lunes, 22 de septiembre de 2014

La Noche del Debilucho


Ayer se me rompieron las gafas. El cristal de la lente izquierda apareció destrozado y, si miraba a través de él, me sentía cual famoso cuadro de Magritte. 
Ese plácido inquietante.


Además de acordarme de Magritte, también rememoré esa película donde Dustin Hoffman termina con las gafas rotas. Por otro motivo bien distinto, pero la misma lente partida y, aún así, quieta dentro de la montura. Estallada y sin explotar.
La película es un clásico y se llama "Perros de Paja". Anoche se dijo oportunidad para recuperarla por aquello de la gafa rota y así comprobar cómo trata el tiempo a uno de los títulos más discutidos de su setentera época, firmado por el gran Sam Peckinpah.
"Perros de Paja" cuenta la historia de un matemático debilucho que llega a una británica villa junto a su explosiva mujer. Los catetos de la zona encuentran raro al matemático e intensamente deseable a la rubia. Al protagonista le hacen unas cuantas putadas para demostrarle lo inofensivo que es y lo poco que se merece a esa hembra.
No terminará la película sin que la bestia salga del cuerpo del debilucho. Y los minutos finales son de mear y no echar gota.


De "Perros de Paja" no sólo soliviantó su violencia en su fecha de estreno, sino su buscada ambigüedad. Esa violación que se troca en consentimiento todavía desconcierta a unos y repele a otros, mientras el final parece celebrar la encontrada masculinidad del protagonista a través de una demostración de agresividad.
"Perros de Paja", que es una obra maestra incómoda, va más allá de la manipulación de la audiencia y se desvela como una de las más incisivas miradas a la naturaleza humana, a nuestros impulsos, a nuestros deseos, a nuestros odios. 


Los hombres del público no podían apartar la vista del protagonista: el avasallado que se las cobra. No había otro como Dustin Hoffman para ese papel. Tan poca cosa de entrada y tanta como colofón.
Veía yo "Perros de Paja" con mis gafas rotas y mi talante racional, como el protagonista. Y como él, saboreé cada momento de su venganza.
Porque yo también soy uno de los hombres de entre el público. Porque yo también soy un debilucho.
Cuando veo una pandilla de caballeretes reunidos en la calle, me tiemblan las patitas. Si me atacan, no tendría ni idea de cómo defenderme, No la he tenido nunca.


Oh, la nunca contada historia de los debiluchos. El mundo lo construyeron los fuertes y los valientes, escriben las mentiras.
Me pregunto si habrá en el mundo mayor cantidad de hombres que saben usar su fuerza física o si, en cambio, la mayoría son como Dustin Hoffman y yo.
Me inclino a pensar que aquellos hacen mucho rudio y los que nunca sacamos los puños no sólo somos más, sino que crecemos al ritmo de los sedentarios tiempos. 



Hete aquí que llevo dos semanas yendo al gimnasio, a diario y a tope, con la noble intención de ponerme cachas y follármelos a todos. 
Tras ver "Perros de Paja", he estado pensando si, de manera inconsciente, se busca algo más cuando se hace ejercicio. 
- No tienes fuerza en los brazos - me dijo el monitor  hace unos días - Tengo que sacártela. Ya me lo agradecerás.


En esa disyuntiva, me conmina a hacer tandas interminables de flexiones para fortalecer los brazos, esos que nunca han asestado ni un puñetazo. 
Soy grande de constitución, pero los brazos siempre han sido delgados y gráciles, terminando en unas manos alargadas y finas, que no saben cómo formar un puño, que ignoran cómo dar un buen apretón de manos, que detestan elevarse para dar un choca esos cinco, que prefieren tocar este teclado, el mando a distancia, la polla propia, la ajena.
Esas manos que ahora se apoyan en el tatami y sostienen el peso de mi cuerpo, mientras se eleva y desciende, a la busca del ideal. 
¿A la busca del ideal o de la fuerza? ¿Estará en mi subconsciente dejar de ser un debilucho o, al menos, dejar de parecerlo a los ojos de los demás? 
Y pregunto también a la audiencia:
- ¿Será que nos gustan tanto los musculosos porque representan la fuerza que nosotros no tenemos?
- Que no te quepa ninguna duda.


Recuerdo una vez que un chico me dijo:
- Supe que eras gay desde que me diste la mano.
A lo que entendí que daba la mano floja, a lo Lady Di. Es decir, si eres flojo, eres marica. 
Por eso, los gays tienen esa relación íntima con el gimnasio, aunque no vayan. Es la Tierra Prometida: el lugar donde conseguirás lo inaudito.
Los otros te adorarán por estar fuerte y ya no serás un simple marica, serás Apolo triunfante. 
- ¡Ya no seré flojo y me reiré el último como Hoffman en "Perros de Paja"!
Los otros detectan la flojera. Les parece extraña, como los catetos de la película. 
¿Será gay? ¿Es raro? ¿Sólo tímido?, pienso que se preguntan los demás tipos que van al gimnasio.


Yo nací y vivo en un lugar donde hay mucha gente un tanto bruta y de maneras campechanas, con la que siempre me ha costado relacionarme. Al menos, de entrada. Luego hablamos y nos caemos bien. No hay tensión, se tranquilizan, me tranquilizo. 
Pero la primera impresión les propicia una mirada de desconfianza, de desorientación. Más en un gimnasio, donde muy lejos de las fantasías porno, es un lugar a tope de bastos. 
El monitor, de cuerpo muy bonito y cara de muy brutito, no sabe bien cómo relacionarse conmigo. El otro día me hizo un saludo compuesto de esos, muy propio de los machos, de chocar las manos y luego los puños. 
Me costó tanto responderle a cada uno de los movimientos que dudo que me vuelva a saludar así. Es un baile que desconozco, no sé si porque no me sale de manera espontánea, porque no me gusta o porque soy demasiado perezoso para aprenderlo. Quizá todo eso y nada en particular.
Tiene fuerza que sacar en mí. Esa es su única seguridad y también la mía. 
Antes de ver "Perros de Paja" y abundando en la idea subconsciente, había pensado en preguntarle, si después de los músculos, me enseñaría algo de defensa personal, "Porque nunca está de más", me expliqué.
Ahí estará la clave.
Tanto ellos como yo vamos al gimnasio y nos ponemos fuertes por los mismos motivos. Para ganar seguridad a través de la apariencia física que proyectamos en los demás. Para ocultar el miedo que encerramos hacia los otros con demostraciones de fuerza y sueños de victoria.
Es la historia de los hombres, seamos debiluchos o mazas, seamos inteligentes o tontos. La continua demostración de nosotros mismos. Lo lejos que podemos llegar a mear, la cantidad de películas que somos capaces de enumerar o lo que muchísimo que nos importa el sentido del honor en el más pavoroso campo de batalla.


"Perros de Paja" nos pone, no sólo porque es una demostración de fuerza, sino porque es una demostración a secas. Del que parece que no es nada y, de repente, se saca un pistolón-polla y dice: "¡aquí estoy yo!".
Supongo que debería seguir confiando en un mundo donde triunfe el intelecto, pero también sacaré la fuerza para hacerme fuerte, porque nunca está de más. 
Esta mañana establecí el orden de prioridades más significativo: primero fui al gimnasio y luego a la óptica. Primero, los músculos, luego, las gafas.
Ya ves. Dentro de poco, sólo te escribiré de pesas y bíceps y olvidaré quién era Magritte y quién Peckinpah. 
"Antes perro de paja que muerto", se leerá en mis más tiernos epitafios.

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