martes, 24 de septiembre de 2013

El Espejo de Gene Tierney


Ante ella, como norma nunca escrita, por reverencia debida, sin explicación pedida, hay que empezar y terminar con su belleza, esa que se contó leyenda desde el primer día.
Sus ojos, sus labios, sus rasgos, su delicadeza. Gene Tierney tenía una hermosura natural tan profunda que mirarla significaba conmoverse. Todavía hoy emociona.
Darryl Zanuck, el jefe de la Fox, el que la convirtió en estrella de Hollywood, sentenció que Gene había sido la mujer más hermosa que conociera cámara cinematográfica.
El secreto se vivió en ese encuentro alquímico entre la sensualidad irrebatible y la clase personal.
Gene, como las mejores guapas, era una tía buena con alma, una promesa de fiereza femenina con un toque de sofisticación.


Su estilo interpretativo consistía en valerse de esa belleza, en usarla como arma arrojadiza dramática. 
Sin ser la mejor actriz del mundo, era minuciosa y sensible en todas sus apariciones. Y cuando estuvo bien dirigida o en el momento en que alcanzó un papel copernicano con su imagen, incluso se las dijo brillante.
Gene, oh, pobre Gene. Era rica desde niña, lo tenía todo, incluso los sueños. El mundo y la vida se los arrebataron. 
La suya es una de las historias más trágicas de Hollywood, porque, a diferencia de la mayoría, no se buscó ninguna de sus desgracias. Le cayeron encima, a golpe de los brutales azares de la enfermedad y la locura.  
Su primer marido, Oleg Cassini, dijo que Gene Tierney era la "más afortunada de las desafortunadas; todos sus sueños se cumplieron, a un precio".
Sí, la belleza tenía un precio. También la gloria y Gene, la esplendorosa, tropezó con la oscuridad demasiadas veces.


Gene Eliza Tierney nació en una próspera familia de Nueva York. Su padre se había hecho de oro como corredor de seguros y era nombre repetido entre la alta sociedad.
A Gene no le faltó todo lo que una familia venida a más podía ofrecer: clases de francés, exquisita educación, baile de debutantes y la sensación de que la vida estaba allí, a la vuelta de la esquina, para obtenerla.
La joven Gene, que había demostrado inquietudes artísticas desde niña, se aburrió pronto de las fiestas y los cócteles y comunicó a sus padres que quería ser actriz.
Su padre entendió que la interpretación sólo era honrosa si se vivía en un teatro y, mientras costeaba los estudios dramáticos de su amada y hermosa hija, se preocupó en promocionarla hasta la saciedad. A Gene le costaría quitarse esa vigilancia durante los años siguientes.
Sus primeros papeles en Broadway llamaron la atención por su exótica hermosura, que lucía desaprovechada en segundas filas. 
En poco tiempo, todos hablaban de Gene Tierney en Nueva York y las promesas valían el módico precio de un billete de avión. Ese que Zanuck compró para ir a su encuentro.


Su primera película fue "El Regreso de Frank James", donde Gene apareció en Technicolor, al lado de Henry Fonda. 
A continuación, la Fox se plegó ante ella y la mimaría durante la década de los cuarenta hasta convertirla en una de las más reconocibles actrices de la época.
Su estilo se puso de moda. Como Ingrid Bergman, era señorita delicada y libidinosa Venus por el precio de una. Era, como Ingrid, un ideal de hembra.
Su papel emblemático se llamó "Laura", película que resumía a Gene y al estilo de toda una época. En ella, era la chica de sociedad que aparece muerta una mañana y sus amistades son los sospechosos.

Con Dana Andrews en "Laura"

La película fue un duradero éxito y también la primera ocasión donde Gene Tierney se puso a las órdenes de Otto Preminger, oficioso director de cabecera a lo largo de su trayectoria.
Si "Laura" fue rol de leyenda, al año siguiente entregaría una interpretación sorprendente de puro sobrecogimiento en "Que El Cielo La Juzgue". 
Sus suaves y beatíficas facciones, de perfección angular, eran la irónica fachada de una psicópata enamorada cuyos celos son tan destructivos que riman con asesinato.

Como Ellen Berent en "Que El Cielo La Juzgue"

Fascinante melodrama noir en colorines, que impresionó a toda una generación, se convirtió en el mayor éxito de la Fox y todavía vale un escalofrío. 
Gene Tierney recibía su única nominación al Oscar por esa iniciática aparición del Mal en pantalla bajo una cara angelical.
Los años siguientes continuaron la buena racha y Gene se decía laboriosa. Por entonces, estaba casada con Oleg Cassini, diseñador de vestuario en nómina de la Fox y padre de sus dos hijas.

Con Oleg Cassini

Una crisis matrimonial abrió la brecha para un aluvión de pretendientes. Gene tuvo romances con Tyrone Power, con John F. Kennedy, con Aly Khan.
También fue lisonjeada por Howard Hughes pero, sin capacidad de sorpresa ante la riqueza ajena, le dio calabazas a cambio de una amistad de por vida.
A mediados de los cincuenta, se despertaron las alarmas en Hollywood. ¿Qué le pasaba a Gene Tierney? La chica dorada lloraba y sufría más de la cuenta.
Fue en el rodaje de "La Mano Izquierda de Dios" cuando Gene tocó fondo. Compartía protagonismo con Humphrey Bogart, que entendió lo que sucedía. 
"Bogey se dio cuenta, porque tenía una hermana con los mismos problemas", recordaría Gene.
¿Qué le había pasado a Gene?, se preguntaban mientras la llevaban a un psiquiátrico. 
Muchos decían que todo había empezado con Daria. 
Oh, Daria, su pobre Daria.
Una década antes, cuando América estaba en guerra, Gene Tierney acudió a Hollywood Canteen, lugar de refresco para soldados de permiso, donde las estrellas del cine solían echar una mano y servir a los pobres muchachos, para que se fueran a la batalla con la alegría de haber sido atendidos por actores famosos.
Gene sólo acudió en una ocasión y acabó contagiada de rubéola. Estaba embarazada y su hija, Daria, nació prematura, con problemas físicos y un severa minusvalía mental.
Se cuenta que los extremos cuidados que conllevó Daria fueron largamente costeados por Howard Hughes.

Con Daria

La desgracia avivó la crisis con Oleg Cassini  hasta terminar en divorcio y aseguró la ruina de su paz mental. Las depresiones eran frecuentes; el desorden bipolar, ese diagnóstico que nunca llegó.
Un día, un hombre se acercó a ella y le contó que se habían conocido en Hollywood Canteen. Que él había roto la cuarentena de su enfermedad y la había besado en la mejilla.
Ella lo oyó impasible, con el corazón destrozado, para decir mucho después:
- Fue entonces cuando ya no me importó ser la actriz favorita de nadie.
La historia - inspiración obvia para "El Espejo Roto", de Agatha Christie - se decía más triste que todas las que Gene pudo haber incorporado en el cine.
En el psiquiátrico, recibió electroshocks y perdió recuerdos. 
Le dieron el alta y todos esperaban por su vuelta, aplazada, siempre disculpada.
Un día la encontraron en lo alto de un edificio, en el borde, mirando al vacío. Tiempo después, un seguidor la reconoció trabajando en unos grandes almacenes y se lo contó a la prensa sensacionalista. Hollywood le ofreció una película entonces, pero Gene no era capaz de soportar el estrés.
Mientras luchaba por ponerse de pie, conocería a W. Howard Lee, magnate del petróleo, con quien se asentaría en Houston, entre prosperidad asegurada, partidas de bridge y promesas de retorno.


Su regreso en 1961 se decía en un papel secundario para Otto Preminger en el drama político "Advise and Consent". 
Demostró que todavía era la misma mujer de rompe y rasga y no había olvidado ninguna de sus lecciones interpretativas.
Se abría la posibilidad de una segunda carrera como actriz de reparto, aunque, si los fantasmas se habían disipado, el desinterés iba en aumento.
Se retiraría a finales de la década de los sesenta de manera definitiva, diciéndose cómoda en Texas. Sólo se la pudo ver en una miniserie allá por 1980.
Había pasado mucho tiempo desde "Laura", pero las reposiciones televisivas de sus clásicos todavía la elogiaban como magna exquisitez fílmica.
Fumadora empedernida, el vehículo a la otra vida se llamó enfisema en 1991.
Gene Tierney tenía 70 años y su nicho permanecería solitario y a la espera, hasta muchos años después, hasta el día que enterraron a Daria a su lado.


El público que la descubrió y se enamoró de ella en los años cuarenta la solía conjurar bajo la canción de "Laura", esa que rezaba que era "el rostro entre la niebla, los pasos que se oyen desde el vestíbulo".
Casi como una broma de tal desoladora beldad, aún se puede recuperar a Gene Tierney, la afortunada de las desafortunadas, la estrella fugaz, demasiado brillante y perfecta para durar.
Gene era, sencillamente, un reto a Dios.

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