martes, 18 de junio de 2013

Cuentos de Liz


Es el epítome de la estrella de Hollywood. Muchos dicen que fue la mayor. Sin duda, fue la última, porque Elizabeth Taylor resume un modo de entender la celebridad que murió con ella.
Entre sus virtudes propias y los aderezos de la industria, entre la meticulosa preparación y el estallido de la intuición, irrumpió el factor Liz en algún lugar de la década de los cincuenta, para arrasar y vivir con exuberancia mediática a lo largo de los años.
El interés por Elizabeth Taylor sería variable, pero consistente. En todo momento, hubo algo que decir de Elizabeth Taylor. Hasta el último día, fue noticia.


Consciente de que su mejor película era su vida privada, desfilada de matrimonios, alegrías, adicciones, enfermedades y recuperaciones, Elizabeth dijo aquello de que nunca se había tomado demasiado en serio a sí misma.
Y aún así, más allá de su fama descomunal, quedó algo grande detrás del mito, recuperable en todas sus apariciones. 
Como le dijeron en la Metro, era una niña con un alma antigua. Como luego dilucidó el mundo, Elizabeth Taylor se reveló como una nena eterna en el cuerpo de una mujer de belleza imposible.


Erótica y tierna al mismo tiempo, mucho más que un símbolo sexual al uso, Elizabeth miraba con sus ojos violetas y brindaba una diva para todas las estaciones, una actriz de intuición y una mujer de un brillo personal, que vivía entre el fascinante artificio y la simple sinceridad. Era distinguida y descifrable, cálida y elegante, tímida y voraz.
Icono de moda, repetida seriación de fama, reina de taquillazos, amada y cuestionada, la Taylor fue también una romántica de pro, una reina de corazones, un espíritu a la busca del hombre perfecto. El anillo primero, la historia luego, se decía su filosofía.
Al final, dijo lo que podía resumirla: "Los dos grandes amores de mi vida han sido las joyas y Richard Burton".


Entre la dualidad, nació Elizabeth Taylor. Fue inglesa de nacimiento, pero norteamericana de familia. Sus padres provenían de Arkansas y se asentaron en un acomodado barrio residencial de las afueras de Londres, allá donde amanecería la bella y pequeña Liz.
La guerra los llevó a Nueva York en 1939, ciudad donde los Taylor se convertirían en recurrentes de la alta sociedad cuando abrieron una exclusiva galería de arte.
En Los Ángeles, los ojos de los nuevos amigos de los Taylor se centraron en Elizabeth y recomendaron que no tardaran ni un segundo más en hacerle una prueba para los estudios.


En Tinseltown, la niña causó sensación, aunque la Universal no lo tuvo tan claro y la despidió después de una primera película. La mirada era distinta, incómoda. Elizabeth Taylor no era una actriz infantil como las otras. Parecía mayor de lo que era. Esos ojos, esa alma antigua, decían.
La Metro fue más astuta y la recuperó para introducirla al público en "Lassie Come Home".
Su definitivo lanzamiento como estrella prepúber también fue cosa de un animal. Esta vez, a lomos de Pie, el caballo de "National Velvet". 
Elizabeth triunfó con su retrato de una niña soñadora y valiente en este clásico juvenil, lleno de colorines y buenos sentimientos, que ella recordaría con especial cariño.

Con Pie en "National Velvet"

Pese a los aplausos, Elizabeth quiso zafarse en numerosas ocasiones de la profesión, indignada con la escasa educación que recibía.
No obstante, su madre se hizo pronto una opresiva stage mother, que le impidió su deseo de una vida normal y una adolescencia sin trabajar. 
En cierta ocasión, la madre de Liz le llegó a recordar con dureza que tenía una responsabilidad. "No sólo con tu familia, Elizabeth, sino con el país y con el mundo entero".
A Elizabeth no le quedó otro remedio que seguir marcando el paso.
La transición a la edad adulta fue benévola, aunque desperdiciada en un puñado de títulos deslucidos, más confiados en su belleza, cada vez más exultante, que en su talento, menospreciado como de costumbre.
Entre su primer y brevísimo matrimonio con Conrad Hilton y su aparición en "El Padre de La Novia", quedó claro que la niña Taylor ya era una mujer, pero sería 1951 el momento decisivo.
"Un Lugar en El Sol" la traía esplendorosa y exquisitamente lasciva como la niña rica de la que se prenda con toda fatalidad el también hermosísimo Montgomery Clift. 
Las escenas de sus besos cortaron la respiración, mientras los críticos redactaban las primeras palabras favorables para Liz Taylor como actriz. 
"Cualquiera entiende que Monty haga lo imposible por ganarse un lugar en el sol al lado de ella", se escribió.

Con Montgomery Clift en "Un Lugar en el Sol"

Elizabeth Taylor, ya en posesión de su carrera, bien consciente de su inapelable estatus, hizo lo imposible por conseguir buenos papeles y grandes desafíos, al tiempo que su vida privada se convertía en el mayor carnaval que los medios de comunicación habían conocido hasta entonces.

Con James Dean en "Gigante"

Imagen y actriz parecían vivir en divorcio frente al público y los opinadores. Era difícil disociarlas en muchas ocasiones. 
Mientras sus apariciones cinematográficas venían plagadas de las desgracias personales, éstas hacían más intensas sus interpretaciones.

"De Repente, El Último Verano"

La muerte de Mike Todd, el único marido al que enviudó, fue el duelo que se cernió sobre su Maggie de "La Gata Sobre el Tejado de Zinc". 
Ella, con su característica profesionalidad y su inigualable concentración, apaciguó la tensión personal delante de las cámaras, mientras restó la incógnita si parte de ella se transfirió a su felino personaje.

Con Paul Newman en "La Gata Sobre el Tejado de Zinc"

Su último título para la Metro, "BUtterfield 8" fue una película confesamente detestada por Liz, que la colocaba como trágica call-girl en un melodrama bastante trash
Sin embargo, le daría su primer Oscar, poco tiempo después de estar prácticamente muerta tras una crisis respiratoria. 
Ella anticiparía lo que todos pensaron: se lo habían dado por sobrevivir.

"BUtterfield 8"

Tras el Oscar, se daría una tregua de varios años para volver a ritmo de timbales en la mayor stravaganza posible, donde se la llamaba, cómo no, "Cleopatra".
La costosísima superproducción insistía en su condición de muñeca de Hollywood, con un inacabable vestuario, un maquillaje gorgeous y un sueldo astronómico de un millón de dólares.
El coloso tenía todas las de ganar. Además de la anticipación, venía con el colofón del escandaloso romance de Elizabeth con Richard Burton, que incorporaba a Marco Antonio.
Sin embargo, "Cleopatra", aun siendo la película más vista de 1964, no recuperó su disparatada inversión y la Fox se vino abajo.

"Cleopatra"

Junto a Burton, Elizabeth formaría una pareja cinematográfica de caché durante varios años.
"¿Quién Teme a Virginia Woolf?", donde interpretaban a un matrimonio viejo y alcoholizado, le daría a Liz la oportunidad de una transformación insólita y, como recibo, un segundo premio de la Academia.

Como Martha en "¿Quién Teme a Virginia Woolf?"

Liz y Dick ganaban, si bien sus últimas películas se tropezaron con la indiferencia, al ritmo de la ruina anunciada de su borrascoso matrimonio.
La propia apatía de Liz jugó un papel esencial en un retiro nunca confirmado, pero más evidente a medida que pasaban los años y las oportunidades. Abrazó una vida doméstica, engordando por propia voluntad y regresando cuando se lo pedía el cuerpo. 

Gran pijama

Siempre estuvo activa, porque no conocía otra manera de funcionar. 
Se la veía en el Studio 54, vestida como una eterna Cleopatra, confitada por aquellos que sabían que Liz era ojos, caderas y tetas.
Como era buena gente, defendía las buenas causas y se la llamó humanitaria.
Ella, convertida al judaísmo en los cincuenta, se hizo voz de Israel, mientras su legendario séquito de amigos homosexuales la hizo especialmente comprensiva a sus derechos y a la lucha contra el SIDA.
Las revistas nos contaban su imagen como el perfecto punto dentro del exceso, aunque lo más contado y repetido del mito fueron las ocho bodas de Elizabeth Taylor.


"Mis padres me enseñaron que, si te enamoras, has de casarte. Supongo que soy muy anticuada", dijo, cuando le enseñaban la cuenta nupcial y le preguntaban porqué.
Conrad Hilton Jr, Michael Wilding, Mike Todd, Eddie Fisher, Richard Burton, John Warner y Larry Fortensky.
El eclecticismo romántico era cosa de Liz, que transitaba desde el heredero hotelero hasta el albañil que había conocido en la Betty Ford, mientras fue señora de dos galanes fílmicos, un pianista de postín, un productor temerario y un candidato republicano.
La prensa la llamó devorahombres cuando se casó con Eddie Fisher, ex de su amiga Debbie Reynolds. 
Debbie terminó por perdonarla. El público también.

Entre Eddie Fisher y Debbie Reynolds

Años más tarde, dejaba a Eddie Fisher por Richard Burton. Entre los abucheos, restaba la estupefacción. ¿Quién demonios era Elizabeth Taylor?
Con Richard, vivió su más largo matrimonio; una relación apasionada, mediada por las broncas y las respectivas politoxicomanías. 
Tras el divorcio, se reencontrarían y se casarían por segunda vez, aunque la cosa terminaría para siempre a los pocos meses.

Con Richard Burton

"Lo quería con todas las fibras de mi alma, pero sencillamente no podíamos estar juntos", contaría Liz, muchos años después, para dar el diagnóstico exacto de una de las historias de amor más queridas y cuchicheadas por todos los devotos del mundo celebrity.
 

Mil diagnósticos oyó Elizabeth, niña enfermiza y mujer devuelta a la vida en tantas ocasiones. La hospitalizaron en más de setenta ocasiones y se contaron un mínimo de veinte grandes operaciones. Sobrevivió a una traqueotomía de urgencia, al cáncer, a un tumor cerebral y a varios procedimientos experimentales.
Otro motivo de fascinación por Liz era su asombrosa capacidad de salir del hospital.
Tú y yo pensábamos que no se iba a morir nunca, porque dicen que los gatos tienen siete vidas y no nos salía la cuenta con Elizabeth. 
Cayó de pie muchas veces, pero sólo el corazón de esta romántica podía darle la estocada definitiva.
En 2011, tenía 79 años y una insuficiencia cardiaca la hacía saltar del tejado de zinc.


Un tejado ardiente, veleidoso, brillante. Elizabeth Taylor era todo que lo sabíamos y tantísimo de lo que nos quedaba por conocer. 
Era la distancia más corta entre puro Hollywood y una mujer de verdad. Era la excitación al más alto nivel y el colchón de plumas donde confortarnos.
Y Elizabeth Taylor era el último unicornio de aquel perdido reino donde los famosos daban calor y no asco.

2 comentarios:

  1. No soy fan de la Taylor, pero este poster virtual tan romántico (en cierto sentido) se hace apetecible por las paredes de mi habitación...

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  2. Excelente artículo, me ha dado ganas de llorar

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