miércoles, 4 de diciembre de 2013

Lo Que Hollywood Enseñó


Contestar a Hollywood - dudar de sus logros, rebatir su eficacia, ridiculizar sus proezas, insistir en sus deficiencias - es una costumbre habitual en la cinefilia, que se entiende como aquel que replica a un padre temible, al que, a pesar de los pesares, quiere con toda su alma.
A propósito del cine norteamericano, se puede decir que todos sus hallazgos fueron prestados. Sus mejores y más clásicas películas viven de influencias y muchas de ellas están firmadas por directores extranjeros; en ellas, se puede apreciar lo que tomó de las novelas decimonónicas, de la ópera italiana, de las vanguardias artísticas y hasta del Kabuki japonés. Y, cuando se quiso maduro, allá por los años sesenta, se desvivió por imitar a los nuevos y jóvenes directores que le respondían desde Europa y Asia.
¿Cuál es el logro entonces?
Además de su imponente esfuerzo de producción y su musculatura industrial, pasa precisamente por ser capaz de integrar todas sus influencias y hacerlas suyas, de introducirlas en películas inmensamente populares y soberanamente entretenidas, que conquistaron al mundo.


Son muchas las deudas que Hollywood tiene con el resto del planeta, pero hoy hablaremos de cómo el cine norteamericano lo cambió todo. 
Ha vendido gato por oro, nos ha hecho creer que Cleopatra era blanca, que Oskar Schindler era un héroe y, de manera significativa, que el capitalismo es bueno. A sus imágenes, se ha prendido el consumo y el consumismo.
Pero también ha construido los sueños de miles de seres humanos y labrado las inspiraciones de multitud de cineastas. Sin el cine norteamericano, no existiría el cine. Y, sin sus entrañables fallos, no existirían las fabulosas correcciones que llegaron de allende los mares.
Nacido en un momento clave de la Historia, es curioso que el estilo de vida norteamericano en imágenes triunfase y arrasase en los países que fueron sus enemigos durante la contienda bélica. Alemania, Italia y Japón fueron sus mejores aprendices.


El cineasta Yasujiro Ozu confesó que creía que su país ganaría la guerra hasta que vio "Fantasía", de Walt Disney. "Si los americanos podían hacer películas así, nos iban a vencer".
Si hablamos de obra de Hollywood de impacto, debemos empezar, necesariamente, por "Lo Que El Viento Se Llevó".
Ante todo lo que se pueda decir de la película en sí, se impone la verdad de que la saga de Escarlata O'Hara cambió el juego para siempre.
Y toda filmografía nacional que se quiera industria sabe que debe confeccionar una superproducción de similar fasto.


En la India, "Lo Que El Viento Se Llevó" gustó tantísimo que definió el corte de las películas de Bollywood: larguísimas, opulentas, fuertemente coloridas, trágicas, aunque optimistas, donde el protagonista recorre el duro camino de los harapos a la riqueza.


"Lo Que El Viento Se Llevó" contó la Historia a ras del suelo, en el que un personaje ficticio se dice reacio a entender lo que está ocurriendo en su destruido mundo, y, finalmente, se convierte en un símbolo de su tiempo cambiante. ¿El quid de la cuestión? Es un cuento visto desde la perspectiva de una civilización decadente y derrotada.
Derrotado también estaba el Príncipe Fabrizio de Salina de "El Gatopardo" ante un mundo que se arruinaba a sus ojos.
Pese a que su discursiva sea más compleja y profunda, la película de Luchino Visconti es la respuesta italiana a "Lo Que El Viento Se Llevó" y está entendida como superproducción de la misma manera.

"El Gatopardo"

Y en una saga triste y sin colores de procedencia japonesa llamada "La Condición Humana", también encontramos el sello de Escarlata O'Hara. 
Una duración de nueve horas y las suntuosas coreografías de cámara de Masaki Kobayashi nos cuentan el Japón que perdió la guerra, a través de los ojos de un pacifista que sigue adelante, pese a la miseria y el corazón roto.

Tatsuya Nakadai en "La Condición Humana"

"Lo Que El Viento Se Llevó" es ejemplo de que el cine de Hollywood está hecho de momentos cumbre, donde el drama se intensifica y la música sube de volumen, para emocionar, epatar, conquistar los sentidos de los espectadores, tenerlos sujetos. 
Y hacerlos llorar como niños.

Shirley Temple

Si algo descubrieron los cineastas norteamericanos fue la exposición sin vergüenza ni complejos de la pena humana. El protagonista está triste y llora; el espectador hará lo propio. 
El cine de llorar fue de especial relevancia en países donde expresar los sentimientos de esa manera no era habitual.
Así la necesidad de que el espectador llore se convirtió en la urgencia porque la nación entera lo haga. 

Catherine Deneuve y Nino Castelnuovo en "Los Paraguas de Cherburgo"

Los rudimentos básicos, las estructuras narrativas y las exuberancias formales fueron los crayones con los que se pintó Hollywood. Así se vendió a espectadores de todos los países, necesitados de universos optimistas, historias sencillas de entender e iconos de belleza y erotismo.
La posguerra articuló el cine como una cuestión sentimental, por su entidad de refugio, y en el caso de la triste noche española, "Gilda" y las películas de Alfred Hitchcock se harían santo y seña de toda una generación. 


La adoración por las estrellas fue más allá de la estrategia comercial y se hizo una verdad íntima, apegada a las emociones. 
Ahí tenemos a la protagonista de "Primavera Tardía", de Yasujiro Ozu, que asegura que su prometido se parece a Gary Cooper. 
Sutil consuelo melancólico: si es guapo como una estrella de cine, al menos no será tan terrible casarse con un hombre desconocido.

"Primavera Tardía"

Gary Cooper también era cosa para encomendarse en momentos de aflicción, como demostró Pilar Miró en su película-confesión "Gary Cooper, Que Estás En Los Cielos".
Insiste en esa idea de consolarse con la inalcanzable perfección del macho del Viejo Oeste, ese que librará de todo mal.


Ante la ebullición de los directores internacionales en los años cincuenta, sesenta y setenta, Hollywood atendió, asimiló, desechó. 
Su mayor descubrimiento, venido del Extremo Oriente, se llamó Akira Kurosawa, quizá el cineasta japonés más devoto del gran espectáculo al estilo Hollywood.
En su "Yojimbo", no había nada más y nada menos que una revisión en toda regla del western.

"Yojimbo"

Y, como decíamos la semana pasada, Italia puso oídos y manos a la obra para crear el spaghetti-western, según el esquema de "Yojimbo" y revolucionando un género por el camino. 
Cambiaba el paisaje, replicaba las faltas de Hollywood, si bien es evidente que los artífices del spaghetti-western amaban América con obsesión.
Sergio Leone contó Estados Unidos desde la fascinación y su fastuoso epílogo cinematográfico se llamó, cómo no, "Érase Una Vez En América".
Aparece como el supremo pastiche del género gangsteril y como el definitivo homenaje a las formas y tragedias que Hollywood vendió como propias.

"Érase Una Vez En América"

El exceso y la lacrimogenia son dos factores esenciales para entender la conquista de Hollywood, pero también su revestimiento estético. Hablo del uso del color.
"Lo Que El Viento Se Llevó" puso el color como condición inexcusable para perpetrar grandiosidad. Y qué colores. 
Amarillo, azul y rojo pintóse el Technicolor y, desde esa paleta básica, se contó otro episodio del hipnótico kitsch del cine norteamericano.

Jane Wyman y Rock Hudson en "Sólo El Cielo lo Sabe"

El cromatismo restallante expresaba lujo, pero los melodramas de Douglas Sirk lo aprovechaban para cernirlo amenazadoramente sobre sus protagonistas. Ese uso del color imposible para remarcar tensiones sería bien atendido por cineastas extranjeros.
Rainer Werner Fassbinder, compatriota e hijo putativo de Douglas Sirk, calcó la escenografía de su maestro para contraponer la artificialidad circundante con el sufrimiento propio.

"Todos Nos Llamamos Alí"

Y para Luchino Visconti, heredar el color hollywoodiense era señal de lujo, pero también expresión de la decadencia.

Helmut Berger en "La Caída de Los Dioses"

Esa identificación del rojo como motivo del gran drama se halla también en la paleta de directores contemporáneos. Es el caso de Wong Kar-Wai, que vistió de colores hollywoodienses su ecléctica e internacionalista  "In The Mood For Love".

"In The Mood For Love"

También rojo para el mexicano Arturo Ripstein en la propiamente titulada "Profundo Carmesí", donde, además, la protagonista asegura que su amorcito es igual que Charles Boyer.
Nuevo guiño a la pegada del viejo Hollywood, que iba con facilidad de la obsesión hasta la alienación.

"Profundo Carmesí"

François Truffaut era uno de los amantes del cine norteamericano que lo contradecía a la par que lo honraba. 
Una de sus películas se llama, sin más preámbulos, "La Noche Americana". El título obedece a las curiosas noches de los títulos del Hollywood clásico, donde se puede observar que están rodadas de día.

Jean-Pierre Léaud y François Truffaut en "La Noche Americana"

"La Noche Americana" ganó el Oscar a la mejor película extranjera, premio que funciona como esa llamada a los mejores del cine internacional y, a veces, una elección mucho más acertada y arriesgada que el premio gordo de la noche.
Esos Oscars han sido entendidos como las propias superproducciones: un acontecimiento mundial, al que hay que atender, desde Nueva Escocia hasta Bujumbura.
Los productos de Hollywood saben de la anticipación y del evento. Hacerse necesarios es esa lección que enseña a todo país o filmografía que aspire imitarlo. 

El japonés Ken Watanabe y la francesa Marion Cotillard en "Inception"

Lástima que, tras ser deslumbrante y después de madurar, encontrase la incómoda realidad de que no tenía que ser bueno para seguir conquistando al mundo entero. 
Fue entonces cuando, también aprendido de una lección europea, descubrió que era más decisiva la promoción que la calidad de las películas.
Hoy continúa siendo el imperio que fue, dividido en todas las ramas posibles del entretenimiento, infiltrado en los lugares más recónditos del planeta, gracias a las nuevas tecnologías.
Sus títulos ganan siempre y el mercado internacional es precisamente quien salva muchos de sus errores domésticos.


Hollywood es el temible rey que porta la Biblia del cine en sus manos.
Podríamos entender que todo lo que se ha hecho fuera de sus límites son los añadidos a ese texto sagrado, los justísimos apuntes, los márgenes necesarios, que dieran fruto a un texto revisado.
Texto que se olvida en función de estrategias de marketing, modas o el simple hecho de que todo lo hacen - y lo hicieron - para ganar dinero. 
Aún así, entre sus imágenes, pervive un generoso espacio para otro factor que los hizo merecedores de esa corona: la dulce, dulcísima sorpresa.

1 comentario:

  1. Aquí en México, después del periodo de oro de nuestro cine en los 40 y 50, todo ha sido siempre Hollywood. Referencia de entretenimiento, vanguardia, el sueño americano, el sueño mexicano, alcances tecnológicos, presupuestos de miedo, y la aprobación que siempre buscamos de nuestros vecinos ricos.
    Pocos volteamos a ver a Europa, no se diga otros países o regiones del mundo. Todo depende del cristal con que se mira, o desde dónde se mira, pero me doy cuenta que entre Hollywood y Europa siempre hay guiños y referencias, imitaciones, adaptaciones, burlas, plagios. Amor y Odio. Aunque pesa siempre más lo bueno. Me fascina ver que desde hace ya varios años, las películas extranjeras se saltan a otras categorías en los Oscares, más allá del codiciado - el mundo entero quedando bien con el eje del cine - Oscar a la mejor película extranjera. A final de cuentas, una Academia que ha sido congruente y constante, a mi manera de ver.
    Definitivo del drama al estilo americano nadie se salva. Quién no llora cuando llegaban las listas de muertos en "Lo que el viento se llevó"? O cuando Melania Wilkes descubre la tumba de su tío en las ruinas de los Doce Robles?
    Sólo de escribirlo me emociono. Aunque he llorado mucho más cuando se separan Genevieve y Guy en la estación de trenes de Cherburgo. De mis películas favoritas que mencionas. Saludos! :o)

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