miércoles, 18 de septiembre de 2013

Cine Para Hacer Cine


El día que el cine se ganó a los espectadores, nacieron los cinéfilos, esos seres que se confesaron enamorados de las sensaciones que desprendía la pantalla. 
Algunos de ellos se atrevieron con soñar en aportar su visión y lanzarse sin paracaídas a esa loca aventura que supone ser cineasta.
Porque la Historia del Cine se escribe desde el amor por el medio. Obviamente, no fueron las mismas fuerzas las que impulsaron a David Lynch, a Pedro Almodóvar, a Anthony Minghella o a Brett Ratner. 
Unos directores lo verán como una manera de hacerse rico; otros, como la profesión glamourosa con la que conquistar a las chicas; aquellos de más allá, como el mejor medio de expresión; y unos pocos como la manifestación definitiva de su genialidad.
Pero todos amaron el cine y lo descubrieron desde niños como nosotros.
Las buenas películas hacen adorarlo, pero hoy buscamos esas que van más allá, aquellas que convierten al cinéfilo confeso en un futuro director de cine.
Son las películas que inspiran a hacer películas. Que inspiraron a otros y, si te descuidas, te inspirarán a ti.
El director-cinéfilo por excelencia, Martin Scorsese, habla de sus primeras experiencias en las salas de su infancia con el mismo fervor del que cuenta un despertar sexual. 
"Duelo Al Sol" es señalada como ese imborrable estallido de colores y pasiones que cautivó y estremeció al pequeño Marty hasta el punto de obsesionarse por las películas.

Jennifer Jones en "Duelo Al Sol"

Pero "Duelo Al Sol" no lo convirtió en cineasta. No es un título que, por sí mismo, ofrezca la posibilidad de que un don nadie sea capaz de dedicarse al medio en un futuro. 
Es una producción de David O. Selznick y, como todo el Hollywood que se escribe a sí mismo en letras mayúsculas, luce creado en una tierra lejana, muy lejana.
En 1946, funcionaba como la última demostración de poder de su productor, que no quería una cabalgada de diez jinetes; la quería de sesenta. Sólo por el placer travieso de conseguirlo y multiplicarlo por seis.
"Duelo Al Sol" habla de la entidad priápica del cine industrial, pero no es la película que podemos hacer, hoy y aquí. 
Obras como "Duelo Al Sol" hicieron de Scorsese un cinéfilo, pero serían títulos como "On The Waterfront" los que sembraron la semilla, los que brindaron a un chico de Queens la idea de que crear cine puede ser más que un sueño. 
Son las películas que contaron que el cine está en todos lados, está aquí, está en ti.

Marlon Brando y Eva Marie Saint en "On The Waterfront"

"On The Waterfront" se ambientaba en las calles donde Martin crecía. Era un cine realista, y no por ello necesariamente mejor, pero hacía protagonista de una producción hollywoodiense lo que nunca había sido considerado digno. Y, oh, parecía tan auténtico, tan sencillo.
Es lo que permitió que Scorsese supiese que tenía que algo que contar. Sobre las calles, sobre sus "Malas Calles". 
Fue una película que le inspiró a hacer películas. 
En primer lugar, realistas, sucias, ahorradoras, porque el escalón de la consagración pasa por la sinceridad, la revelación del mundo propio, aquello que conoces de primera mano, esa espina existencial que debes quitarte. 
Luego, el Cielo es el límite y, si las cosas funcionan, no sólo contarás las malas calles, sino hasta "La Edad de La Inocencia", con más presupuesto y más caprichos a saciar que cualquier Selznick.

Harvey Keitel y Robert de Niro en "Malas Calles"

Películas que provocan a hacer películas, cinéfilos que se convierten en directores de cine. ¿Qué película ha inspirado - e inspira más- que "Al Final de la Escapada"?
En el mundo intelectual de la Francia de finales de los cincuenta, el cine se debatía en escuelas, en cafeterías y en dormitorios y, cuando sus teóricos saltaron a la pantalla, irrumpía como la revolución más ambiciosa de toda la Historia del medio. Revolución francesa, por supuesto.
Jean-Luc Godard, niño terrible de la Nouvelle Vague, debutaba con "Al Final de la Escapada", o la película posible. Es decir, barata de presupuesto, rica de novedades.

Jean Seberg y Jean-Paul Belmondo en "Al Final de la Escapada"

"Al Final de la Escapada"  habla de muchas cosas. 
Es la posibilidad de hacer género, de hacer estilo, de hacer poética, de poner todas las previsiones del espectador patas arriba y, a la vez, trasladar el cine al raso de la calle. 
Sus protagonistas se pasean por París, los transeúntes se dan la vuelta al descubrir que son grabados y la cámara nos cuenta desde los disparos a los besos. Godard, como amaba el cine, bien sabía que era kiss kiss bang bang.
Esta obra iniciática se inmiscuye en la complejidad de la intimidad, bucea en las multiplicidades del montaje y rastrea las pulsiones emocionales que propician la imagen y el sonido. Y es intensamente romántica.
"Al Final de la Escapada" juguetea con los tópicos y con la superación de estos. Juguetea con el cine, con picardía, a placer, sin necesidad de los millones de David O. Selznick.

Jean-Paul Belmondo en "Al Final de la Escapada"

En todo momento, ofrece a los demás cinéfilos la verdad de que pueden hacer la película que quieran, lejos de estudios, de demandas populares, de modas, de cánones.
La Nouvelle Vague, en general, y Godard, en particular, contaron - y cuentan - que el mundo espera por tu película.
Quizá, tu película no interese, tal vez, te acusen de pretencioso o, sencillamente, no resista el paso del tiempo. Pero, hey, ¿quién sabe? Lo mismo eres un genio.
Es significativo que Godard dedicara ese debut cinematográfico a Monogram Pictures, productora de serie B norteamericana, que, de manera inadvertida, le había brindado la imagen de que se apaña con mucha imaginación.
La Nouvelle Vague fue el toque oficial de trompeta: la admiración por las películas, su discusión, su teorización y su apasionamiento desde la distancia se trocaban en acción decidida. 
El cine dejaba de ser una institución llevada por profesionales y, con el faro del europeísmo, sincerarse, transgredir y provocar fueron los verbos que las imágenes debían conjugar.
Los años setenta fueron el mejor laboratorio para esa clase de artista - como el caso de Scorsese -, pero también nos topamos con la contradicción andante. 
Es decir, con Orson Welles.
A diferencia de Scorsese o Godard, el caso de Orson fue al contrario. De tenerlo todo a disposición para elaborar su primera obra, irrumpieron luego los harapos: pedir prestado, cancelar rodajes y clamar por remontajes.
Aunque alienada por estas dificultades, la pulsión creativa de Welles nunca murió.

Orson Welles en "Fraude"

Pongamos el ejemplo de su última producción completa, "Fraude", una película que invita a hacer películas, por lo apasionante de su construcción a todos los niveles.
Originalmente, era un documental para rastrear la vida y personalidad de Elmyr de Hory, un infamous falsificador de arte, que se jactaba del hecho de que museos importantes colgaban sus copias como piezas auténticas sin que ningún experto las hubiese detectado.
"Fraude" basaba su investigación según la biografía desveladora de Clifford Irving. Hete aquí que, en medio de la producción del documental, saltó la noticia que el biógrafo tampoco era trigo limpio. 
Irving había perpetrado otra biografía, esta vez de Howard Hughes, donde el escritor aseguraba haber contactado en exclusiva con el recluido magnate. 
Éste lo desmintió y otro falsificador quedó al descubierto.

Clifford Irving y su mono en "Fraude"

Orson Welles nos lleva en "Fraude" a través de su propio discurrir. La película piensa a la vez que nosotros y arriba a la conclusión de que todo artista es un mentiroso fabuloso. Y el primero es el mago, el mismo director, el magnífico Orson.
Las innovadoras técnicas de montaje, los juegos de sincronización y las multitexturas de "Fraude" cautivan y su propia condición de película barata, on the making, nos instiga a hacer nuestro propio truco, nuestra propia estafa, nuestra propia película.
Pero no todo es oro, bien lo sabía Orson Welles. La genialidad no es suficiente, ni siquiera la reputación. Hacer una película es difícil; hacer la segunda, un milagro.
Ahí está Richard Rush, un nombre apenas conocido, que realizó una película que invita a hacer películas: "The Stunt Man".

Peter O'Toole y Steve Railsback en "The Stunt Man"

Una comedia bizarra, incisiva y un tanto exasperante sobre un especialista que cree que el director ha desplegado un plan para matarlo en pleno rodaje de una secuencia de acción. 
"The Stunt Man" es cine dentro del cine y se mueve con la antisintaxis vindicada por el cine europeo de los sesenta. 
No es extraño que "The Stunt Man" recibiera elogios de Truffaut y Godard cuando la descubrieron en televisión y preguntaron quién narices era el hombre detrás de esa joya inclasificable.
La lamentable realidad es que "The Stunt Man" se había estrenado de tapadillo, años después de su finalización y, ni sus tres nominaciones al Oscar ni los piropos de la crítica, la salvaron de la indiferencia general.


Rush no volvería a dirigir en décadas para ninguna major y la única que se le ha brindado ha sido - fígurate - el desastroso ero-thriller "El Color de la Noche" en 1994.
El cine, como el mundo, tiende a absorber gustosamente a las personalidades, sobre todo cuando se ponen demasiado bravías. 
Y, desde que se producen menos películas y más caras producciones, llegar hasta el templo se cuenta trabajo de Hércules.
No obstante, cuando todo parece absorbido sin remisión por el elitismo de las corporaciones y los consumos mass-media, surgen fenómenos que expresan esa capacidad de realizar películas desde la simple pasión por hacerlas.
Ahí está "Hedwig & The Angry Inch". 
De por sí, inspira a producir nuestro proyecto, porque es desvergonzada, libre de forma y muy romántica. 
Aunque lo que invita a seguir el camino de su creador y estrella, John Cameron Mitchell, se relata en el documental que recoge los pasos que se dieron hasta ese film.

"Hedwig & The Angry Inch"

Lo que empezó como una obra de teatro que se interpretaba entre amigos se subió a las tablas de los confines de Nueva York, para irse internando poco a poco hasta tocar los límites de Broadway. 
La adaptación cinematográfica se hizo necesaria y John Cameron Mitchell llegó a los Globos de Oro, mientras se hacía figura indispensable del indie.
El boca-oreja llevó a la fresca "Hedwig" desde una improvisada chorrada de loca hasta la creación de uno de los últimos grandes musicales del siglo pasado.
"Hedwig & The Angry Inch" nos recuerda que el cine es muchísimo más que recetas de buen gusto. 
Además, también ejemplifica que este medio no es cosa de una persona. No es lugar para egoísmos, porque hasta los más autores cuentan con equipos acordes, esos que comparten su visión, que la refuerzan con el trabajo duro, que la hacen posible. 
Y, sobre todo, encontrar y conectar con el público potencial, ese que espera ansioso que toques esa tecla nunca tocada o largo tiempo olvidada. 

"Hedwig & The Angry Inch"

Ante lo dicho, la conclusión de hoy ha de ser una pregunta: ¿Cuándo hacemos tú y yo una película?

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