lunes, 25 de febrero de 2013

Imitación a Los Oscars


Soñará el nostálgico con una entrega de los Oscars donde los asistentes se llamen Audrey Hepburn o Paul Newman y el elegante vestir no sea un carnaval impostado, sino natural. Al fin y al cabo, antes se vestían así hasta para darse un paseo rápido por el Morocco.
Pero si se recuperan las entregas de los años cincuenta o sesenta, se puede observar que obedecían a una ceremonia bastante grave y parsimoniosa, donde la mitad de los nominados y premiados ni siquiera se encontraban en el auditorio. 
No eran mejores que las de ahora y, de hecho, eran muy toscas y sin emoción.

Stephen Boyd en "The Oscar" (1966)

La conversión de los premios en espectáculo presumiblemente divertido ebullió en los setenta cuando, entre bambalinas, el cine de Hollywood ya era cosa de las corporaciones y, por tanto, un bien comercializable a nivel internacional.

Ang Lee

La ceremonia de los Oscars ha sido tan criticada y cuestionada, que criticarla y cuestionarla al día siguiente es indispensable y forma parte de la misma fiesta.
Se la ha llamado aburrida, mamotétrica y hortera desde que empezó a retransmitirse por televisión. Ante los ataques, intentar variarla a lo largo de los años ha sido generalmente un error, y hoy aparece más claro que nunca: es un trámite, un ritual.
No se le dedica tanto mimo como a otros productos de la industria y da la sensación de que tampoco se invierte demasiado dinero. O, al menos, no todo el que su pompa y circunstancia esperaría. 
La gala de los Oscars funciona para vender una serie de películas y, como programa de televisión, está para hacerlo y quitárselo de encima. 
Es una tradición: se hace la procesión anual, con todos los ingredientes y sin rechistar. Al acabar, se pasa la aspiradora y adiós, muy buenas.

Michael Douglas y Jane Fonda

En algún momento impreciso, quizá mucho antes de lo que creemos, los Oscars se trocaron en la imitación a los Oscars: una sucesión de ceremonias que no se distinguen entre sí y se borran inmediatamente de la memoria, del mismo modo que las películas que galardonan. 
Hoy se dirá que son la mejor expresión de decadencias propias y asistidas, e incluso que son metáforas de nuestro tiempo, cristalinos espejos del mundo. Ese mundo que se aferra a un modo de hacer las cosas, porque no conoce otro, o porque siente que no hay alternativa posible.
Queda la ironía y la descontextualización, pretendidas o inadvertidas. Recordemos hace unos años cuando James Franco twitteaba justo aquello que no estaba haciendo.
Y, este año, Seth McFarlane entraba con la decisión de anticiparse a las opiniones del día siguiente, con un inacabable prólogo/chiste meta, del que no pudo salir nunca. Seth tenía las ideas, pero ni el ritmo ni el tono. 
Le sobraba la sonrisa de sabelotodo, quizá le faltaba Emma Stone al lado.

Seth McFarlane

Lo de anoche fue malo, pero inofensivo. Porque, en los últimos años, estas ceremonias van tan deprisa, que no hay tiempo ni de detestarlas con genuina intensidad
Como estos festejos suelen confundir espectáculo con cantar muy alto, no faltó procesión de divas canoras, algunas más afinadas que otras, para culminar en la diva definitiva, o la Primera Dama.
En el desopilante momento de la Casa Blanca, Michelle Obama aseguró al mundo que participaba en semejante guirigay por aquello del cine, el arte y la educación. 
Sospechamos que también estaban en juego las intenciones de nueva Jackie, con ese flamante fleco y ese "Welcome to the White House".

Michelle Obama

Michelle leyó el sobre, mano a mano con Jack Nicholson, y el premio gordo fue para "Argo", que compartió la noche con "Life of Pi". 
Spielberg salió castigado por faltar al único e inexcusable mandamiento: "No aburrir". Los Oscars lo incumplen cada dos por tres, pero a sus cineastas no se les perdona.  "Lincoln" aburre a un muerto y, por tanto, no hay pan.
En cambio, las victoriosas, "Argo" y "Life Of Pi", se dicen más o menos ligeras, mientras simbolizan y cuentan la globalización.
Son una mirada occidental a problemáticas del mundo y también dos películas superficiales e inofensivas como la propia gala que las cobija.
Como ésta, tendrán su público natural y sus admiradores devotos.

Ben Affleck y compañía

¿Cuestión de nostalgia? Quizá, es una cuestión personal. ¿Te gustan esas películas? ¿Te atraen esa clase de ceremonias? Si las quieres, te las comes y si no, las dejas.
Por mi parte, les he perdido el gusto. 
Ya no tiene que ver con la seriedad o frivolidad del asunto, ni con la calidad de las películas litigantes, ni con los grados de glamour o desglamour, ni con los inevitables momentos de tedio. 
Hace muchísimos años que las relativicé, y otros tantos que la fascinación por ellas decreció enteros. 
Y, este año, los Oscars, los Emmy y los Globos de Oro me devuelven una enorme nada que no merecerán mis horas de sueño ni mis comentarios al minuto ni el dolor de cabeza.

Jennifer Lawrence

No hubo nada en la ceremonia de anoche que la hiciera peor a otras, pero la cosa se me pintó aberrante y deprimente desde el primer minuto. 
Las actuaciones apiladas, el inequívoco hedor de lo basuresco y la mecánica de siempre. Sobre, premio, discurso, gorgorito, chascarrillo, sobre, premio, discurso, gorgorito, chascarrillo. 
¿Quiero otros Oscars? No, simplemente no son para mí. No los voy a ver más.


Podría decir que me alegré por Tarantino, vibré con mi amadísima Barbra Streisand, pero, en líneas generales, ni celebré lo celebrable ni me indigné con lo indignante. Tenía mis favoritas, pero si hubiesen arrasado, me hubiera quedado tal cual. 
Al final, fue como si no hubiese visto nada. No odio los Oscars, sólo me dan igual.
Quizá porque ya predigo lo que va a ocurrir, tanto dentro de la ceremonia como después de ella. Son casi veinte años siguiendo estas cosas y no hay suspense para mí. Ergo, nada.

Bradley Cooper

Aventuro que todo va ir bien para Ben Affleck, pero no tanto para Anne Hathaway, mientras la mayoría de los títulos nombrados y celebrados serán incapaces de fijarse en el imaginario colectivo. Ese imaginario inmisericorde que avanza a más velocidades a medida que pasan los años.
Porque el tiempo corre. Esa es la verdad que recoge hasta algo tan anacrónico como los Oscars. 
Hace poco más de dos años, vindicábamos a Adele. Ahora, en un abrir y cerrar de ojos, tiene un Oscar, después de pasar por todas las sopas. 
¿No es pavorosamente rápido?

Adele

Al final, concluyo que sí hay un gran poso de nostalgia. 
De cuando las cosas se hacían y celebraban con la intención de la posteridad y no ante el apuro de una efímera noche de ratings.

1 comentario:

  1. Es que ya no hay sorpresas. A los ganadores los vienen premiando 2 meses antes y ni hablar de los maestros de ceremonias. Lo mejor canción goldfinger, barbra y el elenco de los miserables cantando.

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