martes, 7 de enero de 2014

El Legado de Fredric March


A lo largo de la extraordinaria carrera de Fredric March, bastó el tiempo para incorporar a todos los personajes, en cualquier género, para las más variadas aventuras. 
Hubo una constante: nadie dudó ni un solo día de que Fredric March era un gran actor. Fue lo que siempre se escribió en la prosa que le dedicaron, lo que adosaron a su imagen y también lo que aún puede decirse de él. 


El trabajo primero, el estrellato después, se dijo corazón y guía para este incansable de escenarios. Meticuloso como pocos, profesional hasta la médula, Fredric March esquivó vulgares etiquetas, huyó de herméticos contratos con estudios y casi siempre se salió con la suya.
Durante la primera época de su carrera, allá por los primeros años treinta, fue uno de los actores más deseados de Hollywood, tanto por su versatilidad como por su avasallante atractivo. 
Fredric, el de la frente ancha, la mirada intrigante, la voz exquisita y la sonrisa para derretir plateas. 
Un hombre con clase, un caballero, un actor distinguido, que sería premiado en tantas ocasiones, aplaudido en teatros, visto en más de noventa películas.


De manera cruelmente irónica, esa imposición del talento propio sobre los aderezos de la industria hicieron de Fredric March una personalidad poco excitante a niveles show-business y, como resultado, su figura ahora sea injustamente omitida en desinformadas antologías sobre lo mejor del Hollywood clásico. 


Cualquiera que lo conozca, sabe que fue uno de los pesos pesados de la interpretación masculina durante tres décadas del cine norteamericano, y actores como Marlon Brando y William Holden confesaron que habían crecido a su camaleónica sombra.


Nadie como Fredric March para interpretar a los hombres del cine, desde los más brillantes héroes a los más desazonadores fracasados, desde el Doctor Jekyll hasta Jean Valjean, desde caballeros de época hasta intrépidos periodistas, desde pavorosos patriarcas hasta la mismísima Muerte. Su sensibilidad concedía singular magnetismo y siempre asomaba un destello de humor, de aquel que se atreve a hacer reír hasta a los más dolientes.
Quedó un actor en letras capitales que, de manera fascinante, tuvo otra ambición profesional previa a la interpretación.


Nacido en Wisconsin, de madre inglesa y padre devotísimo de la Iglesia Presbiteriana, Fredric recibió una buena educación, mientras el camino lo dirigía a las finanzas.
Banquero fue hasta que cayó enfermo de una grave apendicitis y, durante la convalecencia, una de sus cuidadoras le contó cautivadoras historias sobre el teatro, mientras algo en Frederick McIntyre Bickel cambiaba. 
Porque no hay nada como una enfermedad para pensar qué queremos realmente en la vida.


En 1920, trabajaba como extra en las películas bajo el nombre de Fredric March, era requerido como modelo publicitario y, seis años después, debutaba en Broadway. 
La suerte se llamó "The Royal Family of Broadway", sátira sobre el mundo del teatro, para la que Fredric parodió a John Barrymore.
Los ojos se dejaban en el joven March y la adaptación cinematográfica intensificó la bien ganada atención:, con primera nominación al Oscar y una carrera en el cine.
Por entonces, se casó con su segunda y definitiva mujer, la también actriz Florence Eldridge, con quien trabajaría en un puñado de ocasiones y a cuyo lado estaría unido hasta el último día.
El éxito en Hollywood se unió a la necesidad de crear familia y los March adoptaron dos hijos y establecieron su hogar en Connecticut. 

Con Florence Eldridge

El cine volvía a vibrar con Fredric y de qué manera, cuando interpretó al Doctor Jekyll que, bebedizo mediante, se convierte en Mr. Hyde en la gran adaptación de Rouben Mamoulian.
Increíblemente bello como Jekyll y delirante por simiesco como Hyde, supondría su primer Oscar.

"Dr. Jekyll & Mr. Hyde"

A partir de entonces, es imposible resumir la cantidad de papeles, interpretaciones y películas de Fredric que se acumulan en aquellos primeros años treinta, los mismos que también supusieron los pasos iniciales del cine sonoro. 


Como actor emblemático de la época, la voz de Fredric fue esencial, su belleza, también. El talento jamás cesó de sorprender y, sobre todo, la manera en que transitaba por las eras conocidas, por los escenarios imaginarios, por todos los universos posibles del cine.

Con Gary Cooper y Miriam Hopkins en "Design For Living"

Fue general romano enamorado para "El Signo de la Cruz", formó parte del trío de la comedia lubitschiana "Design For Living" o irrumpía como un principesco Parca con monóculo en la irrepetible "La Muerte de Vacaciones". 

"La Muerte en Vacaciones"

En adaptaciones literarias, era el hombre a llamar, especialmente querido por productores independientes  y amantes del prestigio como Samuel Goldwyn o David O. Selznick.
Después de sus años en Paramount y aun tentado en más de una ocasión, Fredric rechazaba firmar contratos en exclusiva con ningún estudio, operación riesgosa que le daría buenos frutos, al poder moverse con libertad entre los proyectos de su ecléctico interés.

Con Greta Garbo en "Anna Karenina"

Aunque se vistiese de Jean Valjean, el Conde Vronsky o el caballero Adverse, la década de los treinta lo veía más cómodo en trajes y personajes de urbana energía, menos encorsetados, más desenfadados y originales.

Con Carole Lombard en "Nothing Sacred"

La screwball comedy lo colocó en hilarante duelo a puñetazos con Carole Lombard en "Nothing Sacred" y el melodrama lo llamaba el primer Norman Maine para "Ha Nacido Una Estrella", prístino ejemplo de su habilidad para interpretar a caballeros bien hidratados de alcohol.

Con Janet Gaynor en "Ha Nacido Una Estrella"

Guapo que emparejar a las más postineras damas del cine, se llamaran Greta Garbo, Joan Crawford o Veronica Lake, fue bien conocido por intentar seducirlas a todas en plató como regla general.
Los años lo encontrarían tan intenso como siempre, pendiente de augustas representaciones teatrales e incluso la televisión, medio que confesó detestar.
Un refrendo de su reputación vendría con el veterano maduro que regresaba del conflicto bélico y, entre copas y resacas, entendía pronto que habían pasado "Los Mejores Años de Nuestra Vida". 
En una secuencia, miraba el retrato de su juventud. Personaje y actor quedaban identificados más que nunca.
Se le daba un segundo Oscar, aldabonazo de otra etapa en la admiración por Fredric March.

"Los Mejores Años de Nuestra Vida"

Había pasado la época de los bellos galanes y se le ofrecían papeles de rival y de segundo de a bordo, donde la edad lo haría más sutil.
En películas como "La Torre de los Ambiciosos" o "Siete Días de Mayo" se afirmaba su flamante estatus de actor secundario y se decía imposible obviar su fuerte presencia.
Los años cincuenta lo ponían en guardia ante la "caza de brujas" de McCarthy. Demócrata convencido de toda la vida, sus presuntas simpatías por izquierdismos más calientes lo hacía digno de investigación por el anticomunismo imperante, aunque se salvaría finalmente de la lista negra.


Seguían los aplausos, en representación teatral y posterior adaptación cinematográfica de "Muerte de un Viajante", mientras se enfrentaba a Humphrey Bogart cuando éste invadía su casa en "Horas Desesperadas".
La década no terminaba sin otro duelo a cuartel con otro actor exuberante: Spencer Tracy. 
Stanley Kramer aseguraba el choque de trenes en "La Herencia del Viento", donde un casi irreconocible Fredric incorporaba a un fanático congresista republicano.
Aunque suele ser actualmente el papel más renombrado de March, es, en realidad, una de sus interpretaciones más histriónicas, lejos de su habitual finura. 

Frente a Spencer Tracy en "La Herencia del Viento"

Fredric March se entendía imparable y sólo la salud tendría el veredicto del final. Sucedía en 1970, cuando el cáncer de próstata parecía echar el telón.
Se recuperaba para un último paseo de la victoria, de la mano de John Frankheimer en "The Iceman Cometh", necesario canto del cisne para semejante titán.
Frankenheimer lo llamó entonces "el mejor ser humano que he conocido y también el mejor actor con el que he trabajado".
Era 1975 cuando la despiadada enfermedad terminaba por despedir a Fredric March de la vida, a los setenta y siete años. 
Su viuda, Florence Eldrige, se encargaría de llevar sus restos al abrigo de su casa de Connecticut, aquella que erigieron cuando los mejores años habían comenzado.


Hablar de Fredric March es nombrar su legado, más importante que cualquier averiguación sobre su vida privada o su camino al estrellato. 
Es en sus mejores películas donde se puede apreciar un actor de técnica depuradísima que, al mismo tiempo, se las arregla para resultar entretenidísimo. Y es en ellas donde se puede concluir, sin temor a error, que Fredric March es uno de los mejores actores de todos los tiempos.
Conocerlo - o redescubrirlo - significa adorarlo y aparece en tantísimos títulos, muchos más que recuperables, que el idilio se las presta eterno.


Te amo, Fredric.

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