lunes, 8 de septiembre de 2014

Las Risas y El Lujo


Ahora, una comedia. 
Lo dije anoche. Tanto drama, tanta crudeza, tanta amarga reflexión sobre la existencia. Busquemos la ligereza. Y, ¿qué es más ligero que Rock Hudson y Doris Day?
Juro por mi alma cinéfila que no recordaba que "Confidencias a Medianoche" fuera tan divertida. Juro también que hubo momentos en que lloré de la risa.
¿Será que ahora soy capaz de pillar los chistes? ¿O será por la posibilidad de la copia en HD, esa que permite disfrutar de la versión original y, además, con un relucir de colores que haría las delicias de Ross Hunter, productor de la película y reconocido adicto al lujo?
Además, se puede cumplir una máxima imprescindible de "Confidencias a Medianoche": para disfrutarla, la copia ha de tener la relación de aspecto original. 
Es decir, la pantalla en Cinemascope y no extendida, porque es esa película donde la pantalla se divide en tres para contarnos un lío telefónico. 
Es la monería de premisa con la que arranca. Doris es una chica trabajadora de Madison Avenue que quiere hablar por teléfono de cosas importantes, pero comparte línea con el playboy de Rock y sus conquistas femeninas.


La cosa, por supuesto, se enreda en nombre del sexo y, también por supuesto, se llena de equívocos que llevarán a sentimientos que se prestan eternos. 
"Confidencias A Medianoche" (Pillow Talk) fue un éxito tremendo en 1959 y nadie se lo esperaba. De hecho, muchas redes de exhibición se negaron a estrenar la película en las salas, argumentando que la comedia sofisticada había terminado con William Powell. 
Cuando vio la luz, arrasó y de qué manera. 
Ross Hunter, el productor, se proclamaba nuevamente como el mayor experto en sacar del polvoriento armario y demostrar que el público era el que fue. 
Todavía hoy esa máxima se cumple de manera imprevista e inesperada. Vampiros, series médicas, romances rosáceos, risas mil. El público es el que fue, sí.


"Confidencias A Medianoche", además de su adscripción a la ancestra fórmula de encuentros y desencuentros, es muy de su época. Vive con ella y a pesar de ella. 
Doris Day es la niña de Eisenhower y la película se presta a perseguirla por todas las esquinas. La intriga es completamente sexual y consiste en averiguar si resistirá las tretas del playboy para encamarla cuanto antes. Él piensa: "Esto me costará cinco o seis citas" y ella, engañada, dice para sus adentros: "Por fin encuentro un hombre en el que confiar". Casi muero de la risa. 
Como es una "mujer de polvo aplazado", el honor de la novia de América queda a salvo en la preconyugalidad, aunque la película tiene las ganas de cachondeo suficiente para dar rodeos en torno a la conservadora idea de todas las maneras posibles, incluyendo el clímax donde Rock la pasea en pijama y sábanas por la calle y un niño pregunta a su madre dónde la lleva. "Te lo contaré cuando seas mayor".


De modo general, las comedias después del Código Hays pararon de ser sexuales y se limitaron a ser románticas. Es curioso que, en una película considerada como blanca y poco percibida con seriedad por muchos comentaristas, el sexo sea la completa obsesión y de donde extrae su atractivo, su neurosis, su intriga y su encanto. 
Hay una secuencia donde hablan por teléfono, cada uno desde la bañera, donde las piernas de Rock Hudson parecen apéndices fálicos sobre la pared que los divide. También piernas, esta vez de Doris, besadas por medias en la escena de arranque. Doris aparece en lencería y bastante sexy, sin ser ella la más erótica del lugar precisamente.
Aunque "Confidencias a Medianoche" es una comedia que muchos no se han tomado en serio, otros tantos la han leído a fruición, en busca de este y otros significados, así como su importancia cultural y su reflejo de la América que se mudaba de Eisenhower a Kennedy.
El ornato materialista de los cincuenta es escenario para una mujer que trabaja, mientras sus sempiternas ganas de matrimonio no impiden que, antes, haya que hablar de la palabra prohibida.


Señalemos a los culpables del encanto. Por un lado, los actores y, por otro, el productor.
Unir a Rock Hudson y Doris Day parecía una consecuencia evidente de los años cincuenta.
"Confidencias a Medianoche", como todas las películas de Ross Hunter, está confeccionada para ir derecha al corazón de las mujeres - al menos, de una clase de mujeres - y la fórmula del productor es colocar a un hombre bello hasta decir basta junto a una mujer nada bella, pero entrañable, identificable. 
Cumple la fantasía - del mismo modo que películas varoniles hacen la operación contraria -, ya vista en otras obras de Ross Hunter donde Rock Hudson era pareja aún más imposible de la poco agraciada Jane Wyman.


Doris Day, que se ganó el título de "novia de América" durante la posguerra, encontraba su cénit. 
Su popularidad comenzó como cantante y, de hecho, el "Sentimental Journey" acariciaba las ondas de 1945 para convertirse en la canción del armisticio. 
Doris representó la inocencia norteamericana a recuperar tras los horrores bélicos y se le veía profiláctica y bien batiente en musicales y comedias de amable signo. 
Su cursilería siempre ha sido de náusea, pero la Day es una gran artista y quien haya visto "Ámame o Déjame" y "El Hombre Que Sabía Demasiado", concordará que también era una actriz dúctil y de sorprendente registro.
"Confidencias a Medianoche" era la última ratificación de todo lo que el país pensaba de ella: era la eterna virgen. 
En esta ocasión, la refrescante novedad acontecía en el hecho de que su personaje no vivía en un pueblo de ingenuidades o en un Oeste de colorines, sino que se movía ágil y ambiciosa en la jungla neoyorquina.
Aquel año la nominaron al Oscar, hasta el momento única mención de la Academia a Doris, pese a que sus fans piden honorífico de rodillas desde hace décadas.
Pero "Confidencias a Medianoche" es, ante todo, de Rock Hudson en plena forma.
Se lleva la película desde el principio, porque está relajado y cómplice como pocas veces en su anterior carrera.
Transmite la diversión y, físicamente, irrumpe mejor que nunca, que ya es decir.
Venía escaldado del fracaso del remake de "Adiós A Las Armas" y este regreso a la Universal - y a la tutela de Ross Hunter - lo veía con el rabo entre las piernas.


Fue una resurrección artística en un material más abordable y el dúo que se marcó con Doris se repitió en dos películas más: "Pijama Para Dos" (Lover, Come Back) y "No Me Mandes Flores",  con Tony Randall como tercero de a bordo.
El público amó tantísimo a Doris y Rock que quedaron como una de las parejas emblemáticas del cine norteamericano.
Por eso, la fotografía de este reencuentro, dos décadas después, poco tiempo antes de la muerte de Rock, recorría el espinazo y aún conmueve.


De vuelta al dorado 1959 y, a propósito de la pareja de "Confidencias a Medianoche", hay que citar cierto giro de la trama, donde Rock se hace pasar por gay para liar aún más a Doris.
El documental "El Celuloide Oculto" encontró un festín en esa escena: un actor secretamente homosexual incorporando a un mujeriego heterosexual interpretando a un alma cándida interesada por la cocina y su madre. 
La secuencia no tiene precio y ahonda en la fascinante artificialidad de producciones como ésta, donde las licencias de fantasía no encuentran límite.


Llegamos al tercer responsable de "Confidencias a Medianoche" y al verdadero artífice del asunto: el productor Ross Hunter. 
Nombre clave del negocio durante varias décadas, sus producciones han sido valoradas mucho después de su fabricación, ésta originalmente destinada a un tipo de público y, sencillamente, a vender muchas entradas. 
La distinción de Hunter es el lujo, buscado a conciencia, y unido a historias superficiales. "Quiero que salgan de la sala llorando o riendo". Así, melodramas de cuatro pañuelos y comedias de enredo. 
Las hacía para las mujeres del público y para las mujeres del cine. Lana Turner, Debbie Reynolds, June Allyson, Susan Hayward o Jane Wyman era sus actrices predilectas, a las que adosaba varones de mármorea hermosura como Rock Hudson o John Gavin.

Lana Turner, Ross Hunter y Constance Bennett

Sus mejores empeños fueron firmados por Douglas Sirk, que le dio una generosa ración de ironía a la ampulosidad reinante y la frivolidad temática, mientras cumplía con su trabajo: hacer llorar con historias remakeadas como "Obsesión" o "Imitación a La Vida".
Las comedias de Hudson y Day también proporcionaron inmejorables dividendos a Hunter que encontró el pozo inagotable de remozar lo antiguo y ofrecerlo a las audiencias. Sus producciones solían ser propuestas de géneros pasados de moda. 
Su mayor éxito financiero fue "Aeropuerto", que sacaba del baúl la fórmula "Grand Hotel", maquillaba el cliché y promovía el furor por los escenarios de catástrofe.

"Aeropuerto"

La verdadera catástrofe de Hunter estaba por llegar. Fue su único error, pero el definitivo, cuando reversionó "Horizontes Perdidos", la novela filosófica de James Hilton, en clave musical. 
El desastre a todos los niveles del resultado lo apartó definitivamente del cine en 1973 y también puso en duda su firme creencia de que todo material se podía hacer de nuevo.

"Horizontes Perdidos"

Si quiere usted identificar una producción Hunter, es muy fácil. Tienen una apariencia de riqueza casi desvergonzada, con escenografías hipercompuestas y señoras ataviadísimas. 
"El modo en que la vida luce en mis películas es el modo en que quiero que sea la vida. No quiero sostener un espejo a la vida tal y como es", afirmaba.
Ross Hunter es el responsable de esos cristales como diamantes que caen en los títulos de crédito de "Imitación A La Vida", acompañados de la voz dulcérrima de Earl Grant y esas letras pintadas a pincel.


"Mis películas no eran grandes ni se suponía que debían serlo... Di al público lo que querían: una oportunidad para soñar, para vivir vicariamente, para ver mujeres hermosas, joyas, maravillosos vestidos, melodrama", aseguró, años después terminada su carrera como productor, quizá de manera demasiado severa consigo mismo y su obra.
Porque sus producciones, aunque no sean todas buenas, resultan inmensamente fascinantes y "Confidencias a Medianoche" es un ejemplo.
No sólo por todos los significados que se le puedan atribuir en retrospectiva, sino porque suponen la verdadera irrupción de un cine mariquita.
Reprimido, sí, porque son piezas conservadoras, protagonizadas por actores republicanos, más femeninas que feministas, más galvanizantes que liberadoras. 

Jane Wyman en "Sólo el Cielo lo Sabe"

Pero son éstas acaso peculiares obras del cine comercial dotadas de un estilo conscientemente gay y vendido al público, que se complace con lo que ve y siente, sin decodificar el amanerado percal que está consumiendo.

Ross Hunter

Ross Hunter era gay, sí,  Y formaba una de las parejas más poderosas de entonces con el diseñador y también productor Jacques Mapes, a cuyo lado estuvo durante cuarenta años. Además de ser poderosa, se la reconoce como una de las relaciones más longevas de la historia de Hollywood.

Jane Powell y Jacques Mapes

Desde esos secretos interiores, nacieron esas películas benditamente chillonas, que el tiempo, la posmodernidad y yo mismo recuperamos y besamos con deleite.

3 comentarios:

  1. Que Doris Day no sea considerada guapa, que sea el epítome de la "mujer normal" de los 50, es tan irreal como las películas llenas de colores fabulosos que protagonizaba.

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  2. ¡Hola! Muy bueno tu blog. ¡Felicidades!

    Quería saber a cual película pertenece esa imagen de Rock Hudson en la bañera hablando por teléfono.

    ¡Gracias por adelantado!

    P.D.: Incluiré tu blog en mi lista de "Hot Blogs" en el mío. Se llama "Men, men, men and more".

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    1. ¡Muchas gracias, Nicolás! La foto pertenece a "Confidencias a Medianoche" (Pillow Talk, 1959).

      Este blog ahora mismo está inactivo. Por si te interesa, he abierto uno nuevo esta semana: http://diariojositomontez.blogspot.com
      Creo que te gustará, a mí me encanta el tuyo.

      Saludos.


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