miércoles, 5 de septiembre de 2012

Copas Mil


Si yo te contara mis borracheras, te morirías de risa. 
De las cosas que he hecho con mil copas encima, de la gente que he conocido, de las veces que me he caído al suelo, de lo que suelta esta boca mía cuando está bien hidratada.
Yo siempre me he emborrachado muchísimo. Cuando empiezo, no puedo parar. Bebo con intensidad, con ganas y muy rápido, como si lo fueran a prohibir. 
¿Acaso no se inventó para celebrar? ¡Celebremos que estoy vivo!
De todo, menos cerveza. Nunca me ha gustado. El vino es lo más exquisito, pero a las dos copas, ofrece un pedo demasiado somnoliento.
La ginebra es mi reina. Sí, podría decirse que ahora me tomaría un gin-tonic. O ginebra con Fanta Naranja. Da igual, pero sírvelo potente. 


Así, te podré contar mis borracheras. Son todas divertidísimas.
Ande yo borracho, ríase la gente. Siempre hay alguien que te recuerda que, con unos tragos, eres la monda, fantástico, saladísimo. Divertido, cariñoso, insaciable.
- No hay vergüenza. Está usted disculpado. Put the blame on the mojito! ¡Dame un abrazo! ¡Hay que repetirlo! - digo yo, dice el mundo.
Nunca vi el alcohol como una debilidad humana, nunca pedí perdón. He bebido siempre porque sí. 
Te contaría todas mis borracheras, pero podríamos estar hasta el sábado, te aviso. 
El alcohol forma parte de mi vida desde los dieciséis años. He bebido todas las veces que he salido. Como costumbre, eso se ha traducido en una ó dos veces a la semana.
Comer, dormir, cagar y, el fin de semana, beber de todo menos agua. 


Dios me concedió la resaca y poco dinero para evitar males mayores, pero nunca cejé. Siempre pedí otra más, para liberarme, para ser más feliz.
Me lo enseñó el mundo. Y todo el mundo se ríe. Mi familia se emborracha, mis amigos se emborrachan. Celebremos o lloremos: una copita, ¿no?
Nunca he tenido temblores, nunca me he tomado una antes de las doce, jamás he perdido la dignidad ni he dañado a nadie. 
Pero he protagonizado toneladas de tonterías. Ahora, menos que cuando era jovenzuelo, pero duelen más. Quizá, por ser más consciente o estar más harto. 
Son las cosas que no debes decir, el dinero que podías haber guardado en el bolsillo y esos hombres que no me resultan precisamente ideales a la mañana siguiente.

Susan Hayward en "Mañana Lloraré"

Se cuenta que los borrachos dicen la verdad. Yo suelto todas las mentiras. Digo que me gusta quien tiene sólo un pase y doy cariño a quien no se lo merece.
Exagero, invento y, en definitiva, hago parecer el mundo más bonito desde la madrugada etílica de cualquier bar de esta ciudad.
También dicen que las copas y las juergas unen a la gente. Yo bebo en soledad desde hace varios años.
La noche que voy a salir, empiezo a empinar el codo en casa, alrededor de las doce. A las tres, salgo a la calle y llego ciego al local de turno.
Es para ahorrar, me suelo decir, pero también para ir engrasado y con el zapato de cristal bien puesto. 
¿Es la mejor manera de acercarse, de soltarse, de ligarse a los nenes? Como diría Sydney Carton, yo bebo para aguantar al prójimo.

Ronald Colman como Sydney Carton en "Historia de Dos Ciudades"

De todas las copas que me he tomado, no recuerdo ninguna en particular. He vomitado muy pocas, y no olvido lo sucedido. Más que un somnífero, es un anestésico que se sirve frío y da calor. Curioso invento. Libiamo, libiamo.
Recuerdo cuando me caí de culo en una fiesta.
Cumplía veinte años y, a mi celebración, estaba invitado el chico que me gustaba. Era el primero y, por tanto, pura, duradera, única e irrepetible obsesión. 
En ese momento, yo ya sabía que no sería correspondido. No sé si bebí por él, pero creo que no. Nunca he tenido ninguna razón para beber.
Sí sé que me caí de culo y le oí decir:
- Alguien debería decirle que no beba más.
Al gilipollas, lo superé. Al vino, todavía lo amo.


Una de tantas mañanas, también hace más de diez años, me caí delante de Lord Montez y vomité en el suelo. Recuerdo su expresión de desconcierto, de preocupación, mientras me sujetaba.
- Deberías tener cuidado. Las copas son el Diablo - me dijo al día siguiente. Me consta que él le ha visto la cara.
Yo seguí bebiendo. Sin motivo, con intención. 


De las cien veces que he follado, muy pocas he estado sobrio. Cuando lo he hecho sin alcohol, notaba como si fuese una película sin banda sonora. Algo faltaba. El engrasante, el zapato de cristal, el oxígeno embotellado.
- Ponme otra.
Las resacas monumentales me hicieron pensar que el alcohol me sentaba mal. 
- Me tome una o veinte, al día siguiente, estoy fatal. - toda una catchphrase mía.
Estaba equivocado, porque siempre eran veinte.
Y, cada vez, han sido más. 
Tras seis gin-tonics consumidos en menos de una hora, todavía siento que no es suficiente. No estoy pedo y necesito llamar a Said para que glasee el asunto. 
Sin pedir perdón.


Cuando cerré el anterior blog en abril, me quedé muy desorientado. Perdí la rutina de escritura, no sabía qué hacer y salía por las noches con mayor frecuencia.
Y, entonces, fue cuando empecé a tener sed a todas horas. Un lunes, después de comer. Un martes, a la hora de dormir.
Paladeaba de pensar en la marcha del jueves -  a veces, adelantada al miércoles -, con sed, mucha sed de ginebra. 
Podía morirme, pensando en las burbujas, en los hielos, en un vaso frío a mi lado, en ese calor tan cerca de mí.
Una noche, me puse "The Lost Weekend" (Días Sin Huella), la película emblemática del alcoholismo que, raramente, no había visto hasta entonces. Una obra maestra, de la que ya escribiré algún viernes.
Es la historia de un novelista dipsómano, que no escribe, sino traga licores con una desesperación escalofriante, mientras lo pierde todo. 
Me vi en la pantalla, diez años más viejo. ¿O cinco?
Sólo un empujoncito más - una muerte familiar, otra decepción, la simple caída en el hastío - y mis noches se vestirán de toda la sed del mundo.

Ray Milland en "The Lost Weekend"

En las últimas ocasiones que me he emborrachado, he tenido ganas de enviarme un sms a mí mismo, para leerlo al día siguiente: "Anoche te lo pasaste bien". 
Porque nunca estoy demasiado convencido de ello cuando despierto.
Dejé de fumar hace tres años cuando una mañana quise levantarme del sofá y no podía incorporarme por la pesadez en los pulmones. 
Ahora he dejado de beber, porque soy incapaz de controlarme y porque no me está haciendo ni puta gracia lo que me produce mental y físicamente. 
La copichuela ya no es felicidad ni liberación. Es una jaula en la que vivo encerrado, pensando que me facilita las cosas y me acerca a la gente. Exactamente, lo contrario.
Nunca pedí perdón por beber, pero sí que he tenido que perdonarme a mí mismo muchas veces. 
Como era costumbre hartarse a alcohol, también era costumbre lamerse las heridas. No te preocupes, put the blame on the mojito.
Ni viajes, ni ropa, ni cosas bonitas. Durante estos años, me lo he gastado todo en la juerga. Ande yo borracho, ríase el banco.

"Labios que toquen el licor no tocarán los nuestros"

Una canción muy guilty pleasure, que oigo últimamente con frecuencia, tiene un estribillo que reza: "Por eso, yo me convencí que más vale estar sola que engañada por ti..."
Yo, engañado por las sombras, por las brumas de la imitación a la vida, vivida entre tragos que se acortan entre sí, mientras se rebosan a sí mismos. Listos para mí. Ay, qué sed.
El domingo cumpliré un mes sin tomar alcohol. 
A partir de ahora, aprenderé a cómo celebrar mis victorias sin brindis, a cómo hablar con los hombres sin muecas ni ojos entrecerrados, a divertirme sin ir más empaquetado que la oficina entera de Correos.
No tengo ni puñetera idea de cómo se hace. Muchos amigos me dirán que no es para tanto, que le quite yerro, que tenemos una borrachera pendiente. 
Tal vez, lea esto dentro de unos meses y diré:
- Uy, por Dios. ¡Camarero!, la próxima que sea doble para digerir el chiste.

Libiamo, libiamo.

Pero hoy necesito saber cómo es mi vida contada de otra manera. No nos reíremos tanto cuando te la cuente, pero mi mano será firme y mi mente no desfallecerá. 
¡Estaré vivo para contártela, coño!

5 comentarios:

  1. Conforme iba leyendo esta fabulosa entrada, me iban entrando ganas de invitarte a una copa. Pero cuando he llegado a la última parte, he cambiado de idea. Si quieres te invito a una infusión..

    Qué idea más extraordinaria la de autoenviarte un sms. ¿Puede hacerse?

    Lo que cuentas me recuerda a mi batalla contra el tabaco. Hace nueve años que no fumo, pero hubo un tiempo en el que pensé que sería imposible disfrutar de un instante -o soportar algo estresante- sin hacerlo. Ahora me parece ridícula esa sensación.

    ¡Un abrazo, fiera! Qué bueno que eres. Qué pena que esto no sea Estados Unidos: reuniría dinero y crearía una revista o periódico solo para ficharte.

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  2. Me ha encantado la entrada. Admirable que hayas reconocido algo que parece no te estaba haciendo bien. Admirable que le hayas platado cara. Y admirable será cada vez que pienses 'otro mes más, y estoy orgulloso'.

    Talante, y p'alante.

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  3. Toda una confesión, sí señor, y tan bien contada como siempre. Me encantaría salir una noche de juerga con usted. Creo que nos reiríamos mucho y bailaríamos como locos al estilo Stuart Alan sin necesidad de una copa encima.

    Me alegro de que haya tomado esta decisión. Necesitamos Josito por muchos años.

    P.D.: oh, Sydney Carton...

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  4. Muchas gracias a todos por el apoyo. It means a lot, really.
    Esa juerga "sin" está más que hecha. Cuándo y cómo, lo decidís vosotros.
    Lo, yo dejé de fumar en marzo de 2009.
    La primera vez que tú me comentaste un post fue uno de Todd Rundgren, no lo olvidaré. Acabo de mirar y lo escribí en abril de 2008. Y recuerda que me visitabas de antes!

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  5. Cómo me gustaría estar en la capital ahora mismo para hacer realidad esa juerga...

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