miércoles, 15 de enero de 2014

Amor del Público


Todo arte requiere audiencias, pero ninguno más que el cine. Bien se sabe que si se quiere producir otra película, es conveniente que la gente suficiente haya pagado por la anterior. 
¿Quién verá la película? El público, esa masa cada vez más multiforme y disgregada, esa misma que aún desea ciertas cosas fundamentales: que empiece cuanto antes, que acabe a una hora razonable, que los lavabos estén cerca y que nunca le des la espalda.
¡No le dé la espalda al público!, vociferaba la concurrencia cuando los actores del teatro se olvidaban de la regla sagrada. 
A la audiencia no se le da el culo. Se le ofrece el rostro, porque es lo que contiene la emoción, eso que buscan al precio de la entrada.
También darle la espalda al público significaría aburrirlo, ignorarlo, darlo por sentado o elevarse intelectualmente por encima de él. 
El público puede ser tonto y fácilmente estafable, como cualquier consumidor, pero, en el momento en que detecta excesiva listeza o tomadura de pelo, junta los dedos, se los mete en la boca y silba. 
Si tiene tomates a mano, te los tirará. Si no lo aguanta, adiós, me voy.


¿Qué quiere el público, diantres?, se preguntan todavía artistas y negociantes del cine. 
Hacen estudios, planean sus obras y todavía no consiguen esa receta alquímica de la satisfacción. 
¿Dónde está el error? Quizá, en la inexplicable variabilidad de las coordenadas triunfo/fracaso de las que hablamos hace semanas. Tal vez, en entender al público - o los públicos - como esa cosa alejada de los creadores, de los críticos, de nosotros mismos. 
Muchas veces aludimos a eso de "gran público" como si nosotros nunca hubiésemos pagado por ver una película que nos han vendido por encima de su interés o validez.

Charlton Heston en "Los Diez Mandamientos"

Cuando el empresario cinematográfico se ha entendido a sí mismo como el más tonto y emotivo de entre las butacas y ha hecho una película que le gustaría contemplar, es cuando ha dado con la carambola del éxito a todos los niveles. 
Así, Walt Disney, Cecil B. De Mille, Steven Spielberg y James Cameron se han arrogado el poder de la convicción y han arrasado porque han hecho películas personales. Las astutas, sentimentales, aparatosas, ultrahinchadas y súperefectivas películas que ellos mismos pagarían por ver.

Steven Spielberg y Harrison Ford en el set de "En Busca del Arca Perdida"

Aún así, la satisfacción de las audiencias no siempre ha estado vinculada a los grandes éxitos de taquilla. 
De hecho, las dos obras más vistas de la Historia - "Lo Que El Viento Se Llevó" y "Avatar" - han suscitado muchos refunfuños entre las legiones que fueron a verlas. 
El tono melodramático y el final abierto de aquella no ha sido cosa de gusto general, y "Avatar" es cine pirotecnia que no cuenta nada ni tiene intención de hacerlo.

"Avatar"

Aun con esos taquillazos, precedidos de expectativa y promoción, todavía el público se mea y se marea. 
Es muy exigente para ciertas cosas, y absurdamente complaciente para otras. Entenderlo es imposible, porque sus reacciones dependen hasta de la calefacción del recinto, la sal de las palomitas, la clase de compañía con la que estén o el ambiente político, cultural, estético y generacional en el que se muevan en ese momento.
Si echamos un vistazo a la lista de las películas más vistas de la Historia, se observa la victoria de la promoción como cebo atrayente de los públicos. 
Abundan las películas grandes, las súperproducciones, los muestrarios de efectos especiales y avances técnicos, y el escapismo por encima de cosas demasiado serias o rigurosas.

Steve McQueen, Faye Dunaway y Paul Newman en "El Coloso en Llamas"

Rastreando bien entre los resortes de todos los títulos, en una línea más o menos coherente desde el cine mudo hasta hoy, abundan temas básicos: la lucha épica contra el mal, el triunfo del amor, la pasión y/o el deseo, el protagonismo del individuo frente al desastre y la búsqueda por la restauración del orden. 
Esas temáticas son las que unen a estas obras hiperpopulares, son las que enlazan a Frank Capra, James Bond, Indiana Jones o Frodo Bolsón, esos nombres que han atraído a las audiencias, una y otra vez.


Durante los decisivos años sesenta, muchos observadores indicaron cierta pérdida de inocencia en el consumo cinematográfico, a juzgar por el aborrecimiento de los viejos musicales y el tedio general ante las épicas históricas. 
Como cualquier calibrador de reacciones, fue terriblemente equívoco y contradictorio. Y nada lo demostró mejor que "Sonrisas y Lágrimas" (The Sound Of Music).

"Sonrisas y Lágrimas"

La crítica Pauline Kael reaccionó indignada ante el éxito de una película así, y aludió a los momentos en que la música subía de volumen y, como causa-efecto, los espectadores lloraban más. 
Habló de manipulación emocional asistida, que abunda en las obras de reyes Midas como Steven Spielberg o veíamos hace muy poco en "Lo Imposible", donde hasta los más recios se sonaban los mocos cuando la música hacía de las suyas.
En cualquier caso, esa manipulación se ha intentado repetir en otras ocasiones y la audiencia ha reaccionado de manera contraria.
El encanto por "Sonrisas y Lágrimas" se vivió no sólo en su estreno en 1965, sino en todas las reposiciones, remakes y recreaciones. Es la película más fácilmente atacable de la Historia y la quinta más taquillera. Magnífica manipulación, dijo el público. Jodidamente buena, añadiría yo.
Cuando muchos creadores se frotaban las manos con esa presunta mayoría de edad del público, siguieron triunfando artefactos y ambientes old-fashioned
Porque el público va al calor y entiende de todas las emociones, incluso las básicas, que proporciona, siempre generosa, la cursilería.

Ryan O'Neal y Ali MacGraw en "Love Story"

Hay muchas estrategias de atracción y las vemos a diario: las estrellas, las reuniones de estrellas, las secuelas, las sagas, las adaptaciones literarias y los remakes
Pero, si se consigue que el público llore, caerá a los pies. 
Ojo, no cualquier llanto. Podrá sentirse conmovido por "El Limpiabotas", pero la entenderá como un Infierno al que no volver.
Quiere llorar como un niño, quiere llorar como si volviera a ser niño. 
Es lo que explica el lacrimal de las audiencias cuando vuelve Fraülein Maria, cuando se va E. T. o cuando el dibujo de Pixar se centra en los ojos de Woody diciendo: So long, partner.

"Toy Story 3"

Esas lágrimas infantiles construyen un generoso y renovable éxito, y el cine industrial lo sabe. 
Pero las películas que ponen a tope a las plateas son aquellas que conectan también con su necesidad de máquina, de energía, de aventura, de testosterona.
Es el cine pollón, que se acentúa, se llena de exceso, se cuadricula, se priapiza más allá de sí mismo. De nuevo, hinchar, hinchar.
También Pauline Kael se confesaba desorientada ante el taquillazo de "Top Gun", la película más vista de los últimos años ochenta. 
"¿Qué vende esta película? Esta película es precisamente sobre vender", intuyó con acierto.

Kelly McGillis y Tom Cruise en "Top Gun"

El imaginario de las audiencias no se fundamenta sólo en aquello que se les pueda contar, sino en todo lo que desean ver, imaginar, respirar. De lo quieren rodearse y vestirse. 
Ir a una película está fundamentada en muchas ocasiones por una responsabilidad consumista. La televisión no para de hablar de ella, todos la han visto, tendré que ir a verla yo. 
Muchas piezas cinematográficas son excusas para vender moda, juguetes, poses y estética. Nadie dice que una película vacía deje de ser una mierda, pero levantar la ceja con condescendencia ante su taquillazo es un error de cálculo.
También habría que citar ese público que componen los críticos, quizá el grupo más descifrable, por cuanto sus opiniones, vendidas o no, demuestran lo que son: hombres feos heterosexuales. 
Atacarán a Baz Luhrmann, buscarán todos los errores posibles a "El Color Púrpura", le darán el beneficio de la duda a Ridley Scott y, si hay que elegir la película favorita de todos los tiempos, será "Vértigo" que, por debajo de su calidad, es la sublimación de la definitiva fantasía machista.

Whoopi Goldberg y Margaret Avery en "El Color Púrpura"

Si el público quiere llorar con calorcito pueril o ver por enésima vez la sonrisa dentrífica de Tom Cruise, también es un señor masoquista, aspecto agravado con los años. Es la única tendencia auténticamente rastreable a lo largo de la Historia del medio.
Aunque, por mucha violencia y padecimiento que se deguste, la coordenada de restauración final del orden sigue siendo predilecta. 
Que vomite Linda Blair o que grite Janet Leigh, pero que haya un modo - generalmente frívolo - de que la mente salga de la película y vuelva a la vida real tras la agonía.
Janet Leigh en "Psicosis"

El público abuchea de pura desesperación cuando la cosa le da la espalda más de la cuenta. 
Los dinosaurios de Terrence Malick en "El Árbol de la Vida" son los testigos de la reacción más espantada de la audiencia en los últimos tiempos. Y nadie le encontró la gracia a "2001, una Odisea del Espacio" hasta que los jóvenes descubrieron que era ideal para acompañar viajes de LSD.
El público ha vomitado en muchas ocasiones en las salas de cine, desde "El Exorcista" hasta "Bailar en la Oscuridad". Se ha levantado en otras tantas, como sucedió con "Irreversible". Y también ha silbado. Es lo más que se hace.
Recuerdo ver "Big" en el cine cuando era un chaval y, en la secuencia en que Tom Hanks le tocaba las tetas a Elizabeth Perkins, la sala se convirtió en una reunión de pajaritos, de tanto silbido. 
El público busca el sexo en el cine, el público busca a James Bond, a Raquel Welch, a Hugh Jackman, a Megan Fox.

Sean Connery y Daniela Bianchi en "Desde Rusia con Amor"

El público se incomoda cuando la cosa va muy lejos y, cuando no se quejan de la censura, la piden de manera más o menos ímplicita.
El público puede ser terrible. Roger Ebert decía que la peor película que había visto era "I Spit On Your Grave", en gran medida por lo que vivió en la sala donde se proyectaba.
"I Spit On Your Grave" narra la gráfica violación en grupo de una joven y su posterior venganza. Es un muestrario de sexploitation, muy de moda en los setenta, y aún insufrible. 
Decía Ebert que el público masculino jaleaba la violación, se reía con ella y hasta la menospreciaba como poco briosa. 
Cuando la joven se las cobraba, una mujer sentada detrás de Ebert dijo: "¡Esa es mi chica!". 
Ebert no entendía como la señora de atrás no había reaccionado antes a toda la ordalía previa.

Camille Keaton en "I Spit On Your Grave"

El público tiende a distraerse más de la cuenta, especialmente si le suena el teléfono móvil a algún despistado.
El espectador no hará caso de nada de la película si va acompañado de un ligue y, si tiene el sueño fácil, la oscuridad y la comodidad lo vencerán.


El público aplaudirá al final, se quedará para los créditos o simplemente se marchará. 
Los niños serán los más complacidos. Es por eso que el cine de Hollywood está hecho por y para ellos. Son los mejores consumidores y todas las películas suelen encantarles. Las viven, las aplauden, se compran los juguetes.

Chris Hemsworth y Chris Evans en "Los Vengadores"

Por el contrario, hasta los grandes directores saben lo difícil que es convencernos. Hacen una película para nosotros y no nos gusta nada. Mientras los niños van a por el muñeco de Thor, nosotros lloramos por el Allen perdido o el Scorsese desinspirado.
No cabe duda de que, cuando se habla de públicos, el peor y más insatisfecho es aquel que ya ha visto demasiadas películas. ¿Qué nos van a contar a estas alturas?

1 comentario:

  1. Personalmente y como criado en la contemplación del cine y la televisión en plan masivo mi criterio para empezar a considerar que una película entre o no en la categoría de película "buena" hoy es no saber cual va a ser la escena siguiente. Ni el desarrollo ni el desenlace. A partir de ahí la cosa ya empieza a ser digna de ser algo más, o no, que un mero y vulgar entretenimiento. Por otra parte hay mucho de pedantería y de buscarle cinco pies al gato. Estoy pensando en el ejemplo que pones sobre Lo que el viento se llevó, sí, el final es abierto, pero ¿cómo se puede criticar eso en una obra basada en una novela que respeta el original?
    Lo que espeluzna es por un lado los exitazos de películas que carecen por completo de seres humanos, en una exaltación de megamachos o superhéroes revisados hasta la nausea y por el otro las tragaderas imitativas de ese público ante cosas como ir al cine y encontrar que de las nueve salas 8 están programando simultáneamente la misma película y la novena una reposición de Nemo.
    Creo que básicamente el asunto es que la gente quiere olvidar cada vez más su condición humana, por arriba (superhéroes) y por abajo (cursilería y abyección) bajo ningún concepto quiere verse en su condición de grandeza y fragilidad simultáneas.
    Un abrazo

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