lunes, 11 de febrero de 2013

Ladrones del Mundo


Imaginemos la imagen.
Estamos en medio de ninguna parte. En una desolada parada de autobús, sentados en el asiento de la marquesina, y un orondo señor se encuentra a nuestro lado. 
El considerable gabán del señor tiene un bolsillo. Y del bolsillo, asoma el más formidable fajo de billetes. Son los billetes de mayor valor en el país, esos que nunca se ven.
Imaginemos el fajo. Está prácticamente mirándonos, basculando hacia nosotros. Si lo miramos un poco más, si nos dejamos hipnotizar, ya es más nuestro que del orondo señor, que, despistado como él solo, tiene la mente a kilómetros de la parada.


¿Qué hacemos? A no ser que seamos devotísimos de alguna religión y vivamos con la convicción de que Dios nos está vigilando, nos encontramos ante el conflicto ético de todos los conflictos éticos. Robar o no robar, esa es la cuestión.
La clave está en el riesgo. Es lo que nos podría disuadir. La suprema vergüenza de que, mientras nuestros dedos prenden de los billetazos, el orondo señor no se muestre tan despistado, nos pille in fraganti y nos dirija la misma mirada con la que nuestros padres nos clavaban al asiento. Puede incluso que el hombre de los billetes pase de la mirada al puñetazo, que arme un número en plena marquesina - justo cuando llegue el autobús para mayor vergüenza - o llame a la policía. 
Toda empresa tiene riesgo, así que robemos hoy los billetes a este señor. 
No seamos hipócritas. El dinero viene bien y cuesta horrores ganarlo. Un dedo ligero es impertinente, aunque economista. La conciencia nació para ser remordida. 
¿El dinero nunca dio la felicidad? No sé tú, pero yo siempre preferí llorar en una limusina que en una chabola.

Marlene Dietrich en "Deseo": el glamour de robar

Hemos de entender que si robamos, cometemos el acto egoísta por excelencia. Al hacerlo, sólo pensamos en nosotros, en nuestras aflicciones, en nuestras deudas. ¿Para qué querrá el señor ese fajo de billetes? ¿En qué los empleará? ¿Será para algo grave, urgente, vital? Da igual, agarra los billetes, que nos vamos.
Si robar es egoísta, se entiende porqué los ladrones que roban a los ricos resultan más simpáticos. La mansión no se va a venir abajo porque falte un candelabro de plata, mientras, casa de empeños mediante, nosotros cenaremos como dioses esta noche.
Siempre nos pueden pillar en el acto o en plena huida, hayamos robado los billetes, los candelabros, las ovejas o la discografía de medio mundo. El riesgo es el precio, la justicia es el envés. 
Porque, antes de los delitos que atentan contra la integridad física y moral de las personas, los crímenes más graves se consideran los que atacan sus propiedades. 
Depende, en todo caso, de la fuerza de la noción de propiedad que tenga la cultura en cuestión. Es decir, no deberías armar el mismo drama si te mangan el bolso en un zoco de Tánger que si te lo birlan en un mall de Boston.

Un 'mall' de Boston

Pillos, cacos, ladronzuelos, pícaros, rateros, mangantes, chorizos; ladrones hay muchos y de muy variado pelaje. 
Existen algunos comprensibles, pero todos buscan una causa para justificar sus actos: su seguridad, su hambre, sus familias. Roban a los demás para proveer lo suyos, decrecen a los otros para crecerse a sí mismos. Desde la supervivencia hasta la avaricia, el mundo roba al mundo desde el primer día de la Creación.
Pero, al final, hay una verdad que nos cuenta la experiencia humana y esa es la siguiente: es más rentable y seguro para un ladrón desfalcar a un país entero que birlarle un par de ovejas al vecino de al lado.
Si usted quiere ser un ladrón, hagáse un favor y robe a lo grande. Cuanto más trinque, más tendrá luego para poder pagar flamantes abogados, abonar suculentas fianzas y salir del embrollo. Habrá vergüenza por todos lados, pero se vivirá en mansiones y no en chabolas. 
Refúgiese en las excusas de los ladrones y sobreviva, que es lo propio.

Jon Hall en "Alí Babá y los 40 Ladrones"

Al fin y al cabo, ¿qué beneficia más a los ladrones que nuestro sistema? El capitalismo permite vender gato por liebre, especular con el dinero ajeno y arrancar de unos para financiar a otros. Si eso no es expolio asistido y estimulado, que baje el Ladrón de Bagdad y lo vea.
La correspondencia con la política es inmediata y necesaria. 
Dice el presidente de mi país que no se metió en esto para ganar dinero, porque ya lo tenía. Qué chiste más grande.
Si hubo algún amigo del dinero ganado a espuertas, ese fue el poder. 
Aunque seas rico, querrás tener la seguridad de seguir siéndolo para siempre. Y nada mejor que un cargo público. Cuanto más alto, mejor. Uno que conceda inmunidades, privilegios personales, puertas abiertas y pensiones vitalicias.
Porque todos los que se suben allá arriba no bajan hasta que no tienen el futuro de sus familias bien atado. 
Las dictaduras caían oficiosamente el día que el generalísimo de turno y/o su séquito ataban cuentas millonarias en paraísos fiscales, se vestían con honores perpetuos y preveían las confortables camas donde morirían sin pagar por sus atropellos. 
Atracamos y nos vamos. El ABC de los ladrones, a lo bestia.

Ramfis Trujillo: el Mal

La dictadura eleva a un ladrón, mientras la democracia parlamentaria permite una reglamentaria cabalgata de ladrones. En pleno desfile, quizá aparezca uno honrado y con un poco de vergüenza. Cuestión de suerte.
Ante todo, el poder político da la oportunidad de ser un ladrón descarado.
El partido del presidente de mi país no sólo roba, sino que apunta nombre, apellidos y cantidades mangadas en un papel. Es hacerlo a la luz, porque no les importa, porque la corrupción es jerárquica, aceptada y espoleada. La cuestión es interponer excusas, demandas, abogados y papeles, muchos papeles. Demuestra primero el desfalco y luego podrás llamarlos ladrones con propiedad.
Pero esos timadores de la politica son únicamente la pantalla de este mundo ladrón. 
Los mayores mangantes están en la sombra, escondidos detrás de las corporaciones, esos infranqueables sésamos de cuevas insospechadas, ese gangsterismo ultrasofisticado.

Madrigal Elektromotoren, la multinacional de "Breaking Bad"

Si somos buenos y no robamos el fajo de billetes a nuestro orondo señor del gabán, éste acudirá al banco y lo ingresará en su cuenta. En algún lugar del mundo, saltará una alarma y ese dinero será utilizado para tapar agujeros, iniciar procesos, pervivir explotaciones y se convertirá en una cifra simbólica de un entramado indescifrable. 
Y, aunque se lo deje en el bolsillo y lo ponga debajo de la cama, el dinero no significa más que la correspondencia tristemente física de un sistema globalizado, enigmático y depreciativo.
Ese sistema lleno de oficinas y comités donde todos tienen un cargo, un título, un nombre, pero nadie sabe nada. El teléfono suena, ponen la llamada en espera, se abre un trámite, pasa el tiempo.
El tiempo es oro y, al final, para nuestro querido señor del gabán no importará que le robemos nosotros el fajo o que siga su camino con los billetes en el bolsillo. 
Esa tarde o cualquier otra, se hará la misma pregunta: "¿Dónde coño está mi dinero?".

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