martes, 19 de marzo de 2013

Cara y Cruz de Joan Crawford


El rostro femenino que sufría y encandilaba las pantallas del blanco y negro, Joan Crawford fue una gran estrella. Para muchos, la más exacta definición de una estrella de Hollywood. 
Se cuenta que interpretaba a mujeres como ella misma: duras, nerviosas, intensas, que conocían bien el camino desde los harapos hasta la riqueza.
Su talento dramático aún puede ser cuestionado, con esa manifiesta devoción porque la cámara convirtiese su rostro en una máscara. 
Quedó siempre fuera de toda duda su estatus de astro, de mujer glamourosa, de esa conquistadora nata, que todavía seduce y convence, desde sus clásicos personajes hasta sus más inefables apariciones.


Joan Crawford es también el prototipo de la famosa, que se valía de la elegancia de su distancia, que no tenía complejos en recordarnos su amor a la riqueza y que conseguía emocionar aún debajo de toda esa galería de peinados peripuestos. 
Cejas, melodrama y dureza; la leyenda hollywoodiense amó a Joan Crawford.
Ella se proclamó inimitable, se contó luchadora y no hubo mayor fan de Joan Crawford que la misma Joan Crawford.


Detrás, estaba Billie. 
Así llamaban todos a la niña Lucille Fay LeSeur, de procedencia modesta, como lo eran las heroínas que estaba destinada a interpretar en Hollywood.
Vivía muy lejos de Los Ángeles, retoño de una familia obrera, devenida en pobre Cenicienta en el colegio al que la enviaron. Por entonces, Billie soñaba con bailar. 
"Quería ser famosa, sólo para que los niños que se reían de mí se sintieran imbéciles. Quería ser rica, para no tener nunca que dedicarme al horrible trabajo de mi madre y vivir en el estercolero. Y quería ser bailarina, porque adoraba bailar... Quizá las ilusiones, los sueños, hicieron mi vida más soportable. Pero, ya estuviera en la escuela o trabajando en una maldita gasolinera, siempre supe que lo conseguiría. Lo curioso es que nunca tuve ninguna ambición de llegar a ser actriz."


Entre novios y billetes de tren, se construyeron los oscuros inicios de su llegada a Hollywood, mediada por esas sombras nunca aclaradas. 
Lucille Fay Le Seur consiguió sus primeros papeles y, todavía insatisfecha, demostró que había llegado para quedarse.
Apenas tenía veinte años y se promocionaba hasta la saciedad en revistas de cine. A Billie nadie la convirtió en estrella. Se hizo estrella ella misma.


Y fueron los lectores de una revista de cine los que decidieron su nombre artístico: Joan Crawford. Ella nunca le tuvo mucho cariño y sus amigos la siguieron llamando Billie durante toda su vida.
En "Our Dancing Daughters", se subía a la mesa, bailaba cual flapper y el público, la Metro y hasta Scott Fitzgerald se quedaron con la boca abierta. 
Como una nueva Clara Bow, la joven Joan se proclamaba la chica de moda, aquella que no se perdía una fiesta, bebía licor barato y animaba el cotarro con juventud y chispa. 
Eran los primeros años treinta y Joan se hizo imprescindible.

"Our Dancing Daughters"

Por entonces, atacaba el fortin con un matrimonio que sonaba a golpe de Estado. 
Se casaba con Douglas Fairbanks, Jr. Para entendernos, el príncipe de Hollywood, el hijo del rey Douglas Fairbanks e hijastro de la reina Mary Pickford.

Con Douglas Fairbanks, Jr

A Mary Pickford nunca le gustó la espabilada Crawford y celebró que el matrimonio terminara a los pocos años. Joan acabó con Fairbanks, Jr, pero la ciudad era suya.
Su romance con Clark Gable desató las iras de Irving Thalberg, mientras ambos protagonizaban uno de los clásicos vehículos de Joan: "Possessed". 
En ella, interpretaba a una niña obrera que se enamora de un político y se viste de pieles. 
Todo sucedía frente al público de la Depresión, y la saga sentimentalizada de la propia vida de Joan la celebró como uno de los interlocutores válidos de una época.

Con Clark Gable en "Possessed"

Franchot Tone se convertía en segundo marido y compañero en varias de sus películas de entonces, pero la ambición de ella por el estrellato nunca casó con la cerebralidad de Franchot. 
El alcohol y los malos tratos los sentenciaron como pareja, aunque se reconciliarían con el tiempo. Él nunca la olvidó y, tres décadas después, le llegaría a pedir que se volvieran a casar.

Con Franchot Tone en "Sadie McKee"

Sin maridos y con todas las películas, Joan Crawford se sintió libre, vio el futuro, pero casi se muere cuando las revistas la llamaron "veneno para la taquilla", tras la decepción comercial de varios de sus títulos hacia finales de los años treinta.
Sonrió, se vistió de plata e incorporó a una inmortal perra, de nombre Crystal Allen.
Sucedía en el festival de hembras que mata a todos los festivales de hembras: "Mujeres", de George Cukor.

Con Norma Shearer y Rosalind Russell en "Mujeres"

En "Mujeres", representaría uno de sus más sabrosos papeles de villana y también la prueba de que el público encontraba la última satisfacción en odiar.
Joan era una mujer de la que no fiarse y por la que volverse loco. Una reina, con una corona que se había puesto ella misma.
Sus papeles favoritos se movían hacia las heroínas de pasados oscuros y nuevos renaceres, como el caso de "Un Rostro de Mujer", quizá la primera ocasión donde la crítica comenzó a apreciarla como actriz.
Terminado su contrato con la Metro Goldwyn-Mayer, protagonizó un comeback espectacular, ofreciendo su rol emblemático: "Mildred Pierce".

Foto promocional de "Mildred Pierce"

La mujer de visón y pistola en mano, la que fuera madre de la hija más desagradecida de la Historia del Cine, alumbró un clásico del pathos noir
Ella se proclamó victoriosa, recuperada para la causa. La insumergible Joan Crawford, de nuevo en el terreno de juego. 
Ganaría el Oscar y, enferma que estaba esa noche, lo recibiría en su convaleciente lecho.


Las damas neuróticas, rodeadas de sombras, amnesias y asesinatos, serían elección favorita en los dramones de la Crawford, esos que son inconfundibles y altamente disfrutables para los devotos de las viejas women's pictures de los años cuarenta.
Ella definiría su imagen para siempre: las cejas, el peinado, la expresión rígida, las hombreras, la facilidad para la lágrima. Joan, tan imposiblemente mesmérica.
A pesar de tocar la gloria tantas veces, las cosas se ponían complicadas para la carrera de Joan Crawford, a medida que se hacía una parodia de sí misma.
Sucedía en los años cincuenta.

Como Vienna en "Johnny Guitar"

Por entonces, sobresale "Johnny Guitar", pero ella no podía adivinar el furor que ha despertado el onírico western de Nicholas Ray con los años. Para Joan, simplemente fue una película barata entre tantas.
Su matrimonio con el jerarca de la Pepsi la hizo carne de cotilleo, y más aún cuando enviudó y llegó a la junta de la multinacional del refresco para reemplazar a su marido.


Por entonces, se atrevía a participar en su más osado rodaje, que la llevaba a encontrarse cara a cara con Bette Davis. 
Se dice que habían firmado tregua antes de empezar la película, pero "¿Qué Fue de Baby Jane?" sólo avivó el excitante enfrentamiento entre las dos súper divas de la mirada tensa.

Con Bette Davis en "¿Qué Fue de Baby Jane?"

Eran dos mujeres-mujeres, que se daban un paseíllo victorioso y daban nueva vida a sus marchitas carreras.
Entre discusiones, portazos, bofetones y desayunos con roedor, Joan y Bette recordaron al mundo que no hay nada más macabro que una vieja gloria. 
Joan aprovechó el filón e irrumpió en un puñado de títulos de dudosa calidad que explotaban su imagen de mami pesadillesca.

"Strait-Jacket"

Apariciones en televisión y las obligadas entrevistas homenaje marcaron los últimos años profesionales de Joan Crawford. 
Entre bambalinas, el alcoholismo y el cáncer contaban sus días en el calendario.
Una mañana, se vio tan fea en las fotos de una gala a la que había acudido, que anunció inmediato e inapelable retiro.
En 1977, un ataque al corazón hacía cerrar los bellísimos ojos de Joan Crawford para siempre.
Tenía 73 años.


En su testamento, quedó definitiva prueba de su dureza. "Es mi intención no proveer herencia a mi hijo, Christopher, ni a mi hija, Christina, por razones que ellos bien conocen".
Hacia la mitad de su vida y frustrada por su incapacidad para concebir hijos, Joan había adoptado un total de cuatro niños.
Con los dos mayores, Christina y Christopher, vivió una relación difícil, con largas separaciones, envíos exprés a internados y breves reconciliaciones.

Con su hija Christina, en los sesenta

Que las cosas no eran muy normales entre Joan y su hija Christina quedaron más que nunca en evidencia a mediados de los años sesenta. Christina, por entonces aspirante a actriz, no pudo acudir al rodaje de "The Secret Storm", culebrón televisivo que protagonizaba. 
Su madre la reemplazó, y ver a una señora sesentona interpretando a un ama de casa veinteañera pasaría a los anales de los momentos más desconcertantes vividos en Catodia.

En "The Secret Storm"

Un año y medio después de la muerte de Joan Crawford, se publicaba "Queridísima Mamá", donde una vengativa Christina ventiló los trapos sucios de la estrella, calificándola como una maníaca depresiva, fanática del control y la higiene, obsesionada con la riqueza, alcohólica y, de manera notoria, una maltratadora física y emocional de sus propios hijos.
"Queridísima Mamá", un inmediato best-seller, fue pionera ocasión en que un mito de Hollywood aparecía enfangado de una manera tan devastadora. 
Las críticas no se hicieron esperar y los amigos fieles de Joan Crawford atacaron el libro con decisión. Otros actores, compañeros y vecinos argumentaron que sí habían sido testigos de algún abuso por parte de Joan hacia sus hijos.

Con Christina

La adaptación cinematográfica del libro, estrenada en 1981 y con Faye Dunaway incorporando a la Crawford, aumentó el morbo, a golpe de exposé grotesco y sensacionalista. 
Pese al descrédito, la imagen de Joan vivió un proceso de sublimación irónica, que sólo aumentó su potencial como icono camp
Si al público le encantaba odiar a sus villanas en otros tiempos, ahora sus nuevos fans adoraba temer a la mami querida de las perchas de metal.


Al final, su vida se contó como el mayor melodrama de Joan Crawford. Una historia de éxito, protagonizada por una mujer probablemente infeliz, insegura y poco querida en su vida íntima. 
Mientras, en sus mejores películas, su imagen de gran diva y nena de armas tomar se mantiene tan fascinante como el primer día, a salvo de la infamia, revestidas del oro de la nostalgia.
Y, detrás, el eterno misterio de toda estrella.
El misterio de Billie, aquella niña pobre e ignorada. La mediocre Lucille que se vistió de pieles, taquillazos e importancia para ser la Crawford.
Aquella niña que supo que, algún día, lo conseguiría.


Ella, como su mayor fan, dio la receta: "No tengas miedo de nada".

4 comentarios:

  1. Sensacional esta entrada. Solo una corrección: Douglas Fairbanks tuvo su primer matrimonio con Anna Beth Sully. De ahí nació su único hijo (Douglas Fairbanks Jr.), así que Joan Crawford no pudo ser nuera de Mary Pickford (la segunda esposa de Fairbanks padre).

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  2. Cuánta razón. Eres el experto mundial en Mary Pickford, eh?

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  3. lloré con "cerro sus bellisimos ojos para 1oopre" :') la amo tanto!

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  4. Me encanta Joan Crawford casi tanto como mi Divina Greta Garbo. Me encanta Joan en "Grand hotel " de 1932 y "Rain" de 1932 son dos mis favoritas de todas sus películas.

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