martes, 8 de octubre de 2013

Aplauso y Vida de Angela Lansbury


Huracán de ductilidad, mujer querida a rabiar, vivida desde Londres hasta Los Ángeles, aplaudida desde Broadway hasta Cabot Cove, Angela Lansbury se cuenta de excepción.
Y aún podría considerarse que Angela nunca ha sido una estrella de Hollywood en sentido estricto. En realidad, su carrera cinematográfica, comenzada de adolescente en la Metro Goldwyn Mayer, murió desde altas expectativas y su potencial fue notoriamente desperdiciado. 
Quizá porque no era bella según canónes, tal vez porque su mirada desprendía demasiada inteligencia, o, simplemente, porque no tenía ese factor insospechado que vive más allá de la valía o la ambición.
Ella misma sería capaz de escribir mañana en sus memorias que la suya ha sido una historia accidentada como actriz y añadir que la insatisfacción ha cundido en muchos momentos.
Como buena realista que siempre fue, ya se ha encargado de decir lo más parecido a la verdad: "En mi obituario, se leerá Angela Lansbury, la protagonista de "Se Ha Escrito Un Crimen"."


Cuatro décadas después de su debut, el mundo decidió adorarla cuando había tenido buenos motivos para hacerlo antes. 
Porque previo a Jessica Fletcher, la Lansbury había ofrecido pruebas contundentes de un talento arrollador, multifacetado, incansable, rematado por dos ojos que expresaban todo, incluido la sinceridad de la mujer que los portaba.
Ella podría escribir de descontento, pero pocas actrices han despertado el cariño, los aplausos, la continuidad profesional, la serenidad y el profundo amor que se conjugan con Angela Lansbury. 
Se ha sintonizado el canal sólo por verla, ha oído más ovaciones que casi ninguna otra artista y, como toda grande de verdad, ha sido buena hasta cuando el empeño no estaba a su altura.


Se ha escrito una dama, podría titularse su autobiografía, que versaría sobre sus más memorables apariciones cinematográficas, que nos contaría todas las veces que la Gran Manzana se pintó de Angela y que nos haría llegar hasta su triunfo televisivo, ese que terminó por concederle lo único que le faltaba: una auténtica y duradera popularidad.
Pero, en toda biografía, antes de los logros, prologando los fracasos, habría que empezar por la mujer, por la promesa, por la niña de Londres.


Nacida en una notable familia de clase media, Angela era hija de un político británico - quien fuera uno de los arquitectos del Partido Comunista - y de la actriz de teatro Moyna McGill.
Angela ha señalado la muerte de su padre como giro dramático de su temprana adolescencia, donde la interpretación apareció en el horizonte cual refugio donde se abrigó para superarlo. Los personajes ficticios fueron la vía del luto.
Problemas económicos llevaron a Moyna McGill a casarse otra vez y, más tarde, a reemprender su carrera artística. En cuestión de unos años, Moyna y sus hijos se encontraban en Los Ángeles, parada en ruta de una compañía teatral.
Allí Angela, ya labrada en más de una tabla, comenzó a mirar Hollywood con interés, mientras se escapaba para casarse con Richard Cromwell, bello actor de títulos como "Jezabel" o "Tres Lanceros Bengalíes".
Por entonces, la carrera de Cromwell no estaba en su mejor momento, aunque todavía le quedó diversión para desposarse con Angela a escondidas. 
Mucha emoción, pero se separaron a los pocos meses y el divorcio llegó al año siguiente.
Angela recordaría su primer matrimonio como un error del que aprendió inmediatamente. Según parece, la latente homosexualidad de Richard Cromwell fue la explicación al temprano descalabro.


Angela Lansbury se secó las lágrimas con rapidez porque había razones para sonreír. Con diecisiete años, su debut en "Luz Que Agoniza", como la manipuladora y vulgar doncella de Ingrid Bergman, le valía ovación y primerísima nominación al Oscar.
Aún más encantadora estuvo al año siguiente, ya contratada por la Metro. 
En la lujosa adaptación de "El Retrato de Dorian Gray", la joven Lansbury robó la función cantando el "Little Yellow Bird" como la desgraciada Sybil Vane.

Como Sybil Vane en "El Retrato de Dorian Gray"

Su vida personal le daba un respiro y conocía a Peter Shaw, también actor, luego productor, que sería su marido durante los siguientes cincuenta años y el padre de sus dos hijos. 

Su boda con Peter Shaw

Las cosas funcionaban, pero a medias. La Metro la desaprovechaba, la relegaba a segundas filas, la encasillaba como la zorra que todos odiaban.
Se cuenta que, tras "Las Chicas de Harvey", donde interpretaba a la rival de Judy Garland, la gente la abucheaba por la calle. 
Era complicado ser villana para la queridísima Judy.

"The Harvey Girls"

Actriz tan hábil era colocada en papeles inapropiados, casi disparatados, poco lucidos. 
Entre ellos, la Reina Ana de "Los Tres Mosqueteros" - "parece que se ganó la corona en una tómbola", escribió Kael - o Semadar en "Sansón y Dalila", ciertamente sexy aunque miscast.
Cecil B. De Mille pretendía convencernos que Angela podía ser la hermana mayor de Hedy Lamarr. 

Como Semadar en "Sansón y Dalila"

El fin de su contrato a principios de los cincuenta y el descontento general por los papeles ofrecidos la llevó a mirar con desconsuelo el teatro musical de Broadway. 
Así, luchaba a brazo partido por un papel que, de manera inesperada, consiguió.
Era la excéntrica, hedonista, arrolladora "Mame". Angela cantaba, bailaba y dejaba claro una valía inusitada, nunca percibida en sus años en la Metro. 
Los críticos, el público, todos lo decían y lo repetían por las calles. "Por lo que más quieras, vete a ver a Angela Lansbury en "Mame".
Fue la primera vez que la admiración por ella se tradujo en bocas abiertas. Su "Mame" era como debía ser: infecciosa, inolvidable, emocionante.

A tope, en "Mame"

Al cine volvería de manera desperdigada, sin plan establecido, aunque sería rastreable en muchos títulos.
Por entonces, no tenía más de treinta años y ya interpretaba a madres o mujeres mucho mayores, tal vez por esa cara de señorita tranquila, madura y bien alimentada que siempre ha proyectado.
Llegó "El Mensajero del Miedo". 
Apenas era tres años mayor que Laurence Harvey, pero quedaba perfecta como su madre. Y qué madre. De las mejores madres de la Historia del Cine, por inesperada, terrorífica, devoradora y fascinante.
Eleanor, la paranoica que urde un pérfido complot de espionaje con su querido hijito como perfecto peón, es el mejor papel cinematográfico de Angela Lansbury con diferencia. 
Una injusticia histórica de la Academia de Hollywood fue no concederle el Oscar ese año.

Como Eleanor en "El Mensajero del Miedo"

Entre éxitos y proyectos, Angela llegó a 1970 con un saldo negativo en cuestión de problemas domésticos. 
Sus dos hijos estaban involucrados en ambientes contraculturales, donde cabían drogas y relaciones con la familia Manson. 
El incendio de su casa era figurado y también fue literal. Ardió su residencia californiana y, aprovechando el suceso y para cuidar a sus hijos, Angela y su marido se mudaron a Irlanda.
Rechazaba entonces muchos papeles e irrumpía en el teatro londinense, donde continuaría su carrera en los siguientes años.
Tras un descanso de las pantallas que duró siete años, Angela regresaba con su espectacular Salome Otterbourne de "Muerte en el Nilo".
Disney también le daba un festín de lucimiento y diversión como la Señorita Price, la bruja novata de "Bedknobs & Broomsticks". 
Fue esta una película y una interpretación que alcanzarían especial cariño con las reposiciones posteriores.

Como la Señorita Price en "Bedknobs & Broomsticks"

Sin embargo, la atención de Angela volvía al teatro musical de la Gran Manzana. 
Si bien nunca repitió el éxito de "Mame", se mantuvo activa y en forma durante mucho tiempo en las más variadas representaciones.
Llegaban los años ochenta y la televisión norteamericana se decía adicta a los actores y actrices del ayer. Angela Lansbury era uno de los nombres que figuraba en su lista de deseos desde largo tiempo. Ella se resistió un día y dijo que sí al siguiente.
"No quiero sitcoms, prefiero una serie de misterio", aseguró.
En 1984, la CBS estrenaba "Se Ha Escrito Un Crimen", donde Angela era, cómo no, Jessica Fletcher, escritora e investigadora privada, alérgica a dejar asesinato sin resolver.
La serie demostró muchas cosas. Lo más destacado - y ahora olvidado - es el encanto especial que alcanza un show televisivo cuando su protagonista tiene la añada de un buen vino.

Como Jessica Fletcher en "Se Ha Escrito Un Crimen"

Y Angela, que ya no tenía nada que demostrar, se convirtió, de la noche a la mañana, en la preferida del mundo entero. "Soy la nueva chica en la ciudad", bromeó cuando le dieron el primero de tantos Globos de Oro.
"Se Ha Escrito Un Crimen" duró doce años y fue reino natural de Angela Lansbury, que terminó por adueñarse de la serie como productora ejecutiva.
Aunque se concibió como su centro gravitatorio durante una década, Angela se mantuvo inquieta, tal como se la reconoce, y se subía a miniseries, aparecía en actos benéficos o se prestaba a darle voz y canción a la tetera Señora Potts de "La Bella y la Bestia".
Cuando terminó "Se Ha Escrito Un Crimen", Angela volvió al teatro neoyorquino, auténtico imán durante su vida y trayectoria. Y de ahí no se mueve. 
La gravedad de la salud de su marido la hizo retirarse durante un tiempo y enviudaba finalmente en 2003. Como había sucedido muchos años atrás, la interpretación sanearía la tristeza. 


Ahora Angela Lansbury tiene 87 años y la misma mirada decidida y honesta de la chica que entró por la Metro Goldwyn Mayer en 1944. 
Aún levanta del asiento. Diríase más que nunca, porque, si vas a Broadway, no creo que quieras pasar de largo sin la oportunidad de ver a la Lansbury. 
La gran y talentosa Angela Lansbury.
Y, mientras la Academia de Hollywood se apresura a darle un Oscar honorífico en cuestión de meses, ella anuncia nuevos proyectos sobre las tablas, se va de gira con una representación de "Paseando a Miss Daisy" que la llevará hasta Australia, firma autógrafos, responde a entrevistas, posa para las cámaras y se fotografía con sus admiradores de todas las edades. 
Ella sabe bien que somos legión.   


Y, ahora, después de todo lo dicho y contado, si esta mujer no es una estrella, digame usted qué lo es.

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