Toda vida encuentra su imitación en el arte. Y todo arte encuentra su imitación kitsch.
La literatura lo tiene en el bestsellerismo, o todos aquellos fenómenos editoriales donde la función del entretenimiento prima sobre el valor artístico de la obra.
Es difícil definir qué es un best-seller y qué no lo es; en cualquier caso, si aquel abogado de la Corte Suprema estadounidense dijo aquello de "Sé lo que es pornografía cuando la veo", podríamos decir que se sabe que es un best-seller cuando se lee.
Entre los habituales cocineros de best-sellers, se viven todos los matices del
gris, desde aquel que sabe escribir y ofrecer novelas más que dignas
hasta el fariseo al que podríamos cortar las manos para que no vuelva a
tocar un teclado en su vida.
En todo caso, el bestsellerismo podría entenderse como la literatura de masas, que tiene la misma función para un lector que lo tendría una canción pop: la atracción inmediata a través de un mensaje pegadizo, sencillo, sexy.
El lenguaje asequible y un universo de identificaciones simples se encuentran entre las estrategias de éxito, pero el marketing desplegado será lo decisivo para ese triunfo.
El lenguaje asequible y un universo de identificaciones simples se encuentran entre las estrategias de éxito, pero el marketing desplegado será lo decisivo para ese triunfo.
En resumen, los best-sellers son las novelas recomendadas por la vecina, pero nunca avaladas por el crítico literario.
"Los Juegos del Hambre" |
La literatura explotativa tiene su origen en el propio inicio del mercado editorial, y a ella, se adosa toda la tradición de folletines, pulp fictions, novelitas rosas, sensacionalistas y/o pornográficas, que consolidaron un submundo editorial sumamente atractivo para los cazadores de la cultura basura.
La sigilosa escalada de novelas trash a los más altos escalafones de venta tiene que ver necesariamente con la llegada del consumismo.
Las novelas trash se llenaban de lujo y excepción, cuando, en el fondo, han seguido siendo las mismas y cumpliendo su tradicional cometido.
"Gigante" |
Para venderse, para confundir al público, los best-sellers suelen llenarse de presunción, de cursilería; así, muchos viven trufados de romanticismo barato, de filosofía de baratillo, de vano historicismo. Parecen oro, pero plata no son.
Entre los vicios bestsellerescos, se encuentran sus excesivas longitudes - confundiendo tamaño con importancia -, su escasa sutileza y la vacuidad que desprenden.
En realidad, estas novelas no cuentan nada nuevo ni cambian al que lo lee, incluso aunque lo entretengan y lo emocionen. Por ello, serán olvidadas.
En realidad, estas novelas no cuentan nada nuevo ni cambian al que lo lee, incluso aunque lo entretengan y lo emocionen. Por ello, serán olvidadas.
"Imitación A La Vida" |
Porque los best-sellers harán mucho ruido y se venderán como rosquillas, pero desaparecen.
Es el caso de autores como Harold Robbins o
Fannie Hurst, vendídisimos en su momento; hoy nadie los recuerda y sus obras viven en la descatalogación, siempre pendientes de alguna anecdótica reedición.
Aún así, su carácter coyuntural les ha concedido un interés sociológico e histórico en retrospectiva.
En "Imitación A La Vida", pueden rastrearse antiguos modelos de género y raza, mientras "Los Insaciables" tuvo una importancia significativa en la "revolución sexual" de los sesenta, con su pionera descripción de una fellatio.
"Los Insaciables" |
Para Hollywood, han sido un postre demasiado suculento para negárselo a sí
mismo, y sus agendas de adaptación están bien al corriente de toda saga
libresca que venda más de lo que la sensatez dicta.
En el fondo, adaptar el libro de moda siempre ha sido más fácil y menos riesgoso que abordar una venerable obra literaria. Y, de hecho, muchos de los esquemas profundos del cine norteamericano están impregnados de ese tipo de historias.
Por ejemplo, el romanticismo aligerado y basuresco de las novelas femeninas más exitosas de principios del siglo XX serviría de base a la tradición del melodrama de Hollywood, que importaba sus modelos argumentales fundamentados en el exceso y el estereotipo, sus protagonistas de nombres rimbombantes y sus básicas artimañas de emoción.
"La Calle del Delfín Verde" |
El cine norteamericano escribiría muchas páginas de su Historia precisamente con la adaptación de un best-seller: nada menos que "Lo Que El Viento Se Llevó".
La edulcorada visión de la Guerra de Secesión escrita por Margaret Mitchell supuso un impacto de largo alcance, al conectar su nostalgia de otros tiempos con una época tan transitoria y conflictiva como la década de los treinta. Fue la primerísima vez que el clamor popular pidió película expresa; Hollywood aceptó el reto y ganó.
"Lo Que El Viento Se Llevó" fue un fantasma de dedos alargados para ese mismo Hollywood, que buscaría sin tesón una novela parecida para crear una película parecida.
"Lo Que El Viento Se Llevó" |
Tras la colección de películas río, basadas en inacabables novelas de pioneros y damas sureñas, el cine dio la bienvenida al libro escándalo, iniciado y avivado al calor de la década de los sesenta.
Los favoritos a adaptar fueron Harold Robbins y Jacqueline Susann, confeccionadores de best-sellers picantes, horteras y chismosos. En esencia, solían ser una colección novelada de cotilleos de Hollywood y la jet-set internacional, con los nombres de los protagonistas convenientemente cambiados.
En los albores de la prensa rosa, supusieron todo un éxito, también por su lenguaje procaz a la hora de narrar coloridos actos sexuales.
Las adaptaciones hollywoodienses optaron por integrar los candentes argumentos en sus coordenadas de melodrama clásico. El resultado del híbrido fue tan explosivo como lamentable.
Aún así, películas tan hilarantemente malas como "Los Insaciables" o "El Valle de las Muñecas" arrasaron. A los films se contagiaba el propio marketing editorial que implican los best-sellers, donde el autobombo está por encima de lo que realmente se vende.
Otros dijeron aquello de que el público recibe justamente lo que se merece.
Jacqueline Susann y las chicas de "El Valle de las Muñecas" |
La relación entre las novelas de entretenimiento y el cine ha sido irregular, pero generalmente fuerte y mutuamente beneficiosa.
El triunfo de una adaptación cinematográfica puede servir de
dinamizadora a una carrera literaria, asunto que se ha vivido desde
Stephen King hasta Anne Rice, pasando por J.K. Rowling.
Por ello, y más en los últimos tiempos, los best-sellers se construyen implícitamente con la mira de ser convertidos en guiones para películas y series. Cualquier escritor con sentido del dólar sabe que debe labrar el camino para que la novela que redacta sirva de abono para Hollywood.
Se encuentra hasta en George R.R. Martin y su saga de "Canción de Hielo y Fuego", best-sellers fantásticos cuya calidad se encuentra por encima de la media, pero donde lo destacable es su condición, secreta pero evidente, de provechosa Biblia para una serie de televisión. Tal como ha sucedido.
Sea cual sea la canción, cántela usted bien, sea lo más sublime o lo más tonto. Y ahora nos irrumpen fenómenos editoriales cuyo atractivo es el magno misterio.
Ya no se ponen en juego las intenciones comerciales, sino la dudosa capacidad de dedicarse al oficio. En este mundo patas arriba, parece una nueva plaga biblíca que muchos escritores triunfantes no sepan ni escribir.
Es triste que la terrible Stephenie Meyer se haya convertido en lectura de cabecera para toda una generación de adolescentes, pero más que Dan Brown lo haya sido para tantos adultos. Y no sólo por su ínfima calidad, sino por lo ínsipidas, amorfas, nada sorprendentes, escasamente carismáticas, totalmente estafantes que resultan esas historias.
El cine, como los lectores, no ha discriminado y ha hecho sus habituales confecciones cinematográficas, taquilleras, plúmbeas, descartables.
En comparación, aquellos Robbins y Susann, tan cuestionados en otros tiempos, parecen unos literatos de mucho postín. Eran unos trileros, pero, al menos, tenían ese sentido de la prosa y esa perversión que ha de tener todo el que quiera dedicarse a la ficción.
Si hay que acercarse con curiosidad a toda manifestación cultural,
independientemente de su trascendencia, bien es cierto que, en la cosa pop, no debería usted perder el tiempo. Una serie cuenta lo mismo que cualquier best-seller, quizá de
manera más entretenida, y no hay dolor.
En
otros tiempos, sin tantas ficciones televisivas, sin acceso directo a la
pornografía, el consumo de best-sellers calentitos estaba más que justificado. Pero ahora es una total farsa, la imitación de la imitación, sobre todo, porque cada vez son peores, más cursis, más viles.
Inscribidlo en mi lápida: leer un pestiño no es leer.
Y todavía se da otro paso hacia al abismo con "Cincuenta Sombras de Grey", firmado por una tal E.L. James, señora que se está haciendo de oro con una saga que no satisface ni siquiera a los que suelen disfrutar con los best-sellers.
Bajo la apariencia de infalible erotizante femenino, se vende el best-seller definitivo: no sólo es una mierda, sino que encima aburre. Cincuenta toneladas de basura.
Es la victoria de la nada, repetida desde el instante en el que no se para de hablar del libro y se sigue vendiendo, a pesar de haberse demostrado probadamente que no sirve ni para matar el rato dignamente.
Borreguismo |
Es el traje nuevo del emperador, con el que Hollywood también corre a vestirse.
Ya busca a Christian Grey como buscó a Escarlata O'Hara; quizá también se imponga la sorpresa con el candidato finalmente elegido, como ocurrió en 1939.
En todo caso, ser el protagonista de la adaptación de una novela de éxito ya no es vía directa ni al Oscar ni a la inmortalidad, sino al encasillamiento, al descrédito y a un bonito Razzie.
Para ser sincero, he escrito todo este post sólo para decir lo siguiente: mi querido Henry Cavill, mantente lejos de esa epidemia.
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