miércoles, 9 de octubre de 2013

El Hombre y El Cine


El mundo pertenece a los hombres. El cine, también.
Hoy buscamos a los machos y a los héroes, a los canallas y a los benditos, a los hombres en el cine y a los hombres a pesar del cine. 
La pregunta sería: ¿Ha sido capaz el séptimo arte de ilustrar todas las aristas del sexo masculino? Y la respuesta es un rotundo sí. 
Entre ideales y realidades, entre deseos y temores, el cine ha sido un generoso reflejo para nosotros, los nenes. 
Mientras las mujeres se han buscado muchas veces sin encontrarse en pantalla, los hombres lo han tenido más fácil a lo largo de la Historia del medio.
¿Por qué? No es ningún secreto que el cine está hecho por hombres y, por tanto, está dirigido a ellos, de una manera más o menos inconsciente.
Dice Mark Cousins que, cuando el invento se convirtió en un negocio internacional, las mujeres creadoras fueron cordialmente apartadas de las tareas de dirección, guión y producción. La creatividad del poderoso, fructífero cinematográfo se conjugó con polla y huevos y no hubo más que hablar. 
El machismo laboral hizo sus anchas y el cine, parafraseando a Godard, se convirtió en hombres mirando a mujeres.
Atentos a este cartel de "Desfile de Candilejas", musical con coreografías de Busby Berkeley.


Ellas son siluetas que simulan desnudez, marcando sus curvas, sus pechos, mientras ellos van vestidos. 
Es el reclamo de la sexualidad femenina, objetificada, vulnerable, frente a los hombres de éxito y smoking. Es el lado de strip-club que tiene el cine: piernas largas de mujer sobre hombres de dudoso atractivo. 
El machismo de las pantallas se ha notado en la menor exigencia sobre el físico de los actores masculinos. Señores poco agraciados como Edward G. Robinson, James Cagney o Humphrey Bogart no sólo fueron estrellas, sino que gozaron de una carrera larga, mientras la edad era barrera infranqueable para las mujeres del cine. Y lo sigue siendo.
No es cuestión exclusiva de Hollywood. 
También en los cines europeos se ha dado esa variante entre la tía buena y el hombre normal; muchas musas de grandes películas fueron elegidas por su belleza, al ritmo que ellos eran seleccionados en base a responder a un tipo de hombre a pie de calle.
Bien es cierto que, aunque menos exigente, el cine también ha promovido la belleza masculina como reclamo. 
Rudolph Valentino, Gary Cooper, Joel McCrea, Johnny Weismuller eran poderosos motivos para pagar una entrada de cine y ya producían desmayos en ellas - y en algunos de ellos, aunque a escondidas, claro - , así como aseguraban carreras y taquillazos.

Joel McCrea

Es curiosa la comparación entre los maromos de antes y los de ahora, de la manera en que el culturismo y el fitness han ido en total progresión en los ideales físicos de la pantalla. Antes los cuerpos eran más ligeros y existían de un modo más natural - los guapos de antes habían nacido así -, mientras ahora se construye a un maromo del cine con dietas y gimnasio.
El reclamo del físico masculino a lo largo de la Historia del Cine ha sido tan variable como los personajes atendidos, y la edad y la fealdad se han perdonado en función de eso llamado carisma.
Que un tío bueno - o varios - sea requisito indispensable para vender una película es cosa de ayer por la tarde, bien lo sabemos.
Como el cine es un medio masculino, su modo de producción también lo es. 
En su concepción del espectáculo, se imponen las formas rectangulares, musculosas, brutales, intermitentemente violentas, triunfalistas, con clímaxes que se conciben como eyaculaciones sobre la sensibilidad de las audiencias.

Stephen Boyd en "Ben-Hur"

Cuando la cosa es más grande, se cree que es mejor. 
Desde David O. Selznick hasta Michael Bay, las películas enormes podrían ser llamadas "cine pollón", esas demostraciones de poder que prometen potencia priápica. 
Pero bien sabemos que el tamaño no lo es todo, especialmente cuando no se sabe utilizar. Y mucho de ese cine pollón es sencillamente impotente.

Michael Bay

La moralidad y las moralinas han sido también favorables para los héroes de la pantalla. Como en la vida, se nos perdona con mayor facilidad. 
Por ejemplo, el personaje de Tab Hunter en "Battle Cry". Es un soldado que se acuesta con una mujer casada, comprende su error y vuelve a casa con su novia de toda la vida. 
La moralina de los años cincuenta está en el final, pero el perdón - nunca concebible si se tratara de una mujer - está en el medio de la ecuación. 
Ellos tienen su vida, un desliz y al redil. Ellas atesoran su decencia, un desliz y al convento.

Tab Hunter y Dorothy Malone en "Battle Cry"

El cine ha sido generoso para los héroes y cualquiera pudiera sentirse entre acomplejado y admirado por la manera en esos vaqueros resuelven los problemas. 
Los hombres nos encargamos, nos ocupamos del asunto, es nuestro deber. Eso recordaba John Wayne, que reivindicaba cierto sentido común ancestral, alérgico a mariconadas y gilipolleces, y aseguraba que, con esa receta, todo se consigue.

John Wayne en "Tres Padrinos"

La desconfianza ante estos padres bonachones fue en aumento, si bien los antihéroes y su desmedida violencia ya habían conquistado las pantallas desde el primer día.
Ahí está el gran James Cagney aplastando unas uvas contra su novia en "The Public Enemy" para que se callara y dejara de fastidiarlo.
Esa escena de violencia y desprecio fue la que lo convirtió en estrella. Si bien en años venideros los héroes se impusieron sobre los gángsters, éstos fueron el refugio donde los espectadores encontraron a los equivocados, a los charlatanes, a los ambiciosos, a los canallas. A aquellos que también se hallan en la vida, quizá con más facilidad que los John Waynes.

Mae Clarke y James Cagney en "The Public Enemy"

El noir terminó por consagrar el arquetipo del hombre urbano con pasado turbio y futuro fatal, que usa la violencia como resorte de su neurosis. Dana Andrews, Glenn Ford o Richard Widmark contaron esos perdedores de posguerra a través de esas amargas sombras de la noche, donde la vieja noción de masculinidad entraba en decidida crisis.
Ver pectorales en el cine e ir al gimnasio al día siguiente no fue habitual hasta los años ochenta, pero en todo momento, hubo un hombre al que admirar y por el que acomplejarse. 
Cary Grant, por supuesto.


Es un ideal imposible de caballero hipersofisticado que, aún así, se las arregló para dejar la impronta suficiente en los espectadores. Éstos aprendieron que, cuando salían con una mujer, debían vestirse bien, invitarla a cenar y comportarse.  Mejor no aplastar uvas en la cara como Cagney.
Tanta perfección y búsqueda de ideales encontraría una decidida respuesta en los chicos de los años cincuenta. 
Atentos a James Dean en "Al Este del Edén", donde, por fin, aparece el hombre joven, el niñato, el que todavía ni siquiera ha crecido.
No se le entiende al hablar, camina encorvado, es tímido, parece sobrar. La aparición de Dean dejó en shock a toda la generación de chicos de su edad que, por fin, veían a un ser imperfecto e incompleto como ellos.

James Dean en "Al Este del Edén"

El cine también se acercó a a los hombres que clamaban justicia, a los que escapaban de sus opresores, a los que fueron a la guerra, a los que volvieron y también a los que exigían que los llamasen Señor Tibbs. 
Sidney Poitier, la mirada en la que se proyectaban todos los hombres negros. El cine debía ser multirracial y tenía el macho ideal para ello.

Sidney Poitier y Tony Curtis en "The Defiant Ones"

Desde las películas, se recomendaba a los hombres que podían pecar una vez si, a continuación, abrazaban el amor, la monogamia y la paz. 
El cine decía que los canallas morían en el último rollo y que los justos terminaban con alguna chica buena y decente. 
Pero, ¿qué había más allá del The End? ¿Qué secretos se escondían en las mentes de los hombres de verdad?
Viajemos a Europa, a los años sesenta, para encontrarnos con Federico Fellini, que expresó en "Ocho y Medio" muchas cosas sobre sí mismo. 
Entre otras, que no podía parar de pensar en las mujeres. Que le gustaban todas, que no podía conformarse con una. El hombre mujeriego, sinvergüenza, quizá culposo, aparecía en ese Marcello Mastroianni, látigo en mano entre las mujeres de su vida. 
Pura sinceridad de macho italiano.

Marcello Mastroianni en "Ocho y Medio"

La victoria del hombre que se gana el pan honradamente era furor en el cine. ¿Acaso no había sitio para el que vive de los demás?
El chuloputas de "Accattone", la primera y gran película de Pier Paolo Pasolini, nos contó que los vividores tienen el mismo nivel de estrés que cualquier hijo de vecino. También quieren llegar a la noche con el estómago lleno y las cuentas cuadradas.
Los míseros, los sobrantes de la Tierra, los aprovechados, los desheredados pedían derecho a celuloide.

"Accattone"

El cine norteamericano tomó nota, especialmente porque ya nadie se creía a los viejos vaqueros. Las cosas no eran blancas o negras, nunca lo fueron, y distintas caras masculinas aparecieron.
Es curioso y esclarecedor cómo el público se sintió identificado con un personaje tan iconoclasta como el Al Pacino de "Tarde de Perros", el mismo que atraca un banco para costearle el cambio de sexo a su novio.
Al fin y al cabo, hacía lo mismo que John Wayne: ocuparse del asunto.

Al Pacino en "Tarde de Perros"

En "La Noche Se Mueve", Gene Hackman también se ocupa del asunto y es un hombre muy diferente a los vencedores del ayer: su mujer le pone los cuernos, está calvo y sí, resuelve el misterio, pero la caga de todas las maneras posibles.
La desazón era igual de varonil que el triunfo.

Gene Hackman y Susan Clark en "La Noche Se Mueve"

Otro gran personaje de los años setenta sería el Sylvester Stallone de "Rocky".
Desde un lado más optimista, nos presentó a un hombre bobo, que sólo vale para dar puñetazos y, aún así, es capaz de encontrar la felicidad, tanto en lo que hace como en lo que ama.
No hacía falta ser Cary Grant.

Sylvester Stallone en "Rocky"

Hombres, hombres, hombres. Todos contados desde sus aspiraciones imitadas, desde sus verdades íntimas.
Los años ochenta vivieron un retroceso en el nivel de varones que se veían en pantalla comercial.
Los musculosos del cine de acción servían de interlocutores a la reacción conservadora de Ronald Reagan - quien fue hombre de pantalla en los años cuarenta - y la violencia estetizada se vendía como la manera de solucionar problemas. 
La escena clave de estas películas sucedía cuando el cachas llega a un pueblo de catetos y se imponía coreografía de paliza, donde uno podía contra todos. 
La cosa - que tiene su lado cómico - triunfó, quizá porque reivindicaba el hombre más básico y neandertalensis, ese que estaba atemorizado frente al feminismo, los nuevos tiempos y su incierto papel en la sociedad.

Arnold Schwarzenegger en "The Last Action Hero"

El desfase entre varones modernos y Hollywood encontraba otro capítulo más con Leonardo DiCaprio en "Titanic", que devolvía una imagen antiquísima de caballero andante, cuyo rezado era "Las mujeres, primero, así que al agua, pato". 
Como todo lo antiquísimo en estos tiempos posmodernos, tal nene causó inusitado furor y los hombres entendieron que, además de ponerse finos de gimnasio como Van Damme, también debían besar en la mano a su sweetheart y decirle guapa de vez en cuando.

Leonardo DiCaprio en "Titanic"

A pesar de todo, los hallazgos de los personajes masculinos complejos no se perdieron en la basura y siempre ha habido desafíos al respecto, tanto para los actores como para los públicos aludidos.
Hemos conocido a muchos tipos de hombres en el cine y los hemos conocido gracias a él. E incluso llegó el día en que pudimos ver en pantalla a hombres que aman a otros hombres.

Matthew Goode y Colin Firth en "A Single Man"

¿Quedan hombres que el cine aún desconoce? Estoy convencido, aunque la lista de los conocidos es tan exuberante que cuesta creerlo. 
Una lista que vive llena de confesiones sinceras sobre los complejos, manías, miedos y ansias que tenemos los varones frente al mundo.
Desde los vaqueros que se alejan por la pradera hasta los taxi drivers que recorren las noches neoyorquinas, la tendencia a la soledad y la necesidad de conectar con los demás es ese enfrentamiento - a veces violento, otras con resultado feliz -, que las historias del cine han recogido a la perfección en muchas ocasiones.
¿Y ellas? ¿Dónde están las mujeres en este pueblo? La próxima semana vendrán todas.

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