martes, 5 de marzo de 2013

Sinceramente, Ingrid Bergman


Nació bella y sensible, y así llegó al cine; Ingrid Bergman era tan natural que sólo pudo entenderse como poesía andante.
Actriz desde que tuvo noción de sí misma, Ingrid partió de Suecia y llegó hasta Hollywood, pero no le bastó ese viaje. 
Inquieta, testaruda, independiente, recorrería el mundo, los cines, los matrimonios, los escándalos y siempre como la misma sincera de pro, sin mayor guía que ella misma. 
Y por ese intrincado camino de glorias y desfavores, se permitió ofrecer un puñado de interpretaciones inolvidables en películas que se dijeron más grandes gracias a ella.


Los directores la demandaron hasta la saciedad y la Bergman se dejó querer sólo por unos pocos. 
Confiada de su valía, elegía con cuidado todo lo que tocaban sus exquisitos pies, los mismos que se descalzaban frente a los actores. Porque Ingrid Bergman era alta, altísima, un metro setenta y cinco que sólo podía permitirse tacones delante de Gary Cooper y Cary Grant.
El público la amó al instante de conocerla, y durante los años cuarenta, se decía que era el ideal de mujer: sin pretensiones, toda nobleza, hermosa hasta decir basta. 


De niña en Estocolmo, Ingrid Bergman se dijo tímida y ambiciosa al mismo tiempo. 
La interpretación se proclamó como su mayor obsesión en sus años escolares, aquellos que se vieron teñidos por la frecuente desgracia: sus padres murieron siendo niña y ella navegaría entre casas de familiares hasta que se hizo mayor.
Ingrid se presentó a su primera prueba de casting con la fatal sensación de que no lo iba a conseguir. Pero sólo recibió elogios de los que ya sabían que Ingrid había nacido para las tablas y las emociones.


Tan joven y ya estaba en pantalla, haciendo llorar al mundo con el romance melodioso de "Intermezzo". David O. Selznick lo vio y exigió a la niña sueca. Así, compró los derechos de la película, decidido a hacer un remake en Hollywood.
Entre nervios y dudas, Ingrid siguió a Selznick y llegó a Hollywood. Sorprendió entonces su profesionalidad, su modestia y el modo en que ahuyentó a los que querían cambiar su imagen.
Los pianos y los amores imposibles volvieron a tocar para el remake de "Intermezzo", allá por 1939. 
La película fue un éxito de la lacrimogenia y los ojos del cine norteamericano eran para Ingrid, la misteriosa Ingrid, una mujer inusual, "una sensación", decían los expertos, pensaba el público.

Con Leslie Howard en "Intermezzo"

Su origen europeo y esa facilidad para llorar hicieron de Ingrid la perfecta heroína para el drama en tiempos de guerra. Era la mujer que sufría y huía, la valerosa y la romántica.
La ausencia de maquillaje detonaba el necesario destello de realidad; Ingrid Bergman era impactante.
En aquellos primeros años, el papel clave se llamó Ilsa Lund, la mujer de sombrero que aparece en el Rick's de "Casablanca" para asombro de Humphrey Bogart, convencido de haber visto a semejante bellezón con anterioridad.
Aunque no se sintió cómoda en el rodaje de "Casablanca" y no la recordaría nunca con demasiado cariño, fue y sigue siendo la película que la fijó en la retina de los cinéfilos y el aldabonazo para su pregonada inmortalidad.

Con Humphrey Bogart en "Casablanca"

Más esfuerzo le entregó a su Maria para la adaptación de "¿Por Quién Doblan Las Campanas?", otro alarde de vulnerabilidad escénica y nueva entrega a la independencia estética. En su primera película en color, aparecía con el pelo corto y se hizo la revolución.
El primer Oscar le llegaría poco después, en 1944 y gracias a "Gaslight", intrigante melodrama victoriano, donde sus ojos brillaban y se volvía loca, mientras las luces de gas titilaban en plena noche.

"Gaslight"

Hitchcock la vio y se enamoró de ella para siempre. Le firmó billete de ida y locura para tres de sus películas: "Spellbound", "Under Capricorn" y, por supuesto, "Notorious".
En ésta, se veía las caras con Cary Grant, le mordisqueaba la oreja con teléfono de por medio y ambos se embarcaban en morbosa intriga, llena de aviones, hipódromos, mansiones nazis y botellas cargadas de uranio.

Con Cary Grant en "Notorious"

Pese a estas interpretaciones de hembra notoria, el público norteamericano tendía a identificarla con la bondad absoluta que incorporó en "Las Campanas de Santa María", donde vistió los hábitos para ser la monja más insultantemente guapa de la Historia del Cine.

"Las Campanas de Santa María"

La santidad parecía el siguiente paso y se entregó a "Juana de Arco", carísima biografía de la heroína francesa, que terminó por ser una decepción comercial.
Desde hacía tiempo, Ingrid vivía descontenta con su carrera y su vida en Hollywood.
Tuvo la oportunidad de ver "Roma Ciudad Abierta" y "Paisá", las películas que fundaron el neorrealismo italiano. 
Le escribió una carta de admiración al director de ambas, Roberto Rossellini, ofreciéndole sus servicios como actriz y asegurando que sólo sabía decir en italiano "Ti amo".
Rossellini la reclamó para "Stromboli", arriesgado relato de atmósfera e introspección. El rodaje en la isla volcánica fue adecuadamente tumultuoso, y Roberto e Ingrid comenzaron una relación amorosa.

Con Roberto Rossellini

Por entonces, Ingrid seguía casada con el Doctor Lindstrom, el mismo con el que había llegado a Hollywood y con quien tenía una hija, Pia. 
La noticia del romance ilícito sacudió la prensa internacional; en Estados Unidos, fue tal mazazo que el escándalo llegó a debatirse en el Senado.
Ingrid Bergman no es ninguna santa, se escribía y comentaba. El ostracismo fue inevitable y Hollywood le cerró la puerta en sus exquisitas narices.
En cuestión de dos años, Ingrid se divorció de Lindstrom, batalló con dureza por la custodia de Pia y dio a luz a un hijo de Roberto.
Se casó con Rossellini y, durante su matrimonio, tendría otras dos hijas - entre ellas, la posteriormente actriz y modelo Isabella Rossellini -, mientras se hizo la cara de varias de las aventuras cinematográficas de su marido, voz potente del cine mundial.
El escándalo fue quien motivó que títulos como "Europa 51" o "Viaggio en Italia" no fueran bien recibidos en su momento.
Hoy son los grandes ejemplos de la Ingrid arriesgada, intuitiva, distinta. Una estrella inteligente y sin complejos, como no había otra entonces.

Vibrante en "Europa 51"

Tras divorciarse de Rossellini, se veía libre y Jean Renoir, otro confeso loco por ella, la llamaba para "Elena y Los Hombres". 
Sucedía al ritmo de la cuidadosa preparación de su retorno a Hollywood.
Había pasado una década y era tiempo para el perdón y la amnesia. Y qué mejor amnesia que la de "Anastasia", misteriosa mujer que bien podría ser la última hija viva del zar. 
La Academia le dio un segundo Oscar, que se entendió como oficial reconciliación. 
Sin embargo, su aparición pública en Hollywood se haría esperar dos años. En 1958, reaparecía, precisamente en los Oscars, y se impuso obligada y estruendosa ovación de pie.

"Anastasia"

Siempre viajera, Ingrid no se quedó exclusivamente en Hollywood, sino siguió su camino a través de las mejores capitales y por aquellos proyectos donde decía sentirse más cómoda. 
Envejecía con gracia, mientras no paraba de oír disculpas de propios y elogios de extraños.
"Habré hecho tantas películas y sólo quieren que hable de aquella con Humphrey Bogart", diría con extrañeza.
La Academia le daba un tercer Oscar por "Asesinato en el Orient Express", pero la gran interpretación de madurez fue cosa de su paisano y tocayo Ingmar Bergman.
"Sonata de Otoño" fue también su última intervención cinematográfica y, como todo en ella, el asunto tenía algo de poético: volvía a hacer de pianista, como en "Intermezzo".

Con Liv Ullmann en "Sonata de Otoño"

Ya no era ningún secreto: el cáncer de mama era la batalla que Ingrid libraba en privado desde hacía tiempo. Una batalla que sabía que iba a perder. Muchos ya la lloraban y ella sólo decía: "Tendremos que morir algún día".
Para la televisión, se prestó a otro riesgo, que funcionó como canto del cisne y contrapunto a "Sonata de Otoño": aun tan alta, fue una convincente Golda Meir para miniserie de lujo sobre la líder israelí.
Durante el rodaje, le sobrevino el agotamiento y se impuso la enfermedad. Ella disimuló hasta el último momento, sin cejar en su legendaria profesionalidad. 
En 1982, poco después de terminado el rodaje de la miniserie, Ingrid celebró su cumpleaños. Tenía 67 años y, con ellos, se fue a dormir aquella noche. Nunca despertó.
Las cenizas se esparcieron por la costa sueca, mientras los premios póstumos pretendieron aplacar las inconsolables lágrimas.


George Cukor ya se lo había dicho: "¿Sabes lo que adoro de ti, Ingrid, querida mía? Se podria resumir en tu naturalidad. La cámara ama tu belleza, tu interpretación y tu individualidad. Una estrella debe tener individualidad. Te hace una gran estrella. Una gran estrella".
Ingrid Bergman traía el sello de lo único, de lo distinto, de lo conmovedor, de lo excitante, impreso en el rostro y la mirada. 
Ella misma había dado el consejo:  "Sé tú misma. El mundo idolatra lo original".

2 comentarios:

  1. Que hermosa Actriz y profesional en lo suyo, de las grandes del Cinema mundial , pero otra Sueca es mi favorita , la Divina Greta Garbo.

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