Orson Welles era ese chico enorme cuyo prodigioso cabezón contenía el mayor talento de su generación.
Fue autor de cine antes de que se pusiera de moda el cine de autor, fue personalidad sobre industria, fue una bendita anomalía, un extraño hasta para sí mismo, un loco en un mundo patas arriba.
Fue autor de cine antes de que se pusiera de moda el cine de autor, fue personalidad sobre industria, fue una bendita anomalía, un extraño hasta para sí mismo, un loco en un mundo patas arriba.
Orson, el genial, Orson, el visionario, Orson, el imprudente, Orson, el magnífico.
Hollywood ni lo entendió como personalidad ni lo vio rentable como cineasta y lo condenaría a los márgenes de su agenda, al retorno puntual, a la repetida frustración de una carrera marcada por una primera película.
Orson Welles fue también imponente actorazo, con esa mirada, esa voz y ese físico baronial. Se lo reconoce como uno de los galanes más inclasificables de los años cuarenta, para que las décadas y los kilos lo reconvirtieran en secundario indispensable.
La interpretación se convertiría en su trabajo recurrente, en su fuente de ingresos, en aquello que le permitía seguir en contacto con el cine.
Lo que le daba la esperanza de volver a ponerse detrás de la cámara.
Las oportunidades fueron contadas y sometidas a todo tipo de ingerencias. Problemas presupuestarios, rodajes que no comenzaban, posproducciones infernales, montajes, remontajes.
Y, al final, la desazón de no poder conseguir la obra única, la pieza completa. La mirada del genio, comprometida ante una industria que sólo entendía de cifras.
Pero quedó tiempo y encontró espacio para dejar un puñado de grandes películas. Y hasta su film más alienado e incompleto es más fascinante que la mejor obra de muchos otros.
Los cinéfilos lo revisitan, los aspirantes a cineastas lo estudian y el mito lo laurea como lo que fue: el artista cinematográfico más influyente del siglo XX.
La infancia de Orson Welles fue apropiadamente novelesca, y vivió entre una educación elevada y las desgracias que hicieron pasto de su familia.
Sus padres, acomodados pero infelices, lo dejaron huérfano antes de que Orson alcanzara la adolescencia.
Él se secó las lágrimas y siguió los pasos del mundo artístico, avivado por una creatividad que despertaba entre maestros, tutores y escuelas.
Todo en Orson fue prematuro, inquieto, incansable; una sed de escena que lo emplazó pronto en los teatros neoyorquinos.
Sus vanguardistas adaptaciones de clásicos despertaron a la ovación y sus balas de talento caían sobre Broadway donde cambió el juego con su "Julio César".
Mercury Theatre cimentó la reputación con apenas veinte años.
Aparecían las emisiones radiofónicas de clásicos y novelas famosas, donde su voz barítona, envolvente, tan viril, llegaba a las ondas de aquellos años treinta.
El principio fue notorio. Contó "La Guerra de los Mundos" como si fuese un noticiario y la leyenda relataría que el país entero pensó que llegaban los marcianos a Connecticut.
La revisión histórica nos dice que hubo mucha exageración en torno al pánico de la nación en 1938, pero el experimento quedó como un clásico de la sugestión de las masas y la popularidad de Orson Welles creció.
Además de escritor, guionista, director, dramaturgo, Orson se decía mago, pintor, viajero, coleccionista, seductor.
Su llegada a Hollywood se esperaba en el crepúsculo de la década, y la RKO terminaba por firmarle el mejor contrato que ha recibido un director cinematográfico jamás. Es decir, la libertad absoluta.
Salvo restricciones presupuestarias, Orson tenía todo a su alcance y nada en contra para desplegar su ópera prima.
Herman Mankiewickz le daría la idea: un roman à clef sobre William Randolph Hearst, el poderoso magnate de las mentiras impresas y aclamado como la quintaesencia del éxito genuinamente norteamericano.
Para la creación de "Ciudadano Kane", Welles y Mankiewicz también se valieron de la saga de otros poderosos de la época e incluso de la propia infancia de Welles, el que fuera niño talentoso dejado en manos de tutores y expertos que se lo llevarían lejos de casa.
Tras finalizar el rodaje de la película, corrieron los rumores en torno a Hollywood sobre el contenido de "Ciudadano Kane" y Hearst, aludido e irritado, llamó al boicot.
Como resultado, la película recibiría una exhibición limitada y supuso una decepción comercial.
Welles y Mankiewicz ganaron el Oscar al mejor guión original, pero "Ciudadano Kane", aplaudida y aclamada por muchos críticos, se sintió incomprendida y extraña por otros tantos, y al público no le gustó demasiado.
El tiempo colocaría en su sitio a esa obra impactante, perturbadora, llena de sabiduría.
Es la primera película más rara de la Historia del Cine, por esa sensación que desprende de completa realización y madurez expresiva.
Y también por todo lo que Orson demostraba conocer sobre la vida, la muerte y el paso del tiempo con apenas veinticuatro años.
Como actor, también supuso un debut de calado y, con él, trajo a su equipo artístico de Mercury Theatre. "Ciudadano Kane" sería primer paso para actores tan imprescindibles como Joseph Cotten o Agnes Moorehead.
Comenzaban los recelos en la industria ante el joven Orson, pero éste no cejaba y proponía segunda película.
"The Magnificent Ambersons", esplendoroso drama sobre la decadencia de la aristocracia norteamericana, fue sometido a un montaje carnicero por la RKO, que hasta se preció en añadirle un final feliz.
La estrategia del estudio no funcionó, en todo caso, y el doble fracaso comercial ponía a Welles en una situación difícil en Hollywood.
En el rodaje de "The Magnificent Ambersons" |
A pesar de ello, su personalidad y fuertes opiniones sobre lo que ocurría en un mundo en guerra lo llevaron a ocupar más hueco del que esperaría tal infausto principio.
Su única película taquillera de aquellos primeros años se llamó "El Extraño", que abordaba el inquietante tema de los nazis huidos, esos que bien podían cambiarse el nombre y asentarse en cualquier plácida comunidad norteamericana.
Como Charles Rankin en "El Extraño" |
Orson dio una interpretación a la altura de la inquietud, y su mirada tensa y voz imponente también se derramaron generosas en películas no dirigidas por él oficialmente, pero wellesianas de principio o fin.
Fue el caso de "Jane Eyre", nunca tan guapo como Edward Rochester.
Con Joan Fontaine en "Jane Eyre" (1943) |
Y, sobre todo, "El Tercer Hombre", donde incorporó a Harry Lime, villano escalofriante que se esconde por las cloacas de una expresionista Viena.
Con Joseph Cotten en "El Tercer Hombre" |
Por entonces, trascendía su matrimonio con Rita Hayworth, segunda y más famosa esposa, de quien quedarían buen recuerdo, portazos, su hija Rebecca y una película alocada, con el sabor del fracaso y el aroma del culto: "La Dama de Shanghai".
Con Rita Hayworth en "La Dama de Shanghai" |
No terminaría la década sin exiliarse voluntariamente en Europa.
Entre países y filmografías, se contarían sus siguientes proyectos, siempre atenazados por los problemas en la producción y los conflictos con los montajes finales.
La búsqueda de financiación fue caballo de batalla para Welles.
"Macbeth" |
"Creo que cometí un error siguiendo en el cine... Hubiese tenido más éxito si lo hubiese dejado y me hubiese quedado en el teatro, o me hubiese metido en política o reconvertido en escritor. He gastado gran parte de mi vida buscando dinero e intentando seguir adelante... intentando hacer mi trabajo en algo tan terriblemente caro como el cine. Y he gastado mucha energía en cosas que no tienen nada que ver con las películas. Al final, era un 2% cine y un 98% buscarse la vida. No es buena manera de vivir", diría con el tiempo.
"Mr. Arkadin" |
Sin embargo, la sed de celuloide se impuso sobre cualquier segunda decisión, y las películas de Welles siguieron adelante, entre Europa y algún retorno puntual a Norteamérica.
Todas conflictivas, todas recuperables, todas inusuales; follies que desenmascaran a poderosos, dramas que indagan en la naturaleza humana, imborrables adaptaciones de Shakespeare, noirs transgresores, experimentos audiovisuales.
Con Joanne Moreau en "Campanadas a Medianoche" |
"Mr. Arkadin", "Macbeth", "Otelo", "Touch of Evil", "Campanadas a Medianoche", "El Proceso", "Fraude"; las películas que empezaba a devorar una nueva generación de cineastas, fascinados por la personalidad impuesta de un creador sobre lo que realizaba.
El autor de cine antes del cine de autor.
Como Hank Quinlan en "Touch of Evil" |
En esos títulos, sus audacias expresivas, su complejidad narrativa y su vasta cultura aparecen fuertes y valientes sobre la mala suerte que acompañó a esas aventuras cinematográficas.
Al final, Orson encontraba tiempo para oír la ovación y para ser el mejor presentador de su propio cine.
"No estoy resentido
por el tratamiento que me dio Hollywood, sino por el que dio a Griffith,
a von Sternberg, a von Stroheim, a Buster Keaton y a tantos otros", aseguró para explicar porqué no fue a recoger personalmente el Oscar honorífico que la Academia le concedió en 1971.
John Huston subrayó la hipocresía de la industria, que le otorgaba un premio, pero no le daba trabajo como cineasta.
La opción fue siempre la interpretación.
Como actor y divo de escena, el puro y la creciente obesidad lo hicieron más grande que la vida, y ahí aparecía en películas buenas, malas y malísimas, desde el principio de su carrera hasta el final de sus días, incluyendo filtreos con el teatro y la televisión.
Su voz narradora terminaría por hacerse inconfundible para el público. Orson narró desde "Duelo Al Sol" hasta anuncios publicitarios en los años ochenta.
En la última etapa de su vida, su amor se llamaba Oja Kodar, la misma mujer misteriosa que aparece en la maravillosa "Fraude".
Sin embargo, él nunca llegó a divorciarse de su tercera esposa, Paola Mori, a quien dejó embarazada en el rodaje de "Mr. Arkadin" y con quien desposó poco menos que a punta de pistola, ante las exigencias de la muy tradicional familia de Paola.
La guerra fría entre Oja y Paola medió los últimos años de su vida privada, así como la celebración del funeral y la recuperación postrera de sus películas incompletas.
Tras la muerte de Paola, su hija Beatrice se ha hecho esa heredera infranqueable, que demanda, dilata y dice que no a los que le suplican exhibición y distribución de los incunables de su padre.
Beatrice Welles es el ejemplo preclaro del kafkiano procedimiento del copyright, del que el propio Orson se sacaría un peliculón si estuviera vivo.
Porque, lamentablemente, Orson murió un día. De un ataque al corazón, a los 70 años, en Los Ángeles. Pocas horas antes, había concedido una entrevista para televisión.
Lo encontraron con la cabeza fulminada sobre la máquina de escribir. El maestro estaba trabajando en un guión de cine.
Orson, el amado, Orson, el envidiado, obsesión para muchos y también para quien esto redacta, fue un lujo supremo y uno de los grandes responsables de que se pueda escribir la palabra "Cine" con esa mayúscula.
"Una película nunca es realmente buena a menos que la cámara sea el ojo en la cabeza del poeta", dijo para intentar contarse.
Sus secretos, sus reflexiones y ese insuperable encuentro entre el espectáculo barroco y la reflexión intelectual se han contado y recontado en numerosos estudios y biografías.
Pero la manera de conocerlo, entenderlo y disfrutarlo está en sus películas, sus joyas, todas, desde la primera a la última.
Orson Welles fue un verdadero dios. Un dios con dos cojones bien grandes y la sublime necesidad de contar el mundo al mundo.
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