miércoles, 18 de febrero de 2015

Nuestra Perfección


Me miré en el espejo con detenimiento antes de escribir sobre nuestros rostros. 
Debía informarme sobre la magna preocupación de los seres humanos. La imagen que proyectamos, la cara que tenemos, el espíritu que se refleja.
Dicen que la cara es el mismo espejo del alma y que, a través de ella, se puede intuir mucho de una persona. Y es cierto. Porque en la faz viven las experiencias, las frustraciones, los anhelos. Y, sobre todo, las señales de la edad y los grados de belleza.
Dicen que la belleza está en el interior. Que uno debe quererse a sí mismo, porque, al final, nuestra mismidad es lo único que poseemos de verdad. 
Pero es difícil aceptarse cuando vivimos en un mundo donde todos tienen ojos que prefieren posarse en lo que consideran precioso, hermoso, guapo, ideal. Así vivimos: buscando el rostro que sea una versión mejorada del nuestro, esperando que refleje la mirada devuelta.
Las coordenadas de belleza y fealdad son estrictamente culturales, aunque, como conceptos, existen desde siempre. Cuando alguien se parece más a un dios que a un mono, es más bello y elogioso. Lleva más de un trecho vencido y encontrará más de una puerta abierta. 
Oh, la satisfacción de ser bello.
¿Qué sientes al mirarte al espejo?, le preguntaba Barbra Streisand a Lauren Bacall. 
La Bacall viviría acostumbrada a encontrarse con una imponente en el espejo, reacia a marchitarse, mientras la Streisand aún se deja los ojos en escudriñar su imagen y suspirar porque otros digan lo que ella piensa al mirarse: "Hola, maravillosa".


El ser humano discrimina a los feos desde el día primero. En mi infancia, recuerdo que las niñas feas tenían las de perder. Los otros niños las perseguían por el patio y les imprecaban lo que pensaban de ellas. 
Tramaban hacerlas desaparecer.
- ¿Y si saltan a la comba sobre una trampilla y se caen?
La crueldad infantil, que es depurada e implacable, está fundamentada en la superficialidad. Algo no gusta a la vista y debe desaparecer. Enanos nazis.
Yo era uno de esos niños que planeaban hacerlas saltar sobre la trampilla. Que se mueran las feas y los feos, así lo enseña el mundo.
Pero, ¿y qué era yo? ¿Qué eras tú?
- Mamá, ¿yo soy guapo?
- Claro que sí, mi niño. Eres el más guapo del mundo.
Bien sabía que había gato encerrado en esa respuesta. 
Ajá, lo decía porque era mi madre y me quería. Pero no entendía que ahí estaba la clave: no se trata de ser guapo, sino de parecerlo a los ojos de alguien que te ama. 
Por mucho que le digan a un enamorado, su amor siempre será lo más bello del planeta.


Pero, ¿qué es la fealdad?
La irregularidad de las facciones, la obesidad, la excesiva altura, la desmedida bajura, el pelo indomable o inexistente, la relamida expresión, cierta deformidad, alguna parte del cuerpo extraordinariamente larga o intrigantemente pequeña. Si tiene usted algo de eso, es probable que sea feo. 
También es muy posible que alguien se lo haya dicho o gritado más de una vez. Quizá desde la infancia. O irrumpió en la adolescencia. O fue cosa de la vejez. En algún momento, usted supo que no era Errol Flynn ni lo iba a ser nunca.
Tal vez viva atormentado, haya renunciado a la búsqueda del amor y camine por la vida con el cariño de su familia y la compañía de sus amigos. 
Mirará de reojo las revistas de moda, los grandes cartelones de Calvin Klein y todas y cada una de las promesas de la estética.


Con toda probabilidad, se haya acostumbrado. 
Incluso puede que la fealdad no le haya impedido hacer nada y descubra que, si ser bello es difícil, estar bueno es muy fácil. Cuestión de sonrisa y encontrar el reflejo favorecedor, ese que vive en los ojos de aquel o aquella que lo encuentra a usted francamente irresistible.
Amigo feo o medio feo, sus angustias por la imagen no son exclusivas. Hasta los más bellos del planeta las tienen.
¿Qué sientes al mirarte al espejo, Miss Bacall? El miedo, el puro miedo a que desaparezca.
Para rostros perfectos, vidas perfectas, parafraseando la canción de apertura de la añorada "Nip/Tuck".
En Los Ángeles, desde hace una década, existe una cumplida tradición: las reuniones de bótox.
Funciona como ir a tomarse el té o depilarse en compañía, pero con la presencia de un kit de inyecciones de toxina botulímica. 
Desde el día en que la Organización Mundial de la Salud hizo la vista gorda, la tal toxina - que estira los músculos con un efecto de parálisis - se convirtió en la bomba. Era más asequible y menos invasiva que los bisturíes y los resultados se prometían menos definitivos. La parálisis es temporal, sí, aunque los daños musculares pueden ser considerables.
Las primeras muñecas de bótox sorprendieron al mundo, especialmente Nicole Kidman, que arruinó su carrera interpretativa con un ponme aquí esas inyecciones.
Bótox o bisturí, el personal aún se confiesa escandalizado con las intervenciones plásticas en las caras de sus ídolos hollywoodienses. Éstos llevan operándose y recauchutándose desde que el mundo es mundo, pero especialmente en Estados Unidos, donde ir arrugado es inaceptable. Para entendernos, estar viejo es estar hecho una facha. Si las depresiones las curan con píldoras, el paso del tiempo también paga peaje en la farmacia y la consulta del médico.
Aún así, es incorrecto. Muy pocos relatan con alegría sus operaciones o sus excesos con el bótox, aunque sean obvios. 
La obsesión por la estética y su paseo por la mesa de operaciones también están íntimamente relacionados con el materialismo, el nuevorriquismo y demás esencias de la horterez. Es pagar algo con la intención de poseer lo que implica. Me compro un yate, seré el más guay. Me agencio un bolsazo de firma, me dirán la más elegante. Me hago pasar por una cirugía terrible y una recuperación dolorosísima, volverá el esplendor en la hierba.
Comparando fotos, casi todos los actores y actrices de Hollywood han sufrido algún arreglo. Se hacen más drásticos con el tiempo. pero el noventa por ciento pasan desapercibidos, porque muchos son realmente sutiles. El llamado little touch.


Las operaciones más brutales tienen mayor y peor prensa, por lo que se suele considerar la cirugía facial como una chapuza que destruye las carreras, cuando, de manera general, las gestiona.
Como he dicho, es tradición y las primeras intervenciones se remontan a fechas que rondan los años veinte del siglo pasado.
La leyenda cuenta que Lana Turner acudió a una secreta consulta con una foto. Sucedió en la década de los ochenta, época clave para la expansión y popularización de la cirugía estética.
Lana le dijo al cirujano que quería volver a lucir como era en "Los Tres Mosqueteros" y le enseñó la imagen de aquella majestuosa Milady de Winter de 1948.
El cirujano le dijo que nanay, que la cirugía estética no era hocus pocus. 
Lana entendió que no volvería a ser Milady, sólo entraría en esa edad indefinida de las personas operadas. No son jóvenes, pero tampoco viejas en el sentido estricto. Son una especie de momias, que puede que reciban el mismo trato de los niños del patio de colegio: persecución, risas y ganas de que se caigan en una trampilla.
Esa esquizofrénica dualidad entre la resistencia a arrugarse como una pasa y la reconversión en una aviesa careta de tirante inexpresividad pervive en las angustias estilísticas de los astros de Hollywood, especialmente los que viven de una imagen y una juventud. Cuando ambas entran en decadencia, algo habrá que hacer.


Desafortunadamente, el actor o la actriz no volverá a la lozanía anterior y lo llamarán sólo cuando necesiten un personaje de señor o señora operado.
Las personas operadas, que ya son una cultura en sí mismas, no sólo se identifican por esas facciones intervenidas, sino por la actitud hipersexualizada que desprenden.
Se entiende la búsqueda de la juventud con la necesidad continua de despertar la erotización ajena. Así, las personas operadas van con ropa ajustada y/o escasa, suelen estar bronceadas y se comportan como mozalbetes.
Recuerdo a la artista argentina Nacha Guevara en una entrevista televisiva hablando de otras compañeras que se buscan novios muy jóvenes. Aseguraba entenderlas:
- No es fácil envejecer - afirmó.
Nacha lo dijo con unas señales de cirugía en la cara nivel Apocalipsis now, con un escote y una falda corta de mucho vértigo, mordiéndose las uñas y con las piernas recogidas pícaramente en el sofá, como en su más linda adolescencia. Sin duda, sabía de lo que hablaba.
¿Será el esplendor en la hierba lo que buscaba Renée Zellweger? El pasado año, saltaba la imagen más espectacular de un cambio estético en una celebridad hollywoodiense. 
¿Qué sientes al mirarte en el espejo?  Otra cara, otra imagen, ¿otra alma? Si la cara es el espejo del alma, Reneé es la rotunda negación de sí misma.


El mundo entero compartió la imagen en las redes sociales y trató de buscar parecidos razonables a la insólita transformación de la Zellweger. La ironía es que esa "otra persona" no era ni demasiado atractiva ni precisamente joven.
Ella aseguró que se sentía elogiada por la atención, porque esa era la cara conseguida a razón de salud y sentirse bien. Eso lo dijo el primer día. Luego corrió a refugiarse en su casa, humillada y muy temerosa de saltar a la comba cerca de una trampilla.
Muchas y muchos salieron en su defensa, arguyendo la magna contradicción. Renée tenía la carrera en boxes porque estaba mayor e hinchada y el intento de mejorar su imagen que le demandaban tanto la industria como la sociedad se tropezaba ahora con la chanza y con aquello en lo que caen todas las mujeres a diario: la imagen propia como enemiga y la opinión ajena como sepulturera.
Puede decirse que los hombres también sufren si son feos, van gordos o están viejos, pero nada comparable a lo que se cierne sobre las hembras, más que nunca en el país de las vidas perfectas para las caras perfectas. 
Si un hombre se hace mayor, tendrá su público. Yo, incluido, cómo me gusta un daddy. Si una mujer se hace mayor, es una vieja.
La cosa es que las mujeres maduras también gastan sus admiradores, igual que las obesas, y sólo hay que ver el buen mercado de porno que tienen ambos espectros físicos. Como la cosa queda en un íntimo margen y los caballeros heterosexuales nunca manifiestan abiertamente que les guste un tipo de mujer que se escape de los prototipos, cunde la idea de que ser una señora es perder todo el atractivo inmediato.
Renée será el cambio más espectacular, pero el tratamiento más cruel de la industria sucedió con Kathleen Turner que, gorda y vieja, dejó de ser tratada como el cañonazo de hembra de otrora. Ahora la llaman para personajes paródicos.
En las últimas semanas, volvía el pánico. 
Uma Thurman, una de las grandes bellezas de los años noventa, aparecía con una cara extraña, con la pista de una operación facial a gran escala. Hubo lloros, pitidos, burlas, mareos, ganas de hacerle un kill Bill al estilista.


La hermosa Uma reaparecía en una entrevista y confesaba que, oh, voilá, ¡sólo era maquillaje! El personal suspiró aliviado y no se sabe nada sobre el paradero del tal estilista.
¿Es la respuesta apostar por un envejecimiento natural? No todas las mujeres tienen la suerte de envejecer como Audrey Hepburn y sí lo harán como sus madres o sus abuelas. En cualquier caso, ha quedado claro que las intervenciones quirúrgicas son peor remedio que la misma calamidad. ¿Cómo ocultarse? ¿Hay que hacerlo?
La vida de las estrellas se basa precisamente en una ecuación que se calcula entre la ocultación y el exhibicionismo.
No hay mejor ejemplo de ese choque que Sara Montiel. Un escote tamaño autopista, pero una media sobre la cámara, por favor. Una exclusiva en la revista y un millón de secretos. Así se construyen los mitos, entre lo que dan y lo que se reservan.
El envejecimiento de sí mismos está en ese último grupo.
Porque la mirada habitual a las películas, a la publicidad, a cualquier imagen, es la búsqueda de la perfección, de la juventud, de la alegría.
En realidad, no se hacen un favor a ellos mismos. Lo hacen por el público. Lo hacen por nosotros.
Oído en un programa televisivo:
- ¿Por qué llevas ese escote, hija?
- ¡Para animar a la audiencia!
Si entendemos que todo es piadosa mentira en el negocio del espectáculo, la ilusión debe ser persistente, reciclable, retroalimentable.
- ¿Por qué te estiras tanto, Mary Steenburgen?
- Para seguir siendo la Mary Steenburgen que tanto quieres.
La vanidad suya es la vanidad nuestra.


Acostumbrarse a ver caras arrugadas pasará por la aceptación de la propia caducidad. Es difícil envejecer, sí, y también es complicado hacerse a la idea de que algún día nos vamos a marchitar y no lo haremos ni como Audrey Hepburn ni como Sean Connery. 
Ver caras viejas todavía no es plato de gusto ni la vejez ha conocido mucha ficción. Es deprimente, piensan todos. Mejor vivir a espaldas de lo inexorable y esperar por el milagro del futuro.
Ese milagro que significaría ir con una foto de tus veinte años y que el cirujano te diga:
- Pan comido.
Hasta entonces, mírabame yo al espejo para escribir estas líneas y no me veía nada mal. La edad me ha sentado bien, pensaba. Treinta y tres años no son para quejarse.
Tendré que afeitarme. El gimnasio va bien en este cuerpo, pero todavía queda. Y tengo que hacer algo con ese pelo. Ojeras controladas.
¿Eres feliz contigo mismo? Sería la pregunta a la imagen. ¿Quién es ese que ves? Aquel que se mira al espejo esperando la reválida de sí mismo. Hola, maravilloso. ¿Qué dirán los otros? Eso ya lo pensaré mañana.
¿Y si todo desapareciese, Dorian Gray? Quién nos dice que no nos encomendaríamos a una inyección que prometiese la tersura o, al menos, lo más parecido a ella. Quién nos dice que no perseguiríamos lo perdido. Quién nos dice que seremos capaces de aceptar que nuestro rostro será otro. Quién quiere ser feo.


Quién tiene esa fuerza que implica asumir que lo más valioso se escapa. Hablo de la renuncia a nuestra perfección.
Antes de juzgar con ligereza a las operadas y operados de Hollywood - esos seres que viven en el doble de escaparate que el nuestro -, pregúntese si es fácil saltar a la comba sobre una trampilla tambaleante con la certeza de que se va a caer en cualquier momento.

2 comentarios:

  1. Cari... que fuerte...

    La verdad es que hablas de tanto y con todo estoy de acuerdo, y bueno yo ahora lo veo en mi, ahora a veces me cuesta elegir mi mejor foto y me veo ya distinto de ese quien fui, y ahora este que soy aún me gusta, pero cuando se acabe esa "juventud" que quedará... la billetera?, la inteligencia? es difícil que nos quieran por lo que somos cuando intentamos aferrarnos a lo que parecemos.

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  2. No lo has podido decir mejor, Alvin. Muy fuerte, cari, sí.

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