miércoles, 6 de agosto de 2014

Los Judíos y Las Películas


De las líneas de la Biblia hasta las páginas de la prensa contemporánea, se leen los judíos, se cuentan, se comentan, se atacan, se defienden. 
Son el llamado "pueblo elegido por Dios", que abrió las aguas del Mar Rojo para deleite de la parábola y, mil crónicas después, recorrió el espinazo del mundo entero cuando apareció de entre los desmantelados campos de exterminio que el nazismo les tenía reservado.

Adrien Brody en "El Pianista"

Persecuciones, aborrecimientos, niveles de integración y ortodoxia, ¿se hicieron los judíos estrictamente reservados por el odio histórico que les dedicaran otras civilizaciones? ¿O el odio fue precisamente por ese hermetismo? 

"Europa, Europa"

Violentos pogroms y expulsiones sistemáticas, entre el racismo y la suspicacia que suscitaban sus habilidades financieras, llegarían hasta el siglo XX.
Sobre las comunidades judías, han caído los prejuicios y los estereotipos, que se viven desde la parodia de su físico hasta la creencia en conspiraciones con los masones para instaurar un nuevo orden mundial, con la estrella de David como giratorio símbolo.

"A Serious Man"

Como decía Topol en "El Violinista en el Tejado": "Dios, ¿no podrías elegir a otro pueblo de vez en cuando?". 
La trágica historia del judaísmo es también la milagrosa historia de su supervivencia, a lo largo de los siglos, las naciones y las generaciones.

Amy Irving y Barbra Streisand en "Yentl"

¿Y qué decir del cine? Como el mundo, la presencia de judíos fue tan considerable como articulado fue el antisemitismo.
No es nuevo aquello de que Hollywood es judío. Siempre lo fue, y muchas de sus estrellas ocultaban o reservaban esa infancia en barrios neoyorquinos o esa condición de hijos de emigrantes.
Hollywood se convertía en la representación del triunfo del judaísmo en su llegada al Nuevo Mundo. Como todos sus triunfos, fue vivido en una necesaria discreción.

Groucho Marx

Directores emigrados de la Europa asediada esculpían las películas que amamos, y éstas a su vez iban financiadas y mimadas por las fortunas de Carl Laemmle, Samuel Goldwyn, William Fox, Jack Warner, Louis B. Mayer y Adolph Zukor, todos hechos a sí mismos, todos judíos. 


Los seis nombres decisivos del cine clásico de Hollywood y la prueba de que fueron los judíos quienes lo inventaron. Imágenes, palabras, valores, deseos. 
Entienda usted el ejemplo: detrás de las épicas biblicas más populares del cine, esas que cuentan los orígenes míticos del asunto, no sólo está Cecil B. de Mille, sino también Adolph Zukor, dueño de la Paramount.

Charlton Heston en "Los Diez Mandamientos"

Esa tendencia se contraponía drásticamente con el propio tabú que significaba contar el judaísmo y el antisemitismo en una película. 
Aún que aparezcan ambientes y familias judías en más de una, el verdadero drama y sus palabras se esquivaban, una y otra vez.

"El Cantor de Jazz"

De hecho, la palabra "jew" pasaba por el corrector del Código Hays.
En "La Vida de Emile Zola", la biografía del escritor francés se interesa pronto por su defensa de un caso paradigmático de antisemitismo: el general Dreyfus, condenado a cadena perpetua tanto por la justicia como por la opinión pública.
Sólo se nombra una vez la palabra "jew" y aparece escrita en un papel, pero el potente resultado fue suficiente para recibir el favor de la Academia, tanto como mejor película como por la sentida interpretación de Joseph Schildraukt como Dreyfus.
Fue primera de tantas veces donde una tragedia judía recibiría el dorado apoyo de la Academia.

Joseph Schildraukt en "La Vida de Emile Zola"

Pese a la persecución a la que estaban siendo sometidos en Europa, Hollywood guardó una económica reserva durante ciertos años, también testimonio del debate que se vivía en el país. 
Las declaraciones antisemitas de Charles Lindbergh contrarrestaban con películas como "Tormenta Mortal", donde Frank Morgan interpreta a un maestro austríaco condenado a prisión por los nazis.
Título estrenado en 1938, que aún esquiva la palabra "judío" y la sustituye por la profiláctica "no ario".

Frank Morgan en "Tormenta Mortal"

Cuando los norteamericanos entraron en Auswichtz y las fotografías de las cámaras de gas aparecieron en la prensa, tanto la sociedad como el pensamiento científico sufrieron una sacudida incalculable. 
Hasta entonces, la Historia se consideraba como un progreso en positivo, liderado por la civilización occidental, esa que ahora destapaba la mayor salvajada criminal hecha con la connivencia de un Estado y una sociedad presumiblemente avanzados. 
Los judíos a través de las rejas alambradas, desnutridos, enfermos, con su número de serie tatuado en el brazo, con el Horror en sus ojos: no sólo cambiaron al mundo, también se convirtieron en una de las imágenes más contundentes que podía divulgar el séptimo arte.


Irónicamente, fue Darryl F. Zanuck, uno de los pocos productores no judíos del Hollywood clásico, el que articuló el problema del antisemitismo a un nivel cotidiano. 
Su valiente "Gentleman's Agreement" descubría un silencioso protocolo social donde los judíos debían ocultar su origen, cambiar su apellido si era posible y ser conscientes que había lugares y esferas en los que nunca serían bienvenidos. 

Gregory Peck en "Gentleman's Agreement"

Se destapaba el escándalo de la aversión a toda una comunidad, no sólo a los bestiales niveles del nazismo, sino también en los sutiles escenarios de la vida urbana del Nuevo Mundo. 
"Gentleman's Agreement" hoy aparece muy envejecida y discursiva, pero fueron dos huevos puestos encima de la mesa. Por supuesto, ganó en los Oscars.
Curiosamente, todo el reparto y equipo creativo de "Gentleman's Agreement" fueron llamados al orden por el comité de McCarthy, porque ahora la nueva fiebre era el anticomunismo y aquello, más que una reunión de prosionistas, se sintió como un nido de rojos. 
También de manera curiosa, el tabú dejaba de serlo y valía para reemplazar otros. 
En la historia original de "Crossfire", un hombre acababa asesinado cuando invitaba a unos militares a su casa. 
En su adaptación cinematográfica, la lectura homosexual se cambió por un conflicto antisemita, más candente, mejor mirado en aquellas fechas, circundantes a la creación del estado de Israel.

"Crossfire"

El Holocausto y sus cicatrices conquistaron pronto el cine que denunciaba el horror del nazismo.
Dolores Hart era una judía liberada de los campos de concentración en "Lisa", para descubrirse posteriormente que la habían esterilizado. Llegar a Israel compone la trama y la salvación del personaje.

Dolores Hart en "Lisa"

Pero la película que definió la nueva jugada y cambiaba la opinión de la sociedad estadounidense para siempre fue "Éxodo", según el best-seller de Leon Uris. 
Ambientada en la primera ocupación de los territorios palestinos y la creación del estado de Israel, esta soporífera superproducción de Otto Preminger jugaba al tono épico y vendía con maniqueísmo la legitimidad del disputado asentamiento. 
Promovía esa creencia de que cualquier oposición a Israel es prueba de antisemitismo y proporcionaba buenas dosis de odio a los árabes.

Sal Mineo y Jill Haworth en "Éxodo"

"Éxodo" significaba también el descubrimiento de que el gorgeous Paul Newman era judío. 
En la escena más recordada, Peter Lawford, que incorpora a un antisemita oficial inglés, bromea con el físico de los judíos por inconfundible, mientras Newman le pide que mire si tiene algo en el ojo, sin que el oficial se percate de que lo está poniendo en evidencia.

Peter Lawford y Paul Newman en "Éxodo"

"Éxodo" vendió Israel como ninguna otra película de su época, aunque olvidó nombrar los intereses británicos y estadounidenses en las reservas energéticas de la zona, auténtico valedor del asentamiento en la conflictiva zona.
Y, desde Shelley Winters hasta "El Violinista en El Tejado", Estados Unidos en imágenes se confirmaba como el único país que podía rivalizar con Israel en cuanto a poderosa, pujante sociedad judía. 

Shelley Winters en "La Aventura del Poseidón"

Los años setenta vieron la irrupción del genial Woody Allen, glosador de sí mismo y parodiador de casi todo, incluyendo su origen cultural y religioso.
La diva Barbra Streisand representaba no sólo la victoria, sino el orgullo. Nunca quiso cambiar su físico y enfilaba la nariz hacia arriba como la aparición de una nueva y posible belleza jewish.
Barbra aparecía en "Tal Como Éramos", que relataba la Historia reciente del país, metaforizada en la pareja que forman una inteligente judía neoyorquina y un dorado blanco protestante.
Si se hacía la suma jew y WASP, se obtenía a las nuevas generaciones, integradas, desprejuiciadas, aunque viviendo entre las deudas de sus orígenes y lo incierto de los tiempos.

Robert Redford y Barbra Streisand en "Tal Como Éramos"

"Julia", hermoso melodrama que recogía la amistad entre Lillian Hellmann y una activista judía víctima de los nazis, permitió ganar el Oscar a Vanessa Redgrave.
Vanessa interpretaba a la activista judía, por lo que reinó el desconcierto cuando apareció un documental llamado "The Palestinian", donde la Redgrave bailaba con una Kalashnikov.
No fue nada comparado con su discurso de aceptación. 

Vanessa Redgrave

Dijo que siempre estaría del lado de la libertad de expresión, de los perseguidos y las víctimas de los abusos del poder, denunciando la escalada de violencia de Israel sobre Palestina y asegurando que había recibido amenazas de "una panda de matones sionistas". 
La judía Hollywood reaccionó con abucheos al discurso de Vanessa y, durante la misma noche, Paddy Chayefksy, galardonado como guionista, le recriminó el uso de los Oscars como palestra política.
Vanessa se mantuvo como activista y pacificadora. 
Detrás, la verdad de que el pueblo antes perseguido ahora desplegaba escalofriantes represalias, entre largas, nunca terminadas guerras con los islámicos.

Ingrid Bergman como Golda Meir

Hollywood veía el problema demasiado complicado y prefería aplaudir piezas retrófilas que hablaban de los pioneros en superar las barreras del antisemitismo, como "Carros de Fuego".


Ben Cross en "Carros de Fuego"

En "Érase Una Vez En América", la creación del país se cuenta a la perfección a través de la historia de unos niños del barrio judío, pequeños delincuentes que el tiempo encontraría convertidos en poderosos en la sombra, con un cambio conveniente de nombre en el interín.

James Woods en "Érase Una Vez En América"

Que el cine norteamericano está controlado por fortunas judías del estilo se vive entre la obviedad y la paranoia.
Mel Gibson la emprendía a insultos con los magnates - entre ellos, los topoderosos hermanos Weinstein - y su carrera se iba al retrete en cuestión de un abrir y cerrar de ojos, mientras George Lucas parecía cumplir con las sospechas de antisemitismo que se cernieron siempre sobre él cuando incluía a Jar Jar Binks en su galáctica saga, salvaje caricatura donde las haya.

Harvey y Bob Weinstein

Su compañero de generación, Steven Spielberg, se llenaba de Oscars de la manera más infalible: Holocausto en imágenes.
"La Lista de Schindler" conmovió, pero ventilaba el conflicto como una oposición entre implacables malvados y extras que corrían desnudos, anónimos entre el frío.
La película ajustaba cuentas del momento más trágico del judaísmo, sin contar nada nuevo sobre él.

"La Lista de Schindler"

De manera sorprendente, Spielberg se hundía y embebía del conflicto israelí-palestino en "Munich", una de sus obras más infravaloradas y más maduras, ambientada en la búsqueda de los responsables del asesinato de unos atletas israelíes durante las Olimpiadas. 
"Munich" sabe de la complejidad inescrutable del eterno pique entre judíos y árabes, su relación con la Guerra Fría y esa imposibilidad de dar una respuesta precisa y solucionadora al terrorismo.

"Munich"

Mientras el judío norteamericano aparece ahora entre las cuitas del barrio residencial, tal y como cuenta "A Serious Man", el cine venido de la Tierra Prometida está decididamente plagado del saldo de tantos años de violencia, sangre y militarismo.


Ante el conflicto inacabable que protagonizan los asentamientos judíos en Oriente Próximo, se impone un nuevo "acuerdo de caballeros", en el cine y fuera de él. 
El acuerdo de esa epidemia que significa la corrección política, la misma que cierra bocas, bloquea opiniones y propicia esa tonta confusión entre la crítica a una política y la manifestación de sentimientos antisemitas,
El acuerdo que no consigue ocultar la escalofriante verdad de que los eternos perseguidos ahora prefieren revelarse como los definitivos abusones, que actúan con impunidad, se visten de Imperio, se amparan en legitimidad y contestan terrorismo con Terrorismo.
Hablo de ese mismo acuerdo que tiene un efecto boomerang, y termina por subsumir a la sociedad judía, en todas sus facetas y grados, con las actuaciones ilegales de Israel como brazo armado del imperialismo norteamericano.  
Por aquello de callar, aceptar, mirar para otro lado. Caer en la trampa, caer en el espejo de sus antiguos enemigos. 

Felix Basserman en "Ser O No Ser"

¿Hay películas que cuenten, denuncien, planteen este nuevo "acuerdo de caballeros"? ¿Vencerán los palestinos en los Oscars algún día? ¿Volverán a premiar a Vanessa Redgrave?
La posición de la sociedad rica y beneficiada es determinante; la disensión de opiniones entre personalidades de Hollywood y artistas europeos, muy significativa. 
Mientras, la desinformación proveída por los medios de comunicación y esa perpetuidad del papel victimista para cobrárselas con vil brutalidad sólo causarán más tristeza, más drama, más desquites, más muertes. 
Al final del día, existe un sentimiento en el mundo más arraigado, más paranoico, más dramático que el antisemitismo. 
Aparece en imágenes, se vive hasta por omisión, se siente en las discusiones sobre el tema. Llámelo usted arabofobia y reserve sus consecuencias para el severo, infalible juicio de la Historia.
Oh, la Historia, ese puñado de lecciones que este mundo no quiere aprender.

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