miércoles, 1 de octubre de 2014

Para Volverse Loco


La historia de nuestras vidas es la historia de cómo nos volvimos locos.
Sí, me estoy volviendo loco. Y tú también. Día a día, a diferentes velocidades, quizá yo resista más a la locura que tú o cederé antes, tal vez. 
La locura es una escalera y todos la recorremos. Si se suceden los accidentes y las tragedias, si la sensibilidad es mayor, si algo deja de funcionar correctamente en la sesera, la ascensión se acelera. El tiempo decide y sentencia, en todo caso. Mira a los viejos. Todos como cabras.
La cordura es como la gente que no tiene Facebook. No sé si existe, no la conozco. No conozco a nadie que esté cuerdo. Conozco a gente con locuritas adorables, con manías inaguantables, con desesperaciones más o menos razonables. También conozco a otros que no paran de disparatar desde que se levantan hasta que se acuestan. Y he conocido a más de uno que necesitaba urgentemente las cuatro paredes acolchadas. 
O tengo mala suerte o el mundo es el reino de los locos. Porque el mundo está loco, loco, loco. 
¿Cuál es la definición precisa de la locura? Hacer la misma cosa una y otra vez esperando un resultado distinto.
Ay, qué locos estamos.


Sí, la vida te vuelve loco. Sus imperfecciones, sus trampas, sus ensayos-error y sus malditas tragedias.
Nuestra pretendida serenidad, nuestra necesidad de racionalizar, nuestra urgencia por la esperanza; esa es la barrera que nos separa del completo disparate.
Esa barrera es sólo la civilización, algo que nuestros antepasados colocaron en sus mentes, escribieron en sus leyes, para salvarse de sí mismos. 
Como cualquier tabla de salvación en medio del furioso océano, se tambalea. Hay quien se aburre y se deja deslizar hasta el maremagnum de la loquinaria existencia.


Por locura se ha entendido casi todo lo que se salga del orden establecido. Cuando alguien dice una chorrada, se le llama loco. Cuando se enfada más de la cuenta, cuando enseña el culo, cuando bebe mucho, cuando hace ruidos raros, cuando se droga, cuando sostiene una opinión decididamente extravagante, cuando, de repente, se ensimisma, se emociona o pega un grito. 


Ancestralmente, el loco era un paria, el que vivía en los márgenes, prefería la soledad, hacía menjunjes con hierbas en su casa, se acostaba con personas de su mismo sexo o se echaba a llorar porque sí. 
A la mayoría los ajusticiaron. No queremos locos en este pueblo.
La locura está a la orden del día, pero molesta. Porque ya lo dije: la locura es una escalera - siempre puedes estar más loco, nunca menos - y se propaga por contagio.
A las mujeres las llaman locas de manera tradicional. Eso de la histeria se inventó para definir sus arrebatos emocionales. Callan, callan y, de repente, un día, estallan. Estás histérica, tía. Tendrá uno de esos días, será una bruja, está chiflada, no hay quien la aguante, Loca, loca, loca. 
No hay investigación de motivos, sólo exposición de pruebas. Se ha puesto hecha un basilisco y ha salido a la calle a dar voces. Nadie le preguntó exactamente porqué, pero los muchachos del barrio la llamaron loca.


A los homosexuales nos llaman locas cuando más parecemos mujeres. lo que viene a sostener mi idea de que la locura es una definición tan general que se aplica a todo lo que molesta o perturba. No te pongas demasiado subido de tono, señor gayer. Afina o te llamarán loca. 
Desde aquí, permíteme saludar al compañero de clase que, dábame yo la vuelta, me llamaba loca. No hacía falta que me diera la vuelta, pobre infeliz, me hubiese hasta hecho gracia.


De tanto desafinar, muchos locos acaban en el manicomio. La enfermedad mental, que es mucho más que la locurita de andar por casa, es tan triste e importante como cualquier otro padecimiento. Y nunca se ha encontrado su efectiva curación. 
Desde las manías exacerbadas hasta las psicopatologías más devoradoras, el mal funcionamiento del cerebro no se entiende, porque no se comprende la misma masa gris. Es una realidad física, pero nadie sabe qué la mueve ni exactamente cómo funciona. Quizá saberlo sea peor que desconocerlo. Usted no querrá abrir esa caja de Pandora donde se guarda nuestra (sin)razón de ser. Eso sí que sería para volverse loco.
Ante el misterio, se impuso el tratamiento.
La historia de los manicomios es una cosa loca y, pese a que sigan siendo un lugar poco recomendable al que parar, debe usted dar gracias a los dioses de vivir en esta época y no en otras.
Si estaba turuleta a tope, no sólo se quedaba en un lugar infecto y sórdido para toda la vida, sino que incluso recibía malos tratos y hasta podía servir como atracción turística. 
En el infame Bedlam londinense, los visitantes se reían con los arrebatos de los locos internados, a los que veían tras el cristal, cual animales de zoo.


La tristeza de la locura, contada en tantas buenas historias y películas, vivida en la biografía de tan enormes artistas, es el drama de tener una personalidad enemiga de uno mismo y de la sociedad. ¿Quién cura ser de una manera? ¿Una descarga de electroshock, una reeducación desde las manías o una cantidad indiscriminada de pastillas, terapias, horas muertas, días perdidos? A la enfermedad mental sólo se le puede dar tiempo, curiosamente eso que vuelve loco.
Sí, el tiempo nos vuelve loco. Oye las manillas del reloj, no las superarás. Como decían en cierta serie: es el tiempo de tu vida acabándose. 
Por la muerte la gente se vuelve loca de manera tradicional. Algunos la aceleran, para descubrir su secreto, porque el dolor es insoportable, para jugar a Dios. La desaparición de nosotros mismos, la luz apagada de nuestras conciencias, la imposibilidad de saber qué pasará en este mundo cuando hayamos muerto. Sigue pensando en ella y te volverás loco. 
La gente que conozco se torna majara por las cosas que debe amar, por las que tiene más cercanas. Es decir, la familia y las relaciones sentimentales. 
Las madres y los padres vuelven loco al personal desde el principio de los tiempos y todos los mayores y más violentos pirados de la Historia tienen una explicación perfectamente freudiana. 
Y, claro, el amor. Estoy loco de amor, dicen las canciones, pregonan los cursis. 
Cuando uno se enamora, salta la susodicha barrera de la serenidad y, con el impulso, unas cuantas más. Así, la locura de amor, que servía para diagnosticar muchas melancolías y depresiones. A Juana La Loca la encerraron en Tordesillas por locura de amor, dijo el mito.
Se escribe, se cuenta, se rumorea que, cuando te has enamorado, nunca volverás a ser el mismo. Estarás un poco más loco. Decide tú el grado.
Sí, me estoy volviendo loco y tú también. Me vuelve loco la vida, mi muerte y la de los demás, lo que leo en las noticias, lo que veo por la calle. 
Me vuelve loco el gimnasio, de verdad. Me tiene trastornado la idea de que en diciembre estaré como para un lunes maromial.
Me vuelve loco la autoescuela y el momento en que agarre un coche por primera vez y desaparezca el sueño de conducir de todos mis sueños. 
Me vuelven loco los libros que me quedan por leer, las cosas pendientes que restan por hacer, las incertidumbres, las certezas y la distancia que las separa. 
Me vuelve loco conseguirlo y, más aún, morir en el intento. Me vuelven loco las mañanas que anuncia el despertador y las noches que marcan los relojes. Me vuelven loco las luces que parpadean y las que no lo hacen más.
Me vuelve loco todas las películas que veo. Rebotan en mi cabeza, pienso demasiado en ellas. Son la locura, son lo que nos separa de la realidad, son el espejo de nuestra insania. 
Oh, me vuelve loco el cine, pero eso no es nuevo.


Este 2014 casi me vuelve majareta, haciendo maletas y deshaciéndolas, corriendo entre tres ciudades, con quimeras en la cabeza y realidades a la vista. Me vuelvo loco yo mismo y las cosas que se me ocurren. Me vuelven loco las buenas intenciones y sus extraños resultados.
Me vuelve loco haber vuelto a casa. Me vuelve loco pensar que he hecho lo correcto. Me vuelve loco sentirlo. Me vuelve loco estar bien, tranquilo, en paz. 
Me vuelve loco esta felicidad, porque, joder, no hay quien se la crea.

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