lunes, 9 de septiembre de 2013

Liev Schreiber


Me encanta este hombre.
Es más, lo amo. Y me parece imposible no hacerlo. 
Liev Schreiber es uno de esos raros intérpretes que cuentan tanto con tan poco. Lo sabes todo sobre él nada más aparecer - sus angustias, sus esperanzas, sus escasas ganas de aguantar gilipolleces - y le basta con su presencia taciturna y esa mirada. 
El estilo de este actor es intuitivo, inmersivo, intelectual, o eso aseguran por ahí. ¿Será esa la razón de que no sea una estrella de primera línea? 
Porque, para ser de la lista de privilegiados de Hollywood en estos tiempos, o demuestras lo dudoso actor que eres a razón de desorbitar los ojos, apuntar con el dedo y/o transformarte en personajes célebres, o sencillamente te limitas a ser más malo que un dolor. 
Liev, tan serio, tan talentoso, tan polifacético - ha pisado tablas, ha dirigido una película, fue guionista antes que actor -, tan discreto y exuberante al mismo tiempo, es un placer demasiado sutil para demandantes de lo obvio.


Por pura y cochina envidia, obvio también será lo mucho que odio a Naomi Watts, amor, pareja y madre de sus retoños desde hace unos cuantos años. 
No hay problemas en el Paraíso y ahí lo veíamos el último invierno, grabando a su Naomi con todo orgullo y para la posterioridad, mientras ella ejercitaba luminosidad en esas alfombras que se enrojecen para gente nominada y requetenominada.


A pesar de que Liev no tiene todo lo que yo le daría, se le saluda como un actor bien reconocible, profesional y de reputación impecable. 
Él mismo ha asegurado en varias ocasiones que su inquietud artística y disciplina intelectual vinieron dadas por una infancia poco ortodoxa. 
La respuesta está en su madre, la irrefrenable, triste, bipolar Heather Schreiber, pintora hippie que lo bautizó en honor a Tolstoy, lo llevó de la mano y le inculcó caminos a la grandeza, mientras vivían de okupas en pisos vacíos de Nueva York.
Como personaje rags-to-riches, Liev creció un buen día y hasta entendió a su madre. Y cuando su carrera artística ebullía, todos le dijeron que escribiera menos y se subiera más al escenario.


Desde mediados de los noventa hasta ahora, Liev atesora dos interpretaciones realmente memorables, en cuanto a pantallas se refiere: el Orson Welles de la excelente Tv-movie "RKO 281" y el político títere del remake de "El Mensajero del Miedo". 
En terrenos comerciales, la cosa ha rimado con la saga "Scream", que lo hizo conocido, y con ese inesperado atraco a la función que se vivió en "Lobezno". 
Todos acudimos a ella por Hugh Jackman y todos salimos de ella con la idea de que tamaño bodrio había sido menos insoportable por Liev Schreiber, que aparecía y se zampaba el escenario.


Cuando vivía a dos días de hacerme una camiseta reivindicativa con la frase "I Love Liev", prorrumpí en salto de alegría hasta el techo al leer que la cadena Showtime anunciaba que sí, que era hora de que Schreiber tuviera serie de televisión propia.
La cosa se llama "Ray Donovan" y se ha estrenado este verano. Liev fue motivo para verla y Liev es motivo para seguir viéndola.


Y, Sirk mío, qué 45 años tiene este hombre. 
Estaba fantástico el muchacho y ahora es para perder la poca razón que nos queda. 
Se nota que se ha preparado físicamente para televisión, con la voluntad de que todos concluyamos que es el más buenorro.


Hemos comprobado que se ha puesto en forma a golpe de un par de escenas anonadantes, pero, para redondear, se ha desplegado esa estrategia que yo he denominado "hacerse un Lana Turner en Madame X". 
Me explico. Si en "Madame X", no había una sola actriz más joven que Lana, para enmascarar - inútilmente - que la Turner ya estaba talludita, en la serie "Ray Donovan" no hay persona atractiva en el reparto, sino Liev. 
De hecho, los familiares del protagonista son tan feos que es incongruente que tengan algo que ver con semejante maromo.
Lo que se llama favorecerse escénicamente por comparación.


Las imágenes de "Ray Donovan" adoran a Liev y no dudan en capturarlo altísimo, interesante, cool y envuelto en esplendorosas sombras. 
Este "hacerse un Lana Turner" le ha dado  buen resultado y, con mucha probabilidad, el próximo Globo de Oro.
En cuanto a la calidad de la serie, obedece a esa tendencia de los estrenos de los últimos años: empezar con todo al fuego e ir desinflándose, capítulo a capítulo. 
Las propuestas eran muy estimulantes y se vislumbraba una especie de "Scandal" ceporro y altamente devorable, pero los creadores han preferido orientarla a un exposé familiar en la corriente de "Los Soprano". Hallóme entonces con el dèjá-vu y las pretensiones. 
Para colmo, se nota cierto desaliño en la escritura de los episodios, como si los hubieran ideado y redactado con una prisa horrible.


Sin ser la serie que mereciera Liev, sí es la que necesita.
"Ray Donovan" se confirma como una apuesta por este actor especial y atractivo, ese que ondula sus larguísimas cejas y, de su eterna melancolía e inquietante calma, surge la violencia, la imprevisión, la contradictoria luz de los seres complejos. 


Como maromo, Schreiber tiene esa cualidad masculina que elogiáramos a propósito de Ray Stevenson: una raza de machote natural, que no tendrá tantos abdominales como otros, pero los cambia por un carisma que te deja clavado en el asiento, en la vida y en las ganas de odiar a Naomi Watts.
Está claro. No pienso salir a la calle nunca más sin mi camiseta de "I Love Liev".

1 comentario:

  1. huala, pues por curiosidad voy a ver el primer capítulo de Ray Donovan a ver de que va.

    ResponderEliminar