viernes, 19 de septiembre de 2014

Ese Viejo, Eterno "Grand Hotel"


Si usted desea hacerse un máster en divismo, tiene una parada inexcusable en la Greta Garbo de "Grand Hotel". 
No es su mejor interpretación - esa se encuentra en "Margarita Gautier" -, pero resume no sólo a la misma Greta, sino a todo lo que significa el estrellato cinematográfico. 
La Garbo irrumpe en "Grand Hotel" - "¡que traigan el coche de Madame Grusinskaya" - y cualquiera comprende el mito.
Apabulla, con sus gestos, con su respiración, con su visón, con sus ojos.


En "Grand Hotel", Greta Garbo pronuncia su fase emblema: "Quiero estar sola"  y también aquello de "Nunca había estado tan cansada en toda mi vida", con Rachmaninoff de fondo. 
La fotografía de su amado William Daniels se entrega a ella, a su ceño, a sus cejas, a su magia, a su enigma. Es la bailarina rusa infeliz y desesperada hasta que descubre a John Barrymore en su armario.


Greta siempre ha sido el mejor motivo para volver a ese viejo, eterno "Grand Hotel", pero la película es más que una estrella. De hecho, se diseñó como un evento all-star; uno de los primeros de Hollywood y el bombazo comercial que dio paso a parecidos platos combinados. 
En principio, era una estrategia económica. 
Irving Thalberg reunió a más de dos estrellas para que así compartieran película, tuvieran menos escenas, cobraran menos en proporción y la abundancia de brillo reportara buenos dividendos en taquilla. 
La jugada fue un acierto. "Grand Hotel" fue el título más taquillero de 1932, el refrendo del poder del star-system e incluso ganó el Oscar a la mejor película. 
"Grand Hotel" es el mejor ejemplo de cómo se hacía el cine americano en otros tiempos y, en muchos aspectos, de cómo se sigue haciendo.


"Grand Hotel" estaba basada en una noveleta de Vicki Baum, ambientada en un lujoso hotel berlinés, donde pasan las historias al ritmo de la llegada de los huéspedes y el trabajo de los empleados, con cierto trasfondo de los duros años veinte alemanes. 


La película toma prestado el microcosmos de Baum para efectuar una operación estética muy propia de los años treinta: el caleidoscopio.


La pionera dirección artística de Cedric Gibbons y la fotografía de Daniels consiguen efectos visuales aún sumamente hipnóticos que capturan el movimiento de los seres humanos desde lo alto o a lo lejos.
Se captura la vida que se desarrolla entre las puertas giratorias, en la sala de las operadoras, en el bullicioso vestíbulo y a lo largo de las escaleras concéntricas.


El hotel es el mejor lugar que permite una estructura narrativa en vidas cruzadas; personajes que se encuentran, se relacionan, coinciden y tienen importancia en la existencia de los otros aunque ni se rocen. 
Es lugar para que las estrellas, esas que tenían una película a su servicio, compartan ahora escenario y se potencien entre ellas.


El divismo detrás de las cámaras fue inevitable, pero esquivable. 
Los productores se cuidaron bien de que Greta Garbo y Joan Crawford no coincidieran en ninguna secuencia y montaron la película a espaldas de Joan, para que no supiese que tenía menos metraje que Garbo en el resultado final.


Como film de estrellas, éstos se imponen sobre cualquier otra consideración. Son los que construyen el encanto de "Grand Hotel" y los que lo mantienen. 
Quien se acerque a ella por primera vez, tal vez no entienda ni el Oscar ni la reputación. Es un clásico, pero no una gran película. 
Es demasiado esquemática, sus artilugios narrativos suenan a cosa vieja y el personaje de Lionel Barrymore no encuentra freno en el patetismo.


Pero también es ligera y fuertemente romántica, al estilo de muchas manufacturas del estudio que la diseñó, y las escenas de amor entre la Garbo y John Barrymore son formidables. La química es tan fuerte entre los dos que parece que se han enamorado de verdad y se respira la emoción en cada uno de sus encuentros.
Tras el impacto visual de su lujosa escenografía, ésta se vuelve tan sobria como efectiva cuando vemos el atáud que lleva al cádaver de uno de los personajes.
No se dice que está ahí dentro, pero la imagen está compuesta con tal callada elocuencia - herencia del cine mudo, sin ninguna duda - que se comprende. Conmueve de manera inmediata.


Si el terreno de este hotel es coto de Greta, hay también que decir something about Joan.
La Crawford, como Flaemmchen, la estenográfa, el personaje más picante de la historia, irrumpe jovencísima, bella y fresca como nunca después. 
Al contrario que la Garbo, no estaba aún subsumida en su divinidad; por entonces, era un placer privado, aquella flapper que se atrevía a ser actriz.


Los buenos números de "Grand Hotel" dieron paso a los inescapables remedos. 
Al año siguiente, la Metro reunía al triple de estrellas en la más perfecta "Cena A Las Ocho", aunque el grandhotelismo se ha dicho rastreable hasta el día de hoy. 
El plato combinado, el all-star, el microcosmos, las historias cruzadas; una manera de entretener como cualquier otra y altamente lucrativa para los negociantes cinematográficos. 
Existen remakes más o menos oficiales como "Weekend At The Waldorf's", que reciclaba la historia en plena Segunda Guerra Mundial, hasta la inesperada vuelta con las novelas de Arthur Hailey y el cine de catástrofes de los años setenta.
Todas las películas de catástrofes, desde "Aeropuerto" hasta "La Aventura del Poseidón", son remozados oficiosos de la estructura de "Grand Hotel". Puñado de estrellas y historias mínimas entrelazadas, mientras la novedad era que pocos quedarán en pie antes de terminar la película.


Estructura bien heredada por la televisión, sin ninguna duda. Es la posibilidad de tener muchos personajes, algunos anécdoticos, otros más prevalecientes, todos tocándose de un modo a otro, bajo una premisa común, en una atmósfera compartida. 
Dígase sin equivocarse que todas las series son "Grand Hotel".
Existía una en los años ochenta que era idéntica, basada en una novela de Arthur Hailey - llevada primero al cine en 1967 - y llamada, claro está, "Hotel".


"Grand Hotel" fue una de las primeras películas de Hollywood intensamente parodiadas en las viñetas de cómic y en la animación de los años treinta. 
Su cacareada reunión de talentos - Greta Garbo! John Barrymore! Joan Crawford! - era motivo de susto para Jack Lemmon cuando se disponía a ver un pase televisivo en "El Apartamento".
Ese apartamento casi tan concurrido como la fonda berlinesa y a merced de unos jefazos tan implacables como el Mayor Pershing.


"Grand Hotel" se encuentra en películas grandhotelescas y en otras que no pueden estar más alejadas en espíritu y estilo.
Observe la comparación entre dos secuencias, de intención distinta, pero idéntica composición.


John Barrymore se esconde en el armario para no ser descubierto y a través de las rendijas, espía a Greta Garbo que, acurrucada en el suelo, se desviste eróticamente. 
Ahora, "Terciopelo Azul", de David Lynch. Kyle MacLachlan se esconde también en un armario y, tras las rendijas, observará a Isabella Rossellini, también en el suelo, también a medio vestir. Lo que acontece es infinitamente más perturbador, pero el amor, oh, el amor siempre aparece.


Fascinante, ¿verdad? "Grand Hotel" es uno de esos títulos que está grabado en la misma concepción del cine. 
Porque no hay nada nuevo bajo el Sol, muchacho, y, si te gusta, probablemente se haya hecho antes.

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