lunes, 29 de septiembre de 2014

Aquellas Mujeres, Estos Hombres


Me pregunto si existe un archivo mayor de películas en el mundo que el albergado por Emule, de manera tan accesible e inmediata. Lo dudo. Ripear un DVD es cosa de un programita y veinte minutos. Y está todo ahí. Alguna copia habrá de la película que no has visto o de la película que quieres volver a ver.
Hoy hablo de las que he vuelto a ver y un capítulo muy especial lo componen esos festivales de féminas que solía incluir antaño en mi listas de películas favoritas. 
Alguno de esos carnavales de damas todavía se cuela en dicha lista - renovable y cambiante, como debe ser - y muchos de vosotros todavía podéis repasarla y decir: "uh, mucha mujer". 


¿Por qué? Ay, qué pregunta. Cierto gurú-profesor me contó en una ocasión que siempre tenía un alumno, preferiblemente homosexual, que demuestra su pasión desenfrenada por clásicos con hembras como protagonistas, desde "Eva Al Desnudo" hasta "Que el Cielo la Juzgue".
Como el profesor en cuestión era adorador de lo freudiano, me conminó a que escribiese un texto introspectivo sobre la razón de la pasión, ahí es nada.
¿Por qué nos gustan tanto las películas con mujeres? ¿Por qué nos gustan tanto las películas con esas mujeres?
La dificultad de responder está en su propia facilidad. Los homosexuales solemos estar más en contacto con el lado femenino, tanto a niveles emocionales como conductuales.
La razón no la tengo muy clara, porque no he llegado a una idea de porqué lo afeminado se relaciona necesariamente con la inclinación por el mismo sexo. 
¿Somos afeminados porque somos homosexuales o somos homosexuales porque somos afeminados?
¿Buscamos en otros hombres la machunez que no tenemos o desear a otros hombres implica que nos comportemos como divas/perras, más que nunca en sociedad?
Seguro que hay una imperfecta respuesta científica, esa que he sido muy vago en averiguar.
No todos los homosexuales que conozco son afeminados, aunque, si te digo la verdad, siento que unos sobreactúan y otros se reprimen.
Quizá es una cosa afecta a todos los hombres. El deber de ponerse serio y las ganas de volverse loca.


Pero existe algo bien arraigado en ese frenesí por la celebración escénica de lo femenino, porque muchas de esas películas me gustaron mucho antes de enterarme que solían encantarle a todos los maricones del mundo entero.
Valga el caso de "Mujeres", "Tía y Mamá" o "El Valle de las Muñecas", que me fascinaron profundamente y, por entonces, ignoraba que eran legendario objeto de adoración gay.


Incluso después de enterarme que eran clásicos mariquitas, seguía sin apreciar lo súper mariquitas que son esas películas.
Por entonces, no sólo me emocionaban profundamente, sino contenían la más básica expresividad que debía demandarle a una película. Mujeres, vestidos, joyas, melodrama, mucho sufrimiento, el paso del tiempo. Y mujeres, mujeres, mujeres. Gritando, llorando, portándose como cabronas, redimiéndose, desorbitando los ojos.


Muchos cronistas aluden a esas películas como una mirada superficial a lo femenino y, en ciertos aspectos, tienen razón.
Ya lo dije a próposito de "Mujeres", una película donde no aparece ni un solo hombre y se centra en los escenarios preferidos por las damas: el salón de belleza, la perfumería, la tienda de ropa y, por supuesto, el cuarto de baño, que, de hecho, es donde se desarrolla el clímax.
La película es una obra maestra y se acabó la discusión, pero más que mujeres, son unas hembras de armas tomar que gravitan en torno a las garras que les colocan sus manicuras para luchar felinamente por sus hombres de aprecio. Son tan hembras que, sí, ya lo habrás averiguado: parecen maricones disfrazados.


Hablemos de otra película con Rosalind Russell, que era una actriz bastante ambigua. No era nada sexy, más bien hombruna, pero siempre estaba sobrevestida y sobrecargada de atributos. 
En su vehículo de desesperación por ganar el Oscar, "Tía y Mamá", interpretaba a una hedonista de los años veinte que enseñaba a su amado sobrino que "la vida es un banquete y hay muchos tontos muertos de hambre".



La primera vez que vi "Tía y Mamá" no podía parar de llorar. Me resultó tan conmovedora la historia de una mujer intentando acercarse a un niño y enseñarle los disfrutes de la vida por encima de los deberes de la estricta sociedad... Para mí, era liberador. 
¿Por qué los gays aman "Tía y Mamá"?, preguntan en el foro de Imdb. Algunos dicen: "porque querríamos haber tenido una tía como ella".
Y muchos, la mayoría, y también los críticos y opinadores, aseguran que Mame es la definitiva drag queen. No es sólo que nos identifiquemos con el sobrino, necesitado de ese despertar, sino que queremos ser ella, al representar esa libertad alegre, consentida y desprejuiciada, la misma que se cambia de vestido, peluca y decorado en función de la fiesta.


Titulos como este y otros encuentran en su exceso sin medida una involuntaria comunicación con ese público que debe callar sus sentimientos, reprimir sus maneras y esperar pacientemente el día en que lo femenino triunfe y lo machista se doblegue.
Decía yo que por entonces no sabía con exactitud la causa de la pegada especial que tenían esas películas en mí. Ahora, con el paso del tiempo, mayor y con ojos más tranquilos, las cosas han cambiado. Y vuelvo a ver esas películas y me importan mucho menos. Son bonitas y emotivas, sí, pero me las creo poco. Antes me identificaba emocionalmente con todo lo que sucedía, ahora admiro los estilos, desde fuera, a veces con una sonrisa. "Tía y Mamá" me parece ahora el mejor drag show de la Historia antes que aquel relato encantador de hedonismo. ¿La vi demasiado, no era tan buena o las cosas cambian?
Lo que sí ha cambiado es que la atracción ha dado un timonazo.
Había visto toda la vida a tipos como Gary Cooper o Errol Flynn y me he enterado anteayer de lo maravillosos que son. Ahora los miro más a ellos. Me fascinan muchísimo más que ellas en estos últimos tiempos.
Me atraen no sólo sus físicos, sino sus modos de comportamiento y su descomunal, aunque elegante virilidad. 


Por ejemplo, una película como "La Huida" me tenía más pendiente de la actriz - Ali MacGraw - en otros tiempos. Cómo se comportaba, cómo se vestía, cómo amaba. Ahora mi atención está en el actor - Steve McQueen - y exactamente en lo mismo: cómo se comporta, cómo se viste, cómo ama.


¿Por qué? ¿Por qué?, preguntarán los freudianos y no freudianos de la sala. ¿Qué te está pasando, Josito? ¿Acaso disfrutas más con el western que con el melodrama? ¿Ahora no eres un gay de San Francisco sino un recio sodomita del ejército espartano? ¿Se te ha quitado lo mariconsón o vas de guay?


Maticemos, señores. 
Si me gustan los hombres, es lógico que me sienta atraído por lo masculino. Cómo son, por dónde se mueven, qué hacen, cómo se les marca el culo con los vaqueros. Y hasta en qué piensan. 
Por lo tanto, más que una negación, lo veo como un avance. 
He salido de las faldas protectoras de esas mayúsculas mujeres del cine  - que no son más que nuestras madres y hermanas mayores en glamourosa representación  - y, sin miedo, me he acercado a los hombres. 
De paso, me he acercado a mí, que me consta que también lo soy.


Suele suceder con muchos homosexuales, normalmente temerosos en edades juveniles de acercarse a otros chicos, y así preferimos vivir rodeados de niñas y mujeres; históricamente, han sido más comprensivas. 
Las mujeres también han tenido parecidos problemas a los nuestros y, por eso, los gays adoramos tradicionalmente las women's pictures del Hollywood clásico: esa relación entre dolor, represión y manifestación emotiva de lo que permanece oculto. Son películas de la vindicación de un sentimiento, algo que no nos suele ser ajeno.
Y entonces, ¿qué? ¿Ya lo he superado y ahora sólo me das machos con los que hablar? 
En términos generales, diríase que no necesito tanto la compañía femenina como en los ayeres y, cinematográficamente, se traduce en que no me embriaguen tanto las películas que las honran.
Los miro más a ellos, sí. Pero mentiría si dijera que las he olvidado, que ya no me emocionan, que no me identifico con ellas.


No he abandonado a las mujeres, ni a las de Cukor ni a las de verdad, sólo vivo un proceso de reconciliación. 
Una reconciliación íntima que debería vivir todas las personas, sean homosexuales, heterosexuales o devotos de las cacatúas. La reconciliación entre lo femenino y lo masculino. Sí, lo femenino y lo masculino que tenemos aquí dentro y lo poco de ello que expresamos ahí fuera. 


Ahora quiero vestirme como Rosalind Russell con la misma pasión que adoraría montar a caballo como Gary Cooper. Quiero amar con ojos titilantes tanto como rescatar a los que sufren. 
Quiero ser la mejor y quiero ser el héroe. Quiero ser la más paria y el más sufriente. Equivocarme y demostrarlo o quizá callarlo. Quiero ser un hombre y quiero ser una mujer, esta noche y para siempre. 


Quiero ser yo mismo y todo lo contrario. Ya me enseñaron las películas: soy un ser humano y ya me vale actuar como tal.

1 comentario:

  1. Es casi más interesante lo que ocurre hoy, el concepto "mujeres que se comportan como maricones", que me recuerda un poco a un disfraz de Genís Segarra de Astrud: disfraz de mujer disfrazada de hombre.

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