jueves, 4 de septiembre de 2014

Marlene Según Maximilian


Anoche, sin concilio de sueño a la vista, encendí el televisor y busqué sin demasiada atención entre los numerosos archivos de películas que guarda mi amado disco duro. La elección fue apropiadamente espectral, diríase onírica. No, no fue "Rebeca", sino otro nombre de mujer: "Marlene". 



Hablo del documental sobre Marlene Dietrich, que dirigiera Maximilian Schell, allá por 1984.
Desde mediados de los setenta, el actor, director y productor austríaco andaba tras la Dietrich para realizar un definitivo retrato sobre su figura y también sobre la auténtica mujer que se agazapaba detrás de uno de los iconos más importantes del entretenimiento.
Los cinéfilos de la sala relacionarán de manera inmediata a Maximilian y Marlene en la única película en la que coincidieron: "Vencedores o Vencidos" (Judgment At Nuremberg). 
Este drama-reconstrucción sobre los juicios a los mandamases del nazismo estrenado en 1961 fue la consagración de Schell como el actor en habla alemana más estimulante del momento y su inolvidable interpretación le permitía ganar el Oscar. 


Si "Vencedores o Vencidos" fue el principio para el polifácetico y bellísimo Maximilian, diríase que significó la última actuación distinguida de la Dietrich. 


Ese imprevisto cambio de testigo hacía entrañable el hecho de que, un par de décadas después, Schell quisiese contar algo definitivo sobre la Dietrich.
Marlene, en primera persona, sería capaz de desvelarse, por fin, tras tantas biografías, libros, opiniones y artículos,
Pero Marlene Dietrich llevaba mucho tiempo detrás de un velo. Su última aparición en el cine se dijo cameo en "Gigoló" y lució como una prueba contundente de que una época había pasado. Esa época de las personalidades como Marlene, las que se arrimaban a un piano y cantaban una canción en medio de la película porque sí. 
Desde entonces, los focos se habían apagado sobre uno de sus rostros más divulgados por petición expresa. Marlene Dietrich no quiso volver a aparecer ante ningún tipo de cámara y, en esa negativa, nace y se desarrolla el documental "Marlene".
¿Cómo hacer un documental sobre la imposibilidad de hacerlo? 


En "Marlene", sólo oímos la voz de la diva, entrevistada por Maximilian Schell. 
Marlene no quiere salir en pantalla porque "ya me han fotografiado demasiado". Que superase los ochenta años durante la producción del documental nos cuenta la auténtica causa.
Schell considera su proyecto frustrado de entrada por la negativa de la Dietrich, pero su película circula por habitaciones inquietantes, puertas entreabiertas y clips de viejas películas de la diva. Parece que Marlene va a aparecer en cualquier momento, o está detrás de una de las puertas o, abundando en su mitología, es una mujer que no existe.


Lo sorprendente del documental no es tanto el rechazo de Marlene a ser capturada por la cámara, sino su repudio a entenderse como mito, a explicarse, a contar algo. 
Está a la defensiva en todo momento. 
Dice que odia la cursilería, sólo reconoce el presente como una cuestión de su interés, omite datos importantes, se aburre, dice que ya lo contó en su biografía y, paradójicamente, no quiere que Schell vaya más allá de su leyenda. 
"Marlene" es la confesión de una vieja alienada por su glorioso pasado y la puesta en evidencia del miedo humano que se esconde tras rostros tan divinizados.
La Dietrich va en contra de la Dietrich: niega que buscase el erotismo, demoniza el romanticismo y afirma que sólo hizo lo que los directores le mandaban. 
"Trabajé en unas películas y ya está", sentencia, para luego colar una frase demoledora: "Nunca me tomé mi carrera en serio".
¿Marlene Dietrich odia a Marlene Dietrich? Al menos, quiere separarse de ella en sus últimos años. ¿Cansada de tantas opiniones? ¿O quizá de sostener la mentira gorda que vive en toda estrella? ¿Sabía acaso lo sospechado? ¿Que, más que una genial, era una alquímica amalgama de glamour?


Los susurros del documental - desde los que conocen a Marlene hasta los que asesoran a Maximilian - formulan las preguntas nunca contestadas, esas que la Dietrich se niega a aclarar. No las sabe, no las quiere decir, confunde la versión oficial con la verdad de lo sucedido. 
Cuando se ve arrinconada por el cuestionario de Schell, reacciona con furia. 
Visto en retrospectiva, "Marlene" es un buen refrendo a lo que contara Maria Riva, su hija, en la biografía que publicara años después, tras su muerte. 
La Dietrich la emprende con su dilucidador - "váyase con Mamá Schell y aprenda modales" - y no para de sabotearlo. 
"No lo conocí", "no lo sé", "porque sí" o "eso no está en nuestro contrato" son muchas de sus respuestas.


"Marlene" es un documental apasionante, porque sortea su limitación embebiéndose en el propio misterio que narra - Marlene Dietrich fue una incógnita y lo seguirá siendo - y, además, es un retrato contundente sobre el divismo, sin juzgarlo ni enaltecerlo.
Su objeto de estudio es un fenómeno y sólo lo puede contemplar en silencio, reservando su opinión. Por temor a su rabia, quizá. Porque lo considera tan terrible como irresistible, tal vez.
La ironía surge al final de "Marlene" cuando la que decía abjurar del sentimentalismo - "los alemanes somos así" - termina por conmoverse hasta la lágrima con algo de ese relativizado pasado.
Ese instante es un broche de oro y la verdadera reverencia que se hace la Dietrich a sí misma. 
La humanidad no se niega tan fácilmente como la divinidad. Y el sonido de la voz crepitando en las cintas grabadas por Maximilian llega a ser más expresivo y emotivo que si volviéramos a ver la faz de Marlene.


Este documental se inmiscuyó en mis sueños con la necesidad de que escribiera sobre él - y lo recomendara a todos -, y, por el camino, honrar a Maximilian Schell, que falleció el pasado mes de febrero. 
Qué pena perder la oportunidad. Estoy convencido de que hubiéramos hecho un muy interesante "Maximilian"...

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