martes, 1 de octubre de 2013

Días y Noches de Robert Mitchum


En las líneas de su saga de ironía, ha de escribirse que Robert Mitchum era genial. Pero él mismo no dudaría en dedicar un inmediato gesto de fastidio, hasta de desagrado, ante esta sentencia.
Porque la genialidad de Robert Mitchum se cimentó paradójicamente en la negación por parte de él mismo de que tuviera algo de genio, algo de especial, algo de mérito para estar donde estaba.
"Los actores jóvenes me adoran, porque saben que cualquier inútil puede dedicarse a esto", sentenció.
Una de las más inclasificables, increíblemente duraderas, auténticas estrellas del Hollywood de los años cuarenta y cincuenta, la larga, irregular y fructífera trayectoria de Mitchum también se construyó a pesar suyo. 


Porque su imagen de chico duro en las pantallas era tibio reflejo del problemático Robert, que, a lo largo de su vida, estuvo en la cárcel, en la guerra, en la Betty Ford Center, en las pesadillas de los productores, en los desvelos de los directores y, en general, envuelto en todos los líos imaginables. 
Robert era hombre de follones, sí, aunque también criatura de quietudes.
Robert Mitchum era el perezoso del cine, con esa cara de insomne, esos ojos de recién levantado y esa voz de duermevela, de aspecto un tanto sucio, como resacoso y con esa actitud de perdedor. Un perdedor de antemano porque conoce el mundo lo suficientemente bien. 
Robert, barbilla partida y mirada soslayada, fue el primer antihéroe devenido en actor de primera línea en el cine norteamericano y entusiasmó a los hombres del público por articular una manera de ser que era precisamente no ser nada ni aparentar gran cosa. 
Una modestia natural disfrazada de vagancia. 


Y Robert Mitchum era hermoso e imponente, de una fisomonía tan irregular como ardiente, con el pelo presto a alborotarse, el pecho ultravoluminoso, la expresión golfa y las inteligentes cejas que contrapunteaban su cara de boxeador. 
En algunas de sus apariciones, era incontrolable de pura sexualidad, y, en todo momento, irrumpe como un estilo de hombretón a añorar.


Se cuenta que Katharine Hepburn se dirigió a él, con furia, en una de sus primeras películas - "Undercurrent" - y le dijo que estaba harta de interpretar con aficionados como él, que no sabían actuar y aparecían en las películas sólo por su cara bonita.  
"¿Qué buscas en un guión?", le preguntaron. "Días libres", contestó. 
Reacio a cualquier técnica interpretativa, deploraba ulteriores intereses artísticos y prevalecía el lado laboral del medio.
Según decía él mismo, necesitaba el dinero y cumplía. Si no podía pronunciar las líneas, no es que no las hubiese memorizado; es que estaba demasiado borracho para decirlas.


Hasta el final, aseguró que continuaba siendo el mismo del primer día. Que lo único que había cambiado a lo largo de los años eran sus calzoncillos. 
Y, cuando llegaron los elogios y lo clamaron infravalorado, Robert sostuvo que el único actor que verdaderamente admiraba era el perro Lassie.
A pesar de su manifiesta indiferencia, bien sabemos que Mitchum dio más de una interpretación memorable, y no fue casualidad ni simple profesionalidad.
La verdad fue que muchos directores le dieron el aguijonazo suficiente para que el gran desinteresado se interesase verdaderamente en buenos proyectos que dieron paso a mejores películas.


Hijo y nieto de marineros, Robert Charles Durman Mitchum estuvo metido en trifulcas desde niño, lo expulsaron de todas las escuelas, no respetaba ninguna autoridad y pocas peleas se le resistían.
En plena Depresión, fue uno de aquellos wild boys on the road, delincuentes juveniles que sembraron el terror de los bienpensantes a lo largo de la geografía norteamericana. Robert acabó en la cárcel, en una cadena de presos, trabajando como un esclavo, hasta que logró escapar y volver a casa.
El camino se contó desde Connecticut hasta Los Ángeles.
Entre líos y ocupaciones ocasionales, conoció a Dorothy, la que sería su esposa de por vida.
Pero Robert no sentó la cabeza hasta que nació su primer hijo. Sería cuando aceptaba un trabajo regular como operador de maquinaria en una fábrica de aviones.
Una crisis de estrés lo apartó también de las máquinas y sería su hermana quien le sugiriera la posibilidad de presentarse a castings para el cine.


Las tendencias artísticas no eran nuevas en Mitchum pero, como a casi todo en su existencia, no le había dado mayor importancia. Había interpretado en alguna obra, escribía poesía, sabía de música.
En Hollywood, estuvo varios años contratado como extra hasta que su imagen de chico duro empezó a ponerse de moda y la RKO lo enroló en una tanda de producciones de serie B.
Prestado a United Artists, daba su primer papel de impresión como el soldado raso de "The Story Of G.I. Joe".
Fue tan convincente que la Academia lo nominaba - por única vez - al Oscar, mientras él cumplía en la Segunda Guerra Mundial y no podía oír todos los elogios.

"The Story of G.I. Joe"

Volvió y se imponían las sombras expresionistas en el cine de los años cuarenta, por lo que Robert Mitchum, el oscuro, se dijo ideal para varones de trastienda que cometen errores, más luminosos que cualquier otro hombre visto con anterioridad.
Aunque no fue celebrada en su momento como contaría su posterior reputación, "Retorno al Pasado" es el rol emblemático del Mitchum de aquellos tiempos, por aquello de expresar a la perfección el destino trágico de los hombres como él, que, pese a enamorarse de la más malvada y tener todas las de perder, no tienen ninguna intención de sacarse el pitillo de los labios.

Con Jane Greer en "Retorno Al Pasado"

Su intuición, su atenuado, casi imperceptible registro dramático y su presencia honesta, anti-artificial, lo grabaron pronto en las bobinas de la posguerra fílmica.
Un escándalo de su vida personal no haría sino azuzar esa poderosa figura.
En una redada, Mitchum fue detenido por posesión de marihuana y estuvo encarcelado poco más de un mes.
Cuando salió, rodeado de periodistas, declaró: "Ha sido como estar en Palm Springs, pero sin la chusma".


Incorregible, borrachuzo y peleón incurable, Mitchum fue despedido de varios rodajes - en uno, destrozó un decorado en pleno ciego - y, aún así, su continuidad en el medio estuvo garantizada de una manera sorprendente.
Pese a su talante libertino, Mitchum fue también parte importante de la vieja guardia conservadora del star-system de entonces, aunque se dice que Eisenhower se negaba expresamente a proyectar nada que protagonizara Mitchum a rebufo del escándalo de la marihuana.
Él siguió fumando con toda tranquilidad y diciendo aquello de: "Las películas me aburren, sobre todo, las mías".


Nicholas Ray, Otto Preminger, John Huston, Charles Laughton fueron quienes se encargaron de picarle su dormida curiosidad.
Entre prescindibles y joyas,  siempre estaba bien.
A veces, impactante como el rústico mandamás rodeado de perros en el súper melodrama "Home From The Hill", o especialmente cómodo con Deborah Kerr, que era su antítesis en tantos aspectos y, a la vez, su compañera de reparto predilecta. 
Deborah y Robert coincidieron en un puñado de títulos, porque verlos juntos era el placer de la mezcla explosiva.

Con Deborah Kerr en "The Sundowners"

Dando otra vuelta de tuerca al antiheroísmo que vestía sus apariciones, Mitchum se entregaba a la maldad pura en sus dos interpretaciones más recordadas, esas que crean escuela sin quererse profesor.
En primer lugar, "La Noche del Cazador", única película de Charles Laughton, devenida en clásico de culto tras su soberano fracaso comercial.
Presentaba a Mitchum como un fanático predicador, obsesionado por el sexo y el dinero, que perseguía a dos niños a lo largo de un torvo y sublime cuento de hadas.
"La Noche del Cazador" es fascinante y Mitchum tiene gran culpa.
Es uno de esos momentos donde un actor que prefiere pelear sin ruido mete un golpe que deja KO a todos los cinéfilos.

"La Noche del Cazador"

Exquisito e insoportablemente maromial estuvo en "El Cabo del Terror", donde interpretaba al terrible violador Max Cady que amenaza a la familia del abogado cuyo testimonio lo llevó a prisión. 
Si has visto "El Cabo del Terror", sé que te cuesta confesar lo que sentiste por ese malo malísimo: simple excitación.

Como Max Cady en "El Cabo del Terror"

Aunque asociado a papeles afilados, Mitchum también se aventuró en otros bien distintos, y quizá esa poca exigencia fue la llave de su supervivencia sin complejos en el cine, incluso cuando la mayor parte de sus compañeros perecían con las nuevas modas.

Con John Wayne en "El Dorado"

Mitchum se hizo viejo interpretando a Phillip Marlowe en un par de rehashes del personaje de Chandler a principios de los setenta, y también en títulos bastante forasteros para su imagen de americano recio como "Ceremonia Secreta" o "La Hija de Ryan".
Hombre reaccionario y pragmático, Robert habló con desprecio sobre los nuevos actores, sus métodos y sus grados de intensidad, así como de los cambiantes gustos del público.
A veces, era brutal en sus opiniones, tal y como se imponía su corpachón en las películas. Mitchum siempre se dejaba caer con todo su peso y todos tenían claro que no había arreglo posible.   
A pesar de su sinceridad, o quizá precisamente por ella, restaron misterios, sobre todo por talentos poco difundidos, como su afán por la escritura lírica o su pasión por la música.
Hasta llegó a grabar un disco de calypso, que se haría magna pieza de coleccionista.


Este rebelde iniciático desafió todo pronóstico y llegó a viejo. Y sin parar de trabajar, hasta el último año de su vida.
Conservó intacto su poder escénico y se lo podía ver también en intervenciones televisivas, así como en entrevistas donde aseguraba que no había nada grande en Robert Mitchum.


El zorro de Robert, que despachaba las botellas de ginebra como agua sin gas, fumaba porros a destajo y se desvivía por toda falda al alcance, llegaría hasta los 79 años como quien eleva los dedos en señal de victoria.
El cáncer de pulmón era el veredicto esperado y se complicó con el enfisema. 
En 1997, Mitchum se iba para el otro barrio, casado con Dorothy y sin perder esa mirada única.


Cuando se sobrevive a tantas penurias, malos tragos y excesos propios, cuando se llega a estrella de Hollywood sin renunciar a sí mismo, cuando se está tan jodidamente bueno con esa cara de bobo, cualquiera puede hablar de fortuna genuina, de harapos a la riqueza, de una abierta sonrisa en la faz del circunspecto.
Desde trabajar en una cadena de presos hasta darle la réplica a Deborah Kerr, Robert Mitchum fue la bellísima historia de una aventura. 

2 comentarios:

  1. cuativante narrativa, no había tenido la oportunidad de leer la cautivante vida de R. Mitchum, uno de los actores que me impresionaba por su "desparpajo" para hacer su papel.

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  2. Estos malotes son luego los que acaban sus días casados con su primera mujer, a pesar de todo. Muy grande este post.

    Ah, y "Con él llegó el escándalo" me gusta un montón. Su momento brindando hacia la cabeza del jabalí justo antes de... es de esos segundos que me gustan, no sé por qué.

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