martes, 5 de agosto de 2014

Cuestión de Bogie


Este hombre incomparable vive en las listas de muchos cazadores de mitos como la mayor estrella cinematográfica de la Historia. ¿Fue el cine una cuestión de Bogie?
Desde las pantallas del yesterwhen, todavía se cuenta a Humphrey Bogart, con su cigarrillo colgando, con su cicatriz en el labio, con su ceceo, con su cinismo, con su sentido del humor, con su trastienda. Todos sus antihéroes escondían una triste historia, translucían romanticismo, encendían otro cigarrillo mientras miraban con detenimiento. 
La leyenda cuenta que, si usted aspira a enamorar a una señorita, mejor comportése como Bogart, ese icono de virilidad e individualismo, labrado a fuerza de ser él mismo.
Humphrey, tan estrella y tan poco estrella. Nunca fue bello y aún rompe corazones, mientras odió todas las etiquetas que quisieron ponerle. Sólo la de "tipo duro" le viene bien y, aún así, es demasiado grande para él.


Como triunfo de la personalidad sin cursilerías en plena fábrica de sueños, los personajes de Humphrey Bogart eran él mismo y, como los grandes artistas, su empeño fue buscarse a través de sus creaciones.
Dicen que no tomaba en serio nada. "El mundo está siempre a una copa de menos", dijo.
Pero se desvivía por su profesión, por hacer bien su trabajo. En sus balbuceantes inicios, se ponía nervioso; en la cima del bogartismo, los directores alababan su concentración, hoy contemplada en ese estilo pulido, nemésis de la afectación.


El cine fue cuestión de Bogie, sí, cuando emocionaba de repente, en plenos decorados de plástico, bajo historias de derribo. "He hecho más malas películas que ningún otro actor conocido", aseguraba. 
Exigente, adicto a la soledad, de difícil carácter e instigable corazón, sus ojos contaron la estrella, pero el modo en que perdían sus personajes fue derecho a todos los espectadores, que le devolvían la mirada desde la sala oscura.


La infancia de Humphrey Bogart lo decía acomodado en Nueva York, con un padre cirujano y una madre ilustradora comercial. Sus profesionales, ocupadísimos, brillantes progenitores lo educaron sin mimos. Un beso era excepcional en casa de Humphrey, del que muchos niños se reían por lo atildado de su nombre y por la manía de vestirlo a lo pequeño lord que tenía su madre.
Los padres lo veían en Yale, aunque Bogart, errático estudiante, fue expulsado ante el descorazón familiar y enseguida se enrolaba en la Armada, para la que combatiría en la Primera Guerra Mundial.
Los mitos sobre el origen de Bogart - su fecha de nacimiento, el origen de su cicatriz, el porqué de su ceceo - se dicen construcciones de la Warner en los inicios de su popularidad, pero él tampoco desmintió tajantemente ni aseguró nada. Como siempre en Humphrey, había cosas que quedaron estrictamente reservadas.


En el teatro neoyorquino, apareció como un camarero japonés con una sola línea, que pronunció entre unos nervios bastante evidentes.
Sus intereses interpretativos eran sólidos y ya dignos de toda su seriedad, aunque aquellos inicios vivieron entre la sequía de oportunidades y la bancarrota de su familia.
Entre un segundo matrimonio desastroso y la muerte de su padre, Humphrey comenzó a beber con trágica destreza en los garitos clandestinos de tiempos de la Prohibición, mientras se terminaba dos cajetillas de Chesterfield antes de que terminara el día.
Los embates permitieron una primera oportunidad cinematográfica: "Up The River", también debut de Spencer Tracy, amigo de por vida, compañero de borracheras y el responsable de llamarlo Bogie.
Los roles de dureza se resistían, pero llegó "El Bosque Petrificado" y todo cambió. 
Como el terrible gángster Duke Mantee, Bogart conquistó las tablas de Broadway y los aplausos hacían lógico que incorporara el papel en el cine. La Warner, sin embargo, se resistió y demandó a Edward G. Robinson.
Fue Leslie Howard quien puso un últimatum al estudio y Bogart hizo vibrar también las pantallas con Mantee, mientras firmaba un contrato con el estudio y, a todos los efectos, era el nuevo villano de la ciudad.

Con Leslie Howard y Bette Davis en "El Bosque Petrificado"

Pese a la estatura de "El Bosque Petrificado", la Warner prefirió derivar a Bogart a todos los papeles de gángster que rechazaban los otros chicos malos del estudio. Aunque no se quejó con tanta fiereza como muchos de sus compañeros, lamentó repetidas veces el trato y las condiciones de trabajo que le reservaba la presuntamente glamourosa profesión.
Durante los años treinta, sólo su aparición en "Dead End" destaca entre numerosos canallas que acababan a tiros por James Cagney o George Raft.

Con Claire Trevor en "Dead End"

Fue Raft quien dejó pasar el papel que hizo de Bogart una cuestión del corazón.
En "High Sierra", irrumpía el más luminoso antihéroe, ese delincuente cansado que huye como una alimaña para que el público se identificase más que nunca con el lado triste de la vida.

Con Ida Lupino en "High Sierra"

¿Se abrió el noir con Bogart? Sin duda, cuando cazaba el personaje de Sam Spade, el detective de cinismo y frase rápida de "El Halcón Maltés", una de sus grandes películas y la primera vez que coincidía con su director de cabecera y compañero del alma: John Huston.

"El Halcón Maltés"

Sería en los decorados más postizos de la Warner y con el guión menos prometedor, donde Bogart se haría ese fetichizable caballero con todas las de perder, menos la devoción del público. 

Como Rick en "Casablanca"

Sucedía en "Casablanca", el gloriosamente sobrevalorado clásico de amor y guerra, que no sería nada sin Bogart y sin su Rick, el mismo que se queda helado cuando ve a Ingrid Bergman en su africano nightclub.
Película de mística tan particular definía a la perfección los hombres con código de honor propio e instransferible de Humphrey.
Ingrid, que nunca volvería a coincidir con Bogart, dijo que lo besó, pero nunca lo conoció. 

Con Ingrid Bergman en "Casablanca"

Según parece, Humphrey prefiría no intimar con sus compañeras de rodaje, a riesgo de los infernales celos de su tercera mujer, Mayo Methot, señorita que, con dos copas, protagonizaba unos episodios de violenta paranoia. 
Pero la tónica de no llamar al lobo se rompió cuando Bogart encontró a la joven Lauren Bacall en el set de "Tener y No Tener". 

Con Lauren Bacall en "Tener y No Tener"

El encuentro fue flechazo, para celos de Howard Hawks, desplazado como mentor de la recién llegada, de quien dijo tuvo que hacer de Slim toda su vida, porque era el personaje de lo que Humphrey Bogart se había enamorado.
El romance entre Humphrey y Lauren se vivió de manera muy discreta hasta que él consiguió finalmente el divorcio de Mayo y pudieron casarse.
Junto a ella, compartió escena en cuatro películas más, que revivieron la química y la física, consagrados para la posteridad como pareja indiscutible del cine negro.

Su boda con Lauren Bacall

En aquellos años, Bogart se permitió otro paseo con John Huston en "El Tesoro de Sierra Madre", brutal retrato sobre la condición humana, cuya calidad no fue suficiente para asegurar buenos datos de taquilla, asunto que disgustó a Humphrey.

"El Tesoro de Sierra Madre"

Otra película de enjundia, "En Un Lugar Solitario", también se decía demasiado pesimista para la audiencia, aunque, en palabras de Louise Brooks, contiene el personaje que más se parece al mismo Bogart y el que podía interpretar con complejidad: el orgullo artístico, el egoísmo, el alcoholismo, la falta de energía interrumpida por relámpagos de violencia.

Con Gloria Grahame en "En Un Lugar Solitario"

En los rodajes, podía desatar el Infierno con quejas, como sucedió en "Sabrina", o ser increíblemente compasivo, como cuando entendió que Gene Tierney sufría un problema mental y la instó a buscar ayuda cuanto antes.
Aunque no completara su educación, se lo reconocía culto, leído y con tranquilas, pero firmes opiniones políticas. Su talante democráta-liberal se vio más que nunca cuando encabezó una marcha en Washington contra lo que sucedía en la caza de brujas de McCarthy, aunque la mala publicidad devenida lo hizo jurar y perjurar que no era comunista, "sólo un americano bobo".
El americano bobo se enrolaba en su mayor aventura para el cine cuando se mudó a África para un rodaje con John Huston y Katharine Hepburn.
En "La Reina de África", fue Charlie Allnut, el bebedor de la barcaza destinado a entenderse con una puritana de sombrero.
Este clásico unía a los dos fueras de serie por excelencia y la emoción fue tal que Bogart ganó el Oscar.

Con Katharine Hepburn en "La Reina de África"

Se llevaba el Oscar por encima de Marlon Brando en "Un Tranvía Llamado Deseo", actor e interpretación que, como a muchos de sus compañeros, preocupaba enormente por el cambio de juego que representaba. Bogart habló de Brando con tanta admiración como sorna. "Será el más grande cuando se quite la patata de la boca", afirmó.
Su aparición en "El Motín del Caine" fue decisiva porque anunciaba su inevitable pérdida. La mala salud saltaba a la vista y su testarudez y excesos se negaban a ponerle remedio.
Sustituyendo a Cary Grant, se le vio en su papel más offbeat, Linus Larrabee en "Sabrina", de la que entró a regañadientes y salió echando pestes. 

Con Audrey Hepburn en "Sabrina"

Se sintió también incómodo frente a la inexperiencia de Ava Gardner en "La Condesa Descalza" y, cuando vio su último papel memorable, el canalla que secuestra a una familia en "Horas Desesperadas", decidió que estaba demasiado viejo para malvados de energía.

Con Fredric March en "Horas Desesperadas"

Tras empeñarse en ignorar su enfermedad, finalmente se dejó tratar el avanzado cáncer de garganta que padecía. Acabó esquelético y postrado en una cama, mientras recibía visitas de sus amigos. 
Spencer Tracy fue uno de los que acudió a ver a su viejo Humphrey.
Al despedirle, Spencer le tocó en el hombro y le dijo: "Buenas noches, Bogie", a lo que Bogart contestó "Adiós, Spencer". Tracy, con el corazón en un puño, entendió.
A la edad de 57 años, Humphrey Bogart moría.
Acababa de empezar el año 1957, aún época grande para el Hollywood que debía despedir a una de sus imprescindibles figuras.


Lauren Bacall, viuda y madre de los dos hijos que hicieron padre a Humphrey después de los cuarenta, colocó un silbato en el féretro. "Si me necesitas, silba".
Lauren también quiso que Spencer Tracy dijera unas palabras en el funeral, pero Tracy estaba destrozado. John Huston fue quien se subió y habló.
"Nunca se tomó en demasiado en serio. Su trabajo, sí. Su figura un tanto chillona de estrella de cine le provocaba un divertido cinismo. Era el Bogart actor al que respetaba... Existe una pica en las fuentes de Versalles que mantiene a los peces en actividad y evita que engorden y mueran. Bogie encontraba deleite en hacer un trabajo similar en las fuentes de Hollywood... Sus pullas no hacían daño al alma, sólo sacaban a flote la complacencia de los demás... Es irremplazable. No habrá otro como él".


Seis décadas después de su muerte, mucho me consta que John Huston tenía razón. No habrá otro como Humphrey Bogart.

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