viernes, 22 de febrero de 2013

"La Conversación"

 
Obra lacónica y atemorizante, impregnada del suntuoso estilo de Francis Ford Coppola, "La Conversación" trascendió desde su estreno en 1974 y se convertiría enseguida en película icónica para entender una década atribulada, pesimista, tan esplendorosa.
Es Gene Hackman quien da inconfundible faz a esta película, a través del personaje de Harry Caul, grisáceo señor de gruesas gafas, ducho y experimentado en cuestiones de espionaje. 
En uno de sus trabajos, Caul registra la conversación de una pareja en una plaza pública y comienza a obsesionarse por ella.


La conversación, entre lo banal y lo estúpido, se repite una y otra vez, para evidenciarse poco a poco la posibilidad de que se produzca un asesinato, de que la pareja sea la víctima y de que la escucha funcione como la prueba irrefutable para acometerlo.
Mordido por la culpa, asediado por la paranoia, el vigilante comienza a sentirse vigilado, mientras se muestra reacio a entregar la grabación a aquellos que lo contrataron.

Gene Hackman como Harry Caul

El pasado del espía irrumpe, mientras la conversación sigue repitiéndose, adquiriendo sentido y sólo cobrando su completo significado en los últimos momentos de la película.


Coppola confesó que su mayor modelo e inspiración fue "Blow-Up", de Antonioni, por aquello de la confusión entre realidad y apariencia, donde la repetición sólo conlleva mayor equivocación y una simple mirada humana es incapaz de captar los matices.
Pero también se observan claras deudas con papá Hitchcock, especialmente en el antológico clímax del hotel.
Un baño, un váter desbordado de sangre, una muerte que es otra; "La Conversación" es hija de "Psicosis" y "Vértigo".
Y una película sobre cámaras, asesinatos y mirones paga indiscutible peaje en "Peeping Tom", de Michael Powell.


Contada desde la fascinación de Coppola por la tecnología - la misma fascinación que, una década más tarde, lo llevaría a la perdición -, el proyecto de "La Conversación" nació originalmente como borrador para una película de terror.
Será por ello que, pese a la depuración estilística y la intelectualización del material, concede tanto miedo como el mejor título del género. 
Al igual que los grandes relatos de pavor, "La Conversación" se llena de una atmósfera asediante, donde lo cotidiano es terrorífico y nada es más doloroso que lo que va a pasar a continuación. 


La mayor ironía de "La Conversación" se viviría en el momento elegido para su estreno. 
En 1974, saltaba el caso Watergate, a través de la ventilación de las escuchas ilegales que había efectuado el gabinete de Richard Nixon.
Se entendió que esta obra era la respuesta fílmica al escándalo más sonado en la historia política del país. 
Coppola desmintió la relación, asegurando que el proyecto había nacido a finales de los sesenta y sólo pudo realizarlo tras su éxito con "El Padrino".


Aún así, "La Conversación" visionó ese escándalo, no tanto por su temática, sino por su significado sociológico. 
La película nos habla de la destrucción de la privacidad, del temor a la verdad y de la indefensión del individuo ante un mundo hipertecnologizado, el mismo que soñó, creó y terminará por devorarlo. 
Es el mundo que le cuenta en tiempo real un asesinato inminente, le atestigua las pillerías de su presidente o le recuerda repetidamente su vulgaridad.
La última secuencia, donde el protagonista se refugia en su saxofón, evidencia la necesidad neurótica de aferrarse a lo hermoso y lo íntimo en un futuro donde ambos valores se deprecian.


Galardonada en Cannes, "La Conversación" es perfecto ejemplo de un cine norteamericano distinto y europeísta, que colmaría muchas inquietudes intelectuales y demandas generacionales de entonces.
Aunque la tendencia no superaría el crepúsculo de la década y, en líneas generales, Hollywod volvería a su proverbial infantilismo en los ochenta, "La Conversación", además de influenciada, se hizo título influyente.


Y, precisamente, por las veces que ha sido imitada y homenajeada, ha perdido algo de impacto. También tiene mucho que ver esa estética setentera, hoy más entrañablemente desfasada que dramáticamente efectiva.
Sin embargo, el aliento atormentado de su historia, la sorpresa argumental y la lírica de su última secuencia mantienen intacto su poder y la hacen un título revisable, quizá menos conocido por el público que las dos películas de Coppola entre las que se estrenó.
Porque "La Conversación" fue realizada entre "El Padrino" y "El Padrino II". 
En menos de tres años, Coppola ofreció tres genialidades; una proeza nada menos que asombrosa y ahora vista con mucha nostalgia y bastante pena. 


Por entonces, el gran director podía, no sólo hacer sus películas, sino realizarlas de una manera personal y completa. 
Pero bien sabemos que, como el protagonista de "La Conversación", el señor Coppola se revelaría tan víctima de otros como de sí mismo.

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