El cine norteamericano es la historia de la repetición. Cuando un estilo o una sensación fílmica arrasan, su público natural no sólo dirá "¡¡bien!!", sino que querrá verlo otra vez, con guarnición distinta y el mismo sabor. Otra vez, sí, con sorpresas y muchos momentos donde la música suba y el corazón lata entre despliegues de efectos especiales y miradas titilantes.
Así ha sido gran parte del celuloide comercial y hasta películas reputadísimas pertenecieron originalmente a modas, a cadenas de ensamblaje, a lotes, a cosas que ya se habían hecho, a segundas partes, a géneros desfasados o a directa basura que conocía nueva vida por aquello de abrir un cajón y decir: oh, ¿por qué no hacemos otra película de vampiros?.
Las modas del cine norteamericano suelen ser identificables con las épocas, incluso con las décadas. En los años treinta, las coreografías de Busby Berkeley; en los setenta, el drama de catástrofes. Nacen con uno ó dos éxitos sucesivos y, cuando un tercero deviene rentable, prepárese: no pararán de explotar la veta encontrada hasta que el público vomite de puro aborrecimiento.
Espero ansioso el día en que se produzcan vomitonas a la salida de una película de superhéroes y que ésta sea la última que estrenen en los años que me queden de vida.
No odio a los superhéroes, pero abomino de la moda de las películas de superhéroes. Quizá porque no producen otra cosa sino sagas de cómic o también porque se remozan tan rápidamente que me veo viviendo en un bucle donde no paran de estrenar "Spiderman 2". De manera muy probable, porque la inmensa mayoría son malísimas. Materiales de derribo, efectos digitales y ni una brizna de la magia que debe tener un género así.
La culpa será mía porque siempre les doy el beneficio de la duda. Hay muchas que reciben un curioso aplauso de la crítica; otras, que gustan a todo el mundo. Y yo con cara de culo.
No sé cómo he podido terminar muchas. La mayoría me enfurecen desde la segunda secuencia. Con todas, acabo agotado. Son como oír una máquina rechinar y rechinar. Aunque funcione, hacen un ruido metálico. Es el ruido de la fórmula. Engrasada u oxidada, siempre la misma.
El género de superhéroes en el cine viene de largo y está íntimamente relacionado con lo vivido en la ciencia ficción. Es decir, pasó mucho tiempo en los márgenes estrictos del serial y los productos de bajo presupuesto. Se diseñaba para públicos poco exigentes, que no veían el cartón piedra, sino el rizo brillante del Superman que todo lo solucionaba.
El prestigio y la pegada mundial del género superheroico encontraron ratificación precisamente en Clark Kent, versión 1978.
El tremendo éxito del "Superman" de Richard Donner abrió las aguas para un nuevo espectáculo hollywoodiense, donde el viejo héroe de cómic se actualizaba, aunque manteniendo la ingenuidad de las páginas animadas.
Con "Superman" sucedió lo mismo que con el "Batman" de Tim Burton: sus secuelas y remedos decepcionaron.
Tanto en 1978 como en 1989, significaron negocios redondos a todos los efectos, pero la carrerilla para títulos similares no estuvo asegurada en ninguno de los dos casos.
En cualquier caso, el "Batman" de Tim Burton hablaba de una vuelta a un decadentismo que resultó muy atractivo y también significó la rotunda victoria del cine toyetic.
Por cine toyetic, entendemos cine jugable. Es decir, las películas que pueden dar lugar a juguetes.
El primer gran negocio toyetic es "Star Wars", cuyo éxito fue aún más descomunal cuando salieron a la venta las figuritas de sus personajes.
Se dice que el concepto toyetic nació cuando Steven Spielberg comentaba a un productor la idea original que daría pie a "Encuentros en la Tercera Fase". El productor le dijo que adoraba la idea, pero la encontraba poco toyetic. Con esa película, no se podrían hacer juguetes.
El "Batman" de Tim Burton dio lugar a un merchandising muy lucrativo, pero su secuela, la más oscura y delirante "Batman Vuelve" significó un problema, porque asustaba a los niños y el MacDonalds llegó a retirar los muñecos de sus recalentados menús. Primeros límites al género.
El superheroísmo fílmico y sus líneas de producción están relacionados con el negocio redondo que supone el cine toyetic. También si el asunto está basado en un cómic, éste se vuelve a vender como rosquillas y todos felices, aquí y en Marvel.
En cierta ocasión que escribí sobre lo toyetic, aludí al hecho significativo de que esas películas no están hechas para nosotros, sino para que los niños deseen jugar con ellas, replicando sus mejores secuencias y contando con los muñequitos oficiales para recrearlas.
Sucede en el caso de "Los Cuatro Fantásticos", que resulta inexplicablemente descerebrada y simplona hasta el momento en que uno se percata de que se trata de un producto hecho para niños. Y para niños un poco tontos, añadiría.
Empecemos así por la asunción de que la mayoría de las películas de superhéroes no se han hecho pensando en mí.
El género también se nutre de esa generación urbana, sedentaria y multipantallística, que usted llamará "friki" sin más dilación.
Como de manera tradicional, los superhéroes suplen las angustias, ansias y deficencias de ese grupo social - los de la capa vuelan, tienen poderes, ponen el mundo patas arriba -, la llegada de sus superhéroes favoritos al cine en las últimas dos décadas ha estado al compás de su descubrimiento como público.
Los fichajes y los rodajes se comentan en foros, se publican en revistas online y se crea el fenómeno de la expectación. Es decir, lo que me mata.
La expectación por "El Hombre de Acero" se vivió durante más de dos años, desde que se dijo que Henry Cavill interpretaría a Superman, hasta que, finalmente, vi ese engendro.
Sin duda, una de las peores películas que he visto en mi vida y, a la vez, el más claro ejemplo de todos los pasos en falso que da el género de marras.
Entre ellos, la recreación del caos.
Hace cierto tiempo, una amiga y seguidora me decía: "Josito, tienes que escribir un post sobre la obsesión gringa con destruirlo todo".
En las películas de superhéroes, es el ingrediente que no puede faltar. Esos alienantes paisajes de destrucción sistemática porque sí.
En realidad, es un resorte emocional desde hace muchas lunas en el cine norteamericano.
En la mítica "King Kong" de 1933, la ciudad de Nueva York se destruye de tal manera que sólo se puede pensar que el público es una horda de masoquistas. Deben serlo, cuando esas destrucciones siguen iluminando los momentos cumbre después del 11 de Septiembre.
En cualquier caso, juegan con las emociones de sociedades ordenadas, regladas, pulcras, donde la megadestrucción es una fantasía íntima, una transgresión de la construida metrópoli que ven a diario y el último asalto a su sacrosanta concepción de la propiedad ajena.
La destrucción les pone.
La escenografía de la destrucción también responde a la demostración de poder, que es una cosa muy yanqui y también muy machista. Mira lo que hago con el ordenador.
Los clímax de las películas de superhéroes son pura imagen digital y son un muestrario de sus avances. Para ello, no dudan en retorcer lo que sucede y montarlo todo a mil revoluciones. No se entiende una puta mierda de lo que está pasando, pero no importa: la cosa es epatar, marear, cansar. Y que los bobos digan: "Wow!".
Ahora bien. Usted podrá decir: "ay, Josito, qué exigente, esas películas son para comer palomitas y pasar el rato". Cierto, cierto, muy cierto. Como he dicho, probablemente no soy público para ellas, pero lo peor no es su simpleza, sino cuando tratan de esconderla bajo ínfulas. Es decir, lo peor es una película de superhéroes con pretensiones.
Vivimos en un mundo donde las cosas están muy vistas y más en el cine comercial. ¿Cómo reciclar por enésima vez la basura? Haciéndola pasar por oro.
El culpable de todo esto es Christopher Nolan que saca el Reader's Digest Especial Shakespeare para hablar de Superman y Batman, y sus obras se llenan de unos discursitos de política y ética que entretienen vagamente la función, la pretenden revestir de una recobrada dignidad y sólo sirven de precurso al momento en que el tipo se pone el traje y empieza a dar mamporros.
Así, se llenan de una verborrea insufrible que busca revertir el núcleo del género, con las sombras de sus protagonistas, su resistencia a luchar, sus dudas, sus querellas domésticas con sus compadres y demás diálogos donde demuestran que están muy curtidos y son muy antipáticos, sólo para llegar al mismo clímax - la muestra de potencia - y al mismo final aliviador, con pie calzado para una secuela.
Al respecto de las pretensiones, fue agradable encontrarse con "Los Vengadores", que no me encantó, pero tampoco me dio vergüenza ajena, que ya es mucho decir.
"Los Vengadores" es una máquina bien hecha, que progresa adecuadamente y ofrece acción de nivel. Está depurada de retórica barata y va a la misma esencia del disfrute de un cómic.
Pero Joss Whedon depura tanto que se queda en el mismo metal. A "Los Vengadores" le falta alma, poética. Es un aparato imponente que no dice nada.
Recuerdo que lo pasé bien, pero olvidé todo lo que sucedía en ella.
Cuando vi "Iron Man", salí bramando.
Robert Downey Jr. es una elección inspirada, sin ninguna duda, pero es el juego que se trae con el personaje de Gwyneth Paltrow lo que me ofendió.
El casting de Gwyneth es inexplicable y expresa también la sequía de buenos papeles para las mujeres, a las que "Iron Man" no está dirigida.
Si la depuramos, es la fantasía última de un hombre heterosexual que no pilla mucho cacho. Viéndola, se ve en la piel de un playboy que debe comprender que el verdadero amor está en su eficiente secretaria y no en todas esas rubias a las que se entrega como si nunca hubiese follado antes. La película también recrea una de las fantasías misóginas favoritas de Hollywood: la chica que queda atrapada por su estulticia y el malo la atrapa en una esquina, cual violación simulada, para que llegue el bueno, derroque al malvado y se gane el derecho a ella por ese acto de oportuno salvamento.
Tampoco me ha gustado "X-Men: Días del Futuro Pasado".
Las dos primeras entregas de "X-Men" fueron los instrumentos decisivos para el lanzamiento definitivo del género superheroico en el nuevo siglo. Son la verdadera apertura de la moda, tanto en fondo como en forma.
La primera, estrenada en 1999, predecía el derrumbe de Manhattan de una manera casi escalofriante y, además, nos presentó a Hugh Jackman. Nada que objetar. La segunda apretaba las tuercas en su concepción de los poderosos mutantes como una minoría perseguida y era aún mejor. Aunque el paso del tiempo y las imitaciones les han hecho perder impacto, esas dos primeras entregas son buenas piezas de entretenimiento, muy dignas, con escenas memorables, un notable dibujo de personajes y una acción en progresión.
Todo eso es lo que ha faltado en sus secuelas, tanto la tercera entrega como la precuela "First-Class", donde no hay equilibrio, sólo horror vacui y estridencia. Son películas que gritan, tienen sobredosis de clímax, muchos superhéroes y ni un solo personaje de verdad.
La ovación a la vuelta de Bryan Singer a la dirección de otra entrega más no ha tenido en cuenta que cae en los mismos defectos de las anteriores. Quizá porque ha deslumbrado ese viaje en el tiempo, bien calculado y servido, antes que la anárquica, desquiciante estructura.
"Días del Futuro Pasado" no camina, sólo hace ruido de arrancar. El tono está siempre en lo alto, desde el principio hasta el final y las escenas se suceden a trompicones. No hay personajes, sólo mucha gente atacada de los nervios. Cansan a los diez minutos.
Le conté un total de doce clímaxes - para entendernos, el clímax debe ser uno y es el momento cumbre, donde todo el drama entra en juego -, mientras no fui capaz de identificarme con nada de lo que sucedía.
Es una película perezosa, indiferente, sin un porqué definido, televisiva en el mal sentido y llena de clichés, que parecen menos clichés porque se ponen del revés, porque se adornan, porque se atiborran de histeria. No es la peor película de superhéroes, pero sí es una buena muestra de su delicuescencia. De que no hay nada más que aportar que esa discoteca de disfraces retrófilos y motivos de destrucción del decorado.
La cuestión está en la buscada complicación de argumentos que son simples y resortes que se ven evidentes. El blockbuster prefiere ponerse del revés antes que escribirse bien.
Se trata de volver a lo básico. Ahí está "Gravity", que no cuenta gran cosa, pero va derecha al factor maravilla, se equilibra y cautiva entre su fastuosa forma y su asequible fondo. Eso que Hollywood hacía bien en otros tiempos y ahora no le sale casi nunca.
Esta infecta moda mainstream de llenar el croma con tipos en mallas que salvan el mundo en tu pantalla HD terminará algún día, pero el público no para de convertir éxitos lo que merece la horca. Incluso aunque no recauden lo deseado, no se echa la culpa al género, sino al producto en concreto, que es analizado a la búsqueda de una dudosa explicación de su mal funcionamiento.
Debe ser mi culpa. Las únicas películas que me han encantado son "Watchmen" y "Kick-Ass", y eso no vale, porque la primera es una anti película de superhéroes y la segunda, una comedia con superhéroes.
Las demás me parecen trailers extendidos de sí mismas y no volveré a ver ninguna. A Blogger pongo por testigo que sólo me molestaré si me prometen escenas de sexo explícito entre sus maromiales protagonistas. O pene en culo o nada.
¿Será que no me gusta el género? Pues sí, me gusta y mucho. Una de las primeras imágenes que recuerdo de mi vida es ver a Lois Lane cayendo por el edificio del Daily Planet y Superman rescatándola.
Ese momento de suspense y alivio es tan sencillo que es un milagro, Se entiende, hace latir el corazón, es bonito, está al servicio de lo que cuenta.
A tomar nota, señores de Hollywood. Ahora será demasiado tarde, pero quizá lo puedan aplicar para la próxima moda cargante que se les ocurra.
Lo dijo muy bien Alan Moore, que este amor por los superhéroes y de los adultos leyendo cómic no era más que una muestra de la infantilización de nuestra sociedad. Él, que deconstruyó/voló por los aires/blablablá el género. Me gustan las películas de superhéroes pero estamos en ese punto en el que no se hace otro tipo de cine, sólo hay reboots, segundas y terceras partes de sagas pensadas para vender muñecos y franquicias marvel. Franquicia es la palabra, ¡si hasta Spielberg y George Lucas (dios mío, quiénes lo están denunciando) han dado la voz de alarma diciendo que si la industria sigue así es el fin del cine!
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