miércoles, 12 de junio de 2013

Bello y Guapo

 

La belleza es cuestión de percepción. 
El observador encuentra una característica en los cuerpos, caras y objetos y decide que otorgan placer y satisfacción. 
Ahí están las cosas bellas, ahí viven los bellos, ahí se desprende su belleza, para ser mirada. Con un poco de suerte, para ser tocada, para ser besada, para ser fornicada. 
La belleza es tierra a conquistar, ilusión de armonía, condimento de la vanidad y estupidez de los seres humanos.
Los feos sufren porque no pueden ser bellos. Los bellos sufren porque, algún día, envejecerán y dejarán de serlo. 
Los espejos del mundo hablan de la belleza, aunque no dan ninguna pista sobre sus secretos. 
La belleza puede ser un indicativo de salud, de juventud, de prosperidad, de energía, de fuerza, de distinción. O, simplemente, un misterio. 
Hay bellos que no son guapos y guapos que nunca fueron bellos.


Cuando mi edad se podía contar los dedos, le pregunté a Lady Montez:
- Mamá, ¿yo soy guapo?
- Claro, mi niño - contestó ella.
Más tarde, aprendí que muchos no me encontrarían tan guapo como hacía mi madre. 
Que a otros no gustaría y eso me irritaría. 
Que muchas veces dudaría y que encontraría el más decisivo placer cuando un hombre me susurrara al oído: "eres guapísimo, Jose".


Cuando crecía, los tíos buenos se pusieron de moda. Más bien, empezaron a quitarse la camiseta en la televisión. 
Ahí estaban los vigilantes de la playa, los chicos de los anuncios y los actores jóvenes, enseñando pectorales, abdominales y todos los logros del fitness fin de siglo.
Las mujeres no iban a ser las únicas acomplejadas por la publicidad. Ahora nos tocaba a nosotros. Y esos nenotes perfectos, depilados, brillando en los años noventa, eran deseados y envidiados.
Eran el sinónimo del triunfo, aquellos que nunca tendría en mi cama si no era como ellos, aquellos a los que no me parecería si no me levantaba del sofá.
Le encontré mayor interés a la televisión que a la enésima flexión abdominal, pero estuve cerca muchas veces.
Podría decirse que la historia de mi figura física es el toque de un acordeón. Sólo he estado realmente obeso cuando era adolescente; después, el imperio de la barriga ha variado por épocas. 
Iba al gimnasio a los veintipocos, aunque no me volví lo suficientemente loco por el step para convertime en John Allen Nelson.


Siempre he considerado que podría estar mejor, aunque, como gran enamorado de mí mismo, me he admirado con fuerza y he repetido muchas veces que me follaría.
Oh, el amor propio es tortuoso y mentiroso. Uno se jacta de sí mismo, para enseguida descubrirse inseguro ante los demás, instiga su juicio, lo entiende como importante. El amor propio no es nada, en realidad.
Y las preguntas fueron las mismas. ¿Sería guapo? ¿Alguien me vería como si Lana Turner aterrizase en el bar?
- Oh, nos vamos cuando el más guapo acaba de entrar por la puerta - me dijo uno.
- Es que no me gustas - aseguró otro.
La satisfacción es despertar las miradas de admiración por tu aspecto físico en los otros. La frustración, en no conseguirlo.
He visto ese destello en muchos hombres a los que he conocido. He podido decirles que no, decirles que sí. Me han llamado repetidas veces y no les he contestado el teléfono. He sido capaz de romperles el corazón.
La belleza es el poder. De nuevo, la simple percepción. Nunca hubo nada bello en mi comportamiento con muchos hombres. Sólo sonreí y eso les bastó. Y a mí me bastó que les bastara.
Una noche, en cierto bar, un vendedor de flores me dio una rosa:
- Toma, de parte de un admirador secreto.
Yo miré a todos lados, sonreí y tiré la rosa en alguna parte de la noche. Cuando se me acercó el admirador en cuestión y me preguntó por la flor, me entró la risa floja y el pobre se marchó enfadado.
Fui feo el día en que me encontraron más guapo.


En los últimos años, por la edad, la inactividad y ciertos problemas digestivos, me puse bien hermoso y estaba ya por el camino de Orson Welles. 
Como los ositos estábamos en pleno furor, no me importaba demasiado. Muchos se agarraban a mi barriga como quien se agarra a la vida. 
Un tipo con el que salía me dijo que estaba guapo así de gordo. Cuando terminamos, debía estar guapísimo porque salí de esa historia hecho un tonel.
Entre recomendaciones médicas y el aburrimiento, empecé a mover el culo y a soñar con la posibilidad de la maromización.
Sin proponérmelo, me vi más delgado y, hacia el agosto del año pasado, me puse a dieta. No lo escribí en ninguna lista de quehaceres, ni se lo dije a nadie. Sólo lo hice.
Para Navidades, habría adelgazado unos diez kilos. No lo sé con exactitud, porque no suelo pesarme. De hecho, creo que hace décadas que no me subo a una báscula.
Lo que sé es que tenía cuatro tallas de pantalón menos, que Lady Montez dio un grito cuando me vio en el aeropuerto y que "el antes y el después" podía ser una foto recurrente para los milagros dietistas.


En el último año, he hecho el ejercicio que no había hecho en toda mi vida. Yo, caminando por la sección de deportes de El Corte Inglés: insólito Montez.
El ejercicio fue y es fundamental. A machacarse, se ha dicho. Pesas, abdominales, footing.
Antes no podía hacer una flexión; para el año que viene ganaré a Stephen Amell. Obviamente, no estoy como Oliver Queen, aunque todo se andará. De momento, mi estómago, que nunca estuvo plano, empieza a marcarse. 
También me creía calvo y me solía rapar la cabeza con frecuencia. Me lo dejé crecer por probar y, ahora, además pelazo.


Hoy me he mirado en el espejo y me he visto más guapo que nunca.
Y sigo pensando lo mismo. ¿Lo verán los demás?
¿Seré guapo o lo era durante todo el camino? ¿Qué he descubierto? ¿Por qué lo he hecho? ¿Me ha servido de algo? ¿Qué he de hacer a continuación?
Me miro en el espejo por segunda vez, y más que guapo, me veo distinto.
Siento como si mi vida le estuviese pasando a otra persona, como si fuese el personaje de una película que he escrito. Conseguir lo querido, no hubo cosa más terrible.
En cualquier caso, no diré que soy infeliz ni que ponerme a punto es una imitación a la vida. 
De hecho, lo recomiendo. Es más fácil de lo que se piensa. Voluntad al principio, y adicción después. Llega un momento que no tiene que ver con la persecución de la belleza, sino con una especie de asequible realización personal. 
Para mí, ha sido también una imitación al trabajo. Sin nada que hacer, correr los metros lisos por el Parque del Oeste es desafío, liberación y entretenimiento. 
Soñaba con despertar con la tableta baywatch y encontré un alivio a muchas frustraciones.


- Mamá, ¿yo soy guapo? ¿Lo fui alguna vez?
El tiempo me susurra al oído que no importaba el gimnasio, sino encontrar el público apropiado. 
Luzca como luzca, algunos me encontrarán irresistible y otros no, porque la gente es tan tortuosa en sus gustos como enrevesados son los caminos del mundo. 
Si insisto en ser un imbécil, sé que lo tendré más difícil. Quizá no para follar, pero sí para merecer ese público, para encontrar una verdadera y valiosa admiración. 
Al final, no buscaba un espejo mentiroso, sino un aprecio sin fisuras. 
Buscaba lo que todos buscamos, bellos, feos, guapos, horrorosos. 
Ser querido por mi carne y mi espíritu, ambos, indisociables. No quería que me dijesen que soy bello por dentro ni que lo soy por fuera. Buscaba ser completa y singularmente bello. 
Una belleza intransferible, más allá de la juventud, de la salud, de la barriga simpática o de la tableta baywatch.
Quería que no me abuchearan al llegar. Que los ojos de los otros se iluminaran al verme, no por las ganas de follarme esa noche, sino por la urgencia de despertar a mi lado a la mañana siguiente.


Buscaba demasiado amor, demasiada vida, demasiada admiración, y pensé que los abdominales tenían algo que ver en la ecuación de mi existencia.
Ahora, justo cuando estoy a punto de tenerlos, me doy cuenta que el espejo hablaba mucho y no me contaba nada.

2 comentarios:

  1. De adolescente también era gorda, adelgacé por motivos de salud y aunque no soy una varita me empezaron a llamar guapa, mas nunca bonita.

    Salu2!!

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  2. Cuando tengo que preguntarme si estoy "guapa" me doy cuenta de que algo anda mal. Son los días en que no me lo planteo los que se llenan de momentos estupendos. No falla. El otro día leí el famoso discurso de una periodista del Chicago Tribune, el de usen protector solar y estoy de acuerdo en cosas que dice sobre cómo nos vemos y lo aprovechables q somos, aunque de ello nos demos cuenta tarde ...
    Escribes bello, Josito

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