martes, 10 de junio de 2014

Ochenta Secretos de Sophia Loren


Su frase más divulgada afirmaba que el secreto de su belleza era el spaghetti.
Hace pocos años ella aseguró que jamás había dicho nada de eso, aunque, en el imaginario colectivo, aún la define a la perfección: una señora divertida y ocurrente y, junto con la gastronomía, el producto más exportable de la hermosa Italia.


Fuera por la pasta o por el caprichoso azar de la Naturaleza, Sophia Loren ha sido una mujer guapa, guapísima por encima de cánones, épocas, modas y miopías. No hay equivocación en la abundancia.
Sus perfectas facciones, su mirada gatuna y ese cuerpo para que caiga el Imperio Romano a sus pies han disparado la líbido ajena de manera inevitable. Pero además de deseada, Sophia Loren ha sido querida, entendida, amada.
Sophia, pese a la agresividad que implica su carnalísima hermosura, es una cara que conmueve. 


Y esa combinación, queridos míos, sólo tiene una traducción posible: Sophia es cine.
Hollywood gusta de piropearla con frecuencia y llamarla "tesoro" y "legado", mientras ella aparece rococó por fuera y con una serenidad envidiable como carta de presentación. 
Sophia Loren es la más tranquila de las guapas. Se preocupa por su imagen, pero no parece afligida por ella. Se pone la peluca, se ajusta las gafas, se pinta como una pared, sube al escenario y todos la adoran antes de que abra la boca. 


Sophia es una afortunada, un icono de éxito libre de reproches y juicios. Es la intérprete más célebre de su país, sin haber sido nunca la mejor. Sophia is AMAZING, me dijo uno de sus compatriotas el otro día. 
Y el próximo septiembre, se permite el lujo de cumplir ochenta años entre esas cámaras que aún tratan de registrar el misterio detrás de una de las verdaderas estrellas del séptimo arte.


Si Sophia Loren es mujer de lujos, bien aseguró que las suertes de su vida fueron nacer lista y pobre. No hay mayor impulso que conocer la carencia, no hay mejor guía que la propia inteligencia.
Su madre quiso ser actriz, pero amaneció embarazada de Sophia allá por 1934. La pequeña nació en Roma, ante la previsión de que el padre nunca accedería a hacerse cargo ni de ella ni de su hermana. 
Previamente casado y sin intención de divorciarse, sus pecados por omisión causarían sufrimiento a madre e hijas durante aquellos pobres y tristes años. Sophia juró odiarlo por siempre, aunque, en sus últimos días, decidió perdonar, si nunca olvidar.


El estallido de la Segunda Guerra Mundial y los bombardeos aliados sobre Roma hirieron a la pequeña Sophia en la barbilla y, tras el susto, la familia decidió huir a Nápoles, de donde volverían tras la paz e instalarían un local de refrigerio. Sophia era camarera y los soldados, frecuentes clientes.
Fue el concurso de Miss Italia el boleto de lotería que esperaban para salir de la miseria. 
Sophia quedó entre las finalistas y se le prometió carrera en Cinecittá, estudio en el que actuaría de figurante para costosas producciones.
Acicalada y confeccionada por el cine italiano, de segundas filas escaló a la primera línea y su casi insensata figura, símbolo de opulencia en épocas de carestía, la haría famosa en cuestión de segundos. 
No hay equivocación con dos tetas.


Si hubiese que marcar un papel decisivo, sería la adúltera que pierde su anillo en la pizza para la desternillante "El Oro de Nápoles". 


Y si hubiera que señalar al consagrador, promotor, al inventor de Sophia Loren, el nombre es Carlo Ponti.
Productor y nombre indiscutible de la filmografía italiana de posguerra, Ponti sería también el amor de la vida de Sophia, y muchos han señalado que significó la figura paternal que ella nunca tuvo. 
Veintidós años mayor, fue vigilante en la sombra, mientras Sophia sólo tenía que ser Sophia.


En Italia, la prefirieron, si era posible, combinada con Marcello Mastroianni. Coincidieron en once ocasiones, a través de las cuales se puede estudiar la evolución fulgurante de las carreras de ambos. En definitiva, hay todo un trecho desde "La Ladrona, El Padre y El Taxista" hasta "Una Jornada Particular". 
Quizá incluso se pueda contar el cine italiano de tres décadas con las películas de Sophia y Marcello.


Enterado de la noticia sobre la italiana de delirio ajeno, Hollywood envió cumplida invitación y, a finales de los años cincuenta, Sophia aparecía espectacular en "La Sirena y el Delfín". 
Tanto en el cine norteamericano como en las más fastuosas superproducciones internacionales, la Loren quedó entendida como la escultural importación de marcado acento e intención decorativa, a la que colocar poseída de Max Factor en pleno Medievo de "El Cid" o divina en Christian Dior para divertimentos como "Arabesco".


Sabe la leyenda que Sophia ofreció pelea y, bien resguardada por sus mentores, dio más de un esfuerzo dramático de mérito. El primero fue en el escalofriante drama neorrealista "Dos Mujeres", donde aparecía afeada por mor de incorporar a la víctima de una violación de guerra. 
El público tuvo un motivo para emocionarse con Sophia, más allá de sus looks, y se convertía en el primer intérprete en recibir un Oscar por una actuación hablada en idioma extranjero.


Confesaría que sólo el hecho de la nominación le resultó apabullante y no quiso acudir a la ceremonia.
No obstante y tras el susto, ha asistido en más de una ocasión, sin complejos y con la sensación de la batalla ganada, incluyendo cuando la Academia le reservaba otro premio, esta vez honorífico en 1990.


Tras "Dos Mujeres", guapa o desglamourizada para la dramática ocasión, Sophia Loren fue un buen reclamo para ir al cine, precisamente en aquellos momentos donde el invento estaba en crisis ante la llegada de la televisión, y la cosa debió internacionalizarse y sazonarse. 
No aseguró siempre el éxito y ahí estuvo en tremendos fracasos comerciales como "La Caída del Imperio Romano" o "El Hombre de la Mancha", pero nunca se la culpó y prevaleció la idea de que era mejor llamarla.


Las llamadas dejarían de ser contestadas a lo largo de los años setenta, cuando Sophia decidió pedir pausa y criar a sus queridos hijos, Carlo Jr. y Edoardo. 
Hasta la Catodia ochentesca la quiso involucrar en sus culebrones de lujo, aunque, desde entonces, ella sólo ha vuelto cuando se lo ha pedido el cuerpo o por ganas de diversión.
La más cordial que emocionante relación con Hollywood se supliría con premios y apariciones especiales, que elogiaban su impactante presencia y su estatus de superviviente. Esa historia de harapos a la riqueza, vivida en Italia, pese a sonar tan americana.


Sobrevivir le queda bien a Sophia, que ha sido perdonada en todo. 
Su matrimonio con Carlo Ponti se enfrentaba a una acusación de bigamia en el momento decisivo de su carrera y la pareja se divorciaba para luego recasarse, con los papeles arreglados y la seguridad de una vida juntos. 
Pese a los chismes sobre alguna que otra indiscreción, ella aseguró que el adulterio no era plato de gusto y, enviudada en 2007, añadiría que nunca podría amar a ningún otro hombre.


Además del cariño de media cinefilia y de un país entero, Sophia también se deja querer por sus dos retoños: uno, conductor de orquesta, y el otro, director de cine, privilegiados espectadores en primera fila de la vida y obra de la diva, responsables de un retiro que nunca fue ocaso, soportes del eterno retorno de la dorada leyenda.  


Y, cuando los flashes se han disparado en Cannes, de nuevo a la búsqueda de sus ochenta secretos, éstos quizás se resuman en la risa de Sophia Loren, en su instransferible sentido del humor, en ese mismo lugar de ironía donde han de ampararse vidas y carreras tan fabulosas.
No hay equivocación con Sophia.


1 comentario:

  1. Va a sonar rancio y manido, pero ya no se hacen mujeres como esta señora. La foto del pechamen entre mano y mano me ha dejado ojiplática.

    ResponderEliminar