miércoles, 4 de febrero de 2015

Sinatra


Fue un verdadero huracán, que vivió entre las tormentas de su personalidad y todo lo que rodea a un hombre cuando se convierte en una institución. 
En medio de las inclemencias, de algún modo irónico, la voz de Frank Sinatra siempre se las arreglaba para salir pura, perfecta, en su justa medida, con una serenidad tan reconfortante como esplendorosa.


Hablar de este caballero es mencionar uno de los capítulos más apoteósicos del negocio del espectáculo norteamericano, ese show business que sería menos sin Sinatra. 
Él, como buen tozudo, se decía capaz de hacerlo todo. Además de ser el más glorioso de los cantantes, también quería desazonar al mundo entero en los más escalofriantes dramas del cine. Solo o con ayuda de otros, se salió con la suya una y mil veces.
Decía Ava Gardner que la tenía muy grande y la historia de Frank Sinatra - como la de muchos hombres - fue la de demostrarlo.
Con sus ojos azules, su frente con visos de ampliarse y su encanto callejero devenido en trajes de tres piezas, Sinatra pasó de ser un ídolo de matinée a una estrella indiscutible y, en el camino, terminó por convertirse en una marca, en un estilo. 
Desde su sombrero ladeado a sus melodías que ponían la clase en clásico, Frank todavía vende la imagen de lo impecable, de lo bon vivant, de lo cool
Cuando se sintoniza con una de sus canciones, aún Sinatra quita la cursilería a lo cursi, mientras su sonido habla de un milagroso intermedio entre la tradición y la personalidad.


Entre lo que traía consigo el viejo Frankie y lo que se tropezó por los tortuosos caminos del estrellato, había quien ni se atrevía a saludarlo.
Dice su hija Tina que su padre era un bipolar sin diagnosticar, lo que explicaría porque en un segundo estaba de buenas y era el más generoso de los extraños y, al minuto siguiente, con la mínima contrariedad, demostraba un carácter horrible que se dijo tan leyenda como sus logros artísticos.
Como todos los irrebatibles, sus sombras y nieblas aparecieron para dudar de su historia de éxito, especialmente en el capítulo de cierta novela, luego convertida en película.
Pero, cabezas de caballo decapitadas o no, Sinatra venció por el empuje de los que saben lo que quieren y se mantuvo porque como actor era inmenso y como cantante, ya se sabe, era la Voz.


El mundo italoamericano vio nacer a uno de sus hijos más queridos en el barrio Hoboken de Nueva Jersey, de padres católicos e inmigrantes. 
Su padre saltaba de oficio en oficio, mientras su madre sacaba unos dineros extra con la voluntad de vestir a su hijo como un dandy.


Francis Albert rememoraría su infancia como la jungla de un barrio desfavorecido, donde lo apropiado era contestar con un puñetazo y lo soñado era hacerse rico para salir de aquel atolladero.
Desde niño, se subía a las mesas y cantaba por propinas. 
Entre sus primeros oficios, se encontraba remachar aviones, pero sus ansias de volar más alto no tenían nada que ver con la aeronaútica.
Ambicioso y despierto, aprendió música de oído, sin preparación, y toda su juventud se emplazó a una carrera que se decía lenta, pero segura hacia los escenarios.


Los comienzos arduos dieron frutos en la década de los cuarenta, cuando el bandleader Tommy Dorsey lo solicitó como cantante. 
Fue el paso decisivo y el billete a la popularidad, pero Dorsey lo tenía bien atado en un contrato de por vida. 
Aún así, la colaboración sólo duró dos años, al término de los cuales el contrato se evaporaba, en uno de tantos momentos de la carrera de Sinatra que han levantado cejas de suspicacia.


Lo importante era que Sinatra escalaba en radios y corazones. Las adolescentes se compraban sus discos y empezaron a volverse majaretas por el joven, carismático cantante de los ojos azules, la pajarita y la voz de oro. Sinatra se hacía el ídolo de las bobby-soxers, tal y como llamaban a las niñas de los años cuarenta.
De hecho, aquellos fueron los primeros ataques de histeria mitómana que registraron los medios, por lo que puede decirse que Frank inventó el fenómeno fan.


La prensa lo vendía como el chico malo de las calles que se había reformado con una carrera de provecho, pero, sobre todo, con una buena esposa. 
Aparecían las fotos de Frank con su esposa Nancy y sus tres hijos. La postal de una familia americana para tiempos que arreciaban guerra.


Frank no pudo cumplir en el ejército por problemas auditivos, pero se vistió de marinerito de permiso en sus primeras películas de éxito, al lado de Gene Kelly.
Fueron "Levando Anclas" y "Un Día en Nueva York".
Aunque Gene le robaba el show sin pestañear, el público agradecía el momento en que la cámara se centraba en Sinatra y el muchacho derrochaba esa voz varonil y seductora, con el Technicolor bien a punto para el azul de sus iris.
En esos dos musicales, Frank ya demostraba lo buen actor que era: al fin y al cabo, de soldadito virginal y con problemas para ligar, nunca tuvo demasiado.


Esa época conoció la llegada de Sinatra a las ondas, que iba desde la balada hasta el swing y siempre con el ritmo de las grandes orquestas.
En cualquier caso, hacia el crepúsculo de la década, decreció la efervescencia de su persona en los gustos del público. De ser el favorito, dejó de ser una novedad.
Aún así, su popularidad, sus tendencias políticas y la evidente envidia que suscitaba en tantos le pasaba peaje cuando las columnas de cotilleo escribían que Ava Gardner era una destrozahogares.
La esposa de Sinatra había soportado las infidelidades de su marido, pero el asunto Ava fue el acabóse y pidió el divorcio.
Quizá temiendo la ruina de sus respectivas carreras en función del escándalo, Frank Sinatra y Ava Gardner se casaron. 
Tratar de hacer doméstica una relación tan pasional como la suya fue un error desde el primer día. "La amo y Dios me maldiga por ello", dijo Frank en una ocasión, con una síntesis perfecta de su vida con Ava.


Unida a las tormentas íntimas, la ruina de la carrera de Sinatra se decía imparable. Las cuerdas vocales sufrieron una sangría que sonaba a fatalidad y el cine ya no depositaba grandes esperanzas en el muchacho que empezaba a ser un hombre.
"De Aquí A La Eternidad" se hizo la obsesión de Sinatra. Quería el papel del soldado Maggio. Y, contra todo pronóstico, lo consiguió. 
Se ha dicho mucho sobre la verdad detrás de esa decisión de casting, aunque la más fidedigna versión fue que Ava Gardner suplicó a Harry Cohn, jefe de la Columbia, que fichara a su marido.


Frank se entregó al personaje de Maggio y concedió mucho de su auténtica personalidad al papel del soldado de indomable carácter y terrible suerte. 
La audiencia se emocionó por primera vez con Sinatra como actor dramático, las críticas fueron favorables y la Academia afirmó con un Oscar lo que se ha llamado la resurrección artística más espectacular de la Historia.


En el país de las segundas oportunidades, Sinatra volvía con venganza.
Su estilo de actuación improvisado e intuitivo se decía de impacto.
Aún más potente que Maggio, fue su Johnny Machine de "El Hombre del Brazo de Oro", pionera ocasión en que la heroinomanía hacía acto de presencia en las pantallas de Hollywood.


A la vez, se hacía con vehículos musicales como "Pal Joey", quintaesencia de su nuevo personaje, directo, sin pretensiones, sombrero a punto y camino hacia delante cuando las cosas no funcionaban.
Su aspecto en "Pal Joey" vislumbraba también su reconquista del universo musical, cuando firmó con Capital Records y la colaboración de Nelson Riddle proporcionaba un lado más trepidante a sus canciones.
El matrimonio con Ava no duró, como era de esperar, pero Sinatra entraba en los sesenta con mucho más que el pie de una celebridad.
Frank Sinatra era un poder.


La prensa conservadora lo tenía en la diana desde hacía años por sus simpatías democrátas y su lucha enconada por los derechos civiles de los afroamericanos.
Se escribía por primera vez que había conexiones mafiosas detrás de los momentos clave de la carrera de Sinatra, desde la ruptura de aquel contrato con Tommy Dorsey hasta su Oscar por "De Aquí a la Eternidad".
Hoover lo había señalado como el enemigo a derribar y el FBI tenía un voluminoso dossier con sus actividades.
La paranoia de Sinatra era explicable en un mundo donde volaban los enemigos. 
Más enemigos se granjeaba cuando presentó una cena baile sólo posible en Hollywood para el candidato más glamouroso, John F. Kennedy, a quien Frank y sus amigos entregaron en bandeja de plata la circunscripción electoral de Chicago, dicen que dicen las leyendas. 
Kennedy se hizo presidente, pero, enterado de los chismes sobre los padrinos de Sinatra, lo relegó en favor de Bob Hope.


Sinatra, dolido, se apartó entonces del Partido Democráta y sus inclinaciones políticas se trocarían más conservadoras con el tiempo.
En aquellos sesenta, se casó con Mia Farrow, por entonces actriz en ciernes, de sólo diecinueve años. El matrimonio fue muy sonado y ellos lo pasearon por fiestas y programas de televisión, pero apenas duró dos años, por culpa de la imperiosa necesidad de Sinatra por controlar la carrera de Mia.
En 1962, Frank brindaba una película memorable sobre la conspiranoia, eso que él también conocía.
Se llamaba "El Mensajero del Miedo", en cuyo plató nació una divertida amistad con el bisexual Laurence Harvey, al que Frank no dudaba en llamar Ladyboy y a quien confesó añorar tras su muerte.


Su reinado en nightclubs y platós de Hollywood se identificaba entonces con el grupo de compadres artísticos, que se llamó Rat Pack. 
Es decir, Dean Martin, Peter Lawford, Joey Bishop y Sammy Davis Jr, con los que compartió escenarios, canciones, más de una película y fiestas bien regadas de todo. Se iban de gira y no volvían.


Si había que hacer parada, era en Las Vegas, donde Sinatra ofrecería los conciertos más importantes de las décadas siguientes.
A lo largo de los setenta, Frank anunciaba retiros, que se salpicaban con apariciones, entrevistas, premios y algún que otro hit, que le daba más alas a su figura. Sus conciertos no terminaban sin "My Way", pero tampoco podían olvidar "Strangers In The Night" o "New York, New York".
A semejantes personalidades les queda el capítulo de la duda, que, para Frank, apareció escrita en la novela "El Padrino" de Mario Puzo. 
Un cantante, de nombre Johnny Fontaine, acude al gran mafioso para que resuelva su ruina en la industria; consigue un papel importante cuando el jerarca del estudio amanece con una cabeza de caballo decapitada en su cama.
Sinatra se puso como un basilisco, más aún cuando lo vio en imágenes en la célebre adaptación de Coppola, y tanto él como sus hijos mayores se han pasado media vida negando cualquier vinculación con la Mafia.
La ventilación del dossier del FBI evidencia los contactos, pero de un modo ocasional y práctico. Sinatra tenía miedo, muchos enemigos y una creciente paranoia. Acudir a los "chicos listos" fue una cuestión de supervivencia.
En uno de los pasajes, además se vislumbra que Sinatra pidió al FBI colaborar como informante para desmantelar al crimen organizado.
Ni marinerito dorado ni correveidile de Lucky Luciano. Digamos que usted encontrará al verdadero Frank Sinatra en el medio de ambos extremos.
Pese a la exposición de sus pecados, algunos ciertos, otros exagerados, Sinatra se las cobró con esos eternos retornos que se centraron en la música y lo demostraban como un abuelo en plena forma. 
Pese a que su última década fue un continuo susto en cuanto a su salud, restaban las ganas de volver a Las Vegas y sus discos conocían una vida inmejorable en las nuevas generaciones.


Que un día moriría lo sabía, especialmente cuando se apilaron las enfermedades, regresó el cáncer, se subió la tensión arterial, se cancelaron todas las apariciones.
De la mano de su cuarta mujer, Barbara, el médico informó al viejo Frank que tenía que luchar. Pero el infarto le dio la estocada al más duro en su lucha decisiva.
"Estoy perdiendo", dijo para despedirse a los 82 años. 
El Empire State Building se llenó de azul, el funeral se abarrotó de amigos y, en la lápida, puede leerse aquello que prometía una de sus canciones: "Lo mejor está por llegar".


Considerado por muchos como el mejor cantante de la música popular estadounidense, Frank Sinatra es un sonido para acompañar la propia existencia, si esa existencia se busca elegante, sentimental y desbordante de todo lo que brilla de verdad en esta vida.
Sea con sus viejos y crepitantes éxitos en gramófono o sus showstoppers de los últimos años, la Voz es una odisea por la clase y el estilo, de un modo tan accesible como exuberante.
Y el Frank detrás de la Voz, ese genial, contradictorio, avasallante de talento y carácter, es una imagen de la que cuesta sustraerse.
Una mirada la de Sinatra, que es puro cine. Esa que espera ser devuelta y no se marchará hasta conseguirlo.

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