Billie, aseguraba que nunca le había sido infiel. Sólo Merle Oberon fue tentación, allá en una gira durante la Segunda Guerra Mundial, pero no cedió. En cualquier caso, su vida privada siempre fue asunto que no entraba en sus entrevistas.
Los años habían conservado su talento, aunque sus energías políticas habían cambiado de signo. De ser un acalorado democráta en los años treinta, la senectud lo encontraba conservador, perdido en los nuevos tiempos y apoyando a Ronald Reagan.
Recuperarse de un ataque necesitó de un complemento brillante y accedió a volver al cine. Sucedía en 1981 para Milos Forman, con una breve intervención en "Ragtime". 

"Ragtime"

Tras esa aparición, sólo daría otra para televisión, antes de que la salud lo confinase a una silla de ruedas y lo apartase de la esfera pública para siempre.
En 1986, con unos ochenta y ocho años, James Cagney cerraba el telón de su vida, mientras el cine perdía nada menos que un auténtico mito.


James Cagney, gran estrella y aún mejor ejemplo, por tantas y variadas razones. 
Venció en una fábrica de sueños sin ser una cara bonita y ganó sin renunciar a sí mismo. Apuntaría muchas veces que, en todas sus interpretaciones, había la huella de sus experiencias vitales, desde las más gratas hasta las más difíciles. Quizá también la garra de la que se valió para superarlas. 
Porque James Cagney es la imagen de cómo hay que entregarse al arte, a las historias, a la vida: con ganas, con seguridad, con la voluntad de demostrar la valía personal e imponerla.
Desde disfrazarse de mujer en la línea de un coro de vodevil hasta hacer vibrar las pantallas inmortales, con el genial James Cagney, la timidez se fue a la mierda y la pasión ganó siempre la hermosa partida.

2 comentarios:

  1. Tenía unas cejas maravillosas, casi tanto como las de Ava Gardner.

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  2. A este actor le tenía cierta manía (infundada) porque mi madre no lo aguanta. "Tiene pinta de chulillo, va de galán, con lo feo que es", es su frase. Pero lo vi en "Uno, dos, tres" y, por Wilder, qué grande es... Me encanta.

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