miércoles, 13 de marzo de 2013

Sueños y Otras Mierdas (Un Cuento del Futuro)


Millones de años después, encontraron mis restos.
El yacimiento había concluido oficialmente a las siete de la tarde, pero se encontró un lago helado por accidente y los arqueólogos de Orión decidieron reanudar el trabajo al día siguiente. Dentro del lago, hallaron mi esqueleto. 
Comprobaron la temperatura, extrajeron cuidadosamente una muestra del catafalco y lo dataron, sin margen de error, a la hora del Colapso.
Iván, jefe de la excavación, observó mis huesos y decidió llamar a la Profesora.
La Profesora apareció al día siguiente en la Tierra. Una polvareda de arena desértica precedió el aterrizaje de la nave, y ella se bajó renqueando, como siempre, y mirando a Iván con cara de pocos amigos.
- Espero que me hayas traído hasta aquí para algo importante - le dijo con esa severidad que muchos de sus alumnos confundían con desprecio.
La Profesora e Iván caminaron a marchas forzadas hasta el yacimiento donde se había encontrado mi esqueleto, millones de años después de mi muerte. 
Hasta el descubrimiento, mis huesos reposaban intactos en el abrigo de una montaña.
Era un sitio impracticable, donde los arqueólogos se aventuraron tras prospectar el terreno desde el aire y entender que había gran cantidad de restos de los terrestres, aquellos que vivimos antes del Colapso, los que morimos por él.


Durante el camino, la Profesora miró sin demasiado detenimiento el paisaje de la Tierra.
La Naturaleza era la soberbia residente de la Tierra y la única superviviente del Colapso. Según muchos científicos, la causante del mismo.
En el planeta Orión - de donde venía ella, de donde procedían los demás arqueólogos -, la Tierra, tan hermosa, llena de valles, cordilleras, lagos, acantilados y olas que rompían, se había popularizado en la publicidad como A beautiful place to live in.
La Profesora era lo suficientemente vieja para haber conocido el día en el que Orión descubrió la Tierra, aquel planeta de improbable belleza, deshabitado y lleno de misterio. 
La Profesora también estuvo entre las primeras partidas exploradoras, las que descubrieron que había existido una civilización, la mía, la nuestra. 
Descubrieron que habíamos muerto todos en una serie de catástrofes que los investigadores quisieron llamar el Colapso.
La idea de otra raza humana, tan parecida a los habitantes de Orión, suscitó una ola de romanticismo en el planeta descubridor. 
La posibilidad de que hubiesen coexistido ambas civilizaciones, sin saber nada la una de la otra, y que una pereciese frente al silencio de Dios y del Universo ocupó poesía, literatura de ciencia ficción y sueños adolescentes para toda una generación de orionienses.
Por entonces, se pensó en la Tierra como un destino turístico o incluso un lugar de emigración, pero los habitantes de Orión prefirieron quedarse en Orión.


Los estudiosos del pasado - entre ellos, la Profesora - se lanzaron a hacer una investigación seria e integral sobre las costumbres de los terrestres antes del Colapso.
Durante años, se organizaron excavaciones arqueológicas de alto nivel y se descubrió prácticamente todo acerca de la vida humana en la Tierra.
La Profesora llegaba a sus clases en la Universidad Knickerbocker con barro en los zapatos, recién desembarcada de la nave espacial, y contaba lo que acababa de extraer en el planeta perdido. A veces, hasta traía el mismo objeto. El aspa de una lavadora, una taza dibujada, una placa informática, una pila alcalina, la pinza que había sujetado el pelo de una mujer, huesos, huesos y más huesos.
Al final, la Profesora delegó el trabajo de campo entre sus alumnos más aventajados y se limitó a sus clases en la Knickerbocker. 
Iván fue uno de los privilegiados en ser elegidos para el trabajo de excavación en la Tierra, y la Profesora le confió la responsabilidad de ponerse en inmediato contacto con ella si encontraba lo importante.
Aquella mañana, mis restos parecían importantes para Iván, que sacó a la Profesora del planeta Orión y la trajo a la Tierra, lugar que no pisaba en cinco años.
En aquel momento, sólo los arqueólogos vivían en la Tierra y de manera temporal. 
La Tierra era poco más que un parque natural.
 - A beautiful, boring place to live in - aseguró la Profesora, mientras caminaban hacia el yacimiento.
Se rodaban algunas películas exóticas, que tuvieron cierta fama en las sobremesas televisivas de Orión, y, a veces, llegaban aeronaves repletas de jubilados, decididos a contemplar el planeta antes de morir.
En la Tierra, por derecho propio, sólo vivíamos nuestros restos, aquellos que permitía la vengativa, triunfante Naturaleza. 


La Profesora escaló con ayuda de dos estudiantes la encrespada cumbre hasta llegar a la cueva donde estaba mi esqueleto. 
Llegó, vio el yacimiento y refunfuñó:
- ¡¿Me traes aquí para un saco de huesos y una placa informática?!
Iván se puso nervioso, quién no, ante la Profesora, pero tomó aire y pudo explicarse:
- Es la posición. Mira cómo murió, fetal, agarrando el ordenador contra su cuerpo, como si quisiera proteger algo. Quizá sea un secreto, quizá sea lo que llevamos buscando durante todos estos años.
La Profesora se agachó y contempló mis pobres huesos con detenimiento. 
Iván la entendió escéptica, pero ella quiso curarse en salud. 
Se incorporó y ordenó extrema cautela en la extracción del yacimiento. Todo debía ser tratado e investigado, desde los coprolitos hasta las trazas de tejido. Quién era yo, qué comía, qué dejaba de comer, de qué me hubiese muerto si no hubiese perecido en el Colapso. 
- Quiero conocer a este Huesitos a la perfección - dijo la Profesora a todos los arqueólogos, que se pusieron a trabajar sin rechistar.
Luego se dirigió a Iván.
- La placa informática, lo primero. Te ocupas tú solo y me dirás inmediatamente lo que has encontrado. No importa la hora. Me encontrarás despierta en el Mirador Nueva Orión.
En el Mirador Nueva Orión, mientras esperaba noticias de Iván, la Profesora se permitió imaginar que, por fin, había encontrado la respuesta a su pregunta.
Siete años antes de encontrarme, la Profesora había publicado un libro que suscitó mucha polémica. "Los misterios del Colapso: El verdadero destino de los terrestres".


En su libro, la Profesora recopilaba todo lo que sabían los investigadores de Orión sobre la raza terrestre, pero, en su segunda parte y conclusión, la incansable arqueóloga se preguntaba lo que nadie se había cuestionado. Quiénes éramos realmente, qué pensábamos, qué futuro nos reservábamos si no hubiésemos muerto.
A través de lo descifrado en placas informáticas, la Profesora entendía que nuestra civilización anhelaba dinero, fama y amor, pero éstos no eran más que sueños prefabricados por el sistema. 
Era imposible averiguar cuáles eran nuestras aspiraciones profundas, como raza, como planeta. 
"¿Veían la eternidad? ¿Cuáles eran sus verdaderos sueños? ¿Hacia dónde caminaban los terrestres? ¿Acaso esperaban el final? ¿Es que lo aceptaban?", escribía la Profesora.
La Profesora quería conocer el sentimental porqué de nuestro fin.
Esas preguntas generaron mucha controversia y muchos científicos señalaron que una mujer adicta a los datos, tan empírica por un lado y tan racionalista por otro, se había vendido a cierta meditación filosófica. Uno de ellos le preguntó si secretamente amaba la poesía o si se sorprendía a sí misma tarareando canciones cursis en el desayuno.
Tras la publicación, la Profesora no cejó y pidió a sus investigadores que descubrieran los verdaderos sueños de los terrestres, más allá de las películas idealistas, de las relaciones sentimentales y de las expectativas económicas.


No hubo llamadas a ese respecto, hasta que descubrieron mi esqueleto agarrado al ordenador. 
Por entonces, habían pasado los años. 
Iván estaba harto de sacar pilas alcalinas, memorias USB y sonajeros de plástico de los yacimientos, y ni la Profesora ni el equipo esperaban encontrar nada sobre el último y definitivo misterio del Colapso.
Pero, aquella tarde, algo de fe se reavivó.
La Profesora esperaba y esperaba en el Mirador, al tiempo que los investigadores limpiaban a pincel mi fémur, partían mi dentadura en trozos y procesaban las fibras textiles.
- Estaba dentro de una maleta de viaje. Se escondió dentro de una maleta de viaje. Murió dentro de ella - concluyeron sobre mí.
A la una y media de la madrugada, Iván llegó con los resultados de su análisis informático. 
En la habitación del Mirador Nueva Orión, la Profesora miraba por el enorme ventanal. El inmenso e insensato paisaje de ese planeta, del que sabía tanto y aún no era capaz de comprender.
- Nada, ¿no? - preguntó la Profesora, sin darse la vuelta.
- Nada - dijo Iván, colocando el dossier sobre la mesa.
Antes de marcharse, Iván quiso añadir algo más:
- Es lo más cerca que hemos estado, de todos modos. Entre los archivos de documento, he encontrado un texto. Sólo una línea, como el título de una novela, un artículo o un ensayo. Parece que no tuvo tiempo para empezarla. Se llamaba "Sueños y Otras Mierdas".
La Profesora se contuvo las lágrimas de frustración. Tan cerca y tan lejos. Cuando la nave despegó al día siguiente, sabía que nunca volvería a pisar la Tierra.
Se decidió que mi esqueleto viajaría también a Orión, para ser expuesto en algún museo.
Mientras la nave ascendía, las luces y sombras del amanecer acariciaron las cuencas que solían contener mis ojos.


Hoy mi cráneo se exhibe en el Museo de Arqueología Interplanetaria. Miro sin mirar, sueño sin soñar.
Lejos de casa, en el planeta Orión. 
"Orión, el eterno", le dicen los poetas, "el mundo que nunca murió".

1 comentario:

  1. Poderosa entrada que aspira a guión de una película de género. Aunque al final me hizo falta la visión de los rayos C de la puerta de Tannhauser o las naves de ataque incendiándose más allá de Orión.

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