lunes, 3 de junio de 2013

El Armario de Liberace

 

Las Vegas fue el centro gravitatorio y la televisión, la gran aliada. 
Bajo su egolatría y ambición, Liberace se reveló como un popularísimo showman al otro lado del Atlántico, sonriente anillado de pelo pompadour que irrumpía en elaborados espectáculos de eclecticismo. 
Ahí aparecía con el piano, el candelabro, las buenas intenciones, el cristálico vestuario. El horror del horror vacui.
Desde mediados del siglo XX, Liberace había escalado los suficientes peldaños y terminó por hacerse recurrente personaje de pantallas y escenarios. 
Su calidad artística era dudosa, pero el caché se disparó hasta las cifras del artista mejor pagado durante varios años. 

Liberace

A ojos contemporáneos, resulta curioso cómo un derroche de mariconez sin adulterar pudo hacerse con un público tan vasto. 
Es un fenómeno equiparable a los éxitos de Raphael, Xuxa o las boy-bands: no hay nada declarado sobre la gaycidad del producto, por lo que nadie lo descifra. Los espectadores sólo consumen cursilería pop, cuya cotización nunca se ha depreciado.
Liberace se proclamaba protagonista de una historia rags to riches del show business de entonces.
Venía de una familia sufridora de la Depresión, que lo sentó al piano y lo llamó genio sin serlo. Él cumplió las promesas, amasó una fortuna y murió en mansión jungla.


Los críticos jamás fueron benévolos con Liberace, que agarraba melodías clásicas y las hacía más sentimentaloides o más estridentes, por el placer del efecto y la teatricalidad.
Pero ha sido el tiempo el más cruel con Liberace. Como todo kitsch intencionado, el placer perverso que otorga se revela bastante discreto. Y aquello que nace caducado y sin espíritu propio, pierde enseguida su impacto, si lo tuvo alguna vez.
Además, la propia imagen pública de Liberace, reaccionaria, carca, apolillada, lo hace una figura de gaycidad que no resulta icono gay en absoluto. 
Como le leía a Bruce LaBruce hace unos días, Liberace es classic camp, pero, sobre todo, bad camp.
No hay nada revulsivo ni liberador en sus espectáculos, ni tampoco mucho rescatable en su condición de estrella. 
Liberace es una antigualla inservible.


Durante toda su vida, Liberace vivió su homosexualidad a puerta cerrada, celosamente protegida por sus representantes, que atacaron con represalias y demandas cuando se quiso ventilar a la prensa. 
Sus amantes quedaron a la sombra, mientras él podía aparecer del brazo de mujeres célebres en los actos públicos. 
La misma Betty White confesó hace unos años que actuó como novia tapadera de Liberace en cierta ocasión.
Su muerte, debido a complicaciones con el SIDA, quiso también protegerse del escrutinio, si bien su brazo censor no llegó más allá del catafalco y el motivo del fallecimiento fue desvelado al final.

Liberace y Scott Thorson

Uno de sus más duraderos amantes, Scott Thorson, escribiría una biografía tell-it-all sobre su relación con Liberace, que comenzó cuando Scott tenía diecinueve años.
La adaptación fílmica de la biografía interesó a Steven Sodebergh y su proyecto se decía rondar por los estudios de Hollywood, que la consideraron demasiado gay para el cine, aun después de "Brokeback Mountain". Los más avispados dirían que precisamente por "Brokeback Mountain".
La cadena HBO sería quien dabas alas a la adaptación del libro, esta vez como TV-movie de lujo, y con Michael Douglas y Matt Damon como Liberace y Scott. 

Matt Damon y Michael Douglas

"Behind The Candelabra" se adscribe a dos corrientes contemporáneas: el retro revelador y la biografía salvaje de una figura del espectáculo, ofreciendo desafío interpretativo a la estrella de Hollywood que a ello se preste.
Douglas, interesado por el proyecto, pidió que se retrasase hasta verse recuperado de su cáncer de garganta. 
Tras tanta fatiga, "Behind The Candelabra" se estrenaba hace dos domingos en la HBO, convertida en una de sus TV-movies más vistas.

Debbie Reynolds como Frances

La película no cuenta la vida de Liberace, sino que se limita al relato de sus nueve años con Scott, entendida como una relación de poder y dependencia entre un hombre poderoso y un chico inexperto.
Al contrario que en "Ha Nacido una Estrella", no habrá sustitución en el trono: el dragón seguirá como astro intocable y perenne, mientras el ratón quedará condenado a ser un lover boy eventualmente reemplazable.


"Behind the Candelabra" nos abre las puertas del exceso según Liberace, uno de los popes del cuanto más mejor, residente en una casa que lo resume: su ostentación es su pequeñez, su oro es su falsedad. 
La existencia del divo está llena de pelucas, cirugías plásticas y espejos, y es ahí donde introduce a Scott, que se vuelve adicto al universo.
Liberace, una reinona mayor, caduca, escalofriante, oculta su homosexualidad a su audiencia como su mayor obsesión, pero se muestra irónicamente más liberado en la intimidad. 
Scott se aferra a su presunta bisexualidad como un modo de reconectar consigo mismo, aquel que fue antes de traspasar las puertas de ese "Sunset Boulevard".  

Matt Damon como Scott

El espíritu de "Behind the Candelabra" se vertebra a través de la década de los setenta, la del esplendor y el desenfreno, y la llegada de los ochenta, con la resaca y el trágico peaje del SIDA.
En un sentido estrictamente dramático y testimonial, "Behind The Candelabra" es una película muy interesante, en ocasiones de mucho disfrute.
Michael Douglas está adecuadamente creepy como Liberace, mientras Matt Damon navega entre su tradicional hieratismo y un asomo de efectividad en ciertos momentos, refrendada ésta por los logros de la caracterización, que encubre la realidad de que es demasiado mayor para ese papel.  
Pese a las pelucas, las interpretaciones y los brillores setenteros, siempre se echa en falta algo más en "Behind The Candelabra". Y, al final, se dilucida su poca entidad emotiva.

Michael Douglas como Liberace

Lo fascinante del Liberace que nos cuenta es su monstruosidad, pero es una Norma Desmond sin ojos embrujadores. 
Nunca se entiende porqué era atractivo para el público ni porqué lo fue para Scott. No hay contacto con la historia de amor, de la que se habla continuamente, pero nunca se siente.
Liberace y Scott viven un exceso sin fiestas, claustrofóbico, sórdido desde la primera secuencia. No se comprende qué es lo que atrapa a Scott de ese hombre repugnante, ni qué es lo que echará de menos, ni qué encuentra memorable en el último momento.
La mirada de Soderbergh podría confesarse fría a ese respecto, si no fuera por ese final que aspira precisamente a lo contrario y no lo hace.
"Behind The Candelabra" tiene grandes momentos de humor, pero es una película más divertida que boyante. 
La irrupción de Rob Lowe como cítrico cirujano plástico es lo mejor de la función, y también todo lo que debería haber sido.

Rob Lowe como el Doctor Starz

En cualquier caso, "Behind The Candelabra" es un obra muy de Steven Soderbergh, director que siempre apuesta alto en sus propuestas para luego mostrarse tímido como cineasta, demasiado absorbido en la corrección. Más aún bajo un formato televisivo.
Como todo lo que perpetra la HBO en los últimos tiempos, "Behind The Candelabra" funciona como torvo entretenimiento, pero pudo ser sencillamente mejor.

3 comentarios:

  1. Recuerdo haber visto su biopic en el canal People & Arts, tanto exceso para ocultar su patetismo.

    Ya quiero ver esta película.

    Saludos!!!

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  2. Resulta curiioso el humanismo querebosa la entrada... da la sensación de estar leyendo una crítica renacentista...

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  3. me encanto la pelicula,muy buenos actores

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