domingo, 14 de septiembre de 2014

El Privado Rodaje de Errol Flynn y Bette Davis


Cuentan las crónicas que Hollywood nunca fue cosa fácil. "Hasta que no seas conocido en mi profesión como un monstruo, no eres una estrella", dijo Bette Davis. 
El paisaje burbujeante, limpio, trazado a escuadra y cartabón que transmiten las películas clásicas escondían un trabajo durísimo, hecho a ciegas en una industria que daba sus pasos iniciáticos.
Cuenta Errol Flynn en su autobiografía cómo sus primeros años en Hollywood se vivieron en un trabajo continuo y extenuante en la Warner Bros, estudio conocido por tratar a sus actores como ganado y pluriemplearlos a destajo. Salían de un rodaje y entraban en otro. Cambiaban la espada por el sombrero de copa. No había descanso. Las películas se estrenaban año tras año, como rosquillas. 
Quien se quejaba, recibía ejemplares castigos a su vanidad: caer del primer puesto en los créditos, recibir papeles inadecuados a su talento o, bien, unas buenas vacaciones sin cobrar un céntimo.


Los rodajes eran extraordinariamente difíciles. Un director tan perfeccionista como Michael Curtiz era temido por todos. Errol Flynn lo llama "cabrón" y añade que no tenía piedad. 
Dolores Costello, protagonista de la épica muda "El Arca de Noé", recuerda a Curtiz como "brutal"; la espectacular escena de la inundación se llevó por delante a muchos extras, que acabaron en el hospital con fracturas, Dolores, con una neumonía, y el equipo entero, con un ataque de nervios.
¿Había sitio para la personalidad de los actores en una industria tan demandante? ¿Había lugar para Bette Davis? Como los nombres propios de la Warner, las relaciones fueron tensas a medida que se alcanzó un caché. 
La actriz más seria, disciplinada y versátil de su generación se sentía humillada cuando el estudio la derivaba a productos indignos de su ambición, aun tras haber ganado dos Oscars y una reputación de camaleónica. 
"Por entonces, Bette era el no va más", escribe Flynn. La Warner prefería jugar con ella y ponerla en su lugar.


Bette se dijo la primera que puso una demanda judicial contra el trato que le reservaba Jack Warner. Él le contestaba con periódicos castigos y algún que otro regalo. O la colocaba en vulgares intrigas sentimentales o bien le daba "Jezabel", con la que consiguió su segundo Oscar en 1938.
Fue justo en 1938 cuando Bette Davis y Errol Flynn protagonizaron su primera película juntos. "Las Hermanas", basada en una novela de cierta relevancia por entonces. 
Bette ansiaba el papel de la chica que se ve víctima de un marido alcohólico, ausente y frecuentemente desempleado en el Nueva Orleans de los tiempos de Teddy Roosevelt. 


Errol interpretaba al borrachín y, aunque Bette era la protagonista, la Warner quiso darle un pequeño susto a la diva cuando aseguró que sólo Flynn iba a estar acreditado por encima del título. 
Bette lloró a mares y comenzó a quejarse de la apatía de Errol en el rodaje. Mientras ella trabajaba y pensaba cada escena, él, probablemente, se encontraba de resaca tras una de sus eternas juergas.
Finalmente, la Warner cedió acreditar a Bette por encima del título, quizá porque lo de "Errol Flynn en Las Hermanas" sonaba un poco a Errol Flynn haciendo de las suyas. 
Aún así, Errol iba por encima. Errol Flynn y Bette Davis en "Las Hermanas".


Errol Flynn luce tan espectacularmente guapo en "Las Hermanas" que al público no le gustó el final original y apostó por su personaje, pese a lo negativo que era. El estudio, oído, cambió el desenlace. Bette lamentó ese cambio, mientras se decía que rabiaba por más motivos.
De vuelta a la autobiografía de Flynn, éste sostiene que Bette era la única de sus compañeras de reparto que no le resultó nada atractiva, especialmente por su manera de mandonear a todo el mundo.
Asegura que la antipatía nació de las calabazas que le dio y también de las diferencias salariales. Bette llevaba más tiempo en la profesión, tenía dos Oscars y se proclamaba una actriz de verdad, mientras Errol era el nuevo chico maravillas del estudio y, oh, verdad, era un hombre. Él cobraba más.
"Las Hermanas" fue sólo una preparación para la gran tensión entre los dos modos de entender la profesión que representaban Errol Flynn y Bette Davis.
En su segunda y última película juntos, "La Vida Privada de Elizabeth y Essex", se ponían bajo las órdenes del torturador número uno, Michael Curtiz. 
Olivia de Havilland también aparecía, en el desafortunado, mísero papel de la dama de compañía. sin duda, era Olivia quien más razones tenía para quejarse del trato que le reservaba el estudio. 
Poco después, ganaría la demanda que su amiga y aliada, Bette, había perdido.


"La Vida Privada de Elizabeth y Essex" estaba basada en una obra teatral de Maxwell Anderson y la Warner no escatimó en pompa y medios para trasladar un texto de tamaña reputación. 
La producción se fotografió en un primerizo Technicolor y el papel de la reina Isabel sólo pudo ser para Bette Davis.
Ésta se preparó a conciencia. Leyó la biografía entera de su testada tocaya, se rapó media cabeza, ensayó un acento aceptablemente histórico y se colocó un corsé que le provocaba un dolor insufrible.


Enterada de que el papel era suyo, presionó con fuerza para que Essex, el joven amor de la reina, fuera interpretado por Laurence Olivier. El texto lo merecía.
El estudio, temeroso de fichar a Olivier, actor entonces poco conocido en Norteamérica, apostó por su galán favorito. Errol Flynnn era Essex. 
Sabida de la noticia, Bette Davis se calzó la corona. Las tensiones comenzaron con el director Michael Curtiz desde el primer día y no terminaron hasta el último. Con Errol, la cosa fue más extrema.
Narra Errol Flynn cómo se presentó en el rodaje y allí, en lugar de la Davis, encontró a una doble para darle la réplica, situación que se entiende como de extremada rudeza entre actores. 
Cuando finalmente rodó con Bette, su primera secuencia culminaba con un bofetón de la reina Isabel a Essex. En la primera toma, la Davis le dio tal bofetón a Errol, que le cruzó la cara y éste se fue a vomitar al camerino, mientras se convencía de que, si la actriz le lanzaba otro en la siguiente toma, se lo devolvería sin temor a las consecuencias. Afortunadamente para todos, en la segunda y definitiva toma, Bette paró la mano justo antes de tocar la mejilla.
Sería el corsé o la frustración de no tener un divo teatral a su réplica, Bette hizo ascos de su compañero de reparto durante toda la producción. 
Bette aseguraría que él le confesó que no tenía ni idea de interpretación y que ella apreció la sinceridad.
Lo recordaría como "el simplemente bello Errol". 


La versión de Flynn es muy distinta y asegura que Bette Davis es la única diva de Hollywood con la que tuvo un auténtico percance. 
Relata que, años después, se la encontró en una fiesta y le dijo: "¿Qué tal, Bette?" y ella torció la mirada. "Espero que algún día nos reencontremos y sea distinto, quién sabe", escribe el siempre optimista Flynn.
Cuando se estrenó "La Vida Privada de Elizabeth y Essex" - el título original era "Elizabeth, la Reina", pero con el cambio se la daba pábulo a Flynn -, los críticos se deshicieron en elogios con la Davis, a quien veían para una nominación al Oscar obligada. No obstante, ese año sería nominada por su igualmente fascinante "Amarga Victoria" , donde interpretaba a una socialité diagnosticada de un tumor cerebral.
No hubo tan buenas palabras para Errol, de quien dijeron que enfrentarse a esa Davis inspirada era "como atacar un tanque con un tirachinas". 
El público, por el contrario, adoró a Flynn como Essex; su fraseo relajado de los teatrales diálogos, su nada disimulado acento tasmano y su siempre impactante belleza daban ligereza al glorificado tostón historicista de Maxwell Anderson.


En la década siguiente, Bette Davis, Errol Flynn y Olivia de Havilland alcanzarían sus mejores papeles en la Warner. Ellas, muy dramáticas; él, todo héroe. Pero la tensión nunca cesó entre el estudio y sus estrellas y todas acabaron a finales de los cuarenta con un contrato rescindido y un gran sinsabor.
Errol Flynn murió pronto tras vivir muy deprisa, como bien sabemos, aunque sus excesos dejaron curiosamente intactos a sus mejores héroes. 
Años después, para volver a ver "La Vida Privada de Elizabeth y Essex", Bette Davis se reunió con Olivia de Havilland. 


Una vez acabada la película, Bette le dijo a Olivia:
- ¿Sabes lo que te digo? Estaba muy, muy, muy equivocada. ¡Errol estaba brillante!
Hete ahí la ironía. Sólo hace falta repasar sus interpretaciones. ¿Quién está mejor? O, expresado con más justicia, ¿quién de los dos ha resistido mejor el paso del tiempo?
Las hiperemocionantes irrupciones de la Davis en sus clásicos - sus ojos, sus miradas tristes, enternecidas, sus ademanes, sus cigarrillos - son tan inconfundibles que pasaron a ser imitadas y parodiadas por media docena de drag queens. Y eso sucedió antes de que Bette Davis terminase su carrera. 
El estilo sobremocional, técnico y de efectos, que caracteriza a muchos camaleones o divos de la escena, es impactante, pero no ejemplar. 
Dígase que cualquier interpretación susceptible de parodia no es buena. Esto es una aseveración un tanto demoledora, porque, si me apuras, nos quedaríamos sin la mayoría de los actores más celebrados y premiados de la Historia. Pero es completamente cierto. La interpretación detectada no es la mejor.
Es lo que decía Cary Grant sobre Irene Dunne: Irene tenía un estilo y un timing tan sutil y depurado, que precisamente por eso, jamás ganó un Oscar. Porque nunca lo dejó notar.
Tanto en "Las Hermanas" como en "La Vida Privada de Elizabeth y Essex", Davis es hipnótica. Hay una escena en la primera película, donde mira a través de las cortinas, y esa cara extraña, tan Hollywood y tan poco Hollywood, conmueve. Pero esa imagen responde a los sentimientos particulares que uno tiene por Bette Davis, no a su personaje. 
Errol Flynn, quizá por desinterés o también por falta de pretensiones, se limita a hacer su trabajo. Es mucho más hermoso que Davis - de hecho, no hacen buena pareja -, aunque ni la mitad de fascinante. Pero, si usted quiere dedicarse a la interpretación, debe mirarlo más a él que a ella. 


Es el estilo casual, que frasea y no entona, que dice y no declama. Lo de Flynn es la modernidad interpretativa que consiste en "no interpretar". Esa tendencia, que ya comenzaba desde los primeros tiempos del cine, es la necesidad creciente de romper con la teatralidad y el histrionismo. 
Sobre las tablas, sobreactuar es preciso. Impreso en celuloide, la interpretación afectada tendrá una variable fecha de caducidad, a veces, inmediata.


Este juicio del tiempo ha sido bastante cruel, si se considera lo trabajadora y valiente que era la Davis y lo viva la vida que era Flynn. 
Hoy ella es una cuestión de camp y excitación por el estrellato femenino old style, mientras él irrumpe más fresco que una lechuga, lleve mallas, smoking o calzoncillos de boxeador.
Mirado desde otra perspectiva, quizá también ha sido un castigo a la proverbial arrogancia de Bette Davis y a la supervaloración de sí misma y de su profesión. 
Como diría Sterling Hayden, ¡esto es sólo un trabajo, tío!.

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