jueves, 23 de enero de 2014

La Ducha Divina


Nueve días hace que el termo del agua caliente hizo plof y se rompió.
No me dio explicación ni aviso, aunque llevaba soltando una gota de ruido insufrible desde que volví de vacaciones.
En plena tarde, me dijo: adiós, amigo, ahí te quedas con enero y duchas frías, que te vendrán bien, con tanto polaco y tanto porno.
Tres años hace que sucedió lo mismo, así que cundió la preocupación, explicable si vives en un edificio viejísimo como el mío. Cuando se rompe algo, sólo puedo pensar en obras complicadísimas y dilatadas en el tiempo, durante el cual vagaría entre hoteles y casas de amigos, que me permitiesen usar sus cuartos de baño, sus lavadoras y sus hombros para llorar por el agua que paró de fluir una vez en un sueño.
Además de la muerte del calentador, el agua salía toda llena de óxido, con un tono marrón ideal para morirse del asco. Así que llamadas a casero, fontanero y paciencia, mucha paciencia española. 
Los cazos de agua hervida fueron solución durante los cinco días que estuve sin termo funcional y preguntábame yo cómo era posible la vida otrora, con semejante agonía de frío/calor que proporciona bañarse gatunamente. En fin, fue cuestión de acostumbrarse y también de joderse.
Viajaba al pasado cuando me metía en la ducha, pero me actualicé más que nunca, cuando esa misma tarde llegaba, por primera vez a mis manos, un smartphone.
Oh, gran paradoja. Cazo de agua y Whatsapp. 


Tras años de resistirme a cambiar de terminal - el anterior tenía teclas y sólo servía para llamar y enviar sms -, por fin, caí. Y he de reconocer que me gusta, me sirve. Si por servir, entendemos una utilidad estilo "consultar algo en Internet sin levantarse del sofá".
¿Por qué ahora?, preguntaría el avezado guionista. ¿Por qué ahora el teléfono si te negabas tantísimo a actualizarlo, si el anterior aún funcionaba?
Daría la respuesta, más o menos verdadera, de que es un regalo de Reyes de mi madre, que me quiere consumista y wasappeador. Y el hecho de que ella, que nunca supo utilizar ni un VHS, le dé al smartphone con una destreza que ni Tom Cruise en "Minority Report", también influiría.
Ya era hora, dirá cualquier curioso preguntado al respecto por la calle, ¡que no hay mayor señal de vejez que repudiar los artefactos del mañana!
Pero, si me colocan bajo una luz cegadora estilo interrogatorio policial y me inquieren porque aceleré los trámites la última semana para adquirir un móvil nuevo, subiría la ceja cual actriz de los ayeres y mi silencio administrativo sería elocuente como para decir:
- Por ese chico de Polonia.


Si leíste el blog hace dos semanas, el suspense quedó en aquel mensaje que mandaría el viernes a un chaval que había conocido previo a las Navidades, muy tímido, muy mono, muy poco despierto a la hora de reanudar la comunicación conmigo.
Le envié ese sms, sí, y contestó con el desinterés suficiente para entender que muchas ganas no tenía de tercera cita. Tengo mocos, aseguró.
Aplacé hasta el domingo la idea de empezar a olvidarlo. Y el domingo, sin noticias, le di un cero al asunto. Al día siguiente, se rompió el termo. Al otro, llegó el smartphone. Quizá sí me veía en Whatsapp, lo mismo se animaba, cocía mi subconsciente.
Días de duchas infernales y ahí aparecieron en la lista de Whatsapp, no sólo el polaco, sino unos cuantos ligues de hace tiempo, de noches perdidas, uno detrás de otro.
Parece que me miraban, como esperando por una respuesta, o quizá pendientes de hacer ellos una pregunta. Era una sensación extraña. No recordar sus caras en un primer momento y, al ver las fotos, volver inmediatamente a la noche que estuve con cada uno, lo que decían, lo que hacían, lo que sentí cuando se acabó. 
El polaco no tenía foto y el estado era una flecha, sobre la que se colocaba enigmáticamente la palabra "Soon" (Pronto, en inglés). 
El viernes me escribió un Whatsapp, ¿o fue el domingo? Da igual, todavía no había llegado el calentador del agua, pero leí la notificación y pareciera como si lo hubiera hecho. Tan poco elocuente como siempre y a fuerza de mi habitual tarea de arrancarle las palabras a este sosoman por excelencia, entendí que quería que nos viésemos un día.
Pensé que, durante ese tiempo de desinterés, quizá había estado liado con otro. Era para ponerse celoso y cagarse en él, pero lo comprendía. Es lo que hay que hacer. No centrarse en un maromo, sino conocer varios, diversificar el foco. Te gustará más el primero a priori, pero el tercero puede ser el que buscas.
Buen consejo, ¿verdad? Yo no me lo aplico nunca.


El lunes llegó el fontanero y me instaló el nuevo termo. Cuando me metí bajo la ducha y cayó el agua, en su perfecta y cálida temperatura, suspiré de alivio, mientras me abrazaba con tranquilidad. Si existe Dios, ese día lo sentí en la puta agua caliente.
Cuando me secaba, comprendí que había mejorado el ánimo. No había problemas en casa, todo funcionaba, y el chico que me gustaba volvería. Algún día, a la cama, quizá también a la ducha. 
Christian Bale era el post de aquel día y, tras una sesión de footing, volví a casa y el polaco me pedía en Whatsapp que nos viéramos esa noche.
- Sólo por un momento, que mañana tengo que trabajar - escribió, con ese desapasionamiento kubrickiano.
Me recorté la barba para que no le picase cuando nos besáramos. Cené rápido. Doblé la ropa. Me alegré de que hubiese vuelto el agua caliente ese mismo día. Y él llegó, a la hora indicada.
Desde que entró por la puerta, empecé a sentirme incómodo. Este caballero es exactamente lo opuesto a una persona entusiasta. Si se alegró de verme después de casi un mes, no sabría decir, porque no lo demostró en absoluto. Pensaba que tenía que ver algo con sus gélidas latitudes de origen, pero, según me dijo esa misma noche, él es así porque es así.
Como en las ocasiones anteriores, era también difícil saber qué quería hacer. Le dije que, si tenía prisa, entráramos en la habitación.
Intuía yo que, si alguien queda con un tío el lunes por la noche, será porque no ha ligado el fin de semana y está loco por echar un polvo.
Me fui a la habitación para que me siguiera, y apareció en el vano, con esa cara de nada y me dijo:
- No, mejor volvamos al salón.
Toda conversación era arrancada por mí, hasta que le pregunté que quería hacer. Y entonces a los cinco minutos de silencio dubitativo, soltó la frase:
- Prefiero que seamos amigos, porque no quiero que te enamores de mí.


En ese instante, podría haber jurado que el termo se había roto de nuevo y toda el agua fría del mundo había caido sobre mí.
No entendía nada.
- ¿Peeeerdona? - respondí.
Y, entrecortado, con la expresión pasiva-agresiva, desarrolló algo como que no le gusta follar con desconocidos ni con amigos. Que prefiere conocer antes a las personas y sólo acceder al lecho si se enamora.
Cosa muy respetable, si no fuera porque se ha acostado en dos ocasiones conmigo y, al menos, en la primera ocasión, me lo tuve que quitar de encima porque no paraba de montarse en mi muy dolorida polla.
- No sé, surgió - dijo, para explicar esas dos noches. Ese verbo "surgir", ay, Dios mío.
Lo único en lo que podía refugiarme en ese momento era el hecho de que se iría en cuestión de media hora.
La tensión se sofocó con conversaciones banales sobre smartphones y nuevas series de gays en la HBO. Le dije que ya lo llamaría para quedar en plan amigos, aunque no tenía ninguna intención de verlo otra vez.
En primer lugar, por puro orgullo. En segundo, porque el pobre es demasiado aburrido para trascender como excitante amistad. Y, en último y vinculante, porque le veo los pelos del pecho asomando desde la camisa y ese chip no se cambia tan fácilmente.


Se fue y la casa me esperaba. 
La cama hecha. El armario cerrado, con su ropa doblada dentro. La encimera de la cocina limpia y callada. La televisión apagada, con el disco duro conectado, lleno de películas y series por ver. El ordenador con el Facebook a la vista y todos los amigos conectados. El smartphone. El maldito smartphone me miraba, preguntándome si ahora lo quería para algo.
En otras decepciones, me he sentido triste y vacío, pero contenido siempre. En esta, estaba a dos segundos de echarme a llorar.
Sería por la montaña rusa que había significado toda la historia. Ahora no quiere, ahora sí quiere, ahora no quiere. Sí, no, sí, no, frío, calor, frío, calor. 
Dos segundos e iba a llorar, tras oír la verdad. Esa verdad dolorosa y humillante, inesperada, que se podría haber ahorrado. ¿Para qué había venido? ¿Para qué había vuelto? ¿Por qué no desapareció como hacen los otros?
Dos segundos e iba a llorar. Quería una pizarra para escribir con tiza: "Parece que aprendo, pero no". Idealizarlo, platonizarme tanto con un chico, ¿otra vez? ¿A estas alturas de la película?
Dos segundos e iba a llorar. Entonces, la casa me respondió y me metí en la ducha. Así no lloraría. Y no lo hice. 
Si existe Dios, esa noche lo sentí en el agua caliente. 


Lo cierto llegó al día siguiente, cuando desperté y me encontré increíblemente mejor. 
Quizá decírmelo así no estuvo mal - aunque la elección de palabras fue lamentable -, y he debido vivirlo como cuando depilan los pelos de un solo tirón. Te cagas en todo, pero ya pasó. Se cerró, adiós, ahí me quedé, con enero y mis duchas divinas.
He dejado de pensar en lo que él quería, lo que no quería, lo que dejó de interesarle o lo qué pretendía exactamente con la visita del lunes, porque ya sé que no necesito la respuesta para nada.
Sí he concluido que paso demasiado tiempo preguntándome qué desean ellos, qué les gustará de mí, qué les dejará de gustar, qué debo hacer para atraerlos. Y siempre se expresan con sus respuestas sinceritas o sus silencios vinculantes. Yo me quedo con la boca cerrada y las ganas de follármelos una última vez.
Si alguno me tocara en el hombro y me preguntara:
- ¿Y tú? ¿Qué quieres tú?
Quizá, me volvería con cara de loca y le diría:
- No quiero realismo. Quiero magia. ¡Magia!


O mejor le explicaría que quiero fluir, sin óxido, libre, cálido, y deseo que alguien lo haga conmigo. Sin preguntarnos qué queremos o qué esperamos el uno del otro, sino todo lo que estamos dispuestos a improvisar por el camino. 
Como decían en "Grey Gardens":
- Todo lo quiero en esta vida es un compañero de baile.


Y un termo que funcione, of course.

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