jueves, 26 de junio de 2014

Llora, Tío


Anoche tuve un sueño. Oía llorar en a la habitación de al lado. Una mujer joven sollozaba sin consuelo. La mujer era una mezcla de mis hermanas, todas mis compañeras de piso y las amigas que he tenido a lo largo de mi vida. Era una de ellas, aunque ninguna en particular.
- ¿Por qué lloras, hija?
- Mi... mi madre - me decía, tartamuda, sin poder tranquilizarse.
- ¿Qué pasa? ¿Se ha muerto?
- Nooooo - decía, llorando con más fuerza. - Está mala de la garganta.
- Ah.
- ¡Y la culpa es tuya! 
- ¿Eh?
- ¡Te di todos los Strepsils y no dejaste ninguno!
Dicen que las mujeres lloran mucho y los hombres no sabemos cómo. Dicen que no lo hacemos. Que ya deberíamos en los momentos cumbre, cuando una lágrima puede expresar lo que estás sintiendo. Si muchos lloraran más, serían menos violentos, dicen, aunque esa es una idea bastante peregrina. Hay cabrones muy llorones.
Una canción muy famosa de Miguel Bosé aseguraba que los chicos no lloran, tienen que pelear. Más que abogar por el seco lacrimal de los varones, aludía a su precaria educación sentimental. Durante generaciones, a lo largo de las épocas, el género masculino ha sido poco brillante en terrenos sentimentales. Propagar que la delicadeza es una debilidad no debió ayudar mucho al adecuado progreso en las materias del corazón.
Siempre que veo "Lo que el viento se llevó", me maravilla ese momento donde Escarlata O'Hara manipula a Ashley y Melania con sus lágrimas. 


Yo quiero hacer eso y nunca me ha salido. Una vez estaba perdiendo una discusión con un amigo y, borrachos los dos, yo quería echarme unas lágrimas al final para enternecerlo y que su victoria en la disputa fuese menos.
Lo que me salió fue un quejido lastimero, un tanto patético, con lágrimas secas y carita de Dawson, a lo que mi amigo, aún más enfadado de lo que estaba, remató:
- Esto no es un melodrama, Josito.
Tengo amigos que sufren porque son incapaces de emocionarse hasta la lágrima. Y, de repente, están viendo una final de "Operación Triunfo" y, bam, se echan a llorar lo que no lloran desde bebés.


Los hombres sí lloran. Lo hacen muchísimo y es mentira que no sepan cómo. Lloran con el fútbol, con la guerra, con las injusticias, cuando mueren sus amores o cuando deshaucian a sus madres. Cuando no pueden hacer nada por evitarlo, cuando todo está perdido, cuando ganan los malos.
Es el auténtico desconsuelo lo que mueve al lacrimal del más recio. Arruga la cara y, mientras abandona el campo de la derrota, ay, qué pena.


Lloran cuando se pierde o con el final de "Toy Story 3". Hay que atacar donde duele. Conmover a un hombre que nunca llora es acertar de pleno, porque apelas al niño que una vez fue, al que tiene ahí dentro, acallado. 
Suena una música que recuerda algo perdido y hasta el más tieso hijo de puta hace rodar lágrimas de sal por sus rústicos carrillos. Nació llorando, algo recordará de la dinámica.


En cierta ocasión, oí a un vecino muy machista echándole la bronca a su hijo de ocho años. El pobre niño se echaba a llorar y el padre se enfadaba más:
- Y no me llores, coño, que sckhfciurwghcfiyrew!
El niño lloraba más, hasta que entendía. Se sorbía los mocos, se contenía un poco y las lágrimas caían sin ruido. Estaba aprendiendo a llorar como un hombre. Para dentro, en silencio. Apartando la mirada. Quitándose las lágrimas a manotazos, como si quemaran.
Los hombres sollozan mucho y a su pesar.
- He llorado tanto que no te lo puedes imaginar - me decía otro amigo cuando venía de romper de mutuo acuerdo con su novia. Oh, se acabó el amor que fue tan sublime, ¿quién es el guapo que no llora?
- Qué dolor, qué dolor - repetía, y yo recordaba aquello de que no hay nada que dé más tristeza que ver a un grandullón destrozado en sollozos. 
Esos sollozos que consiguen el amor y la guerra, los dos acontecimientos que lo cambian todo en la vida de las personas.


Cuando los futbolistas lloran se consagran como los machos sollozadores del planeta.
James Dean y los otros chicos del Actors Studio fueron los primeros que lloraron delante del mundo, pero los que le dan a la pelota son los campeones de las lágrimas. No paran, es que no paran.
Y los aficionados también. Como todo en el fútbol y demás fastos deportivos, la trivialidad del asunto se rellena con importancia atribuida. Al fútbol se va a descargar emociones reprimidas, sí. ¿Se llora en el fútbol lo que no se puede llorar en otros lugares?


Llora, coño, llora, le podría decir aquel padre a su hijo, si lo ve triste, impotente, amargado, necesitado de una buena llorera. Las lágrimas lo curan todo, pese a su incomodidad y obvio aguafiestismo.
Es mi fiesta y lloro si quiero, dice cierta canción.
La imagen de ella llorando y el con cara de "no sé qué pasa ni qué le he dicho" es muy recurrente.
Ellas saben llorar, dicen. No sé si les resulta inevitable. En mi familia, son todas unas lloronas y una de las imágenes más repetidas de mis infancias son esas lágrimas negras de rímel de Lady Montez cuando veía cualquier chorrada mínimamente emotiva en la tele. 
Si aquellos se contienen demasiado, éstas se reconocen incontrolables. 
- Vete a la mierda, pesada.
- Buaaaaa!
- Cuánto te quiero y cuánto te echaré de menos.
- Buaaaaa!
- Se ha muerto el hámster.
- Buaaaaa!
- Me he comido todos los petit-suisses, lo siento.
- Buaaaa!
- ¿Estás viendo "Tomates Verdes Fritos"?
- Buaaaaaa!


A riesgo de parecer sexista, no diré que todas las mujeres se comportan así ni acusaré a veleidosas hormonalidades. Supongo que es una cuestión de educación. Yo también quiero llorar cuando se comen todos los petit-suisses, pero no me sale. No sé si porque me enseñaron que era marica hacerlo. Los chicos no lloran, tienen que pelear.
A pesar de todo, a mí me gusta llorar y, cuando lo hago con una película o una serie, lo confieso y lo indico como prueba de calidad. Si un melodrama no conmueve, no es melodrama ni es nada.


Será por los futbolistas o por James Dean, las lágrimas de un hombre ahora se entienden mejor que nunca. Quien todavía sostenga que son una debilidad que se reboce en alcanfor.
Así que llora, tío. 
Consagremos este 2014 como el año en que no paramos de llorar. Yo, que nunca lloro espontáneamente, lo he hecho muchas veces en los últimos meses. Como una nenita, con la cara arrugada, sin poder explicar qué pasa. Lloré de pena cuando me despedí de mi peluquera de Madrid, lloré de nostalgia cuando vi el último atardecer tras diez años en la ciudad, lloré de miedo cuando llegué a Londres, lloré de frustración cuando me di cuenta de que me había equivocado. 
Me metí en la habitación deprisa para que mis compañeros de piso no me viesen las lágrimas cuando les dije: "ha sido un placer vivir con vosotros". 
Lloré en el baño del aeropuerto. De cansancio, de alivio, de sueño. Prometí no llorar cuando volví a ver a mis padres. Y no lloré.
El otro día estaba riéndome con mi hermana y, de repente, empecé a llorar. Por todo el tiempo que ha pasado, porque nos hicimos mayores sin darnos cuenta, porque la vida es la historia de nuestros bellos fracasos. Esa historia que, un día, simplemente se acaba. 
Lloremos porque no somos niños. Lloremos como tales. Llora, coño, porque tu madre está mala de la garganta, porque se han acabado todos los Strepsils. Llora porque los chicos sí lloran y todavía tienen que pelear. 
Pelea con las lágrimas, que caigan por esas mejillas peludas con la perfección de los lagrimones de la Virgen del Carmen.


Llora, tío, tanto que no te lo puedas imaginar. Llora porque el amor no llega o porque la guerra ha vuelto. Llórame, coño, que sckhfciurwghcfiyrew!

3 comentarios:

  1. Pocas entradas ha habido que no haya disfrutado. Me voy a llorar sobre el arroz para que salga saladito (qué guarrada no?)

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  2. Podría estar de acuerdo salvo por un detalle: ningún llanto masculino o femenino -hablo del de verdad no de la manipulación tipo Escarlata- ha solucionado ni solucionará nada.
    Salvo el llanto por la muerte de un ser querido, los demás son pérdidas de tiempo, nada arreglan y de nada valen.

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