martes, 17 de septiembre de 2013

Brillo y Dureza de Susan Hayward


Ardiente en rojo, mesmérica de pies a cabeza, Susan Hayward entraba cual huracán en escena, torcía los labios y soltaba esa voz especial como ella, rota y ronca a costa de dos paquetes de cigarrillos al día.
Su cabellera pelirroja, su exquisito busto y su aspecto de mujer-mujer la llevaron de los harapos a la riqueza, aunque fue su dureza personal lo que le permitió hacerse sitio en una industria cuya escalada nunca se dijo sencilla.
Al final, atesoró lo que deseaba: dinero, fama, el Oscar. Porque Susan Hayward era hija de su país, una ambiciosa con ansias de riqueza, más preocupada por logros materiales que por auténticas glorias.
"Nunca me he pensado estrella de cine, sólo una chica trabajadora que llegó hasta lo más alto y nunca cayó", diría para contarse.


Su técnica interpretativa en sus empeños más celebrados fue discutible - poca sutileza, mucha gestualidad - aunque, en todo momento, se impuso como una personalidad de impacto.
Costaba apartar los ojos de ella, se la viera a lomos de un caballo, apurando penúltimo trago de scotch o renunciando al amor por el honor.
La fascinación hoy prevalece, quizá por esa imagen desfasada de mujer volcánica, de señora de armas tomar, cuyo único miedo sería llegar y pasar desapercibida. 


Y Susan Hayward es una verdadera diva. Temperamental, vibrante cuerda de melodramas, más grande que la vida. 
Sin ser tan talentosa como la Stanwyck ni tan revolucionaria como la Davis, Susan se conjuga sin problemas con un raro, remoto, contundente esplendor.
O ese factor que llamaban estrellato.


Edythe Marrener era el nombre detrás de la actriz y el barrio neoyorquino de Brooklyn, el mediocre lugar donde había nacido.
Su infancia fue pobre, aunque no desgraciada. En cualquier caso, los apuros económicos de sus primeros años serían señalados por ella misma como el fuego donde se coció su empuje vital.
Ya pisaba las tablas en sus años escolares, aunque Edythe se veía más futuro como secretaria. Un golpe de casting y se hizo nombre en las carpetas de las agencias de modelos neoyorquinas.
Vestía y devestía ropa de firma en 1937 cuando llegaron las noticias de Hollywood. "Se busca a Escarlata O'Hara".
Edythe hizo las maletas para presentarse en Los Ángeles, con la determinación de nunca volver a pasar hambre.


El papel de la O'Hara no fue para ella, como bien sabemos, aunque su prueba gustó a los cazatalentos y se la llamó para firmar un contrato como figurante.
Edythe quería más, pero el desánimo no la impidió cumplir con su trabajo mientras aspiraba a primeras líneas.
En 1939, por fin, Susan Hayward era una realidad, vestida de época, al lado de Gary Cooper en la aventura "Beau Geste".
Tan bonita y tan roja, Cecil B. De Mille la llamaría para la stravaganza sureña "Reap The Wild Wind" y las líneas de Hollywood se llenaban, poco a poco y sin prisa, con el nombre de Susan.


Los años cuarenta fueron carrera de fondo.
Por un lado, demandaba más carne dramática y se le resistía. Por otro, las columnas de cotilleo registraban las tormentas de su matrimonio con Jess Barker, actor de serie B y padre de sus hijos gemelos.
Acabó en divorcio y en postrero intento de suicidio por Susan. La salvaron, ella agitó su melena de superviviente y proclamóse más Hayward que nunca.
Detrás de las cámaras, se la reconocía como una republicana convencida, una mujer tradicional, poco amiga de casi nadie, de personalidad profesional, respetuosa y más bien fría. Gustaba de vivir el calor en privado y era amante de los hombres machos.
Cuando olvidó a Jess Barker, otro agreste sureño, de nombre Floyd Chalkley y con rancho incluido, ocupó su loco corazón y su dedo anular.


Por entonces, ya había conseguido su sueño en Hollywood: que la vieran como una actriz buena, válida, digna de figurar por encima del título.
Lo decisivo se llamó "Smash-Up: The Story Of a Woman", primera y verdadera oportunidad de lucimiento.
Interpretaba a una cantante de night-club dipsómana, la cosa se sintió de escalofrío y la nominaron al Oscar. Como no lo ganó, le entró la obsesión.
Y, durante los años siguientes, las interpretaciones más esforzadas de Susan Hayward obedecen a toda la lista de trucos necesarios para conseguir un Oscar: borrachas, celebridades o celebridades borrachas.

Con Dana Andrews en "Mi Loco Corazón"

Así, Susan fue la heroína que se embaraza soltera y acaba cebada de licor en "Mi Loco Corazón", incorporó a Jane Froman, la cantante que quedó paralítica en "Con Una Canción en Mi Corazón" y se lanzó a un festival de excesos en "Mañana Lloraré", donde la escalofriante historia de la alcohólica Lillian Roth viste como un clásico del camp

"Mañana Lloraré"

A pesar de que la interpretación es de todo menos ejemplar, es imposible dejar de conmoverse en la escena cumbre de "Mañana Lloraré", cuando anda escaleras arriba, sin aliento ni más vasos que devorar, derecha a una oportunidad en Alcohólicos Anónimos.
Susan era una mujer tan guapa y fuerte que verla de borrachuza y trágica motivaba agarrar todos los pañuelos y no dejar seco ni uno. 
Entre estas películas aplaudidas, quedaron otras mejores, menos noticiables en su día y hoy muy recuperables, donde Susan estuvo más fina a las órdenes de Joseph L. Mankiewicz en "House Of Strangers" o Nicholas Ray en "The Lusty Men".

Con Richard Conte en "House of Strangers"

Con las fuerzas intactas, se permitió otro tour-de-force de los suyos para nueva biografía, esta vez como Barbara Graham, vulgar señora condenada a la cámara de gas.
Sucedió en la brillante "Quiero Vivir".
Aunque la boca seguía adicta a la mueca, el personaje duro de la penada se benefició del carácter de la propia Hayward.
Tanto la película como Susan son difícilmente olvidables, y la Academia, por fin, le dio la estatuilla que le había quitado el sueño.

"Quiero Vivir"

Como las grandes actrices de su época, Susan Hayward había probado que era insumergible. La edad no había sido un problema al fin y al cabo; sólo la había hecho más poderosa en escena. Sus exigencias fueron tan altas como sus apuestas y la yanqui había vencido.
Con la sensación del deber cumplido, se dijo esporádica mientras llegaban los sesenta. Aún se permitía algún retorno, a golpe de melodrama lujoso, desde la llorosa heroína de "La Calle de Atrás" hasta su desternillante divona Helen Lawson en la desternillante "El Valle de las Muñecas"·. 
Una de sus últimas intervenciones memorables aparece en "The Honey Pot", donde, de nuevo a las órdenes de Mankiewicz, ofrecía lo más parecido a una parodia de su ultrafemenina imagen.


El fallecimiento de su segundo marido la entristeció y cambiaba de rústica residencia, mientras se decía aficionada a los escenarios abiertos, a saborear sus victorias, a respirar aire puro.
No fue aire puro lo que había respirado en cierta ocasión, allá por 1956.
En "The Conqueror", uno de los rodajes más caóticos de su carrera, el equipo se instaló en un lugar de Utah, donde, supuestamente, estuvieron expuestos a toxinas radioactivas.
No se sabe si fue la causa, pero salta a la vista de que todos los actores que trabajaron en esa película - incluyendo John Wayne, Pedro Armendáriz y Agnes Moorehead - sucumbieron al cáncer años después.
Susan fue diagnosticada de un tumor cerebral en 1972 y supo enseguida que el telón estaba echado para ella.
Retirada, se permitió un último capricho de estrella. 
"Quiero ir por última vez a los Oscars", le dijo a los médicos. Éstos le recomendaron que se quedara en cama.
Ella se vistió de fuerza, se puso una peluca, se pintó las cejas y allí apareció en el escenario, del brazo de Charlton Heston, para leer el sobre a la mejor actriz.


Nunca se la volvió a ver en público. 
Al año siguiente, moría en su residencia hollywoodiense para que sus restos se trasladaran hacia su pacífico y solitario rancho de Georgia.
Se marchaba con 57 años y el sabor de la aventura en los labios.


"No sé cómo relajarme. La vida es demasiado corta para relajarse", había dicho la infatigable, la decidida, la dura. 
Prensara el cigarrillo, arreara bofetones o suplicara por un día más a tu lado, Susan Hayward no estaba para bromas y hacía su trabajo: emocionar, cautivar, seducir, ser mejor que ella misma, y así ganarse el cheque y el público al mismo tiempo.
La leyenda cuenta que, por el arduo camino desde Brooklyn hasta nuestras retinas, incluso la vida fue posible.

2 comentarios:

  1. Siempre me ha parecido una actriz injustamente olvidada hoy día. Para mí siempre fue una estrella y una actriz algo más que excesiva ocasionalmente. No sé pero me hubiera gustado que le dieran un abanico más amplio de papeles para comprobar si realmente era tan pasional, dramática y gestera. Para mí, una de las grandes y, por cierto, una soberbia selección de imágenes de una mujer, además, bellísima.
    Un abrazo

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  2. Wao la recuerdo como Betsabe aunque no sabía su nombre.

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