martes, 4 de septiembre de 2012

Buenas Noches, Jean Harlow


Nació en una familia rica, en Kansas City. Su nombre era Harlean, pero su madre siempre la llamaría Baby.
A los 16 años, Harlean escapó de la escuela donde estaba internada para casarse con Chuck McGrew, un heredero veinteañero. 
El joven matrimonio acabó en Los Angeles, gastando dinero y viviendo deprisa, entre fiestas de sociedad y muchos tragos de alcohol.
En plenos días de vino y rosas, sin necesidad ni intención de ponerse a trabajar, Harlean se dejó convencer y acudió a un casting para una película de Hollywood.
Firmaría el contrato con el nombre de su madre: Jean Harlow.


Llegó el inevitable divorcio de McGrew, mientras irrumpía la sorpresa en la vida de Harlean. 
Ella nunca había tenido ninguna aspiración artística, pero el azar insistía en convertirla rápidamente en mucho más que una actriz.
Howard Hughes, el aviador devenido en productor de cine, divisaba su cabellera platino y la demandaba como la protagonista de su ambiciosa y carísima "Hell's Angels". 
Todos vieron la película y todos pusieron los ojos en Harlean, en Baby, en la que el mundo conocería como Jean Harlow.


Poco después, los asesores de la Metro convencieron a Louis B. Mayer para que contratara a la "bomba platino" como actriz y estrella del estudio.
Mayer era más adicto a la elegancia que a la imagen de chica ligerita que representaba Jean Harlow, por lo que aceptaría a regañadientes.
Demandó que le inventaran un pasado distinguido y accedió a colocar a su nueva chica al lado de Clark Gable en un par de producciones.


"Jamás quise ser actriz, todo lo tuve que aprender". 
Los críticos no eran benévolos con Harlow, pero el público se dejó seducir por su personalidad moderna y su gran vis cómica. 
En la Metro, pese a los intentos de Mayer por sofisticarla, siempre sería la ardiente Jean Harlow, esa que nunca usó sujetador. 
Un cronista dijo: "Maneja su pecho como un hombre manejaría su pistola".


Jean apareció en "Cena A Las Ocho", "Mares de China", "Red Dust", clásicos de los años treinta, hoy alucinantes píldoras de la época donde se servía lujo y escapismo para el público de la Depresión. 
Se dice que Jean Harlow fue la estrella que salvó a la Metro de la bancarrota más de una vez durante aquellos años difíciles.


"Los hombres me desean porque no llevo sujetador. Gusto a las mujeres porque no tengo intención de robarles el marido... por ahora", llegó a decir para definir su magnetismo de chica que no tenía miedo de su propia sexualidad.
Mientras, su vida privada se conjugaba con sordidez desde que saltó la noticia del suicidio de su segundo marido.
Jean, en plena fama, se casó con un asistente de Irving Thalberg llamado Paul Bern, mucho mayor que ella y no precisamente atractivo.


A los dos meses, Bern aparecía muerto, dejando una nota donde pedía perdón por la vergüenza causada y se despedía de su esposa.
Un testigo afirmó que vio a una mujer rubia saliendo de la casa en las horas que rodearon el suceso, pero la policía nunca inició ninguna investigación formal contra Jean Harlow y ni siquiera llegó a abrir la posibilidad de un asesinato.
El mito cuenta que Paul Bern era sexualmente impotente y, por ello, tomó la vía rápida al ser incapaz de consumar el matrimonio. 
El suceso intranquilizó a la Metro, pero Jean Harlow se repuso con rapidez y salió airosa de un escándalo que pudo haber arruinado su imagen.


Cuando volvió la tranquilidad, fue la salud la que se escapó.
En pleno rodaje, Jean se desmayaba en los brazos de Clark Gable. No era gripe, como le había diagnosticado el médico de la Metro.
En los registros del hospital, se escribió la palabra "uremia". 
Jean moría tras sufrir un edema cerebral, causado por una grave enfermedad renal que, en todo caso, no podría haber sido curada en 1937.
Con 26 años - sólo diez después de haber escapado de casa, sólo siete después de convertirse en una de las actrices más famosas de su tiempo -, Jean Harlow decía adiós a la vida. 
La Metro se llenó de silencio. Al día siguiente, contrataron una doble y pudieron completar la última película de Jean.


"Saratoga" se estrenó en pleno luto y fue el mayor de los éxitos.
Como sucedió con Valentino, hubo lloros entre los que no la conocían, pero la sentían como propia. Atributo de estrella más grande que la vida.
La enterraron con su vestido de "Libeled Lady", agarrada a una gardenia y una nota de William Powell, compañero sentimental durante sus últimos años. 
"Buenas noches, mi queridísima", decía la nota.


La figura de Jean Harlow caería en el olvido durante las siguientes décadas. 
Sería a principios de los sesenta y coincidiendo con la muerte de su heredera natural, Marilyn Monroe, cuando se publicarían una serie de biografías que narraron una Harlow desgraciada y victimizada repetidamente por los hombres. Entre ellos, el segundo marido de su madre.
Ésta, la terrible Mother Jean, aparecía reflejada como una sobreprotectora fanática, que había intentado ser actriz, nunca lo consiguió y pagó la frustración con su hija. 
También se decía que, como practicante de la Ciencia Cristiana, Mother Jean se negó a que su Baby recibiera atención médica antes de su muerte.


Todas esas historias estaban más teñidas por las ganas de sensacionalismo que por verdadera documentación; unas han sido desmentidas, otras, cuestionadas.


Bien sabemos que, a pesar de la necesidad de destapar y dejar en evidencia a los mitos, éstos se resisten a perder su fuerza. 
Como suele suceder a las auténticas estrellas, Jean Harlow es quien hizo - y hace - mejores a las películas donde apareció. 
Artificial y sincera, sexy y tierna. Divertida siempre, bajo la luz más favorecedora. Así se la contó y así se la recupera.
Para la posteridad, quedó la cabellera, la mirada, la sonrisa y el cuerpo de una mujer a la que sólo se pudo despedir como si hubiera caído plácidamente dormida.
Buenas noches, mi queridísima.

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