jueves, 9 de enero de 2014

Ese Chico de Polonia


He viajado al extranjero en dos ocasiones. Es decir, nada. Entre lo procrastinador y lo arruinado, me excusaría por mi escandalosa escasez de pasajes a través del mundo.
Supongo que, cuando has nacido en una isla como la mía, sólo saltar hasta la península y caer de pie es suficiente viaje. ¿Tontería? Es un salto mortal y bien cansado para los que nacen y crecen apartados, aislados, tan lejos del centro de las cosas. Se diría que ya hubiera hecho toda la odisea que tenía que protagonizar.
Y Madrid es el mundo. He viajado poco, pero he visitado países de la mejor manera. Es decir, acostándome con extranjeros. Juro que es una magnífica manera de conocer otras culturas, otras gentes y otras naciones, y sin moverse de la cama. 
Como dicen que parezco muy español, muchas veces he sido ese sexual comité de bienvenida que esperan los intrépidos viajeros o los recién inmigrados. 
- You look very Spanish - dijo cierto irlandés, antes de morrearme una noche.
Al hablar con ellos e interesarme por sus existencias, he estado en París, Belgrado, San Diego, Transilvania, Maracaibo, Buenos Aires, Monterrey, Londres, Oslo, Seattle. 


Conocer los países de verdad es conocer a sus personas. Cómo son, lo que cuentan, lo que esperan de la vida, lo que buscan en España - risas, fiestas, risas, fiestas - y la manera de expresarse, más decisiva en un encuentro íntimo.
Mi último viaje golfante ha sido dirección Polonia y todavía no he regresado. Ahí estoy, en un estado mental polaco, ensoñado con el oriundo de un país del que no sabía nada antes de conocerlo, sólo que lo invadieron los nazis en 1939 y se armó la gorda. 


Sucedió una noche, hace varias semanas, antes de la Navidad. Yo estaba a punto de largarme, porque apenas quedaba nadie en el bar.
Ahí que se me acercó el caballerete. Venció la timidez, me saludó y preguntó el nombre. El suyo, Lukasz.
Quise saber de de dónde era y me dijo "Polonia". Pero lo pronunció "Polonya", que suena "Poloña", y yo, atontadito a esas horas, le entendí que era de La Coruña. Me pasé media noche pensando que hablaba con un gallego tartamudo con sospechosa pinta de extranjero.
- ¿No te han dicho que pareces de otro país?
- Sí, español me han dicho que no parezco - contestó él, en plena dialéctica del absurdo.
Si soy sincero, en esos momentos no me gustaba mucho el falso coruñés y pensaba escaparme a la mínima oportunidad. 
Tampoco estaba seguro de qué quería de mí y si estaba a mi lado porque era nuevo en la ciudad y deseaba compañía durante un rato. Y tímido, muy tímido. Yo iniciaba todas las conversaciones y él contestaba educado, sin pasión, mientras se le veía el esfuerzo por replicar con una segunda pregunta.
Cuando me enteré que era de Polonia y no de La Coruña, entendí que el pobre fuera tan soso. Cuestión de latitudes. Ya debía de gustarme por entonces, aunque todavía no sabía qué buscaba. No me miraba con la atención libidinosa de los que quieren rollo ni hacía ningún ademán reconocible en esa dirección.
Le dije que me marchaba y él me acompañó en silencio. Cuando vi que seguía caminando conmigo hasta mi casa, comprendí que sí, que quizá subiera a mi apartamento, que tal vez se sentaría en el sofá con esa cara de serio, que pasaría al baño, que respondería que sí cuando le sugiriera que fuéramos a dormir. 
Que yo le besaría, que él me besaría. 


Había que tirar del hilo con Lukasz, pero la respuesta era maravillosa y ahí en la cama descubrí no sólo que yo le gustaba mucho, sino que él a mí también. 
Lukasz sabe bien, es calentito para venir de un lugar de frío y su piel es tan blanca que parece todo de mármol. Cuando le cayó la luz del día, no daba crédito:
- ¿Eres pelirrojo?
- Sí, un poco.
Casi me muero.
Lukasz vive en Madrid, porque siempre soñó con España. Con un lugar más cálido y mejor que Polonia, "lleno de chicos guapos y gente más abierta", me dijo. Por lo visto, tampoco la cosa gay está bien vista en su país, y cuando acabó Económicas, buscó hacer las prácticas en la embajada polaca de España. Ahí es donde trabaja ahora y ahí es donde lo verán todos los días sus afortunados compañeros de trabajo.
Al día siguiente, el muchacho no se iba y yo le sugerí que era tiempo de ir recogiendo. 
Yo estaba agotado de la resaca y del sexo y, cuando me sucede una cosa así, quiero contemplarla desde lo lejos enseguida y analizarla, tal vez para entenderla. 
Lukasz se fue a las seis de la tarde con cara de penita y, a la media hora, yo ya deseaba que volviera.


Pasaron los días de la semana y sin noticias. La esperanza se iba deshaciendo, pendiente del viernes, día donde yo cedería y sería quien le enviara un mensaje para volver a vernos. Se lo escribí a las cinco y no me llamó hasta las nueve y media, el muy cabrón. 
Como dije hace varios jueves, hablar por teléfono me resulta un horror y no te digo nada con un polaco soso que responde con monosílabos. Fui capaz de descifrar que estaba cansado, que otro día. 
Frustración y nuevas quimeras. Tres días pasaron, para que la fe se perdiera por quintuagésima vez. Finalmente, llamó y nos vimos otra vez. Oh, aún mejor..
No habla mucho, pero enternece. Me gusta cómo me mira. El deseo, la necesidad de saber más. Lo justo que quieres ver y sentir cuando un muchacho te interesa.
¿Qué pensar? ¿Seré para él uno más dentro del suculento bufé de hombres que le ofrece la vida gay en Madrid o un firme candidato? 
Te podría contar todo lo que he pensado para mal y todo lo que he fantaseado para bien y no acabaríamos hoy. Eso sí, espero poder invitarte algún día al enlace entre el economista polaco y el escritor canario. Nunca conocióse unión más explosiva. 
Si no, me pondré triste y buscaré otro. Hay costumbre, sí.


El día que nos vimos por segunda y última vez era el 23 de diciembre y, a la mañana siguiente, yo tenía que viajar. Esta vez, de verdad. A Canarias, a ver a mi familia por Navidad. 
Volvería el 9 de enero, le dije. Es decir, hoy. 
La cosa quedó en un suspense de película, aún más por su mutismo a lo largo de todas las vacaciones.
Las mismas vacaciones en las que me he aferrado a su recuerdo como quien aguanta tras la trinchera.
Difícil batalla, en las fiestas escandalosas del compromiso, esas donde debes prestar atención y simular que te importan todos los dramas y alegrías que suceden en familia hasta el día que dejas de fingir y te hundes en la apatía. 
El ambiente familiar obliga a convertirse en niño otra vez. Lo que tengo que hacer, lo que debo escuchar, lo que he de presenciar. Es agotador.
Como dijo no sé quién, "la familia es ese veneno que se toma a pequeños sorbos". Las Navidades son una garrafa de cianuro para todo el año. Son un asco y cada vez más. Interrumpen la existencia de la manera más tonta y son aval de misantropías.
En Canarias, los días son semanas, las semanas son meses. El tiempo te devasta, te hace olvidar todo.
El 9 de enero no llegaba nunca. El 26 de diciembre ya estaba desesperado. Lukasz no llamó. Será que no quiere nada más. Será que simplemente es Lukasz.
Sólo sé que hoy no llegaba nunca.


El último sábado por la noche, las horas se resistían a sí mismas y me asfixiaban en la habitación de casa de mis padres. Decidí vestirme y acudir al cumpleaños de una amiga.
Borrachera, tertulia seriéfila, risas y uno de sus colegas, al que no había prestado atención en toda la noche, me preguntó a las tres de la madrugadas eso de:
- ¿Activo, pasivo o versátil?
Tres respuestas posibles sobre qué es lo que te gusta más: follar, que te follen o las dos cosas. Yo siempre digo lo último y salgo del paso, porque la preguntita no me hace precisamente ningún tilín.
En esta ocasión, no sólo aseguré versatilidad, sino también contesté que a él que le importaba. A todas vistas, era heterosexual. Es decir, es de esos tipos a los que llaman por el apellido.
Entonces el caballero me dijo que también era versátil y bisexual.
Primera sorpresa, estilo giro argumental, de este 2014, del que ya soy consciente que no voy a salir vivo. 


El caballero de apellido y yo nos besamos en pleno bar hetero para luego salir pitando a buscar sitio. Estábamos muy borrachos y sin casa en la que albergar nuestras homosexuales pasiones. No se nos ocurrió mejor idea que escalar unas rejas y meternos en el campus de la Universidad. 
Ahí, en plena floresta, cual amantes de épocas galantes, se hizo lo que se pudo. Fue suficiente. La obsesión por el polaco perdido, tan lejano, se apaciguó, se guardó, se relativizó. Dejé de gritar por dentro un segundo. Fue relajante y triste al mismo tiempo.
Por fin, me había rendido a Canarias, a la isla, a un hombre distinto, a una noche efímera, a todo lo que no quería cuando dejé a Lukasz aquella mañana del 24 de diciembre.
Porque hoy no llegaba nunca.


Hoy. Sí, hoy. 
Ya estoy en Madrid, en mi casa. Mañana, el mensaje a ese chico de Polonia. ¿Han sido tres semanas o un desolador océano de tiempo?  Todo ha cambiado, nada ha cambiado.
¿Qué sucederá, queridos amantes del suspense?
Sólo sé que si me pide la dirección del blog, le diré con mucha amabilidad que nanay.

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