viernes, 22 de marzo de 2013

"Las Zapatillas Rojas"


Fascinación fue, es y será la palabra para definir "Las Zapatillas Rojas", una película apasionante, arrebatada de colores, donde el backstage drama se viste de cuento de hadas.
Los telones dolorosos marcan a los personajes de este melodrama musical, que sirvió como punto culminante de la carrera de uno de los más jugosos tándems de la Historia del Cine: Michael Powell y Emeric Pressburger.


Acreditados ambos como directores en sus aventuras cinematográficas, lo cierto es que Powell realizaba y batallaba en los rodajes, mientras Pressburger era, ante todo, el guionista. Pero sus proyectos se sentían conjuntos y sus creaciones se entendían indisociables. Como resultado, ofrecieron las películas más originales de su época. 
Cuando firmaron "Las Zapatillas Rojas", Powell y Pressburger ya habían entregado un puñado de joyas - la mayoría, muy poco divulgadas hoy en día -, y muchas realizadas en pleno fragor de la Segunda Guerra Mundial. 
La distinción Powell y Pressburger sería aún más espectacular cuando se llenaron de cromatismo para títulos tan cautivadores como "Coronel Blimp" o "Narciso Negro".
En 1948, "Las Zapatillas Rojas" significaba el refrendo internacional de Powell y Pressburger, con una obra que se sintió irresistible, preciosa, pintada de manera exquisita por el gran director de fotografía Jack Cardiff. 
La forma se abrazaba al contenido: "Las Zapatillas Rojas"  habla de la creación del arte, de la vampirización de la profesión artística y de la consecuente neutralización de la vida privada.

Moira Shearer

El maravilloso Anton Walbrook interpreta al cínico empresario teatral Boris Lermontov, cuyas prestigiosas representaciones de ballet pasan por la entrega absoluta. 
Exige a sus empleados y artistas que se dediquen en exclusiva a la profesión, sin lugar para el descanso, la queja, los sentimientos o todo lo que el todopoderoso Lermontov identifica con debilidad.

Anton Walbrook

Lermontov señala con su dedo inapelable a la debutante Victoria Paige (Moira Shearer) y la elige así como la protagonista de su próximo ballet: "Las Zapatillas Rojas".
El ballet se basa en el cuento de Hans Christian Andersen, en el que una bailarina vanidosa se calzaba unos zapatos hechizados que nunca pararon de hacerla bailar hasta que murió, muchos años y muchos caminos después.
Para componer el libreto del ballet, Lermontov también confía en un talentoso principante: Julian Craster (Marius Goring).

Marius Goring

Los nervios y la sensación de inminente desastre son recogidos en el vívido relato de las bambalinas que nos cuenta "Las Zapatillas Rojas".
Pero nada es comparable a la gran secuencia de la película.
Se levanta el telón y aparece el ballet, donde la escena teatral enseguida se disparata ante las posibilidades cinematográficas, se abre y entra en otras dimensiones. 
Todo dentro de un lirismo exacerbado: el kitsch se hace sublime, explotan los colores y se cuenta el relato de Andersen como nadie lo ha contado jamás. 


Moira Shearer arrastra al espectador a lo largo de la generosa duración de una de las grandes secuencias musicales de la Historia del Cine. Para quien esto escribe, la mejor.
En otras secuencias musicales, siempre se vive un momento de despiste o tedio ante el baile. En cambio, en el ballet de "Las Zapatillas Rojas", todo es tan loco, hipnótico y extraño, que no se pueden apartar los ojos de la pantalla en ningún momento.


Tras la ovación y el éxito, "Las Zapatillas Rojas" nos cuenta que los artistas deben seguir trabajando duro. Detenerse significa perder, porque la profesión es un músculo a ejercitar, una disciplina infaltable.
Cuando el dios Lermontov descubre que Victoria y Julian, la bailarina y el compositor, están enamorados, los expulsa del Paraíso. 
Los ha creado, los ha descubierto intimando y, reacio a asumir la posibilidad de que amor y arte puedan vivir en armonía, reniega de ellos.


Renunciar al arte por el amor es inevitable, pero se vive con arrepentimiento, como si hubiese sucedido lo contrario. 
Victoria se refugia en el tacto de su añorado calzado de gloria, mientras oye la llamada de Lermontov. "Calce las zapatillas rojas, Victoria, y baile para nosotros una vez más".
Como la protagonista del ballet que interpreta, las zapatillas de Victoria no pararán. 
Y el melodrama, de repente, se convierte en cuento. 
Entra la fantasía, se desatan de nuevo los colores y el final se sabe trágico, cerrando la película y abriendo la boca del espectador al mismo tiempo.


Una obra clásica, pero también libérrima, tal es su hibridez, que bebe de los más tradicionales recursos dramáticos y los une a las intenciones de trascendencia. 
"Las Zapatillas Rojas" es bien conocida por su osadía de meter en la cama a las artes exquisitas con la imaginería hortera más básica. Es lo que se llama una película desvergonzada, que hace estilo del exceso.


Como film, ponia en juego al cine británico más que nunca, y su estreno en 1948 expresaba mucho de la recuperación después de la guerra. 
Ese también fue el año donde Laurence Olivier propuso su igualmente transgresora "Hamlet" y, tanto ésta como "Las Zapatillas Rojas" serían nominadas al Oscar como mejor película, ganando Olivier finalmente.
El éxito de "Las Zapatillas Rojas" se tradujo en prestigio, y ha sido imitada y homenajeada hasta la saciedad. 


La influencia se encontraría en inmediatos títulos del musical norteamericano y en todo drama backstage.
A lo largo de las décadas, también ha sido amada confesamente por Kate Bush, remozada sin pedir permiso por Darren Aronofsky y no hay película de Martin Scorsese donde no se asome, en mayor o menor medida, la devoción del director por las imágenes, el drama o los hallazgos de "Las Zapatillas Rojas".
Hoy nos luce tan deliciosamente desfasada, que parece marciana, como si nunca hubiesen sido posibles esos colores y esos ropajes. 
Sólo la hace más poderosa, rematada por esa sonorización inquietante, por la banda sonora de Brian Easdale y por los marcados acentos de actores y bailarines, con sus caritas raras y sus expresiones afectadas. 

"La tristeza pasará... La vida no importa..."

"Las Zapatillas Rojas" es la victoria de la saturación a todos los niveles, un espectáculo barroco e intoxicante, donde Powell y Pressburger - llamados así mismos los Arqueros - dieron en la diana y consiguieron su obra más popular.
Es difícil decir si se trata de la mejor del dúo, porque firmaron muchas y muy grandes. En todo caso, y parafraseando a Scorsese, es un placer saber que siempre nos queda alguna película de Powell y Pressburger que aún no hemos visto.


En lo que respecta a servidor, habré visto "Las Zapatillas Rojas" más de veinte veces, por lo que puede considerarse todo lo contado y todo lo dicho anteriormente como una declaración de amor ciego y enfermizo a este peliculón para la eternidad.

1 comentario:

  1. Descubrí esta película en una de esas sesiones golfas que se hacían en la 2 a las tantas de la mañana y en versión original. Fascinación y amor a primera vista. En VHS y después en DVD, forma parte, hace ya muchos años, de mi colección particular de imprescindibles.

    Gran elección para el cine club del viernes Sr. Montez.
    Saludos

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