viernes, 7 de septiembre de 2012

"Obsesión" (Magnificent Obsession)


Inconfundible por alocada, "Obsesión" se califica como la primera película donde el director Douglas Sirk se desató, llevando al melodrama al paroxismo de color, lacrimogenia y maestría por el cual es recordado y reivindicado.
"Magnificent Obsession", una novelita de Lloyd C. Douglas, ya había sido adaptada al cine en 1935, con Robert Taylor e Irene Dunne como protagonistas.
En 1954, la historia se sentía anticuada y azucarada, pero el productor Ross Hunter quiso recuperarla e iniciar con ella una galería de melodramas lujosos, que alcanzarían mucho éxito durante los siguientes diez años.
Hunter elegía a Douglas Sirk como el director más capaz, y a Rock Hudson, nunca antes protagonista, como el héroe de "Obsesión".

Rock Hudson como Bob Merrick

Sólo Sirk pudo sublimar el argumento de "Obsesión", que se mueve entre el folletín y el discurso espiritualista, a partir de un plomizo y cursi texto novelesco.
Nos cuenta la historia de Bob Merrick, un playboy inconsciente y derrochador, que se convierte en el culpable inadvertido de la muerte del reputado Doctor Phillips.


Merrick, desolado tras oír la noticia, descubrirá después que aquel hombre que murió por su culpa era un santo varón. 
Arrepentido, decide complacer a Helen, su joven viuda, pero sólo propiciará otro accidente, en el que ella se queda ciega.
Bob Merrick se obsesiona con enmendar todo el mal causado, descubriendo una filosofía de entrega absoluta a los demás, que le cambiará la vida.

Rock Hudson y Jane Wyman

Douglas Sirk potencia la artificialidad escénica para subrayar la propia artificialidad de la historia que está contando; "Obsesión" es el verdadero comienzo de su estilo irónico.
Los escenarios lujosos aparecen mirados con intención, desde lo lejos o a través de cristales, mientras Jane Wyman ciega parece una muñeca de plástico, con gafas de plástico, sentada en una silla de plástico.
Los excesos del relato se potencian con la estruendosa banda sonora y los enardecidos diálogos, para luego contrarrestarse brutalmente con la exquisita puesta en escena y la incomparable progresión estética y dramática.  


Una historia sobre la bondad, la compasión y la caridad se pinta a partir de una paleta de sombras y oscuridades, donde una habitación en penumbra da el mismo miedo que una operación quirúrgica.
Sirk diría que entendió "Obsesión" como una versión del mito griego de Alcestis y, así, la película se llena de fantasmagoria.
El espectro del Doctor Phillips parece elevarse sobre el protagonista con la espectralidad de una Rebecca de Winter del Bien absoluto.
Merrick terminará por convertirse en un doble del Doctor Phillips, para poder librarse de su fantasma.
Mientras, Helen Phillips, la paciente y dolorosa víctima de toda la fatalidad, se sumerge en el sepulcro de su ceguera, donde enamorarse de su verdugo será la única escapatoria emocional a la inexplicable ordalía.
 
Jane Wyman como Helen Phillips

El mundo de los años cincuenta norteamericanos, retratados por Sirk a la manera de Edward Hopper, irrumpe en "Obsesión" como un universo alucinante y alucinado de tranquilas terrazas, refugiadas playas y postales europeas.


Es ahí donde entran la pasión y la locura como fuerzas que impulsan el relato. "Obsesión" se convierte pronto en la métafora de la irrupción del caos en el paisaje de la estabilidad.
El clímax visual y emocional se reservará a la secuencia de la sala de operaciones, que es una obra maestra por sí sola.


Esta "Obsesión" fue un taquillazo en 1954 y convirtió a Rock Hudson en estrella. 
El éxito iniciaría inmediatamente una fructífera colaboración entre sus responsables para ofrecer películas con los mismos ingredientes, también basadas en novelas viejas, remozadas para la cincuentera ocasión. 


Que nadie se confunda. 
"Obsesión" es un melodramón hollywoodiense saturadísimo, con los condimentos infaltables de esta clase de cuentos.
Pero ahí, de nuevo, también está Sirk. 
Se ha dicho que es un director muy interesante para los cinéfilos por su estilo, quizá crítico con lo que le tocaba narrar, pero Sirk es, ante todo, el maestro del melodrama. Douglas Sirk maneja los entresijos del género y los potencia como nadie, con el poder de la convicción.
Es decir, uno puede ver esta película para descifrar sus intenciones, pero, por seguro, acabará quitándose las gafas, dejando el bloc de notas a un lado y llorando como una loca por la suerte de la pobre Jane Wyman.

"Siempre bailé con los ojos cerrados"

De cómo desde un argumento tan tremebundo y presuntuoso se consigue una película tan hermosa y emocionante como ésta, es el secreto que descubriré algún día. 
Ahora diré que se trata del atributo del genio, ese detrás de la cámara, ese al que suelo considerar mi director favorito de todos los tiempos.

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