lunes, 22 de octubre de 2012

Mátame, Showrunner


Nada triunfa tanto como el exceso, que diría la condesa dowager de "Downton Abbey".
Y el exceso triunfa en Catodia. Si la última semana pasara a la Historia de la televisión, bien lo podría hacer por la cantidad de muertes que ofrecieron los argumentos de las series dramáticas.
Todas las que servidor sigue - que son muchas - atestiguaron una muerte como mínimo. Todas fueron asesinatos, menos un suicidio en "Sons Of Anarchy" y el parto agravado de "Downton Abbey". 
De los asesinatos, sólo encontró justicia el de "Law & Order: SVU".
El mayor número de bajas se registró en "Boardwalk Empire", pero la más viciosa serie, sobre todo atendiendo a sus intenciones gráfico-realistas, fue "Sons Of Anarchy", que narró un total de tres muertes horribles; en realidad, nada comparado con la brutal temporada que está ofreciendo en ese sentido.

Kim Coates en "Sons Of Anarchy"

Desde los inicios, la violencia y la muerte en la ficción han sido recurrentes y preocupantes. 
Por un lado, viven un proceso de frivolización inmediato, que se intensifica cuando el objetivo es comercial. Y, por otro, se encuentran con los distintos niveles de sensibilidad del público, que no sabe si observarla, disfrutarla o censurarla.
En cualquier caso, la ilustración de la agresividad no tiende tanto a contarla, como a estilizarla para la audiencia y, de paso, insertarla en un marco tan inteligible como satisfactorio. Así, asuntos aleatorios e irracionales como los actos violentos o los accidentes fatales encuentran sutilmente una lógica dentro del codificable universo de la ficción.

"Topaz", de Alfred Hitchcock

El espectador es un ser humano que tiene miedo a la muerte y la destrucción, pero irónicamente, la espera, la entiende y la desea en un relato. 
Entre sus conflictos internos, su necesidad de schadenfreude y la búsqueda de emociones fuertes, se entiende esa escalada de una ficción cada vez más virulenta.
Nuestras abuelas se preocupaban por la familia del extra que caía rodando por la montaña. Ahora, no sólo entendemos ese daño colateral, sino que es probable que también seamos capaces de digerir que ni siquiera el más cruento asesinato quede resuelto por la ley y el orden.
Es la victoria de lo canalla, que indaga en emociones aún más complejas; dignas y propias de una época de crisis integral. Viendo la injusticia en la ficción quizá aplaquemos nuestra frustración ante la injusticia del mundo. Quizá la entendamos.

Ashton Holmes en "The Pacific"

Así, los productos televisivos, de ser el reposo de la bonhomía en otro tiempo, se han convertido en contundentes miradas al mal funcionamiento, al cinismo o, directamente, al Infierno. 
En el camino que va desde los sucesos del 11 de Septiembre hasta la debacle de las finanzas mundiales, las series más aclamadas y las que despiertan culto están protagonizadas por cabrones, delincuentes, perdedores y otras variantes del mito del antihéroe.
Un personaje que solía relegarse a los márgenes ahora ocupa el centro de la escena. Y acompañado de todo lo que conlleva; es decir, la oscuridad, el fracaso, la agresividad y la muerte.
La serie violenta se ha convertido en el nuevo escapismo, en la forma última de entretenimiento.

Michael Imperioli en "Los Soprano"

Y se impone la pregunta de siempre: ¿Es esa violencia frivolizada una cosa ofensiva, un liberador o una instigadora de emociones oscuras en la audiencia? 
Ante todo, la violencia mediática es un producto y, como tal, altamente consumible.
En relación a esa idea, cabría apreciar un aspecto de esa violencia en la ficción audiovisual: cómo se cuenta, cómo se refleja. Y la respuesta es sexy, muy sexy.
El erotismo se encuentra en la línea entre lo oblicuo y lo sorprendente, y así es como se retratan las piezas escénicas que atienden a agresiones, donde los ejecutores y/o las víctimas suelen estar interpretados por gente físicamente atractiva; el espectador tiende a sentirse aterrado y completamente excitado, sin poder apartar la vista de la pantalla. 

Ray Stevenson y Jason Gedrick en "Dexter"

Esa violencia sexy se ha manifestado en todos los estratos de la ficción y, sobre todo, cuando se aborda la violación; a veces retratada como poco más que un polvo duro por un realizador un tanto machista y bastante ignorante. 
Es lo que sagazmente señalaba Pauline Kael a propósito de la escena de la violación en "La Naranja Mecánica": Stanley Kubrick se había cuidado de que la víctima fuera una pelirroja bien pechugona.

Evan Peters en "American Horror Story: Asylum"

Esta última semana, Catodia insistía en la idea. El asesino de "Dexter" marcaba músculo, y a un personaje de "American Horror Story" lo lisiaban mientras le practicaban una felación.
Pero, sobre todo, irrumpía en la orgía final a tiros de "Boardwalk Empire", donde el súper malvado, súper depravado Gyp Rosetti salía ileso, desnudo, ensangrentado y enseñando una polla enorme. 
Ni que decir que una de las bajas de ese final de episodio era una pelirroja pechugona.

Bobby Cannavale en "Boardwalk Empire"

¿Dónde está exactamente la intencion de estos productos en su acercamiento a la agresividad? ¿Aspiran a contarnos subtextualmente la tristeza de nuestros tiempos? ¿O sólo excitarnos con aquello que nunca hemos presenciado? ¿Son realistas o explotativos? ¿Ambas cosas?
"Sons Of Anarchy", una serie otrora excelente, es paradigmática de la confusión. 
En esta temporada, se ha agudizado su condición de producto alborotador antes que su calidad de drama interesante. 
Los estallidos de violencia son cada vez más recurrentes y perversos, y las muertes, tan retorcidas y borderline, que ha llegado a preocuparme el estado de salud mental de Kurt Sutter, creador y showrunner.
Es pasar al nivel "Spartacus", donde el espectador sólo espera truculencia y mamporro. Pero, en "Spartacus", su estilo paródico y su estética de cómic propician un necesario distanciamiento. 
En "Sons Of Anarchy", la cosa se presenta presentista, realista y, por tanto, insoportable.
Que sea el protagonista de "Sons Of Anarchy" el responsable de la muerte más dura de la semana pasada - lo suficientemente dura para que me haya descolgado de la serie - insiste en esa apabullante hegemonía del antiheroísmo en la Catodia contemporánea.

Charlie Hunnam y Ryan Hurst en "Sons Of Anarchy"

Pero, de manera curiosa, no hay verdadera irreverencia en la esencia de todas estas series agresivas, porque, en el fondo, los valores morales siguen siendo los mismos. 
Se jode al espectador, poniéndolo contra las cuerdas de todo lo que cree y todo lo que piensa, pero, a la vez, se lo reconforta con los mensajes bien conocidos. 
Es la vieja explicación de porqué una cadena tan ultraconservadora como FOX alentase el estreno de dos espectáculos trangresores en su momento como "Los Simpsons" y "Cops".
Parecen cuestionar valores, pero sólo se valen del escándalo y la iconoclastia para reivindicarlos.
Si estudiamos atentamente series como "Breaking Bad" o "Weeds", podemos observar que jamás se legitima el tráfico de drogas como una salida profesional, por mucho que se ironice la situación. Se habla de sus miserias, de sus soledades, de la infelicidad del dinero fácil y de que incumplir la ley conlleva una inmediata corrupción personal.

Anna Gunn y Bryan Cranston en "Breaking Bad"

En el caso de los reality shows, esos programas nos presentan gente que suele preocuparse mucho por su imagen, pero no tiene clase ni sentido del ridículo ni autoestima.
Además, la realización de los reality acentúa lo plástico del escenario para refutar la vacuidad de sus protagonistas, los mismos que se lanzan al grito y la descalificación como expresión implícita de su incapacidad para comunicarse con el mundo. 
La vergüenza ajena que provoca en el espectador lo hace sentirse superior a lo que está viendo y, por tanto, reconfortado.

Peleándose por 'The Situation'

Al final, los relatos de lo negativo, lo desagradable, lo agresivo y lo mortífero dan el mismo calor a la audiencia que los cuentos que contaba la abuela. 
Y, en el fondo, son como una canción heavy: sonará muy dura, pero está hablando de amor.

Kurt Sutter y Maggie Siff en "Sons Of Anarchy"

En cualquier caso, los showrunners y jerifaltes de las series deberían recordar que el hecho de que el protagonista sea un antihéroe no conlleva necesariamente que lo contado sea profundo.
Y usar el fallecimiento de un personaje como continuo recurso para dinamizar una serie es de guionista vago.
Especialmente, si la muerte viene producida por un accidente. Y más cuando el accidente está escrito por Shonda Rhimes.

Cheryl Leigh y Eric Dane en "Anatomía de Grey"

Es el showrunner jugando a Dios, o al "Doom 2", aún no lo tengo claro. 
Incluso en la última muerte de "Downton Abbey" aparece ese capricho de emperador. 
No fue un asesinato, pero fue una puerta muy poco sutil: con la estructura de un episodio de "ER", se nos entregó un ABC del melodrama. 
Para los que hemos visto mucho, el fallecimiento de "Downton" fue el sota, caballo y rey de siempre. No hubo verdad en esa muerte, sólo sensación de acumulación, de exceso.
La propia serie ya lo dijo en uno de sus diálogos: nada triunfa tanto como el exceso.

Allen Leech y Elizabeth McGovern en "Downton Abbey"

En otra época, los cien bailes de Fred Astaire y Ginger Rogers. Ahora, las mil muertes de "Sons Of Anarchy". Ambas consumibles imitaciones a la vida; ambas significativas cultural y sociológicamente.
Y, al final, si el reinado del Bien en las ficciones de otros tiempos llegó a despertar desconfianza en el espectador, el  consumo del Mal terminará por deslizarse desde el feliz masoquismo hasta el absoluto tedio y la inequívoca alienación.
No es tanto como que el espectador se desensibilice o no - eso siempre dependerá de la persona -, sino que encontrará la descripción de la vileza poco interesante y hallará revolucionario que una serie esté protagonizada por gente buena o, al menos, normal. 
Es aquello de querer a los Carpenters después de los Rolling.

Kyle Chandler en "Friday Night Lights"

Así, el espectador verá la última masacre de gángsters televisivos, donde hasta el apuntador teme por su vida, y se confesará necesitado de un retorno de "Los Osos Amorosos". 
Lo oportuno sería combinar cuentos del Bien y cuentos del Mal, pero bien se sabe que de modas y extremos, vive y vivirá la Historia.

4 comentarios:

  1. Me gustó la entrada, pensé que harías alguna referencia a Oz, es un ejemplo perfecto de lo que describes aquí.

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  2. Muy, muy bueno. En el fondo nada que no pueda ser consumido aparecerá en la pantalla, al menos en la televisión. Y para consumir, lo que se devora debe saciar una necesidad, hacernos sentir bien o al menos "llenos".

    Un saludo

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  3. Graciñas por aclararnos que los malotes de ahora no dejan de ser los Ginger y Fred de antaño. Y su esencia de reality virtual...lo que no quita el valor estético y emocional que nos depara...
    Lo malo es la muerte de tanto inocente que se encuentra entre los marines y los contramarines reales...

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